-¿Dónde estás?.
-Más cerca de ti de lo que he estado nunca, más lejos de lo que lo estaré jamás.
-Vuelves a responderme…
-Ignorar tu voz me hace daño… aunque sea lo que tú deseas.
-Entonces no lo hagas, nunca te pedí que te alejases de mí.
-Y sin embargo tú corazón si lo hace, me rechaza.
-Mi corazón ya tiene dueña, no puedo darte lo que no me pertenece.
-Sigues sin comprenderlo. No quiero robarle nada a ella, no quiero aquello que sé que le pertenece por derecho.
-No puedo entender lo que no tiene sentido, todas tus palabras son una contradicción.
-Mi propia existencia también lo es, mis palabras solo describen lo que soy, lo que fui… lo que seré.
-¿Y quién eres?.
-Sabes qué no puedo responder a esa pregunta… solo tú puedes hacerlo.
-No podré mientras no conozca la respuesta, ¿Hasta cuando seguirás negándomela?.
-Hasta que abras los ojos y comprendas… solo entonces terminará esta tortura.
-¿Y si cuando llegue ese momento no quiero hacerlo?.
-Sugieres algo imposible, tu alma lo desea tanto como tu corazón la desea a ella, lo susurra en mis oídos cada vez que tu cuerpo abrasa el suyo pronunciando un nombre que no conozco. No puedes luchar contra tus propios deseos.
-Yo solo la deseo a ella, no haré nada que pueda cambiar eso. Ni siquiera por ti.
-Lo sé… y por eso estoy tan segura de que sucederá.
-¿Cuándo?. ¿Por qué ni siquiera puedes decirme eso?.
-Porque ya no lo sé. Todo ha cambiado, tú has cambiado… incluso ella.
-Confías demasiado en el destino, deberías saber que somos nosotros quien lo forjamos, no es algo tan fijo como crees.
-Tal vez… cuando llegue el momento sabremos si es o no cierto.
Un fuerte golpe de viento sacudiendo de pronto su cara despejó por completo a Jonathan en aquel instante haciendo que abriese de nuevo los ojos. Se había sorprendido al oírla de nuevo y su corazón se alegraba con el susurro de su voz, pero sus palabras eran tan enigmáticas como siempre y no podía perder más tiempo en el borde de aquella isla suspendida sobre el lago. La noche se le había echado encima mientras recogía lo que buscaba y se puso en movimiento de nuevo para regresar al palacio siguiendo la misma ruta que cuando se había ido. Con las contraventanas de metal de la ventana cerradas acceder al interior era imposible desde allí, pero con ellas abiertas volver no le resultó demasiado complicado y pronto se encontró junto a su hermano que lo esperaba ya cambiado a un lado de la habitación.
La ropa elegida por su hermana no se parecía en nada a la que habitualmente llevaba. No había chaqueta, ni camisa, ni nada parecido, solo un ajustado chaleco de colores verde y dorado que no llegaba siquiera a su cintura y carecía incluso de mangas. En lugar de eso, la tela brotaba del cuello en dos diagonales hacia sus costados que a duras penas alcanzaban a cubrir su pecho o su espalda y los trabajados músculos de este eran perfectamente visibles desde cualquier ángulo. La única pieza corriente eran sus pantalones, también de color verde pero más suave y bastante holgados salvo en sus tobillos y en la cintura donde una cinta de tela los ajustaba reposando sus extremos a un lado de sus piernas. Todo esto le daba un ligero toque oriental que recordaba en cierta medida a Lusus al igual que la cola que caía desde su cintura como una especie de capa dividida en tres segmentos hasta llegar a sus pies, aunque eso tampoco parecía agradarle demasiado.
-Ya iba siendo hora. –Dijo este con un tono no muy alegre. –Hace unos minutos que nos han traído la ropa. La doncella dijo que ellas ya están listas y nos esperarán en el baile, es en el salón que atravesamos mientras veníamos.
-No pareces muy contento. –Notó Jonathan mirándole con curiosidad y bastante sorprendido por la elegancia de su ropa. –Pero no deberías quejarte, viniendo de Jess esa ropa no está tan mal.
-Se nota que tú no tienes que llevarla, odio esta clase de cosas. Pero no es eso en lo que estaba pensando ahora mismo. –Lo contrarió este ya acostumbrado a las bromas de su hermano. –Lo que me preocupa es lo que puede pasar como no te des prisa y vallamos a buscarlas. Te conozco, y lo que es peor, también conozco el mal genio de Sarah, imagina que pasará si alguien la molesta.
-Tranquilo, ahora es mucho más cuidadosa que antes. –Lo calmó Jonathan quitándose la gabardina. –No creo que pase nada por unos minutos.
Dicho esto, Jonathan dejó su ropa sobre la mesa de la habitación junto a su arma y se puso lo que su esposa había escogido para él. No era nada extravagante como en un principio había temido viniendo de su esposa, sino un conjunto tan elegante como el de su hermano y que lo sorprendió bastante, aunque había ciertas cosas con las que no estaba del todo de acuerdo.
Desde su estancia en Lusus se había acostumbrado a no llevar nada salvo su gabardina de cintura para arriba, pero esta vez no podría hacerlo. La ropa escogida por Sarah, aunque no muy amplia, cubría en parte su pecho con una tela de seda rectangular que se detenía a unos diez centímetros de sus hombros dejando tanto su cuello como parte del pecho al descubierto. Allí, lejos de unirse a unas mangas o algo corriente, dos cintas de la misma tela azul la sujetaban subiendo en diagonal hacia sus hombros para unirla a una capa de tela similar que también cubría su espalda. Además de esto, dos nuevas cintas en cada costado mantenían ambas piezas tensadas sobre su cuerpo llegando a marcar las líneas de su pecho con la tela y sin llegar en ningún momento a cubrir sus costados que quedaban por completo al descubierto.
A parte de aquella exótica prenda, su ropa estaba compuesta por unos pantalones de un azul pálido, casi blanco, de aspecto bastante corriente, unos zapatos de corte oriental como los pantalones de su hermano y el mismo color azul que la parte superior de su traje y una corta cola que le llegaba por detrás hasta las rodillas desde su cintura. Esta, al igual que sus pantalones, estaba sujeta a su cintura por un cinturón con una pesada hebilla dorada de diseño triangular. Un color este último que podía verse por todo el traje en forma de multitud de detalles y bordados de oro así como en la muñequera y los dos brazaletes con forma de grandes anillos que rodeaban sus bíceps.
-No está mal. –Señaló su hermano mirándolo con curiosidad. –Y te quejabas porque ella escogiese tu ropa. Podía ser peor.
-Reconozco que yo mismo me he sorprendido. –Admitió Jonathan mirándose a sí mismo. –Pero podía haberse ahorrado esto.
Mientras decía aquello, Jonathan tiró ligeramente de la tela que cubría su pecho y su hermano sonrió ligeramente comprendiendo lo que quería decir. Sin embargo, al cabo de unos segundos los ojos de Álbert parecieron ver algo un poco más arriba y se dirigieron a su cuello al tiempo que este cogía algo de la mesa sonriendo burlonamente.
-Creo que vas a necesitar algo más. –Dijo con una expresión curiosamente divertida que Jonathan no comprendió del todo mientras le daba un collar dorado que su hermana había destinado para él pero no estaba dispuesto a ponerse. –Póntelo o atraerás alguna que otra mirada, esas marcas suelen llamar bastante la atención.
-¿De qué hablas?. –Se preguntó este desconcertado.
A modo de respuesta, Álbert le indicó que se mirase al espejo y señaló su cuello con un dedo para dirigir sus ojos. Al instante, la mirada de Jonathan cambió por completo comprendiendo lo que quería decir al ver la pequeña marca rojiza de forma ovalada en la piel de su cuello y este miró de nuevo a su hermano.
-Gracias. –Dijo poniéndose el collar. –Creo que Jessica disfrutaría bromeando con eso.
-Si ya estás listo será mejor que vayamos a esa fiesta de una vez. –Sugirió. –Por mucho que confíes en Sarah yo no tentaría a la suerte.
-Si pasase algo ya lo sabríamos. –Respondió este dirigiéndose hacia la puerta. –Sus enfados no pasan precisamente desapercibidos.
Todavía sonriendo a causa de aquellas últimas palabras, los dos abandonaron la habitación para salir una vez más al pasillo y se dirigieron a la puerta por la que habían entrado antes caminando entre los guardias que ahora apenas se paraban a mirarles. La música del baile ya se oía desde allí, una suave melodía que concordaba perfectamente con el ambiente de aquel lugar e invitaba a acercarse al salón. Y cuando al fin llegaron a este observaron no sin cierta sorpresa los cambios que había sufrido durante aquellas horas.
El vacío que antes había bajo uno de los arcos de las escaleras estaba ahora ocupado por los músicos del palacio y sus instrumentos, una pequeña orquesta de casi veinte miembros que tocaban lentamente las piezas del baile entre sillas doradas con cojines de terciopelo rojo y pedestales plateados para sostener sus partituras. Pero no solo esto había cambiado, los sirvientes del palacio se alineaban junto a la pared oeste como un pequeño ejército esperando cualquier petición de los asistentes e incluso los guardias vestían armaduras de gala hechas con metales preciosos pensando ya no en protección sino en el aspecto de estas.
Por último, en el espacio central donde el dragón dormía pintado en las baldosas del suelo, los nobles que no se encontraban cerca de los músicos para deleitarse con la melodía bailaban en parejas ataviados con sus mejores ropas sobre aquella improvisada pista de baile. Y precisamente junto a estos, a un lado de aquel círculo entremezclándose con aquellos que no tenían pareja y esperaban encontrar o ser encontrados por alguien, dieron al fin con sus compañeras. Aunque en aquel momento quien pudiese estar a su alrededor dejó de tener sentido para ambos y su mente ya no permitió que sus ojos mirasen a nada salvo a ellas. Su hermana y sus dos amigas centelleaban bajo la luz de las lámparas como pequeñas estrellas, las tres totalmente distintas tanto en sus vestidos como en su carácter, pero igualmente deslumbrantes esa noche.
Atasha llevaba el vestido más sencillo de las tres. Un conjunto de una sola pieza de color azul celeste y blanco que se ajustaba perfectamente a su cintura y sus caderas cayendo a continuación en una larga falda hasta sus pies. Esta, sin embargo, lejos de envolver sus piernas por completo apenas las cubría por detrás en su parte inferior e iba cerrándose poco a poco a partir de sus rodillas hasta que ambas partes se cruzaban a escasos centímetros de sus muslos cerrándola al fin del todo. Algo que por otro lado la joven parecía no encontrar suficiente ya que sus manos descansaban cruzadas justo sobre ese punto con su timidez habitual.
En su parte superior, el vestido seguía ciñéndose a su cuerpo sin despegarse en ningún momento de su piel hasta cubrir sus pechos y la tela se detenía de pronto por encima de estos pasando del raso totalmente opaco a seda transparente de un tono ligeramente blanco. Este nuevo material envolvía su espalda y sus hombros hasta su cuello así como la parte superior de sus pechos y sus brazos rematando en dos volantes de raso en sus muñecas que caían suavemente sobre sus manos cruzadas.
El conjunto de Jess por el contrario, y muy a pesar de esta, era mucho más colorido que el de su compañera y su aspecto resultaba bastante más llamativo gracias a los tonos rojo y dorado que lo componían. A diferencia del vestido de su amiga, el suyo contaba con una falda muchísimo más corta que desaparecía muy por encima de sus rodillas en su parte central y retrocedía aún más hacia sus caderas en los laterales dejando entrever la mayor parte de sus piernas salvo en la parte izquierda de su cadera donde la cinta de tela que ajustaba la falda caía rozando su pierna en forma de lazos de tela. La parte superior, por el contrario, si era ya similar a la de su compañera y volvía a pegarse a su figura mostrando una silueta más femenina de la que ella probablemente habría querido enseñar. La tela contorneaba sus caderas, su cintura y su pecho para detenerse justo sobre este en su lado izquierdo pero continuando hasta su hombro en el derecho trazando un suave arco en el que se entremezclaban las mismas transparencias de seda rosada que en su cintura con tejido totalmente opaco de raso rojo y líneas doradas.
Estas últimas parecían nacer además en uno de sus costados y se extendían por todo el vestido como delicados bordados cada vez más estrechos. Todo esto le daba un aspecto curioso y atrayente gracias a la desnudez de su cuello sobre el que solo sus cabellos ahora sueltos caían suavemente y la falta de simetría entre sus hombros: uno totalmente desnudo al igual que su brazo y su costado y el otro cubierto por el vestido hasta la muñeca.
Pero sin duda el más espectacular de los tres conjuntos había caído en manos de la tercera de las jóvenes. Su vestido no solo era mucho más vistoso que el de sus compañeras, también resultaba a todas luces más sensual y de alguna forma parecía encajar a la perfección con ella.
Allí donde los vestidos de sus dos amigas se ceñían a sus cuerpos pegándose a sus cinturas, el suyo desparecía por completo dejándola al descubierto salvo por dos cintas cruzadas que unían la pare superior a su falda frente a su ombligo. Esta, al igual que la de Atasha, llegaba hasta sus pies envolviendo sus piernas en la suave caricia de la seda dorada y transparente que la formaba, pero estaba abierta no en uno sino en ambos lados hasta sus caderas revelando por completo sus piernas a cada movimiento y deslizándose entre ellas como un velo en lugar de una verdadera falda.
La parte superior del vestido no era tampoco muy diferente. Lejos de recuperar la opacidad que predominaba en los de sus compañeras, el suyo mantenía el mismo estilo ajustándose perfectamente a la sinuosa silueta de la joven para resaltar cada curva de esta pero sin abandonar las transparencias. La tela cubría su torso casi por completo llegando hasta su cuello y desapareciendo solo en un amplio escote con forma de óvalo vertical que dejaba ver el sensual valle entre sus pechos, pero esto no ocultaba en absoluto su figura. Ni siquiera allí donde la tela se extendía por sus hombros perfilándolos con la misma silueta dorada que sus brazos esta dejaba de ser transparente y el conjunto habría resultado peligrosamente atractivo de no ser por sus adornos.
Afortunadamente, sobre la tela transparente que lo formaba numerosos bordados dorados y verdes se entremezclaban rodeaban su cintura y contorneando tanto la parte frontal de sus pechos como la zona superior de su falda ocultando todo aquello que debía ocultarse. Lo que, pese a todo, no conseguía en absoluto atenuar la abrumadora belleza de la joven con aquel vestido ahora que incluso sus cabellos quedaban recogidos a su espalda por un broche que los dejaba caer en forma de coleta tras ella dejando libres solo dos mechones para que cayesen a cada lado de su cara.
Aquella fue una imagen que los dos recordarían por mucho tiempo, tanto Álbert que se había sorprendido notablemente por el aspecto de su hermana en cuanto había sido capaz de apartar sus ojos de Atasha para mirarla como Jonathan que parecía totalmente atónito ante el aspecto de Sarah. Ni siquiera pareció darse cuenta de donde estaban, los ojos del mayor de los hermanos miraban fijamente a su esposa desde el otro lado de la pista incapaces de desviarse a cualquier otra cosa y el propio Álbert tendría que decir algo para que pudiesen seguir hacia ellas.
