Ya no quedan palabras en esta boca reseca por el alcohol. En este cerebro se han desparramado las ideas y los sentimientos por un atolladero de incertidumbres arraigadas por tu incesante modo de hacer las cosas; mal, me dicen mis acólitos que son los sueños.
Respeto el instante, el pasado y lo que demonios tenga que venir; tus costumbres y tus látigos en mi espalda, los puñales ya no duelen casi nada por ahora, pero resuenan las cuchillas en mi cabeza por mis arterias que lloran sangre y rezuman bostezos. Esos bostezos que me provocáis por vuestras niñerías de parvulario y vuestras irrisorias vidas de mierda.
Ya no me hallo en la soledad de las miradas y los gestos, estoy en el pedestal del patíbulo roncando de felicidad y estallidos de rabia.
He vuelto ha superar la ventolera sin paragüas ni corazón. Constancia en la lucha, la dura lucha, que envenena cada paso y a cada persona en este camino que va dar a los grandes cipreses.
De la soledad al patíbulo, precioso deambular hacia la muerte perpetua con la conciencia tranquila, después de haber visto miserables hechos e incomprensibles hazañas. Ya no nos queda nada.