Por una ciudad que se va desvaneciendo al son del cielo

Hoy pasé por el puente de Triana, y desde allí contemplé el cielo sin mirar hacia arriba; Lo tenía a mi alrededor. Pocas imágenes se quedan impresas para siempre en la retina. Pero esa es una de ellas, el azul del cielo se mezcla con el verde azulado del río y en sus dos orillas se contempla dos cielos, ningún infierno. Lejana, la torre del oro es testigo de unos siglos que se le han parecido horas de placer, pues ha visto en primer plano la vida de una ciudad, que va caminando hacia el futuro con zapatos rotos; palmeras que vienen y van con la suave brisa de la noche saludan a los enamorados, y por qué no, a los picaros que andan por su lado. Como oposición ferviente, la calle betis, un rio donde gentes de todos lados fluyen por sus bares, hasta que la mañana los sorprende, y la calle se convierte en un páramo tras una batalla, dónde sólo quedá la armas rotas, o en este caso las botellas rotas, y la sangre, que adquiere tonos amarillentos y que el tiempo, o más bien el servicio de limpieza, borra. y el río sigue fluyendo, constante y manso, por una ciudad que se va desvaneciendo al son del cielo.
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