-Intenta no olvidarte de respirar. –Bromeó dándole una palmada en la espalda. –Si tanto te gusta ve con ella cuanto antes e intentar merecértela. Como ya te dije una vez, tienes mucha suerte.
-Es fácil de decir… -Murmuró Jonathan sin apartar un solo instante su mirada de ella. –Sabía que era hermosa, pero jamás supuse que llegaría a verla así.
-En cierto modo es la primera vez que la ves como es ella y no como Jessica o Atasha quieren que sea. –Comprendió Álbert mirando todavía con una sonrisa a su hermano pero sin apartar por completo su mirada de las tres jóvenes. –Pero deberías hacerme caso y darte prisa, creo que alguien ya está pensando en adelantársete.
Justo en el momento en que Álbert decía esto, los ojos de Jonathan se desviaron al instante hacia un lado abandonando por un momento el embrujo de la imagen de su esposa y pudo ver lo que este le señalaba. Mientras las tres jóvenes esperaban junto a la general, uno de los nobles que paseaban alrededor de la pista buscando pareja posó sus ojos en la joven de cabellos carmesí y se acercó a ella con una agradable sonrisa para invitarla a bailar. Aunque, muy para su desgracia, ni la mirada de esta ni sus palabras serían exactamente las que esperaba como respuesta.
-No sé bailar. –Respondió en un tono para nada agradable Sarah mirando sombríamente la mano que le tendía el joven noble.
-Eso no es ningún problema. –Aseguró este sin darse por vencido de todas formas, demasiado atraído por la belleza de aquella desconocida para ceder tan fácilmente. –Para mí sería un placer enseñarle si me permite ser su pareja por un baile señorita.
-Tampoco quiero que me enseñes. –Volvió a responder en el mismo tono brusco de antes levantando ahora la mirada por encima del hombro del joven. –Y ya tengo pareja, déjame tranquila.
-¿Ya tiene pareja?. –Pareció sorprenderse el noble. –Mis disculpas señorita, me resulta difícil imaginar que alguien deje sola a una dama tan…
Aquel muchacho ni siquiera llegaría a terminar su frase. Antes de que pudiese hacerlo, una mano calló pesadamente sobre su hombro derecho apretándolo con una fuerza que lo hizo interrumpir al instante sus palabras y lo giró de un tirón hacia su dueño. Alguien cuyos ojos rojos como rubíes y cabellos de plata lo hicieron estremecerse al instante tanto por lo extraño de su aspecto como por la fría mirada que le dirigió en ese momento.
-¿Te importa?. –Preguntó Jonathan en un tono de voz sombrío y en absoluto amistoso. –Creo que estas molestando a mi esposa.
El noble ni siquiera se preocupó en buscar los colgantes de ambos jóvenes para comprobar si esto era o no cierto. La voz y la mirada escarlata de Jonathan bastaron para convencerlo de que no era buena idea insistir y este apenas acertó a disculparse antes de alejarse de ambos. Lo que provocó de inmediato una divertida sonrisa en la propia Sarah y el resto de sus compañeras.
-Estabas deseando hacer algo así. –Dijo Jessica mirando fijamente a su hermano. –Reconócelo.
-Desde hace algún tiempo. –Admitió este volviendo su mirada hacia ella por un segundo antes de dejar que sus ojos buscasen una vez más la figura de su esposa. –Sabes que nunca me gustó demasiado compartir.
-No cambiarás nunca. –Se burló su hermana girando a continuación la cabeza hacia Álbert al ver que los ojos de su hermano mayor ya estaba ocupados. -¿Y bien?. Tú vas a hablar o también te has quedado embobado con ella.
-No seas impaciente, estaba a punto de deciros lo guapas que estáis esta noche. –Respondió Álbert mirándola tanto a ella como a Atasha. –Esos vestidos os quedan estupendamente, me cuesta creer que sea mi hermanita pequeña la que está delante de mí ahora mismo. Y Atasha está deslumbrante, pero esa ya no es ninguna sorpresa.
-No estoy muy segura de si eso ha sido o no un cumplido. –Murmuró Jessica pensando en lo que este acababa de decir. –De todas formas a vosotros esos trajes también os quedan bastante bien, aunque me parece que ninguno de los dos se estaba fijando en mí precisamente.
-Eres nuestra hermana, no debería sorprenderte. –Aclaró Álbert sin molestarse en negar lo evidente ni apartar su mirada de la joven de cabellos más oscuros que ahora bajaba la suya ligeramente ruborizada. –Ya has tenido nuestra atención todos estos años, deja que se la demos a alguien más ahora. Si quieren aceptarla...
-Supongo que en eso tienes razón. –Asintió Jessica bastante animada por esto último al tiempo que se giraba de nuevo hacia sus otros dos compañeros que seguían mirándose fijamente el uno al otro. –En fin, al menos no eres como él. ¿Ni si quiera se te ocurre un cumplido bonito para tu mujercita?. Después de todo se ha arreglado así para ti.
-No es tan fácil como crees, hay cosas que las palabras no pueden describir por mucho que lo intentemos. –Respondió Jonathan sin mirarla todavía, tan perdido en el centelleo dorado de sus ojos y su cuerpo que todo a su alrededor parecía borroso. -Estas preciosa esta noche… tanto que apenas puedo creer que seas real. Pareces demasiado perfecta para existir, me da incluso miedo tocarte y que vayas a desaparecer como una hermosa ilusión que jamás haya estado aquí.
-Sabes que tú puedes tocarme cuando quieras, ahora ya no podrías alejarme de ti aunque quisieras. –Respondió Sarah dando un paso hacia él y sonriendo ante sus palabras, dejando que su corazón se empapase por la dulzura de sus halagos y su mirada. –Además tú también estás muy bien con esa ropa, sabía que te quedaría bien en cuanto la vi. Aunque creo que te prefiero sin eso en el pecho, pero Jess y Atasha insistieron en que tenías que llevar algo.
-Suponía que sería cosas suya, pero gracias por el cumplido. –Agradeció Jonathan extendiendo ahora una mano hacia ella como antes había hecho el noble pero sin dejar de mirar a sus ojos. –¿Dejarás que yo sí te saque a la pista?. Ya sé que no sabes bailar, pero me encantaría que me dejases enseñarte.
-Parece complicado. –Dudó Sarah recuperando por un instante su mirada de niña al dirigir los ojos al resto de parejas que se deslizaban por el círculo central danzando al son de la música. -¿Es necesario?.
-Claro que no. –Respondió Jonathan sacudiendo ligeramente la cabeza. –Pero tengo la suerte de que la mujer más hermosa de toda Linnea sea mi pareja y me gustaría poder seguir la música con ella entre mis brazos aunque solo sea un momento. Quiero que todos sepan que ya hay alguien que te quiere y que hará lo que sea por conservarte.
-Has tardado en responder a mi pregunta… -Comprendió Sarah recordando de pronto algo.
-La respuesta es la misma desde hace tiempo. –Aseguró Jonathan comprendiendo sus palabras. –Y creo que te mereces oírla, es lo único que puedo ofrecerte ahora mismo.
-Para mí es más que suficiente.
Sarah comprendió sus palabras a la perfección nada más oírlas pues ella misma sentía una sensación muy parecida en su pecho al mirarle a él y aceptó cogiendo su mano para dejar que la llevase a la pista. Sin embargo, y para sorpresa tanto de esta como de los demás, lejos de hacerlo inmediatamente Jonathan alargó su otra mano hacia ella colocándola encima de la suya y abrió el puño dejando caer algo que había estado escondiendo con cuidado en su interior durante todo aquel tiempo.
Al instante, Sarah notó como algo ligero y suave caía sobre sus dedos y cuando Jonathan apartó la mano sus ojos centellearon al ver la delicada flor que descansaba ahora sobre su palma: una Rosa de Lusus.
-Me pareció que te gustaban. –Dijo Jonathan sin dejar de mirar a aquellos ojos ahora llenos de alegría y emoción.
-Jonathan… -Susurró visiblemente sorprendida todavía, no por la flor sino por qué él se hubiese fijado en un detalle así y hubiese ido a buscarle una desde el palacio. -…es muy bonita.
-Parece que por una vez la has dejado sin palabras. –Notó Jessica mirándolos a los dos con una cariñosa sonrisa y dándose cuenta de la sorpresa que había en la mirada de Sarah. –Anda, deja que yo te la ponga.
Con cuidado para no doblar uno solo de los pétalos, Jess cogió la flor de las manos de su amiga sin esperar una respuesta de esta y se la colocó en el pelo atándola con uno de sus mechones a un lado de su cabeza de forma que los pétalos azul oscuro de la flor destacaban sobre los cabellos rojo fuego de su melena dándole un aspecto aún más encantador.
-Perfecta. –Afirmó Jonathan en cuanto esta terminó de colocársela. -¿Vamos?.
Una vez más, Jonathan le ofreció su mano a su esposa y esta asintió con la cabeza sin la menor duda ya sobre su petición. Aunque, como de costumbre, lejos de conformarse con su mano Sarah la ignoró por completo rodeando su brazo con el suyo y los dos se dirigieron a un rincón relativamente vacío de la pista de baile para que Jonathan pudiese intentar enseñarle a bailar. Algo que pronto se revelaría como una tarea mucho más difícil de la que el mismo había pensado y arrancaría más de una sonrisa a sus compañeros al verlos tropezar de un lado para otro sin soltarse un solo instante o preocuparse por el resto de parejas.
-Creo que esos dos están ahora mismo mucho más lejos de nosotros de lo que parece. –Sonrió Agatha mirando al resto del grupo. –Reconozco que me dan un poco de envidia, resulta casi embarazoso mirar a una pareja tan melosa como ellos aunque sean unos recién casados.
-Los has cogido en un buen día. –Le aseguró Jessica riendo ligeramente. –Por lo general pasan más tiempo peleándose que diciéndose esas cosas.
-Eso también es bastante normal. –Afirmó Agatha sin la menor sorpresa al tiempo que dirigía sus ojos hacia el único chico que quedaba en el grupo. –En fin, ¿Y tú?. Tienes a dos chicas preciosas a tu disposición para sacarlas a bailar y seguro que estarás impaciente por llevarte a una. ¿Pero qué tal si antes dejas que esta aburrida general se divierta un poco acompañándola en un baile?.
Los ojos de Álbert vacilaron un instante al oír esto. Su mirada se dirigió casi de inmediato hacia su derecha buscando la de la joven a la que había estado mirando desde el principio, pero los ojos de esta seguían evitando los suyos y no dijo una sola palabra, lo que lo convenció de cual debía ser su respuesta.
-Aburrida no es precisamente la palabra que yo usaría para definirte. –La contrarió devolviéndole su sonrisa y ofreciéndole cortésmente la mano. –Pero será todo un placer, aunque no bailo desde que salí del orfanato y no estoy seguro de recordarlo.
-No te preocupes, eso nunca se olvida.
Al tiempo que decía esto, Agatha usó su mano desnuda para coger la de Álbert y los dos se alejaron también hacia la pista de baile procurando dirigirse lo más lejos posible de donde se encontraban sus compañeros para no acabar golpeándose con ellos como muchas de las otras parejas. Momento que Jessica aprovechó para relajarse un poco y tironear de su falda hacia abajo ahora que Agatha no la veía mientras seguía a los cuatro con su mirada.
-Estupendo, ahora nos han dejado solas. –Suspiró dándose por vencida al comprobar que su falda no iba a moverse ni un centímetro más hacia abajo. -¿Y para esto hemos venido al baile?. ¿Qué se supone que debemos hacer ahora?.
Jess esperó una respuesta de su amiga durante unos segundos, pero al ver que esta no llegaba su atención se desvió al fin de la pista de baile para mirarla y al hacerlo se dio cuanta al instante de por qué no le contestaba. Atasha ni siquiera parecía haberla escuchado, estaba en silencio a su lado con una expresión triste que enturbiaba sus ojos disipando la alegría de hacía unos minutos y la mirada fija en una de las parejas de la pista. La misma que hacía unos segundos acababa de formarse junto a ellas y en la que se encontraba aquel cuya simpatía por Agatha parecía ser precisamente la causa de la tristeza de la joven.
-Atasha… -La llamó preocupada. -¿Estás bien?.
-Sí. –Respondió al instante la joven levantando la cabeza y girándose hacia ella al tiempo que intentaba volver a sonreír, aunque sin mucho éxito. –Estoy perfectamente.
-Claro… -Asintió con ironía Jessica sacudiendo la cabeza al comprender que solo podía hacer una cosa. –No te imaginas lo poco que me gusta lo que estoy a punto de hacer llevando este maldito vestido. Espero que al menos me lo agradezcáis.
-¿Qué quieres decir?. –Preguntó desconcertada Atasha.
Lejos de responder, y para mayor sorpresa de su amiga, Jessica miró hacia su falda con resignación una última vez y suspiró de nuevo antes de decidirse al fin a moverse. No le hacía la menor gracia tener siquiera que caminar con aquel vestido, pero estaba cansada de ver a sus compañeros así y cogió a Atasha por una mano sin dar una sola explicación para llevarla con ella a la pista.
-Jess, ¿Qué haces?. –Preguntó cada vez más preocupada Atasha. -¿A dónde vas?.
-A arreglar algo para lo que parece que tú no tienes voluntad suficiente. –Replicó esta deteniéndose de pronto y girándose hacia ella para cogerla en la misma forma que su hermano mayor había cogido a Sarah para enseñarle a bailar. –Tú solo sígueme y estate calladita un momento. Te aseguro que me gusta tan poco estar aquí como a ti.
-Jess, no puedes hacer esto. -Titubeó atónita Atasha dejándose llevar entre el resto de parejas que observaban de reojo a las dos jóvenes visiblemente sorprendidas. –Somos dos chicas, no deberíamos estar aquí juntas.
-¿Crees que no lo sé?. –Respondió ahora totalmente seria Jessica mirándola fijamente a los ojos con una firmeza que la sorprendió aún más. –Ahora escúchame bien. Si tanto te molesta lo que estabas viendo voy a ayudarte, conozco a mi hermano y no creo que me equivoque al hacerlo. Pero no puedo hacerlo todo por ti, si quieres algo eres tú quien tiene que hacer lo que sea por conseguirlo o lo perderás, lo siento pero yo es todo lo que puedo hacer. Si ella no hubiese aparecido lo habría dejado todo en manos de Álbert, pero ahora no estoy tan segura de qué pasará y tendrás que ser tú la que haga algo. Si ni siquiera eres capaz de eso entonces me doy por vencida, de lo contrario acabaría haciéndole daño a mi hermano.
Atasha se calló al instante al escuchar esto y se dejó llevar sin una sola protesta más. Sus ojos se habían vuelto tan serios como los de la propia Jessica y esta se dio cuenta de que la había comprendido, aunque era difícil saber cual sería su decisión ya que ni siquiera parecía saber que decir. De todas formas, Jessica continuó con su plan original y no tardó en alcanzar a la pareja formada por Álbert y Agatha que seguían bailando en el centro de la pista.
Una vez junto a ellos, Jess soltó de nuevo a Atasha colocándose detrás de Agatha y tocó el hombro de esta para llamarla. Al instante, la general se giró hacia ellas dejando de bailar y tanto esta como Álbert las miraron un tanto sorprendidos, aunque ninguno tendría tiempo de preguntar nada.
