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Citron escribió:Si emitieran contenidos de calidad en vez de basura seguramente que algo mejor les iria, lo unico que me da lastima es la gente que pueda ser despedida como consecuencia de todo esto.
Citron escribió:Si emitieran contenidos de calidad en vez de basura seguramente que algo mejor les iria, lo unico que me da lastima es la gente que pueda ser despedida como consecuencia de todo esto.
delno escribió:joder, parece la mejor noticia del año. Bueno no,la mejor sera que ya se han desplomado.
Omega69 escribió:La crisis publicitaria pasará factura a los espacios que son caros de producir (olvidaos de series americanas como perdidos que tienen presupuestos desorbitados, y que muchos presumis de bajarlo de megaupload con lo que cada vez generarán menos dinero por publicidad)
Omega69 escribió:Esto no es un fenómeno único en España. Aquí el fenómeno de la llamada "prensa del corazón" tiene mucha repercusión, pero eso es porque hay gente que le gusta verlo. La crisis publicitaria está llegando a todos los países, y en EEUU está pegando también muy fuerte. ¿Os creeis que esto va a pasar factura a la mierda de T5? Pués os equivocais, esos espacios son baratos de producir y obtienen muy buenos resultados de audiencia en España. La crisis publicitaria pasará factura a los espacios que son caros de producir (olvidaos de series americanas como perdidos que tienen presupuestos desorbitados, y que muchos presumis de bajarlo de megaupload con lo que cada vez generarán menos dinero por publicidad) y pensad que esto lo único que provocará será espacios con menor presupuesto, como programas de telemierda, series de presupuestos bajos, realitys y más basura, y con suerte dejarán de pagar millonadas a cuatro famosetes o a "periodistas ejemplares" que plagian libros y que van después dando lecciones éticas y cobrando más de 1000 millones de pesetas (sí, me refiero a "AR"). También servirá la crisis publicitaria para que los derechos deportivos televisivos se pongan a una cantidad real. Muy mal veo a Mediapro que ha firmado contratos excesivos con los equipos de fútbol y F1 justo el año pasado. Dudo mucho que pueda siquiera amortizarlos mínimamente...
LA COLUMNA
Eché los dientes profesionales al principio de los setenta, dando tumbos entre lugares revueltos y un periódico de los de antes; cuando no existían gabinetes de comunicación, correo electrónico ni ruedas de prensa sin preguntas.
En aquel periódico, los reporteros buscaban noticias como lobos hambrientos, y se rompían los cuernos por firmar en primera página. Se llamaba Pueblo, era el más leído de España, y en él se daba la mayor concentración imaginable de golfos, burlangas, caimanes y buscavidas por metro cuadrado.
Era una pintoresca peña de tipos resabiados, sin escrúpulos, capaces de matar a su madre o prostituir a su hermana por una exclusiva, sin que les temblara el pulso. Y que a pesar de eso –o tal vez por eso– eran los mejores periodistas del mundo.
Nunca aprendí tanto, ni me reí tanto, como en aquel garito de la calle Huertas de Madrid, que incluía todos los bares en quinientos metros a la redonda.
Algo que no olvidé nunca es que los periodistas –los buenos reporteros, sobre todo– corren juntos la carrera, ayudándose entre sí, y sólo se fastidian unos a otros en el esprint. Ahí, a la hora de hacerse con la noticia y enviarla antes que nadie, la norma era –supongo que todavía lo es– no darle cuartel ni a tu padre.
Eso no excluía el buen rollo, ni echar una mano a los colegas. Los directores y propietarios de radios y periódicos tenían sus ajustes de cuentas entre ellos, pero a la infantería esa murga empresarial se la traía bastante floja.
Hasta con los del ultrafacha diario El Alcázar nos llevábamos bien, y cuando estábamos aburridos en la redacción y telefoneábamos diciendo «¿El Alcázar? Somos los rojos. Si no os rendís, fusilamos a vuestro hijo», reconocían nuestra voz y se limitaban a llamarnos hijos de la gran puta.
Eran otros tiempos. Y nosotros, a tono con ellos, éramos cazadores de noticias de primera página, conscientes de que la vida nos había llevado a Pueblo como podía habernos llevado a La Vanguardia, Ya, Arriba, Diario 16 o –ignoro si había uno– el Eco de Calahorra.
Sabíamos incluso que un día u otro, por azares de la vida, podíamos ir a parar a cualquiera de ellos. Cada cual tenía sus ideas particulares, por supuesto; pero estamos hablando de periodismo. De pan de cada día y de reglas básicas.