-¿Te importa dejármelo un momento?. –Preguntó Jess señalando a su hermano con la mirada.
-Claro que no. –Asintió Agatha sonriendo amistosamente. –Es todo tuyo, solo era un baile.
Nada más oír esto, y lejos de coger a su hermano para bailar como había pedido, Jess tiró de Atasha empujándola directamente contra este y se quedó junto a Agatha esperando a que los dos empezasen a bailar como el resto de parejas. Cosa que, pese al repentino silencio de Atasha y la forma en que esta evitó al instante mirar a Álbert a los ojos, no tardaría en suceder ya que este se ocuparía de guiarla al compás de la música tras intercambiar una rápida mirada con su hermana.
-Lo siento. –Se disculpó Jessica en ese momento mientras los veía alejarse.
-No te preocupes. –La tranquilizó Agatha con una comprensiva sonrisa. –Eres una buena hermana, esos dos tienen suerte de tenerte.
-Espero que no creas que tengo algo en tu contra. –Continuó Jessica a pesar de las palabras amables de la general. –Pero creo que es mejor así.
-Lo sé. –Asintió Agatha posando la mano cubierta por su guante sobre el hombro desnudo de la joven. –Vamos, será mejor que salgamos de la pista.
Totalmente de acuerdo con las palabras de la general y aliviada por lo bien que parecía habérselo tomado, Jessica siguió su consejo y las dos salieron de la pista para dejar tranquilas a las parejas que seguían bailando. Una vez fuera de nuevo, sin embargo, esta se encontró con el mismo problema que antes y miró aburrida a su alrededor sin nada que hacer salvo seguir observando a sus compañeros en el baile.
-En fin, ya he vuelto a quedarme sola. –Se resignó. -¿Y ahora que hago?.
-Ese es el problema cuando hay dos chicos y tres chicas. –Apuntó Agatha mirándola con una expresión juguetona que no le gustó en absoluto. –Pero no te preocupes, ahora mismo lo arreglo.
Nada más terminar aquella frase, Agatha miró a su alrededor como buscando algo y se giró hacia un lado donde algunos nobles sin pareja esperaban junto a la pista.
-¿Vais a pasaros ahí toda la noche o pensáis sacar a alguien a bailar?. –Preguntó dirigiéndose al grupo que giró su atención hacia ella al instante. –Aquí hay una jovencita sin pareja, ¿Ninguno se atreve a invitarla?.
La reacción fue inmediata. Nada más oírla, varios de aquellos jóvenes se acercaron a Jessica con la misma cortesía que el que ya antes había intentado sacar a bailar a Sarah y esta se encontró de pronto con más invitaciones de las que podía realmente aceptar.
-¿Por qué no me estaré calladita?. -Pensó para sí mientras cogía la mano de uno de los nobles y se dejaba llevar a la pista con un suspiro de resignación.
Finalmente sola al borde de la pista y sin nadie que la invitase a participar también en el baile dada la reticencia de los nobles a acercarse a una general, Agatha apartó los ojos de Jessica y volvió su mirada al mayor de los hermanos. Había sido el primero en alejarse del ella, pero su imagen seguía grabada en sus ojos y estos mostraron de pronto una mirada melancólica y extraña mientras lo observaba bailar con su esposa.
Aquel traje le daba un aspecto extraño que había despertado viejos recuerdos. Los colores suaves y claros, los adornos dorados de metal sobre su piel desnuda, el diseño exótico y apenas suficiente para cubrir un cuerpo atractivo y de músculos perfectamente definidos sin llegar a perder la elegancia., incluso su peinado parecía ser el mismo de aquella imagen que se encendía en su mente al mirarlo y solo el brillo plateado de sus cabellos o los ojos escarlata del joven difuminaban sutilmente recordándole que era solo eso, un recuerdo..
-¿Ves algo que te interese?. –Preguntó de pronto una voz a su lado casi sobresaltándola. –Si es así me sorprende verte aquí, no sueles rendirte fácilmente ante nadie.
Agatha suspiró sacudiendo ligeramente la cabeza al oír esto y se giró hacia su interlocutor con una sonrisa tan suave y peculiar como de costumbre. Era un hombre joven, apenas de unos treinta años, de ojos oscuros y ligeramente rasgados como los de Atasha pero cabellos dorados atados en una larga y delgada coleta a su espalda que en aquel momento caía sobre la chaqueta de un vistoso uniforme de gala. Bajo este podía apreciarse una figura robusta y corpulenta, algo nada común entre los nobles que daba una idea de su verdadera identidad, aunque el hecho de que fuese el único que se atreviese a hablar con la general de aquella forma lo hacía todavía más claro.
-¿Celoso Kalar?. –Respondió Agatha mirando a los ojos a su compañero de rango.
-Más bien sorprendido. –Replicó él siguiendo también con la mirada a la pareja. –Sería inadecuado que sintiese celos por algo que no me pertenece.
-Inadecuado, pero no imposible, el corazón no siempre sigue esa lógica. –Matizó Agatha. –Pero en este caso no deberías preocuparte, no es por eso por lo que le miraba.
-¿No?. –Repitió el general mirándola de reojo con cierta incredulidad.
-En realidad creo que ni siquiera era a él a quien estaba mirando. -Respondió esta con una voz en la que se apreciaba una vez más aquella melancolía. –Solo a un fantasma del pasado que he visto demasiadas veces en los cuadros que nos enseñaban de pequeños.
-El emperador… -Comprendió Kalar entrecerrando ligeramente los ojos al mirar a Jonathan. –Es cierto, la ropa es casi la misma que en los viejos tapices del imperio. Solo cambia el rostro de quien la lleva.
-Un rostro mucho más agradable que los de esas pinturas si quieres mi opinión. –Sonrió la general desviando al fin la mirada por completo de los dos jóvenes. –Lástima que no tenga ni tiempo ni posibilidades para conseguirlo. Sé cuando he perdido.
-El tiempo es precisamente lo que debería preocuparte ahora, no esas cosas -Cambió de tema Kalar aprovechando que Agatha parecía volver a ser la de siempre. -¿Cómo va todo?.
-Por mi parte sin ningún problema, todo cuanto podía hacer está hecho. –Aseguró la general mirándolo un tanto seria. –Ahora solo nos queda esperar, el resto nos guste o no ya no depende de nosotros. ¿Y tus guardias?.
-En sus puestos y alerta. –Confirmó Kalar. –Si se acercan tendrán que deshacerse de alguno o todo el palacio estará en alerta antes de que puedan siquiera llegar a él.
-Perfecto. –Asintió Agatha con un nuevo suspiro antes de levantar la mirada extendiendo una mano hacia su compañero. –En ese caso solo nos queda esperar. Ahora sé un caballero y ayuda a una dama a distraerse mientras no termina la fiesta.
-Será un placer.
Dicho esto, Kalar cogió su mano inclinando al mismo tiempo la cabeza hacia ella con cortesía y esta le devolvió el gesto antes de que los dos se alejasen hacia la pista para bailar con el resto de parejas. Las melodías tocadas por los músicos eran todas piezas lentas y suaves, hechas para bailar sin problemas incluso con los complicados vestidos con que las damas de la alta sociedad de Ramat habían acudido a él, aunque en esta ocasión no solo las favorecería a ellas.
Gracias al tranquilo ritmo de aquella música, Jonathan había conseguido finalmente enseñar a Sarah a moverse con él sin que sus pies se tropezasen con los suyos ni deambulasen sin rumbo por la pista y por fin podían disfrutar del baile como la pareja que eran. Los ojos de ambos seguían tan fijos en los del otro como al principio, brillando con la mezcla de emociones que los embargaba mientras se movían juntos al son de la música en un mundo propio al que sus sentidos los habían llevado negándose a ver, a escuchar… a sentir cualquier cosa que no fuesen ellos mismos.
En un principio Sarah se había dejado llevar cogiendo la mano con que la guiaba Jonathan y rodeando su costado con su otro brazo mientras él la cogía por la cintura, pero conforme pasaba el tiempo esto se le había echo insuficiente y no habían tardado mucho en acabar bailando abrazados como muchas otras parejas.
Con aquel vestido podía sentir perfectamente las manos de su esposo en su espalda y en su cadera al igual que sus brazos indicándole suavemente la dirección a seguir y le daba igual quien los mirase. Solo quería hacer lo mismo para devolverle el cariño que él le profesaba, pegarse a su cuerpo dejando que sus pechos rozasen ligeramente el suyo sin más obstáculo que las sedas que formaban su traje y su vestido mientras sus rostros se acercaban cada vez más y sus manos lo mantenían cerca de ella hundidas bajo la cortina de plata de su melena.
Ambos estaban tan perdidos en ellos mismos que ni siquiera se dieron cuenta del cambio que había tenido lugar en la pista a su alrededor. Los nobles se habían ido alejando hacia otra parte de la misma para dejar sitio a alguien más importante y solo algunos seguían allí manteniendo las distancias, entre estos los propios Kalar y Agatha, pero ellos no habían notado nada y su baile continuó inmutable en un abrazo cada vez más apasionado. O al menos así fue hasta que, de pronto, ambos chocaron con alguien y la pareja se detuvo para mirar a los dos jóvenes que también acababan de dejar de bailar al tropezarse con ellos.
Jonathan tardaría unos segundos en reconocerles dado que era la primera vez que los veía, pero para Sarah todo fue mucho más sencillo. Nada más girarse hacia la otra pareja sus ojos se encontraron con dos rostros familiares y esta recordó al instante la última vez que los había visto. Ni siquiera necesitaba fijarse en el complicado vestido repleto de joyas de la joven o el traje del muchacho para reconocerles, aunque esto sí pareció atraer la atención de Jonathan haciendo que él también se diese cuenta de quienes eran.
Sin embargo, y para mayor sorpresa de este, lejos de reaccionar de la forma altiva que había supuesto ambos jóvenes sonrieron al mirarles aparentemente divertidos y volvieron a su baile sin más gestos que una agradable mirada con que los ojos claros de la joven se despidió de ambos.
-Los príncipes… -Murmuró Jonathan volviendo también a bailar para alejarse de ellos como los demás y todavía sorprendido. –No me había dado cuenta de que ya estaban aquí, creo que deberíamos prestar un poco más de atención a nuestro alrededor.
-¿Por qué?. –Preguntó Sarah cambiando la fascinación de su mirada por su curiosidad de costumbre durante unos segundos. –Parecían bastante amables.
-No son ellos los que me preocupan, por lo que he visto son incluso más jóvenes de lo que dice la gente y dudo que tengan control alguno sobre sus vidas. –Explicó Jonathan mientras ambas parejas se alejaban. –Pero no me gustaría que nos tomasen por alguien que intenta atacarlos si nos acercamos demasiado.
-No creo que les haya molestado, a mi no me gustaría que todos se alejasen de mi de esa forma como hacen con ellos. –Insistió Sarah levantando ligeramente una ceja para mirar de forma extraña a Jonathan. –Ella incluso te sonrió antes de seguir.
-Nos sonrió a los dos. –Matizó Jonathan sonriendo burlonamente ante aquellas palabras. –No es más que una niña y probablemente esté educada para reaccionar así. Además, yo ya tengo a mi princesa, no necesito otra.
Sarah le devolvió la sonrisa ante su comentario y los dos continuaron danzando hacia un rincón de la pista abrazándose una vez más mientras el resto de parejas volvían su atención a los príncipes. Todos estaban demasiado ocupados observando a los dos futuros soberanos de los dos reinos como para prestar atención a la joven de silueta dorada y cabellos de fuego que bailaba entre los brazos de su esposo, algo que estos dos agradecían en cierto modo.
Sus últimas palabras habían hecho que Sarah le abrazase con más fuerza que antes y sus rostros ya se habían encontrado un par de veces en dos cortos besos, pero ambos se atraían demasiado para conformarse con eso. Sus cuerpos completamente pegados en aquel abrazo vibraban a cada roce y cada beso fue haciéndose poco a poco más apasionado hasta que el propio Jonathan se dio cuenta de que acabarían llamando la atención de los demás al notar los labios de su esposa acariciando suavemente su cuello por un instante.
-Sarah… no hagas eso. –Pidió maldiciendo por dentro cada letra que conformaba aquellas palabras. –La gente empezará a mirarnos.
-¿Qué tiene eso de malo?. –Preguntó ella con la inocencia de la niña mezclándose en una forma imposible en su mirada con la pasión de la mujer que acababa de besarle. –Solo es un beso.
-No me lo pongas más difícil. –Insistió Jonathan devolviéndole un nuevo beso a pesar de sus palabras, cómo si su cuerpo y su mente actuasen de formas opuestas. –Ese vestido ya es bastante tentación por si solo.
-Vuelves a hacer lo mismo. –Le recriminó su esposa mirándolo a los ojos sin la menor intención de separarse de él. -¿Por qué insistes en tener miedo de lo que deseas?.
-Esto está lleno de gente. –Trató de explicar Jonathan. –No te hagas la ingenua ahora, sé que entiendes lo que quiero decir perfectamente.
-Lo entiendo, pero eso es fácil de arreglar. –Sonrió esta dirigiendo una rápida mirada hacia un lado y pasando de pronto a tirar de él con sus brazos para dirigirlos a ambos en la dirección que ella quería. –El palacio es muy grande.
Jonathan comprendió al instante lo que quería decir y pensó en algo para responderle, pero sus labios cerraron su boca borrando por completo aquella respuesta de su mente y sus siguientes palabras no serían ya una protesta precisamente.
-Puedes ser muy convincente cuando quieres. –Dijo apretando con un poco más de fuerza su brazo alrededor de la cintura de su esposa para dirigirse hacia uno de los pasillos laterales del salón sin dejar de bailar con ella. –Pero algún día tendrás que dejarme ganar una discusión.
-Puedes ganar esta sí es lo que quieres. –Aseguró Sarah mientras ambos cruzaban entre los dos guardias que vigilaban la entrada al pasillo fundiendo sus labios en un nuevo beso y se alejaban cada vez más de la fiesta. –Solo tienes que decir que no.
-No. –Respondió al instante Jonathan. -¿Basta con eso?.
Sarah pareció sorprenderse al oír esto y se detuvo de golpe mirándolo decepcionada. Sus ojos habían cambiado por completo al escuchar la respuesta que ella misma le había sugerido dejando claro que no la esperaba y su cuerpo incluso se separó del suyo para cumplir lo que había dicho. Sin embargo, antes de que pudiese hacerlo el brazo de Jonathan que rodeaba su cintura la apretó con más fuerza atrayéndola una vez más hacia él y este sonrió burlonamente sacudiendo la cabeza.
-No se puede ganar yendo en contra de lo que uno mismo quiere. –Aclaró Jonathan mirando embrujado al fondo de los ojos dorados de su esposa. -Recuerda lo que tú misma me dijiste la otra noche. “Sí empiezas algo, acábalo”.
Los ojos de Sarah centellaron de pronto al escuchar estas palabras y no esperó un segundo más para responderle, aunque no con su voz precisamente. La joven deslizó sus brazos alrededor de su cuello hasta alcanzar su rostro para besarle de nuevo y ambos trastabillaron caminando hacia atrás hasta que la espalda de Jonathan tocó una de las puertas del pasillo. Algo que esta vez Jonathan ya no quería parar en absoluto y a lo que respondió tanteando con una mano en la puerta hasta dar con el pomo que la abría, aunque en ese momento se encontraría con un nuevo problema.
-Está cerrada. –Murmuró en cuanto ella lo dejó respirar, sintiendo como su cuerpos se rozaban y sus piernas se deslizaban a ambos lados de una de las suyas permitiéndole pegarse por completo a él..
Su esposa apenas dudó sobre qué hacer esta vez. Movió una de sus manos hasta el pomo con la misma impaciencia con que él lo había buscado antes, lo sujetó entre sus dedos por unos segundos y sus ojos emitieron un brillante destello azulado antes de cerrarse en un nuevo beso al tiempo que el chasquido metálico de algo al romperse llegaba a los oídos de Jonathan procedente de su espalda.
Más que consciente de lo que había pasado, Jonathan giró el pomo de la puerta cuyo pestillo acababa de ceder bajo los poderes de su esposa, la abrió lo justo para poder entrar y tiró de ella hacia el interior mientras una de sus manos buscaba sus caderas deslizándose bajo su falda por una de las aberturas de esta. La puerta se cerró tras ellos casi de inmediato empujada esta vez por Sarah y ninguno se preocupó ya por la fiesta o lo que pudiese suceder en ella. Después de todo, como Agatha había insistido en señalarles eran solo invitados allí y sus hermanos también estaban todavía en el baile si sucedía algo.
Lo que la pareja no sabía, sin embargo, era que en aquel mismo instante el resto de sus compañeros estaban también bastante ocupados. Sobretodo su hermano y la joven que desde hacía un buen rato bailaba con él tras la “sutil” forma en que Jessica la había arrojado entre sus brazos. Aunque el silencio que Atasha se empeñaba en mantener mientras se dejaba llevar de un lado a otro de la pista abrazándolo suavemente empezaba a resultar frustrante para este.
Álbert no había apartado sus ojos de ella un solo instante desde que había chocado literalmente contra él y se había dejado envolver entre sus brazos. Su mirada había buscado la suya en cada momento, había recorrido su rostro y las curvas de su cuerpo acentuadas por aquel vestido alegrándose de poder disfrutar de su compañía. Pero ella no había respondido una sola vez, sus labios no se habían abierto en ningún momento para decir una sola palabra que le permitiese saber qué pensaba y sus ojos ni siquiera se atrevían a mirarle.
Por fortuna para ambos, sobretodo para él dada la preocupación que la actitud de la joven empezaba a despertar en su corazón llenando de dudas una mente acostumbrada a tenerlo todo claro, algo atraería de pronto su atención sacándolos de aquella difícil situación. Mientras los dos seguían bailando y Jess hacía lo mismo al otro lado de la pista resignada a la suerte que le había tocado gracias al “favor” que acababa de hacerle Agatha, el tiempo pareció cambiar en el exterior del palacio y un trueno resonó de pronto sobre el mismo al tiempo que el brillo azulado de un rayo se filtraba en el salón a través de los ventanales. Algo que llamó de inmediato la atención tanto de Álbert como de las dos jóvenes.
-Otra tormenta... –Susurró en un tono bajo que solo su compañera de baile y él mismo podían escuchar. –Empiezo a pensar que Jessica sí tenía razón, el cielo estaba totalmente despejado hace unas horas y esto no puede ser una tormenta normal.
-¿No creerás qué… -Titubeó Atasha diciendo al fin algo al comprender sus palabras, pero dirigiendo su mirada a la ventana en lugar de a él.
-Yo diría que es bastante posible. –Afirmó Álbert mirando a su alrededor y comprobando que, tal cómo pensaba, tanto su hermano como Sarah habían desaparecido de la fiesta. –Hace un rato que no les vemos y no parece que estén ya en el baile.
-Pero no pueden… -Insistió Atasha visiblemente sorprendida al comprobar que este tenía razón. –¿Aquí?. Estamos en el palacio, cómo van a…
-¿Realmente crees que a Sarah le importa eso?. –Respondió Álbert sonriendo ligeramente. –Llevaban un rato bastante acaramelados y debieron aprovechar la llegada de los príncipes para escaparse de la fiesta.
-Supongo que tienes razón. –Aceptó Atasha volviendo a bajar la mirada para continuar bailando como antes.
-Al menos esta vez la tormenta también nos ha servido de algo a nosotros. –Continuó Álbert en absoluto dispuesto a dejarla volver a hacer lo mismo. –Estabas tan callada que empezaba a pensar que no te gustaba bailar conmigo.
-Lo… lo siento. –Se disculpó ella con voz de nuevo temblorosa y dubitativa. –No sabía qué decir. Pero claro que me gusta.
-¿Por qué ni siquiera me miras entonces?. –Insistió Álbert hablando de pronto mucho más serio y sin apartar sus ojos del rostro de la joven. –Atasha, tú no eres Sarah y sé que entiendes las cosas, no podemos seguir así eternamente.
-Tú tampoco eres Jonathan. -Respondió Atasha al tiempo que apretaba sus brazos abrazándole con más fuerza cómo si su cuerpo reaccionase inconscientemente a sus palabras. –Y me asusta mirarte a los ojos… no soporto lo que veo en ellos.
-¿Te doy miedo?. –Se sorprendió Álbert en parte dolido por sus palabras. -¿Por qué?.
-Porque me recuerdan demasiado mis defectos, me hacen sentirme inútil. –Explicó ella aparentemente decidida a responder, dejando que sus brazos la confortaran mientras su mente liberaba al fin sus dudas. –Siempre que te miro veo lo mismo: tranquilidad, seguridad, calma. Parece que nada te altere y sepas siempre cómo actuar… eres todo lo contrario de mi, de lo que yo querría ser, y haces que me avergüence de mi misma.
Álbert se sorprendió al oír aquellas palabras, no tanto por lo que significaban cómo por la forma en que ella lo abrazaba y la dulzura de su voz. Su comportamiento parecía contradecir sus propias palabras expresando los sentimientos que su timidez ocultaba y él deseaba escuchar, pero esto no hacía sino destrozarle aún más con las dudas que el rostro de aquella muchacha despertaba en su mente y tardó unos segundos en responderle.
-Eso no es cierto, tú forma de ser no es nada de que avergonzarse. –Dijo manteniendo la voz tranquila pero sin poder disimular una suave caricia con que su mano atrajo la espalda de la joven hacia él. -Pero te dejas engañar con demasiada facilidad por las apariencias. Si intentases ver más allá descubrirías que no eres tan diferente de los demás… de mí.
-¿Lo ves?. Incluso ahora sabes qué decir para intentar que me sienta mejor. –Lo contrarió Atasha pegando su cara a su pecho para no tener que mirar a nadie más. –Y esta mañana hiciste lo mismo. Si supieses cuantas respuestas distintas pensé en aquel momento, cuantas explicaciones busqué para borrar la impresión que aquella estúpida frase podía haberte dado sobre lo que pienso de ti. Pero no fui capaz, cuando me miraste no tuve valor para decir nada y dejé que pensases lo contrario de lo que yo quería... aunque eso me doliese a mi misma.
-Entonces creo que te gustará saber que sí lo hubieses hecho me habrías ahorrado unos cuantos quebraderos de cabeza. –Respondió Álbert sonriendo suavemente al comprender sus últimas palabras y lo que querían decir. -¿Tienes idea de cuantas vueltas le he dado a esa frase?. Incluso antes, cuando llegamos al baile, lo primero que me vino a la cabeza cuando te miré y te negaste a devolverme la mirada fue lo que habías dicho esa mañana. Y tú silencio cuando Agatha me pidió que la sacase a bailar… llegué a pensar que preferías que me alejase de ti. Por eso acepté su petición.
-Al menos tú tienes esas dudas y ahora sabes que no es así, qué solo confundiste mi timidez con un rechazo que jamás podría existir hacia ti. –Replicó ella en absoluto animada por sus palabras, negándose aún a levantar la cabeza. –Yo ni siquiera tengo eso. Tú mirada es siempre clara y segura, no hay nada que ver tras ella. Si fuese así, si… sintieses algo, sé que no lo ocultarías cómo no lo haces con ninguna otra cosa.
-¿Es eso lo que crees realmente?. –La voz de Álbert cambió de nuevo al decir esto. El tono amable y cariñoso con que le había estado hablando se volvió de pronto apagado y frío, cómo si un velo de tristeza hubiese empañado sus emociones. -¿Qué si no hago algo es simplemente porque no lo siento?.
-Sí. –Respondió ella con tono dolorido, dejando que sus labios pronunciasen una palabra que le hacía daño. –Sé que no eres como yo, tú no…
-No sabes nada. –La interrumpió él dejando de pronto de bailar para detenerse en medio de la pista ignorando al resto de parejas. –Dices que tengo suerte por tener esas dudas, pero ni siquiera sabes de lo que hablas. ¿Tienes idea de lo que es no saber qué piensas?. ¿De lo que se siente al mirar continuamente a alguien y no obtener más respuesta que indiferencia?. ¿De cuantas veces he deseado una simple palabra que me hiciese más fácil saber qué pasa por tú cabeza… y por tu corazón?.
-Álbert… -Trató de decir Atasha.
-No, ahora vas a escucharme. –La cortó él totalmente serio, con la voz extrañamente temblorosa para alguien de su carácter. –Se acabaron los juegos, sí así es como crees que soy entonces tendrás lo que quieres. Es todo lo que yo puedo hacer por ayudarte a decidir, el resto está en tus manos.
Nada más oír esto, Atasha levantó al fin la cabeza para mirarle preocupada por sus palabras y lo que pudiesen significar. Pero él no le daría tiempo a volver a hablar, en el instante en que sus ojos verdes cómo oscuras esmeraldas se posaron sobre los suyos notó como una de sus manos soltaba su cintura aflojando el abrazo en que la había sostenido durante todo aquel tiempo y sus propios labios reaccionaron con anticipación al adivinar qué sucedería. Su rostro apenas pudo esperarle, se dejó acariciar por aquella mano con al que él la sostenía rozando suavemente su mejilla y una sutil sonrisa se lo aguardó mientras él se inclinaba hacia ella hasta fundir finalmente sus labios con los suyos.
No era la primera vez que se besaban, pero en esta ocasión todo era diferente. Los corazones de ambos latían con fuerza al son de emociones demasiado intensas para seguir reprimidas y los se abrazaron con más fuerza que nunca mientras sus labios se acariciaban mutuamente con toda la dulzura que ambos eran capaces de transmitir. Fueron solo unos segundos, lo justo para que nadie los mirase con demasiado interés, aunque ninguno los olvidaría jamás por lo que significaban para ambos.
-Ahora ya sabes lo que pienso realmente. –Dijo Álbert en cuanto sus rostros se separaron y ella volvió a abrir los ojos para mirarle. –Esta vez no ha sido por que Jess quisiese jugar con nosotros ni para enseñarle nada a nadie, ha sido porque era lo que yo quería, porque me gustas… y porque te quiero. Lo único que te pido ahora es una respuesta, eres mi amiga y lo seguirás siendo sea cual sea por mucho que me duela, pero no puedo seguir esperando a saber qué es lo que sientes, ya no.
-No tienes que hacerlo. –Negó Atasha sin apartar sus ojos de los suyos todavía, venciendo por una vez la timidez que la caracterizaba a pesar del rosado tono que sus mejillas habían adquirido tras aquel beso. –Mi respuesta ya la tienes, está entre tus brazos ahora mismo. Te quiero, quiero estar contigo y lo estaré siempre… a menos que tú dejes de quererlo.
La seriedad del rostro de Álbert desapareció al instante al oír esto. Sus labios formaron una cariñosa y alegre sonrisa idéntica a la de la joven y este no necesitó una palabra más para convencerse de lo qué ella le decía. La abrazó de nuevo pegando por completo su cuerpo al suyo sin preocuparse ya en absoluto por su vestido y ella hizo lo mismo deseando estar tan cerca de él como pudiese. Todas las dudas de su rostro se habían esfumado por completo como si jamás hubiesen existido, lo único que quedaba en él era la maravillosa sonrisa con que le miraba y el débil centelleo de sus ojos llenos de emoción y felicidad.
-Eso me basta. –Respondió al cabo de unos segundos Álbert empezando a moverse de nuevo para continuar bailando antes de que todo el mundo los mirase. –No hace falta que digas nada más.
-No creo que pudiese hacerlo. –Sonrió Atasha apoyando dulcemente su mejilla en su pecho y cerrando los ojos mientras se dejaba llevar en sus brazos al son de la música. -Si no me estuvieses abrazando creo que estaría temblando.
-¿No irás a ponerte a llorar ahora?. –Preguntó con una sonrisa casi burlona Álbert al oír esto y notar también el ligero estremecimiento de su cuerpo entre sus brazos. –Creía que esto te alegraba.
-No he sido más feliz en toda mi vida. –Aseguró Atasha sin abrir los ojos. –Y no pienso llorar.
-¿Entonces por qué no levantas la cabeza y me miras?. –Insistió Álbert divertido por la forma en que ella intentaba negar lo evidente. –Me gusta ver tus ojos.
-Ahora no. –Se negó ella sin moverse en absoluto. –Me gusta estar así.
-Cómo quieras.
Puesto que no parecía dispuesta a ceder y sabía de sobra lo que le sucedía, Álbert decidió dejarla y los dos continuaron bailando sin más palabras que las que sus corazones se susurraban mutuamente en aquel cariñoso abrazo ahora que ambos conocían los sentimientos del otro. Aunque ellos no eran los únicos que lo sabían.
Mientras todo esto sucedía, la menor de los hermanos se había ocupado de guiar convenientemente a sus compañeros de baile alrededor de su hermano y su amiga para no perderlos de vista y ahora sonreía satisfecha al ver como al fin las cosas salían como ella quería. Aunque esto no tardó en dejarla con un nuevo problema en cuanto terminó su último baile y se quedó sola una vez más.
A decir verdad la idea de participar en el baile no le hacía demasiada gracia y mucho menos con aquel vestido, pero quedarse sola al borde de la pista le hacía aún menos ilusión y pronto buscaría una forma de arreglarlo. Dada la “sutileza” con que se había despedido de sus anteriores parejas nada más terminar los bailes que había aceptado por Agatha ninguno de estos se había planteado siquiera en volver a pedirle uno, sin embargo ahora que ella misma quería bailar esto no sería demasiado problema.
Tras dar un par de vueltas alrededor de la pista buscando sin éxito entre los que todavía observaban el baile, Jessica se cansó de mirar entre los refinados nobles de Ramat y no tardaría en encontrar alguien a su gusto en otra parte, aunque este ya no se encontraba junto a la pista sino cerca de uno de los pasillos hablando con los guardias.
Era un muchacho alto, casi tanto como su hermano mayor aunque probablemente un par de años más joven, de ojos claros como el mar y cabellos oscuros que caían hasta sus hombros rodeando su cara sin nada que los atase. No era un noble, eso saltaba a la vista con solo fijarse en el arma que colgaba de la cintura de su elaborado uniforme y la forma en que su cuerpo lo perfilaba denotando un trabajo físico al que los jóvenes de la alta sociedad no estaban acostumbrados, pero a ella le daba igual y se acercó inmediatamente a él.
-¿Tienes pareja?. –Preguntó sorprendiendo bastante tanto al guardia como al chico al que se estaba dirigiendo.