Éstas incluían aportar hechos y no opiniones, no respetar en el fondo nada ni a nadie, y ser sobornables sólo con información exclusiva, mujeres guapas –o el equivalente para reporteras intrépidas– y gloriosas firmas en primera. En el peor de los casos, los jefes compraban tu trabajo, no tu alma.
Ser periodista no era una cruzada ideológica, sino un oficio bronco y apasionante. Como habría dicho Graham Greene, Dios y la militancia política sólo existían para los editorialistas, los columnistas y los jefes de la sección de Nacional. A ellos dejábamos, con mucho gusto, la parte sublime del negocio. El resto éramos mercenarios eficaces y peligrosos.
Con tales antecedentes, comprenderán que ahora, a veces, largue la pota. Es tan perversa la política actual que la frontera entre información y opinión, alterada en las últimas décadas por un compadreo poco escrupuloso con los partidos y la gentuza que en ellos medra, se ha ido al carajo.
Contagiados del putiferio nacional, algunos periodistas de infantería se curran hoy el estatus sin remilgos. Tal como está el patio, según el medio que les da de comer, se ven obligados a tomar partido, de buen grado o por fuerza, alineándose con la opción política o empresarial oportuna.
Antes podían manipularte un titular o un texto; pero al menos lo defendías como gato panza arriba, ciscándote en los muertos del redactor jefe, que además era amigo tuyo. Un buen periodista podía pasar sin despeinarse de Arriba a Informaciones, o al revés. Lo redimía el higiénico cinismo profesional.
Ahora, el salario del miedo incluye succionar ciruelos con siglas e insultar a los colegas como si la independencia personal fuera incompatible con el oficio. Secundar a la empresa hasta en sus guerras y disparates.
Así, redactores culturales que antes sólo hablaban de libros o teatro escriben también columnas de opinión donde atacan a este partido o defienden a aquél; y hasta el becario que trajina noticias locales debe meter guiños en contra o a favor, demostrando además que se lo cree de verdad, si quiere seguir empleado.
El otro día me quedé patedefuá cuando, en el programa del tiempo de una televisión privada, su presentador –meteorólogo o algo así– introdujo un chiste político a favor de la empresa donde curra.
También resulta educativo comprobar que dos o tres columnistas de un prestigioso diario afecto al actual Gobierno, hasta ayer mismo dispuestos a tragárselo todo, han bajado unánimes, como un solo hombre y una sola mujer, el incienso a un punto más tibio, adoptando cautas distancias desde que la página editorial de su periódico empezó a incluir críticas hacia el presidente Zapatero.
Obligaciones de empresa aparte, los hay también que nunca pierden ningún tren, porque corren delante de la locomotora.
The_Edge escribió:Me da palo decirlo pero la tercera edad es el cáncer de este país no solo en política sino también en entretenimiento.
Aquí os dejo un artículo de Reverte que leí el otro día mientras esperaba para la revisión de la vista.LA COLUMNA
Eché los dientes profesionales al principio de los setenta, dando tumbos entre lugares revueltos y un periódico de los de antes; cuando no existían gabinetes de comunicación, correo electrónico ni ruedas de prensa sin preguntas.
En aquel periódico, los reporteros buscaban noticias como lobos hambrientos, y se rompían los cuernos por firmar en primera página. Se llamaba Pueblo, era el más leído de España, y en él se daba la mayor concentración imaginable de golfos, burlangas, caimanes y buscavidas por metro cuadrado.
Era una pintoresca peña de tipos resabiados, sin escrúpulos, capaces de matar a su madre o prostituir a su hermana por una exclusiva, sin que les temblara el pulso. Y que a pesar de eso –o tal vez por eso– eran los mejores periodistas del mundo.
Nunca aprendí tanto, ni me reí tanto, como en aquel garito de la calle Huertas de Madrid, que incluía todos los bares en quinientos metros a la redonda.
Algo que no olvidé nunca es que los periodistas –los buenos reporteros, sobre todo– corren juntos la carrera, ayudándose entre sí, y sólo se fastidian unos a otros en el esprint. Ahí, a la hora de hacerse con la noticia y enviarla antes que nadie, la norma era –supongo que todavía lo es– no darle cuartel ni a tu padre.
Eso no excluía el buen rollo, ni echar una mano a los colegas. Los directores y propietarios de radios y periódicos tenían sus ajustes de cuentas entre ellos, pero a la infantería esa murga empresarial se la traía bastante floja.
Hasta con los del ultrafacha diario El Alcázar nos llevábamos bien, y cuando estábamos aburridos en la redacción y telefoneábamos diciendo «¿El Alcázar? Somos los rojos. Si no os rendís, fusilamos a vuestro hijo», reconocían nuestra voz y se limitaban a llamarnos hijos de la gran puta.