-No. –Acertó a decir este observándola todavía desconcertado, aunque por la forma en que estos recorrieron su cuerpo nada más verla parecía que sus ojos no la encontraban en absoluto desagradable. –Pero señorita, yo no participo en la fiesta, mi tarea es…
-Me da igual. –Aseguró Jess con una alegre sonrisa. –Eres perfecto, vamos.
-Pero señorita. –Trató de decir este totalmente atónito al ver como Jessica lo cogía por un brazo y lo llevaba hacia la pista haciendo que incluso el guardia se riese bajo su armadura. –Soy un capitán de la guardia, debería… señorita… ¿Me está escuchando?.
Lejos de hacerle el menor caso, Jessica continuó su camino hasta que ambos estuvieron entre el resto de parejas y los dos no tardaron en estar bailando como los demás pese a las protestas del capitán. Lo que, por otro lado, no duraría demasiado ya que este pronto se daría cuenta de que intentar persuadirla era imposible y su compañía no era una para nada desagradable.
Así transcurrió el resto del baile para el grupo, sin más problemas ni preocupaciones que mantener el ritmo de la música junto a sus parejas. Ni siquiera el rugido de la tormenta en el exterior perturbaría la calma de la velada y los cinco disfrutaron de la invitación de Agatha tanto como pudieron. Incluso Jonathan y Sarah qué, para alegría de Jessica y alivio del joven capitán con el que había elegido bailar, regresarían unas horas más tarde a la fiesta permitiéndole bromear con ellos para distraerse.
Pero cómo todo aquella fiesta también tenía un final y este llegaría mucho antes de lo que habían esperado dado lo deprisa que el tiempo había pasado para ellos. Poco a poco, conforme las horas que faltaban para el amanecer disminuían, los nobles fueron abandonando la fiesta tal y como los príncipes lo habían hecho ya antes hasta que los cinco acabaron quedándose solos junto a Agatha y Kalar.
-Espero que os hayáis divertido. –Dijo la general mirándolos con su sonrisa de costumbre mientras Kalar permanecía totalmente serio e impasible a su lado. -Estos bailes pueden ser un poco agobiantes si tienes que tratar con los nobles, pero por lo que veo vosotros os las habéis arreglado perfectamente sin ellos.
-La verdad es que no ha estado tan mal cómo esperaba. –Sonrió burlonamente Jessica girando la cabeza hacia Sarah y Jonathan. –Aunque a algunos parece que no les ha bastado y se han divertido con algo más que el baile.
-Tú tampoco te has aburrido precisamente. –Respondió su hermano al instante mirándola de reojo. -Para alguien a la que no le gustan los vestidos te pasaste bastante tiempo bailando con aquel guardia.
-Me pregunto cómo te diste cuenta –Replicó su hermana sin cambiar su sonrisa. –Por cómo nos ignorabais a los demás me pareció que estabais demasiado embobados el uno con el otro cómo para mirarnos siquiera.
-Tú también mirabas al chico con el que bailabas. –Señaló Sarah con una sonrisa juguetona que Jess encontró peligrosamente parecida a la suya mientras veía una vez más aquel brillo infantil en los ojos de su amiga. -¿Por qué te sorprende?.
-No he dicho que me sorprenda, y menos con el aspecto que tenéis los dos hoy. –Aseguró Jessica ahora un tanto seria. –Pero eso no tiene nada que ver con lo que hacía yo, solo estaba bailando.
-¿Entonces no te gustaba ese chico?. –Insistió Sarah haciendo que todos mirasen al instante a Jessica.
-¡Claro que sí!. –Admitió esta ignorando por completo a los demás. –Si no me gustase no lo habría sacado a bailar. Pero no es lo mismo.
-¿Por qué?. –Preguntó Sarah con su sinceridad de costumbre.
-Porque no. –Respondió su amiga empezando a desesperarse. -¿Por qué tiene que tocarme a mi siempre explicarte estas cosas?. Que un chico me parezca guapo no significa que me guste de la misma forma que a ti te gusta Jonathan, son cosas totalmente distintas. Seguro que tú también has visto algún otro chico que no esté mal en la fiesta.
Nada más oír esto, Sarah pareció pensar por un momento en las palabras de Jessica cómo si intentase recordar a la gente del baile, pero su respuesta no sería exactamente la que la menor de los hermanos había esperado. Para su sorpresa, Sarah se encogió de hombros negando con la cabeza y esta la miró un tanto sorprendida.
-¿Ninguno?. –Dijo con cierta incredulidad mirando ahora a su hermano. –Supongo que es normal, cómo va a conformarse alguien como ella con un chico normal. Pero… ¿Y tú?. Seguro que podrías señalarle a alguna chica que consideres guapa y explicarle lo que quiero decir.
-Ni hablar. –Se negó de inmediato Jonathan mirándola tanto a ella como a Agatha y Atasha por unos segundos. –Prefiero no responder a eso.
-¿Por qué?. –Volvió a preguntar su esposa mirándolo ahora a él.
-Porque esa pregunta no tiene una sola respuesta que no valla a meterme en un lío. –Explicó este. –Y tú ya deberías saber la respuesta.
-Tenía que haber adivinado que dirías algo así. –Refunfuñó su hermana decepcionada. –No creas que lo que has dicho es mucho mejor que responderle claramente.
-Cierto, no ha sido un cumplido precisamente para las demás. –Rió Agatha a pesar de sus palabras, visiblemente divertida con la conversación. –Pero por esta vez es perdonable, dudo que ese vestido le dejase mirar a otro lado. Yo misma he querido ponérmelo un par de veces al verlo en el guardarropa, pero…
Al tiempo que decía esto, Agatha bajó la mirada un instante dirigiéndola hacia su pecho y volvió a mirar a Jessica haciendo que esta la comprendiese al instante.
-Entiendo. –Dijo sonriendo y tratando de no reírse antes de girarse hacia Sarah para comprobar la diferencia entre ambas, apenas distinguible con su ropa de siempre pero bastante notable con aquellos ajustados vestidos. –Aunque me sorprende que llegases a planteártelo, no entiendo cómo alguien puede llevar… eso.
-No es para tanto. –La contrarió Sarah mirándose a si misma por unos segundos. –Es mucho más largo incluso que el tuyo.
-Creo que Jess no se refiere exactamente a su longitud Sarah. –Matizó Álbert sonriendo. –Y en ese sentido tengo que darle la razón por una vez. Pero si vais a seguir hablando de ropa sería mejor si lo hacéis mientras os cambiáis, se hace tarde y deberíamos volver a casa.
Totalmente de acuerdo con Álbert, el resto del grupo asintió con la cabeza y los cinco miraron hacia Agatha esperando que ella los acompañase para no encontrarse con dificultades al salir del palacio. Sin embargo, y para su sorpresa, esta vez la general tardaría unos segundos en responderles y su sonrisa incluso llegaría a desaparecer por unos instantes ante esta noticia. Aunque pronto la recuperó de nuevo y solo la seriedad de su mirada al girarse por un instante hacia Kalar hizo que lo notasen.
Pese a todo, ninguno de ellos dijo nada y el grupo regresó una vez más a las habitaciones en que se habían cambiado para ponerse de nuevo su ropa. Agatha no parecía tener prisa en absoluto, pero Jess estaba particularmente impaciente por librarse cuanto antes de aquel engorroso vestido y la joven no tardó en deshacerse de él para respirar aliviada nada más volver a ponerse su cómoda ropa de siempre. Todo lo contrario que Sarah cuya ropa, a pesar de ser más cómoda, era más pesada que su vestido y la obligaba además a llevar de nuevo más prendas bajo este siguiendo los consejos de Jessica.
Mientras tanto, en la habitación contigua sus compañeros se habían cambiado mucho más deprisa gracias a la simplicidad de su ropa y esperaban pacientemente a que ellas estuviesen listas mirando cómo la lluvia de la tormenta azotaba la ventana. O así parecía ser a simple vista, pero al acercarse más a él Álbert pronto se dio cuenta de que su hermano miraba algo más.
-¿Ocurre algo?. –Preguntó apoyando la espalda en el armario de la habitación mientras lo miraba. –Hace tiempo que no estabas tan callado y me sorprende que aún no hayas dicho nada al respecto. Vamos, ya he aguantado las bromas de Jessica, podré con las tuyas.
-Nada, solo me encuentro un tanto extraño. –Negó Jonathan sin dejar de mirar a la ventana. –Y sabes que yo no soy así, eso es cosa de nuestra hermanita. Además, no estoy muy seguro de qué decir, me da pena pensar que la pobre Atasha valla a tener que cargar con alguien como tú.
-Distinto… ¡Ya!. –Refunfuñó Álbert nada más oír esto al tiempo que le dirigía una mirada ligeramente sombría. –Muy gracioso.
-¿Qué otra cosa esperabas que dijese?. –Se burló Jonathan todavía de espaldas. –Sabes que Atasha siempre me ha preocupado bastante por su forma de ser, incluso cuando trabajaba para los monjes. Nada podía alegrarme más que verla con alguien como tú. Te conozco y sé que cuidarás bien de ella.
-Hablas de ella como de un niño. –Notó Álbert. –No es tan…
-Sí lo es. –Lo contrarió Jonathan. –Es su forma de ser y si te quiere ese amor transformará su dependencia de los demás en una dependencia hacia ti. Aunque por otro lado te ahorrará discusiones, tienes suerte de que no sea como Sarah.
-No creo que Atasha sea tan dócil, simplemente controla mejor sus impulsos que ella. Además, estoy seguro de que si ese demonio tuyo no fuese así no la querrías tanto. –Rió Álbert dándose cuenta de lo curiosa de aquella frase al aplicarla precisamente a Sarah. –Al menos reconócelo. En cuestiones de mujeres siempre hemos tenido gustos opuestos.
-No pensaba negarlo. –Sonrió Jonathan dándose la vuelta. -En cierto modo es incluso un alivio, eso ha evitado que acabásemos fijándonos en la misma y…
La voz de Jonathan se detuvo de pronto. Sus últimas palabras no llegaron a formarse cómo si algo hubiese atascado su garganta y sus ojos centellearon con un débil brillo rojizo mientras este se llevaba inmediatamente la mano al pecho y se ponía completamente serio.
-¿Otra vez?. –Preguntó Su hermano ahora tan serio como él.
-Sí… -Asintió Jonathan con la mirada fija en el suelo mientras apretaba uno de sus puños con fuerza. –¡Maldita sea!, ¿Por qué precisamente ahora?.
Sin dar tiempo a su hermano a decir nada más, Jonathan se apresuró a abrir la puerta y salió de inmediato al pasillo visiblemente preocupado por algo. Casi al mismo tiempo, y para sorpresa por lo que parecía de sus tres compañeras, Sarah salía también de su habitación igualmente seria deteniéndose justo frente a él.
-No es él. –Negó su esposa mirándolo a los ojos, consciente de que él también lo había notado. –Pero es muy parecido.
-Lo sé. –Afirmó Jonathan consciente de lo que esto significaba y girándose al instante hacia la general. –Agatha, ¿Y los príncipes?.
-Arriba en su habitación, justo encima del salón principal. –Respondió esta entrecerrando los ojos al mirar al joven. -¿Por qué, qué ocurre?. Si sabéis algo decídmelo cuanto antes, los guardias se ocuparán de todo.
-Todavía no lo sé, pero si es lo que creo los guardias ni siquiera los verían venir. –Negó Jonathan mirando hacia ambos lados del corredor cómo buscando algo. -¿Desde dónde podríamos ver la plaza y los tejados de los edificios más próximos al palacio?.
-Hay varios balcones en ambas torres, desde uno de ellos podríais observarlo todo sin problemas. –Informó Agatha. –Venid, os llevaré hasta uno.
Comprendiendo aparentemente la urgencia de sus palabras, Agatha se dirigió de nuevo hacia el salón principal y los guió rápidamente por uno de los pasillos laterales hacia la torre este tras pararse un segundo para enviar a un guardia en busca de Kalar. La torre era alta y necesitaban subir varios pisos, pero sus escaleras ascendían en pequeños segmentos rodeando un hueco cuadrangular en el centro de la misma que las hacía menos empinadas que unas en espiral permitiéndoles subir con relativa facilidad a pesar de sus prisas.
En unos minutos el grupo alcanzó el quinto piso de la torre y Agatha abrió una de las puertas a las que daban las escaleras llevándolos a través de lo que parecía ser el estudio de algún escolar hasta un gran balcón desde el que podían ver tanto la plaza cómo los edificios circundantes. Una vez allí, Jonathan se acercó al borde y dirigió su mirada hacia abajo buscando algo que ninguno de sus compañeros parecía distinguir… salvo Sarah. Antes incluso de que sus ojos diesen con lo que buscaba, su esposa posó una mano en su hombro llamando su atención y sus ojos de oro guiaron los suyos hacia uno de los tejados.
Allí estaban. Tal y cómo él había supuesto sus ojos pudieron ver varias figuras oscuras deslizándose sobre los tejados entre las sombras trazadas por las luces de las calles y sus ojos se entristecieron ligeramente al comprobar que tenía razón. No había querido creerlo, pero ahora ya no había ninguna duda y solo una explicación podría hacer que cambiase de opinión sobre sus intenciones. Y se la darían… de una forma o de otra.
-Agatha, será mejor que ordenes a tus guardias que protejan la habitación de los príncipes y las más próximas, sobretodo las ventanas. –Sugirió sin girarse siquiera hacia la general, siguiendo con la mirada como las cinco sombras se dividían conforme avanzaban hacia el palacio. –No creo que estén aquí solo por casualidad.
-Son caballeros de la orden. –Los reconoció Atasha encontrando al fin lo que los demás estaban mirando al oír hablar a Jonathan. -No tiene sentido, ¿Cómo ha podido Lusus enviar a sus asesinos aquí en un momento como este?. ¿Es que no saben a lo que se arriesgan?.
-Por cómo actúan yo diría que en realidad sí lo saben… y es lo que están buscando. –Señaló Álbert siguiendo los ágiles movimientos de los caballeros mientras dos se dirigían hacia una torre, uno hacia la otra y dos más tomaban el camino central hacia el propio palacio. –No sé que pretenden conseguir con eso, pero está claro que no enviarían a un grupo tan numeroso por cualquier motivo.
-Sean cuales sean sus motivos mi deber es asegurarme de que no se acerquen a nuestros futuros soberanos. –Concluyó Agatha ahora totalmente seria, mirándolos a todos con una firmeza y marcialidad inusual en ella que los hizo darse cuenta una vez más de lo bien que su aspecto podía llegar a ocultar su verdadera personalidad. –Y cómo ya os he dicho no tenéis que hacer nada más, es cosa nuestra.
-No es tan sencillo. –Replicó Jonathan sin mirarla todavía mientras seguían con su mirada la segunda sombra que se dirigía hacia el centro del palacio. –Esto no tiene sentido y no voy a quedarme quieto viendo como juegan con nuestro futuro de esa forma. Tendrá que tragarse su orgullo y contestarme.
-¿Piensas bajar y enfrentarte con ellos tú solo?. –Comprendió Jessica mirándolo al instante totalmente seria. –Estás loco si crees que voy a consentir eso, son cinco y es demasiado peligroso.
-No irá solo. –Afirmó Sarah adelantándose al propio Jonathan mientras sus ojos brillaban de pronto dándole un aspecto sombrío y siniestro que les recordó de nuevo ante qué clase de criatura se encontraban. –Sean quienes sean no creo que se queden quietos si alguien intenta detenerles y si eso sucede no quiero quedarme aquí mirando. Esta vez no puedes pedirme que no lo haga, que confíe en ti no significa que vaya a olvidar nuestra promesa.
-No pensaba pedírtelo. –Negó Jonathan mirando con una sonrisa a su esposa al comprender sus palabras y desviando a continuación sus ojos hacia los demás. –Y supongo que vosotros pensaréis igual.
-Si vas tú iremos todos, Sarah no es tu única familia. Aunque en mi caso puedes omitir la parte de la promesa –Respondió Álbert al tiempo que desenvainaba su espada y sacaba de su mochila la armadura de su brazo. –Además, ya sabes cómo es Jess, si no vamos por nuestra cuenta nos arrastrará ella hasta allí.
-Con tigo creo que me conformaría con un empujoncito. –Replicó Jessica girándose hacia su hermano totalmente seria. -Así llegarías antes.
-Tened cuidado, son más peligrosos de lo que parecen. –Les advirtió Jonathan para nada sorprendido por su reacción. –Será mejor que os ocupéis del que está solo y le dejéis a los otros dos a Sarah. Yo intentaré hablar con un viejo amigo.
-¿Puedo usar mi magia?. –Pareció sorprenderse Sarah acentuando de pronto su sonrisa.
-Con la orden aquí nadie se sorprenderá si lo haces, son magos y será fácil culparles a ellos si alguien nota algo raro. Pero intenta no pasarte, no hagas nada que llame demasiado la atención –Pidió en un tono de voz curiosamente amable para la situación en que se encontraban. –A menos que lo necesites. No dejes que se te acerquen, ¿De acuerdo?. Me da igual lo que tengas que hacer, la ciudad entera me preocupa menos que tú.
-Se cuidarme sola. –Respondió Sarah mostrando ahora una expresión juguetona pero a al vez curiosamente sombría al mezclarse con el brillo de sus ojos. –Preocúpate por ti y ten cuidado.
-Lo haré.
Dicho esto, y para sorpresa de sus compañeros, Jonathan sacó su segadora de debajo de su gabardina y saltó sobre la barandilla del balcón. En ese mismo instante, el joven giró la cabeza hacia su esposa buscando sus ojos con los suyos y ella lo comprendió a la perfección nada más mirarle. Con un seco movimiento de cabeza, Sarah asintió sonriendo ligeramente y este volvió a mirar hacia delante apretando su mano con fuerza alrededor de la empuñadura de su arma.
Sin decir una palabra, el joven dio un pasó adelante y se dejó caer al vacío cómo si la altura a la que se encontraban no le preocupase en absoluto. Su cuerpo descendió a una velocidad casi cegadora sin nada que lo detuviese, dejándose envolver en los remolinos de viento y agua que formaban en su caída cómo si nada le importase mientras notaba la helada caricia del agua pegándose a su cara y el silbido de sus cabellos agitándose tras él junto a su gabardina.
Pero esto pronto cambiaría. Unos metros antes de chocar contra los tejados, Jonathan cerró los ojos notando como una sensación ya familiar rodeaba su cuerpo y sonrió mientras dejaba que el poder de su esposa hiciese su trabajo. Su caída se detuvo de golpe cómo si algo lo sostuviese en el aire, el viento y la lluvia se alejaron al instante de su cuerpo empujados por algo invisible y solo un débil centelleo azulado dio prueba de lo que realmente sucedía cubriendo su cuerpo hasta que sus pies se posaron al fin sobre la pizarra del tejado. Exactamente el mismo resplandor que, varios metros más arriba, brillaba débilmente en una de las manos de Sarah mientras esta sonreía ante las caras de sorpresa de sus compañeros y la general.
-¿Listos?. –Preguntó dirigiéndose hacia los tres antes de saltar también sobre la barandilla moviéndose con la misma suavidad de costumbre, cómo si su cuerpo no fuese más pesado que una pluma.
-¿No hay otra forma de bajar?. –Dudó Atasha mirando con reparo al vacío sobre el que se encontraban.
-No si queremos llegar a tiempo. –Negó Jessica adelantándose a la propia Sarah y colocándose al lado de esta. –Vamos, ten un poco de confianza, no pasará nada.
Atasha suspiró con resignación al oír esto consciente de que su amiga tenía razón y decidió seguirlos junto a Álbert. Con los tres ya aparentemente listos, Sarah echó un último vistazo hacia los tejados para mirar a Jonathan que se acercaba velozmente a su objetivo moviéndose también entre las sombras como estos y saltó al vacío junto a ellos usando su magia para dirigir la caída de todo el grupo.
Agatha se acercó también al borde en aquel instante. Sus ojos siguieron a los cuatro jóvenes mientras Sarah se alejaba en dirección a dos de los caballeros y sus tres amigos caían frente al otro, pero pronto se desviarían de nuevo hacia el mayor de los hermanos y se cerrarían un segundo al ver cómo este saltaba finalmente al mismo tejado que sus rivales. En su rostro no había la sonrisa de costumbre, solo una seriedad extraña y casi triste que no parecía encajar con la general que los hermanos conocían y la acompañaría incluso después de abrir los ojos.
-Lo siento… -Murmuró para sí dándose la vuelta.
Sin variar en absoluto su expresión a pesar de sus palabras, Agatha se dirigió una vez más hacia las escaleras y sus pasos se perdieron en los pisos inferiores de la torre conforme la descendía en dirección al palacio. Y a cada paso que daba, a cada nuevo escalón que sus pies avanzaban acercándola a dónde Kalar debía estar ya esperándola, su mente era cada vez más consciente de lo que sucedía fuera y su importancia.
Tanto Sarah cómo Álbert y sus dos compañeras habían alcanzado ya sus destinos bloqueando el avance de los tres caballeros de la orden. Todos ellos vestidos exactamente de la misma forma, con pantalones negros y una gabardina cómo la que solía llevar Jonathan pero también negra en su caso, cómo si tratasen de ocultarse en la propia noche. Aunque esta vez los tres eran conscientes de que no les había servido de mucho.
Los más sorprendidos eran sin duda los dos que se habían encontrado con Sarah. Mientras su compañero miraba con recelo al grupo frente a él consciente de su inferioridad numérica, estos solo podían ver a una joven aparentemente desarmada que los esperaba de pie sobre el centro del tejado dejando que el viento agitase los ligeros tejidos de su ropa y sus cabellos sin que la lluvia pareciese tocarla para nada. Algo que en un principio no parecía un gran obstáculo, pero que bastó para que se detuviesen y dirigiesen su atención hacia el grupo central cómo esperando una confirmación.
Sin embargo, y para su sorpresa, ellos no eran los únicos con problemas en ese mismo momento. Los dos miembros de la orden que avanzaban hacia el centro se habían detenido también nada más saltar sobre uno de los tejados y sus ojos observaban totalmente serios una figura vestida con sus mismas ropas pero cuyos cabellos y gabardina centelleaban como plata bajo la lluvia advirtiéndoles que no era uno de los suyos.
-Te dije que no interfirieras en nuestros asuntos, no sabes con qué estás jugando. –Advirtió la voz orgullosa y familiar de una de las figuras envueltas por las sombras.
-¿Qué hacéis aquí?. –Preguntó Jonatan ignorando por completo su advertencia y al otro caballero.
-Sabes perfectamente cómo trabaja la orden. –Respondió Néstor con el mismo orgullo de siempre. –No podría decírtelo aunque quisiera.
-¿Crees que eso significa todavía algo para mi?. –Insistió con voz firme y para nada agradable el joven de cabellos plateados. –Ahora no estáis en Lusus y no voy a dejarte pasar sin una explicación.
-No es asunto tuyo. –Repitió una vez más el caballero. –Si tanto te molesta nuestra presencia debiste seguir mi consejo y marcharte de aquí.
-Ahora este es mi hogar. –Afirmó Jonathan mirando de reojo al otro caballero y volviendo a clavar sus ojos en su viejo amigo. –No voy a abandonarlo solo por tu maldito orgullo ni pienso huir porque vosotros estéis aquí.
-Entonces vuelve a tu vida y olvida que nos has visto. Es todo lo que puedes hacer –Sugirió Néstor sin inmutarse a pesar de sus palabras o la lluvia que seguía cayendo pesadamente sobre ellos. –Esto no te incumbe ni a ti ni a tus hermanos.
-Lo hace cuando vuestras acciones pueden afectar a mi futuro y el de toda mi familia. –Explicó el mayor de los hermanos. -Sí vuestra misión es tan ajena a nosotros solo tienes que decirme qué hacéis aquí y podréis seguir adelante.
-¿Ahora eres tú el que quiere enfrentarse a mi?. –Notó Néstor comprendiendo sus palabras. –Porque sabes que eso es lo que sucederá si sigues interponiéndote en nuestro camino.
-Tú eliges. –Al tiempo que decía esto, Jonathan movió su arma a un lado y la segadora chirrió en su mano mientras se extendía por completo. –De todas formas ambas cosas van en contra de la orden, revelar vuestra misión… o dejar que alguien os detenga.
-Cómo quieras. –Pareció resignarse Néstor aceptando su desafío. –Pero espero que comprendas el peligro al que enfrentas a tus hermanos.
-Mis hermanos son capaces de defenderse mucho mejor de lo que crees y te sorprendería ver de lo que es capaz Sarah. –Aclaró Jonathan todavía serio. –Tú decides con qué pagar para poder continuar adelante: con tu orgullo… o con vuestra sangre.
-Ya sabes cual es mi elección.
Al tiempo que pronunciaba aquellas últimas palabras, Néstor sacó también su arma y el centelleo del metal sirvió como señal para todos sus compañeros. Casi al mismo tiempo, los cuatro caballeros de la orden prepararon sus armas extendiéndolas por completo y dirigieron sus miradas hacia sus rivales listos para deshacerse del obstáculo que estos suponían en su misión. Lo que estos no sabían, sin embargo, era que no eran tan fáciles de vencer cómo suponían.
Los primeros en comprobarlo serían los dos que se habían encontrado con Sarah. Ambos caballeros se acercaron a ella con cierta prudencia y sus armas en guardia, pero esto no les serviría de nada ante el poder de la joven. Antes de que ninguno de ellos pudiese cruzar la mitad del tejado, el primer rayo brotó de una de sus manos como un haz de luz negra y arrojó a uno de sus adversarios sobre otro de los edificios segundos antes de hacer lo mismo con el otro. Aunque aquello solo había sido el principio.
Una vez conscientes de a qué se enfrentaban, los dos caballeros comprendieron que sus armas por si solas no servirían de nada contra la hechicera que tenían frente a ellos y optaron por usar sus mismas tácticas. La lucha entre los tres pasó a convertirse en un juego mortal de luces y destellos oscuros, de rayos y llamas negras que lamían los tejados mientras los dos giraban alrededor de la joven intentando vencer el poder de su magia y no caer ante sus ataques. Algo que probaría ser una tarea más que complicada dado el terrible poder que esta parecía poseer y los hizo empezar a darse cuenta de que no se trataba de una simple humana conforme el brillo de oro de su mirada se hacía más aparente.
Curiosamente su compañero parecía tenerlo mucho más fácil que ellos. Aquel que en un principio había lamentado su suerte al encontrarse frente a un grupo y no una simple muchacha como sus compañeros ahora se alegraba de no haberse topado con ella, lo que no significaba en absoluto que todo fuese sencillo para él. Las flechas de Jessica volaban hacia su cuerpo con una certeza endiablada que parecía incluso prever sus siguientes movimientos y evitarlas no era nada fácil, mucho menos con Álbert frente a él deteniendo cualquier intento por su parte de acercarse a las dos jóvenes.
Quien sí parecería tenerlo bastante difícil esta vez sería Jonathan. Néstor era un hombre orgulloso como sus palabras ya habían demostrado más de una vez y no permitiría la ayuda de su compañero al enfrentarse con él, pero esto seguía siendo un gran reto el mayor de los hermanos. Cómo ya habían probado hacía unos días sus fuerzas y su técnica con aquellas exóticas armas eran tremendamente similares, hasta el punto de que sus golpes parecían ser siempre la imagen exacta del otro y en más de una ocasión sorprendieron al otro caballero ante la belleza del espectáculo que su lucha representaba frente a él.
De nuevo los que una vez habían sido compañeros, incluso amigos, corrieron por las oscuras planchas de pizarra de los tejados sin preocuparse por la lluvia, saltando de un edificio a otro sin acercarse nunca al palacio ni alejarse de él y atacándose con la misma furia y certeza letales con que dos enemigos a muerte lo harían. Y también de nuevo, el resultado sería el mismo.
Los golpes de Jonathan eran sutilmente más precisos, más rápidos, más fuertes que los de su adversario y su costumbre además a la lluvia de Acares le daría aún más ventaja esta vez. En cuestión de minutos, su habilidad con la segadora le permitió adelantarse a los golpes de Néstor y el combate tomó el rumbo que el caballero temía desde un principio pero su orgullo le impedía reconocer.
Tras evitar un fuerte corte vertical del arma de su rival deslizándose hacia un lado por el empinado tejado de una de las casas, Jonathan usó su segadora no para golpearle a él, sino para atrapar su arma clavándola en el tejado por encima de la suya antes de que pudiese levantarla de nuevo. Hecho esto, y aprovechando el efecto resbaladizo que la lluvia añadía a la pizarra de los tejados, se impulsó hacia su rival apoyándose en el mango y giró sobre si mismo lanzando una patada hacia su pecho.
Néstor no pudo hacer nada para evitarle. Con su arma atrapada no tuvo tiempo para apartarse y solo pudo ver el remolino blanco de la gabardina de Jonathan y sus cabellos ahora totalmente empapados girando violentamente frente a él antes de sentir el impacto. El golpe lo envió hacia atrás derribándolo por completo y su cuerpo se deslizó peligrosamente hacia el borde del tejado, pero por fortuna se detuvo a unos centímetros del mismo y este lo miró furioso desde el suelo consciente de que no podía hacer nada contra él.
-¿Por qué tienes que hacerlo todo siempre tan difícil?. –Le recriminó Jonathan mirándolo desde la parte superior del tejado. –Dime qué demonios estáis haciendo aquí y terminemos de una vez.
-No te equivoques Jonathan, esta vez no te enfrentas solo a mí. –Respondió Néstor en absoluto dispuesto a ceder. –Si realmente quieres acabar con esto apártate de nuestro camino y déjanos continuar con nuestro trabajo. ¿Por qué ese empeño de pronto en inmiscuirte en nuestros asuntos cuando siempre los has rechazado?.
-Porque solo se me ocurre un motivo para que estéis aquí y te niegues de esa forma a decírmelo. –Explicó Jonathan totalmente serio. –Y si es eso entonces sí es asunto mío.
-Las normas de la orden son las mismas para cualquier misión. –Lo contrarió Néstor levantándose hasta poner una rodilla sobre el tejado. –Ya deberías saberlo. No tiene nada que ver con lo que estemos haciendo.
-Hace tres años que esas normas no significan nada para mí. –Replicó este en un tono súbitamente melancólico. –Me sorprende que para ti lo sigan haciendo. ¿Volverás a cometer el mismo error y dejarás que se derrame más sangre por ellas?.