Eran otros tiempos. Y nosotros, a tono con ellos, éramos cazadores de noticias de primera página, conscientes de que la vida nos había llevado a Pueblo como podía habernos llevado a La Vanguardia, Ya, Arriba, Diario 16 o –ignoro si había uno– el Eco de Calahorra.
Sabíamos incluso que un día u otro, por azares de la vida, podíamos ir a parar a cualquiera de ellos. Cada cual tenía sus ideas particulares, por supuesto; pero estamos hablando de periodismo. De pan de cada día y de reglas básicas.
Éstas incluían aportar hechos y no opiniones, no respetar en el fondo nada ni a nadie, y ser sobornables sólo con información exclusiva, mujeres guapas –o el equivalente para reporteras intrépidas– y gloriosas firmas en primera. En el peor de los casos, los jefes compraban tu trabajo, no tu alma.
Ser periodista no era una cruzada ideológica, sino un oficio bronco y apasionante. Como habría dicho Graham Greene, Dios y la militancia política sólo existían para los editorialistas, los columnistas y los jefes de la sección de Nacional. A ellos dejábamos, con mucho gusto, la parte sublime del negocio. El resto éramos mercenarios eficaces y peligrosos.
Con tales antecedentes, comprenderán que ahora, a veces, largue la pota. Es tan perversa la política actual que la frontera entre información y opinión, alterada en las últimas décadas por un compadreo poco escrupuloso con los partidos y la gentuza que en ellos medra, se ha ido al carajo.
Contagiados del putiferio nacional, algunos periodistas de infantería se curran hoy el estatus sin remilgos. Tal como está el patio, según el medio que les da de comer, se ven obligados a tomar partido, de buen grado o por fuerza, alineándose con la opción política o empresarial oportuna.
Antes podían manipularte un titular o un texto; pero al menos lo defendías como gato panza arriba, ciscándote en los muertos del redactor jefe, que además era amigo tuyo. Un buen periodista podía pasar sin despeinarse de Arriba a Informaciones, o al revés. Lo redimía el higiénico cinismo profesional.
Ahora, el salario del miedo incluye succionar ciruelos con siglas e insultar a los colegas como si la independencia personal fuera incompatible con el oficio. Secundar a la empresa hasta en sus guerras y disparates.
Así, redactores culturales que antes sólo hablaban de libros o teatro escriben también columnas de opinión donde atacan a este partido o defienden a aquél; y hasta el becario que trajina noticias locales debe meter guiños en contra o a favor, demostrando además que se lo cree de verdad, si quiere seguir empleado.
El otro día me quedé patedefuá cuando, en el programa del tiempo de una televisión privada, su presentador –meteorólogo o algo así– introdujo un chiste político a favor de la empresa donde curra.
También resulta educativo comprobar que dos o tres columnistas de un prestigioso diario afecto al actual Gobierno, hasta ayer mismo dispuestos a tragárselo todo, han bajado unánimes, como un solo hombre y una sola mujer, el incienso a un punto más tibio, adoptando cautas distancias desde que la página editorial de su periódico empezó a incluir críticas hacia el presidente Zapatero.
Obligaciones de empresa aparte, los hay también que nunca pierden ningún tren, porque corren delante de la locomotora.
Omega69 escribió:También servirá la crisis publicitaria para que los derechos deportivos televisivos se pongan a una cantidad real. Muy mal veo a Mediapro que ha firmado contratos excesivos con los equipos de fútbol y F1 justo el año pasado. Dudo mucho que pueda siquiera amortizarlos mínimamente...
Cocokras escribió:Uy que pena, una vela encendida tengo por toda esa coleccion de frikis, payasos y puterio en general.
Me voy a ver si lloro.
Salchichonio escribió:Creo que aquí ocurre algo parecido a lo que se comenta en el hilo "Los turistas, cada vez más tacaños", la gente cada vez está menos dispuesta a gastarse los cuartos tan alegremente. Los compradores se concentran donde las cosas están más baratas. Pocas personas están dispuestas comprar más caro por muy "simpático" o impactante que sea un anuncio o por muchos millones que se hayan gastado en realizarlo.
A estas alturas creo que podemos decir que algo está empezando a cambiar en la conciencia colectiva. Tal vez es cosa de la crisis o tal vez de varios factores que se dan a la vez: la crisis combinada con una mayor necesidad de información y un creciente hastío generalizado.
Puede que la libertad de información que hay en Internet esté jugando también un papel fundamental en todo esto.
Evolved escribió:Bah, yo si tuviera la pasta necesaria ahora mismo sin pensarmelo enviaria un par de pepinos bien gordos a todos los satelites de la TDT del planeta![]()
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Como iba a mejorar el mundo chavales!!!