-Son lo único que tengo. –Afirmó con la voz cargada ahora de rabia. –Y todavía no has ganado. No estoy solo.
Al tiempo que decía esto, Néstor miró hacia el otro lado del tejado y Jonathan comprendió lo que quería decir antes incluso de girarse hacia allí. Al ver a su compañero caer derrotado el otro caballero había decidido intervenir para continuar con el enfrentamiento, algo que obligaba al mayor de los hermanos a ponerse en guardia de nuevo y olvidarse de su viejo amigo dando simplemente una patada al arma de este para arrojarla por el borde del tejado y evitarse problemas.
Y precisamente mientras ambos corrían hacia el centro del tejado para enfrentarse, en otro de los edificios el combate se hacía también cada vez más desesperado. El caballero al que habían detenido Atasha y los demás se había cansado de correr evitando las flechas lanzadas por la menor de los hermanos. Sabía que no podía hacer frente a una arquera como ella por mucho tiempo ni enfrentarse a Álbert en esas condiciones, por lo que decidió cambiar de táctica e intentar ignorar a este último.
Usando su velocidad como principal ventaja frente a la fuerza de su rival, el caballero corrió hacia Álbert evitando una flecha, lanzó un golpe hacia su costado dejando que este bloquease con su espada la segadora y saltó de inmediato por encima de él girando en el aire al tiempo que empezaba a murmurar un extraño cántico. Casi al instante el cuerpo del caballero empezó a brillar con un aura oscura, sus ojos negros centellearon iluminando tenuemente la tez morena de su rostro semioculto por los cabellos que la lluvia pegaba a su cara y cuando tocó de nuevo el suelo una esfera negra brotó de pronto a su alrededor protegiéndolo por completo.
La flecha con que Jessica le había dado la bienvenida nada más superar a su hermano rebotó frente a su rostro sin hacer el menor efecto, tan solo un pequeño chisporroteo al tocar la oscura energía que la formaba y este corrió de inmediato hacia ella. Con Álbert a su espalda nada se interponía en su camino y la asustada mirada de la otra joven que la acompañaba no lo preocupaba en absoluto. Por desgracia para él, sin embargo, estaba a punto de comprobar lo mucho que se equivocaba al tomar a las dos jóvenes por una presa fácil.
El caballero apenas le dio un segundo para reaccionar, lo justo para mover su arma a un lado y dar un golpe hacia ella. Pero esto fue más que suficiente para Jessica, la joven rodó hacia un lado evitando el golpe de la segadora, se puso en pie de nuevo dejando que el agua que ya cubría toda su ropa y sus cabellos gotease sobre el tejado y dio una patada hacia el mango del arma antes de que este pudiese dar un nuevo golpe.
Su adversario era fuerte además de rápido, lo suficiente para resistir el impacto sin soltar su segadora permitiéndole además contraatacar con un puñetazo mientras la pierna de la joven todavía detenía su arma. Y esto era justo lo que Jess esperaba. En el instante en que el caballero lanzó su golpe detuvo su puño con una mano desviándolo hacia un lado y sonrió ligeramente.
-Jonathan tenía razón, no sois para tanto. –Murmuró mirándolo fijamente.
Aquello sorprendió a su adversario dada la posición aparentemente indefensa en que la joven se encontraba, pero este pronto se daría cuenta de que no era así. Antes de que pudiese reaccionar, Jessica apretó su mano entorno a su puño para sujetarse con fuerza, deslizó su pierna por encima del mango de la segadora para ganar otro punto de apoyo y se impulsó de pronto hacia arriba dando un rápido giro hacia atrás al tiempo que lanzaba una patada vertical hacia el rostro del caballero arrojándolo al suelo antes de que ella misma cayese de pie sobre el tejado.
Esto pareció enfurecer al miembro de orden. Verse en el suelo por el golpe de una muchacha como Jessica no era fácil de aceptar, menos aún al comprobar que ni siquiera podía atacarla de nuevo ya que su arma se encontraría con la espada de Álbert nada más intentarlo. Un nuevo puñetazo en el estómago del guantelete de metal de su otro brazo bastaría para convencerlo de que no era buena idea ignorarle de aquella forma y este recurriría al fin a su último recurso. Antes de que Álbert pudiese seguir atacándole, el caballero saltó hacia atrás poniendo algo de distancia entre ambos y su voz resonó en la noche con un cántico mucho más alto e intenso que el anterior que hizo brillar todo su cuerpo.
Álbert adivinó sus intenciones nada más oír el principio del hechizo, pero no tendría tiempo de hacer nada. Solo pudo ver como el rayo brotaba hacia él del cuerpo del caballero y protegerse con su brazo esperando el impacto. Pero en ese momento escucharía algo que lo haría reaccionar de forma muy distinta.
Antes de que el rayo le golpease, la voz suave y clara de una de sus compañeras llegó hasta él recitando otro cántico totalmente contrario al del caballero y supo lo que pasaría incluso antes de verlo. Una luz blanca brotó frente a su cuerpo deteniendo el rayo, luchó con él por unos instantes cómo si las energías opuestas que los formaban intentasen devorarse mutuamente y ambos hechizos acabaron estallando en un cegador destello de luz.
En ese momento, Álbert giró la cabeza hacia atrás por un segundo mirando a la mujer que hacía menos de una hora había estado entre sus brazos en el baile, le dirigió una rápida sonrisa y se lanzó al ataque volviendo su atención al sorprendido caballero. Este apenas pudo reaccionar, su segadora cortó el aire hacia el cuerpo del joven sin conseguir nada salvo impactar contra el metal de su brazo y sus ojos se abrieron de golpe al ver el brillo de su espada dirigiéndose hacia él.
La pálida hoja de meta del arma atravesó su estómago de un solo golpe, se hundió hasta su empuñadura empujada por la fuerza de los brazos de Álbert mientras este seguía empujando al propio caballero hacia el borde del tejado y la vida abandonó su cuerpo poco a poco. Ya no tuvo fuerzas ni para sostenerse, en el instante en que Álbert arrancó su espada cubierta de sangre de su cuerpo y lo miró con una mezcla de seriedad y tristeza el caballero cayó hacia atrás y se precipitó sobre la calle sin hacer más ruido que el del seco golpe con que su cuerpo impactó contra el suelo empapado por la lluvia que ahora extendía su sangre a su alrededor en forma de alargada mancha rojiza.
Solucionado esto, Álbert regresó junto a sus compañeras y los tres dirigieron su atención al resto del grupo buscando una manera de cruzar por los tejados para ayudarles. Algo que, al menos en el caso de Sarah, no parecía del todo necesario.
Cansada de hacer frente a sus hechizos y sus armas a la vez, Sarah había elegido volar entre dos de los edificios para ponérselo más difícil y sus poderes seguían iluminando la noche mientras atacaba a sus rivales. Precisamente en aquel momento, uno de ellos caía rodando sobre uno de los tejados tras recibir un nuevo golpe de un rayo negro que había destrozado por completo la barrera con que se protegía de ella. No solo eso, apenas unos segundos más tarde, su compañero veía como uno de sus ataques en forma de llamarada negra se disipaba nada más acercarse a la joven y abría los ojos aterrado al encontrarse con un nuevo ataque por parte de esta.
Antes de que pudiese siquiera terminar su salto para cruzar a otro tejado, un relámpago azulado brotó de la mano de la joven golpeándolo justo cuando pasaba sobre esta y la noche se iluminó una vez más con el centelleo de su barrera estallando bajo el poder de Sarah antes de que su cuerpo rodase por el otro tejado momentáneamente aturdido.
En aquel instante, justo cuando el destello de aquellos hechizos iluminaba la oscuridad que la noche y la tormenta habían traído a Ramat, Jonathan y el segundo caballero se encontraban también una vez más cruzando los mangos de sus armas frente a sus pechos para tratar de vencer la fuerza del otro. Pero la luz de aquella magia provocaría algo inesperado.
En el momento en que el rostro de Jonathan quedó iluminado y el caballero pudo verle claramente a través de la lluvia sus ojos vacilaron al instante. Su mirada antes firme mostró algo terriblemente similar al pánico al encontrarse con la mirada de rubí del mayor de los hermanos así cómo con los cabellos de plata que la enmarcaban.
-Tú… -Murmuró en una voz titubeante mientras retrocedía rápidamente saltando hacia atrás y tratando de alejarse por todos los medios. -…te conozco… hace dos años te vi en Lusus...
-Entonces ya sabes lo que pasará si sigues. –Le advirtió Jonathan moviendo su arma a un lado mientras el caballero retrocedía hasta el otro extremo del tejado.
-¿Qué significa esto?. –Exigió saber el caballero gritando esta vez hacia Néstor que se había quedado sobre otro edificio. -¿Qué está haciendo él aquí?.
-No tiene nada que ver con nuestras órdenes. –Respondió este con la misma calma y altivez de costumbre. –Solo cíñete a ellas, que él esté aquí no cambia nada.
-¿Nada?. –Repitió aparentemente no muy de acuerdo su compañero mientras volvía a mirar a Jonathan. –Si no cambiase nada ya habríamos continuado adelante, sabes que yo tampoco podré detenerle de esa forma.
-Es nuestro deber. –Insistió Néstor.
-Decidme qué hacéis aquí y os dejaremos tranquilos. –Volvió a pedir Jonathan. –Si como decís no nos afecta para nada nos marcharemos sin más.
-No podemos hacer eso. –Negó de inmediato Néstor adelantándose a su compañero.
-Tiene razón… sabes que no podemos hacerlo. –Reconoció el otro caballero mirándolo fijamente. –Lo siento, ya he visto de lo que eres capaz y sé que con mi arma no podría vencerte… no me dejas otra elección.
Terminada esta frase, el caballero soltó su segadora apoyando el mango en su pecho mientras la hoja descansaba en el suelo, cerró los ojos y su voz empezó a recitar un hechizo que hizo reaccionar por igual a Jonathan y al propio Néstor. Cada palabra, cada vibración, cada pequeño centelleo del cuerpo de su compañero conforme el hechizo ganaba poder le recordó lo sucedido la última vez y sus ojos mostraron algo peligrosamente similar al miedo. Su hechizo había sido un simple juego de niños comparado con el que su compañero estaba recitando, si algo así provocaba la misma reacción…
-¡Detente!. –Le advirtió corriendo hacia el borde del tejado tratando desesperadamente de detenerle. -¡No uses un hechizo contra él, no sabes a lo que arriesgas!. ¡Para!
Demasiado tarde. Antes de que Néstor pudiese alcanzarle, su compañero terminó de recitar el hechizo y el rugido de un trueno entre las nubes justo sobre sus cabezas acompañó la furia destructiva desatada por este… y la desesperación que ocupó el rostro de aquel joven.
Jonathan pensó en evitar el ataque, pero al ver el gran círculo de fuego negro formándose alrededor del cuerpo de su rival se dio cuenta de que no podría hacerlo. Observó inmóvil cómo sus brazos se levantaban hacia él, esperando tan impasible como siempre mientras dos haces de luz negra brotaban de sus manos con un único objetivo y serpenteaban sobre el tejado antes de separarse trazando dos grandes arcos a izquierda y derecha cómo si hubiesen fallado. Pero él sabía que no era así, conocía el hechizo y ni siquiera se sorprendió al ver como ambos rayos giraban hacia él, tan solo cerró los ojos… y esperó.
La explosión sacudió todo el edificio, las propias planchas de pizarra temblaron mientras una ola de fuego envolvía toda la mitad sur de su tejado como una tormenta negra, pero de su interior no salió un solo grito que les permitiese saber que había sucedido con Jonathan. Los ojos de todos se dirigieron allí al instante, incluso los de la propia Sarah y sus adversarios, aunque solo uno de los presentes en aquel lugar sabía lo que pasaría y miraba con una mezcla de miedo y preocupación aquel lugar.
Fue entonces cuando las vio. Dos pequeñas luces rojas centelleando en medio de la oscuridad, dos llamas escarlata mirándolo todo y a todos con una furia incalculables que lo hicieron estremecerse de pronto.
-¡Corre!. –Gritó de pronto girándose hacia donde estaba su compañero. -¡Sal de ahí, deprisa!.
El caballero miró a Néstor visiblemente sorprendido al oír esto, no comprendía sus palabras ni el por qué de la urgencia con que le hablaba, pero lo que veía en su mirada bastaba para que se lo tomase en serio y este volvió su atención una vez más a la llama creada por su hechizo antes de seguir su consejo. Pero ya era demasiado tarde.
Las luces que se habían encendido en el centro de aquella tormenta centellearon al son de un nuevo trueno y algo empezó a moverse en medio de aquel mar negro. Las llamas se arremolinaron en una zona, se condensaron cómo si tratasen de abrazar algún objeto y se abrieron de pronto empujadas por aquel que había estado en su interior.
Jonathan salió de entre el fuego a una velocidad impensable, su cuerpo voló sobre el tejado tocando apenas un par de veces el suelo con los pies mientras sus ojos iluminaban la noche con una luz sanguinolenta y el caballero apenas pudo reaccionar.
Su puño lo golpeó de lleno en el pecho, empujó su cuerpo hacia atrás arrastrándolo con él por el tejado mientras los ojos del caballero lo miraban aterrados y solo se detuvo cuando la espalda de este chocó contra la chimenea. Pero su puño no lo hizo, la mano de Jonathan continuó adelante con una fuerza brutal mientras sus ojos brillaban sin que la expresión sombría y aterradora de su rostro se inmutase y el crujido de los huesos se mezcló de pronto con el sonido de la tormenta.
El puño del mayor de los hermanos atravesó el pecho del caballero empalándolo en su brazo, rompió su columna cómo si fuese de papel y se adentró incluso entre los ladrillos de la chimenea sin el menor esfuerzo. Los ojos de su adversario se abrieron de golpe al sentir esto, temblando mientras la vida se escapaba de su cuerpo, pero su voz ya ni siquiera era capaz de formarse y de su boca solo brotó un borbotón de sangre que salpicó el pecho de su asesino antes de que bajase finalmente la cabeza ya sin vida.
Y sin embargo nada de esto parecía afectar a Jonathan. El fuego negro que lo había rodeado lo seguía todavía, envolviendo en parte su torso con jirones de llamas negras a través de los que su cuerpo parecía absorber lo que quedaba de la nube. Sus ojos despedían tal furia que el propio Néstor dio un paso atrás al ver cómo arrancaba el puño del cuerpo de su compañero sin la menor compasión dejándolo caer sobre el tejado y se giraba hacia él mirándolo con aquellos brillantes ojos escarlata a través de las sedas plateadas de sus cabellos que cruzaban frente a su cara agitados por el viento.
-¿Qué está pasando?. –Preguntó Néstor totalmente atónito, hablando no solo para si mismo sino también para Jonathan.
No hubo respuesta. El joven al que había llamado lo miró unos segundos con la misma expresión fría y sombría con que había acabado con el otro caballero, cogió la segadora que yacía junto a sus pies ignorando el hilo de luz negra que se fundía con él partiendo del cadáver de su rival y se detuvo un segundo para mirarle bajo la lluvia mientras esta lavaba la sangre de su cuerpo. Más que suficiente para que Néstor adivinase sus intenciones con facilidad.
La mirada que podía ver en sus ojos bastaba para helarle la sangre con la frialdad que transmitía. Aquel no podía ser Jonathan, tal vez fuese su figura la que lo observase desde aquel tejado bajo el aura blanquecina que la lluvia tejía sobre su cuerpo y el velo plateado de sus cabellos ahora totalmente húmedos pegados a su espalda y sus mejillas, pero la voracidad que podía ver en sus ojos no encajaban con el que una vez había sido su amigo. Ni siquiera la sangre que corría bajo sus pies parecía afectarle, sus ojos ignoraban por completo el cadáver del caballero a su lado y los ríos carmesí que corrían por el tejado sin desviarse de él mientras sus brazos levantaban lentamente ambas segadoras hacia los lados cómo si no tuviesen peso alguno. Y esta fue la señal que Néstor había temido ver.
Sin el menor aviso, Jonathan empezó a moverse de nuevo para sorpresa de Néstor y este observó con temor cómo se dirigía hacia él. Vio como cruzaba de un salto la distancia entre los tejados blandiendo su arma, cómo sus pies tocaban apenas el borde del mismo impulsándolo una vez más hacia delante con una fuerza imposible y solo sus magia consiguió que lo evitase.
No había perdido un solo segundo parándose a pensar en cómo detenerle, solo en cómo alejarse de él lo más deprisa posible y eso fue lo que hizo. Nada más alcanzarle, Jonathan trazó un rápido corte con una de las segadoras a la altura de su cintura y la hoja del arma rompió el propio aire con un silbido, pero no consiguió dar con su objetivo. Un intenso destello negro iluminó el tejado por un segundo y Néstor voló hacia atrás impulsado por su hechizo mientras el arma de su viejo amigo destrozaba la parte superior de otra chimenea cómo si fuese de papel.
Sin embargo esto no bastó para que se diese por vencido. Jonathan continuó atacando antes incluso de que el polvo levantado por la caída de la chimenea se disipase, corrió de nuevo por los tejados saltando de un lugar a otro y sus armas buscaron a Néstor con una furia y una fuerza que lo destrozaban todo a su paso mientras este huía con sus hechizos.
Las hojas gemelas de ambas segadoras rompieron las planchas de pizarra haciéndolas añicos, hundieron parte de los tejados partiendo las vigas que los sostenían y silbaron una y otra vez como un remolino de metal al son del vibrante brillo escarlata de su mirada. Un brillo intenso, furioso… aterrador que el propio Néstor trataba de evitar a toda costa y lo hacían darse cuenta de que no podría evitar la muerte que estos le prometían por mucho tiempo.
Pero Sarah tampoco lo había olvidado. Sus ojos observaron atónitos la forma en que su esposo destrozaba los tejados tras Néstor mirándole con unos ojos que ella misma no reconocía y solo el brillo blanco de su gabardina o el remolino plateado de sus cabellos cubriendo a cada paso su rostro la hacía recordar que era él.
-Tú voz….
Sarah se estremeció de pronto al escucharla de nuevo, al oír su voz en su cabeza pronunciando palabras que una vez más no comprendía.
-Niña…
No quería escucharla, ¡No ahora!. Solo quería correr hacia dónde estaba Jonathan e intentar ayudarle, pero aquella voz martilleaba de pronto su cabeza y ni siquiera podía moverse.
-Recuerda…
Aquello fue lo último que pudo escuchar. La voz se esfumó una vez más y notó cómo su cuerpo la obedecía otra vez justo a tiempo para enfrentarse a los dos caballeros que todavía nos e habían dado por vencidos. Pero por desgracia para ellos esta vez estaba demasiado preocupada cómo para seguir perdiendo el tiempo con ellos.
Su mano derecha se oscureció devorando la luz a su alrededor al tiempo que sus ojos emitían un corto destello y esta dio un fuerte manotazo hacia uno de los caballeros. Al instante su furia se transformó en poder, su poder en magia… su magia en destrucción. Algo cruzó el tejado hasta el caballero sin mostrarse a la luz, destrozando las planchas de pizarra a su paso cómo una fuerza invisible que solo se manifestó por completo al alcanzarle. Y cuando al fin lo hizo todo el edificio vibró bajo su efecto.
La esquina del tejado en que se encontraba el caballero voló por los aires destrozada por una explosión terrible y su rival sintió como miles de astillas de madera y pizarra destrozaban su cuerpo antes de abandonarse al abrazo de la muerte. No pudo hacer nada, todo a su alrededor saltó en pedazos envolviéndole en una nube de destrucción y su cuerpo cayó a tierra junto a los escombros saliendo de entre el humo levantado por la explosión en forma ya no de un cuerpo, sino de un amasijo sanguinolento de carne, madera y otros fragmentos del tejado.
Libre ya de un obstáculo, Sarah se giró una vez más hacia donde estaba su esposo y se dispuso a volar hacia él. Sin embargo, antes de que pudiese hacerlo, la hoja del arma del otro caballero se cruzó en su camino y esta la miró furiosa al ver cómo se detenía frente a su rostro forcejeando con los relámpagos negros que la protegían en forma de barrera.
-Fuera… -Murmuró la joven girando la cabeza hacia el sorprendido caballero que había confiado en poder cogerla por sorpresa. -¡Apartaos de mi camino!.
El grito de rabia de Sarah vino acompañado de un nuevo centelleo de sus ojos y su mano derecha se extendió hacia un lado comenzando a brillar de nuevo, aunque en esta ocasión las cosas serían muy distintas. Lejos de la destrucción que había generado la última vez, su poder afectó a su propio cuerpo transformando su mano y sus ojos tomaron de golpe un aspecto tan diabólico que su rival apenas pudo reaccionar.
Antes de que pudiese moverse, las uñas de cuatro de los dedos de Sarah se transformaron en largas y afiladas agujas de más de treinta centímetros y esta las hundió de un solo golpe en el estómago del caballero. Al instante, sus manos soltaron el arma que seguía centelleando frente al rostro de la joven y su cuerpo calló hacia atrás sobre el tejado estremeciéndose todavía mientras esta sacudía la mano deshaciéndose de la sangre y volviéndola a la normalidad.
No esperó un solo segundo más. Sin más obstáculos en su camino, Sarah voló hacia Jonathan ignorando ya cualquier otra cosa y se interpuso en su camino sin preocuparse siquiera por Néstor. No le importaba en absoluto la vida de aquel joven, pero no podía seguir impasible viendo cómo Jonathan actuaba de aquella forma y cuando al fin lo alcanzó observó con preocupación la expresión de furia de su rostro mientras trataba de detenerle.
-Jonathan… -Lo llamó con voz suave y preocupada mientras sus ojos dorados buscaban los suyos tras aquel intenso brillo carmesí. -…detente, por favor.
Él propio Néstor se sorprendió al ver que esta vez sí parecía escuchar aquellas palabras. Jonathan se detuvo de golpe frente a su esposa y se quedó mirándola por unos segundos, cómo si toda su furia se esfumase al encontrarse con aquella a la que tanto amaba. El brillo de su mirada seguía intacto, pero su cuerpo se negaba a hacer el menor movimiento brusco hacia ella e incluso las armas abandonaron sus manos cayendo hacia la calle.
-Sarah… -Murmuró la voz que ella conocía, la misma que esa misma noche había susurrado su nombre con pasión.
-No sigas. –Pidió ella acercándose a él con una cariñosa sonrisa al ver que la escuchaba. –Ese no eres tú.
Jonathan cerró los ojos al escuchar esto. El brillo carmesí que había iluminado el tejado y el rostro de la propia Sarah se esfumó por completo y este pareció relajarse al fin haciendo lo que le pedía. Su cuerpo dejó de emitir aquella extraña aura que había alterado incluso la lluvia y se tambaleó de pronto frente a ella cómo si le fallasen las fuerzas, aunque esta no permitiría que llegase siquiera a inclinarse para caerse.
Antes de que perdiese por completo el equilibrio, Sarah se apresuró a sostenerle abrazándolo con fuerza y el peso de su esposo la hizo trastabillar por un momento haciéndola dar un par de pasos atrás. Ambos llegaron incluso a caer por el borde del tejado junto al que se habían detenido, pero a ella esto le daba igual y su poder los sostuvo en el aire haciéndolos descender lentamente hacia la calle entre las goteras y pequeños ríos de agua que caían desde los tejados.
-¿Cómo estás?. –Preguntó ella en cuanto tocaron el suelo, pegando su mejilla a la suya mientras seguía sosteniéndole en aquel abrazo.
-¿Qué me está pasando?. –Susurró la voz de su esposo en su oído al tiempo que sus brazos dejaban de colgar inertes a ambos lados de su cuerpo y la abrazaban igualmente entre la lluvia.
-No lo sé. –Negó Sarah tan desconcertada como él. –Pero me preocupaste.
-¿Te doy miedo?. –Preguntó Jonathan.
-No. –Respondió ella sonriendo suavemente junto a su cuello. –Jamás tendría miedo de ti.
-¿Por qué?. –Insistió Jonathan.
-Porque sé que nunca me harías daño. –Explicó Sarah sin dejar de abrazarle. –Cómo yo jamás te lo haría a ti…
-Nunca…. –Repitió este en un tono ya menos preocupado Jonathan, volviendo a hablarle con el cariño de siempre. –Gracias.
-Eres mi esposo. –Dijo ella apartando un momento su rostro del suyo. –Tú me dijiste eso mismo cientos de veces, ¿Recuerdas?.
Jonathan le devolvió la sonrisa al oír esto mirándola ya con los mismos ojos de rubí de costumbre y los dos permanecieron todavía abrazados por unos segundos hasta que el resto del grupo dio con ellos corriendo entre el alboroto en que las calles se habían convertido con la batalla. La gente asomaba a las ventanas visiblemente preocupada, histérica en muchos casos, y esto no ayudaba a los guardias a mantener la calma mientras buscaban sin éxito a los causantes de todo aquello.
-¡Jonathan!. –Gritó inmediatamente su hermana nada más verle corriendo hacia él con los demás. -¿Estás bien?. ¿Qué te ha pasado, parecías…
-Tranquila. –La calmó este interrumpiendo su frase y acariciando cariñosamente una de sus mejillas. –Ha sido solo una reacción a ese hechizo, desde que nos atacó aquel dragón parece que mi cuerpo reacciona de otra forma a la magia negra.
-Sea lo que sea no ha sido muy oportuno. –Señaló Álbert aparentemente tranquilo a pesar de todo al tiempo que le arrojaba su arma tras haberla recogido mientras los buscaban. –Habéis atraído la atención de media ciudad. Será mejor que salgamos de aquí cuanto antes.
-No tan deprisa, todavía hay algo que tengo que solucionar. –Negó Jonathan volviendo a ponerse serio de pronto y levantando la cabeza para mirar a la figura que los observaba todavía desde el tejado mientras guardaba la segadora bajo su gabardina. –¿Vas a bajar tú mismo o tendré que subir otra vez a buscarte?.
Néstor le dirigió una mirada no muy agradable al escuchar aquello, pero era más que consciente de su situación en aquel instante y decidió seguir su consejo atraído además por la curiosidad sobre lo que acababa de suceder. Una vez abajo, sin embargo, Jonathan no le daría la menor oportunidad para preguntar nada y lo cogería por la gabardina a la altura del pecho aplastándolo contra la pared de una de las casas para asegurarse de que no iba a ninguna parte.
-Ahora acabemos con esto de una maldita vez. –Dijo con voz visiblemente molesta mientras lo miraba fijamente. -¿Por qué estáis aquí?.
-¿Crees que este numerito sirve de algo conmigo?. –Respondió sin apenas inmutarse Néstor. –Reconozco que me has sorprendido, pero eso no cambia nada.
-¡Han muerto cuatro de tus compañeros!. –Le recordó Jonathan visiblemente molesto por su actitud. -¿Hasta cuando piensas seguir comportándote así?. ¿Vale más tu orgullo que sus vidas?.
-Han muerto siguiendo sus órdenes cómo debían. –Aclaró Néstor. –No podemos revelar nuestra misión, no tiene nada que ver con lo que yo quiera.
-Por si no lo has notado vuestra misión acaba de fracasar. –Señaló Jonathan sin aflojar en absoluto su presa sobre su pecho. –Los soldados están en alerta y solo quedas tú, jamás conseguirás acercarte a los príncipes.
-¿Los príncipes?. –Repitió Néstor aparentemente sorprendido. -¿De qué estás hablando?. ¿Es que crees que estábamos aquí para atacarles?.
-Si no es así entonces por qué. –Insistió Jonathan ahora visiblemente desconcertado. -¡Responde!.
-Supongo que tienes razón, ahora ya no importa. –Pareció aceptar Néstor cerrando los ojos un segundo antes de hablar de nuevo. –Está bien, si tanto te interesa saberlo estábamos aquí para protegerles. Esa era nuestra misión, probablemente la misma que la vuestra por lo que veo.
Jonathan apenas podía creer lo que acababa de oír. Los ojos del mayor de los hermanos miraron con incredulidad a su viejo compañeros al igual que los del resto del grupo incapaces de entender aquella respuesta y este lo soltó de pronto dando un paso atrás para apartarse de él.
-Eso es imposible, si fuese así todo esto… -Trató de decir.
-Ha sido solo una batalla inútil. –Terminó Néstor adelantándose a él. –Si me hubieses hecho caso no habría sucedido na…
Néstor no pudo siquiera terminar su frase. Antes de que llegase a pronunciar su última palabra, el puño de Jonathan lo golpeó en la cara con fuerza arrojándolo al suelo y este lo miró sorprendido mientras los ojos de rubí del mayor de los hermanos centelleaban con rabia.
-Maldito imbécil… lo sabías… ¡Tú lo sabías desde el principio!. –Comprendió sin apartar su mirada del caballero mientras este se ponía lentamente en pie. –Y aún así no hiciste nada por evitarlo, preferiste dejar morir a tus compañeros antes de olvidar tu maldito orgullo y romper esas estúpidas órdenes.
-Solo cumplí con mi deber. –Afirmó Néstor limpiándose la sangre de la cara con la mano al notar cómo brotaba de uno de sus labios tras el golpe. –Así es cómo trabajamos.
-¿Es qué no has aprendido nada?. –Preguntó de nuevo Jonathan mientras los demás los miraban desconcertados. -¿No te bastó con lo que esas mismas normas nos hicieron hace dos años?
-Tú no eres uno de los nuestros, –Aseguró Néstor de nuevo con la misma altivez de antes. –No puedes entenderlo.
Jonathan ya no le respondió, se dio la vuelta cómo si no quisiese volver a mirarle y volvió junto a sus compañeros dejándolo solo. Pero sería precisamente uno de estos el que hablaría a continuación, y sus palabras no los tranquilizarían precisamente.
-Hay algo que no encaja. –Notó Álbert dirigiendo su mirada hacia Néstor. –Si solo estabais aquí para protegerlos por qué os dirigíais hacia el palacio y no os limitasteis a esconderos cómo hasta ahora. Según dijo Jonathan ya hace bastante que estáis aquí.
-Nos tendieron una trampa. –Explicó Néstor comprendiendo aparentemente a donde quería llegar Álbert. –Los guardias nos estaban esperando, alguien los movió de sus puestos a posta para que no pudiésemos evitarlos al acercarnos al palacio. Y sea quien sea ni siquiera pareció plantearse que fuésemos a atacarles, los guardias estaban completamente solos y librarse de uno sin que los demás lo notasen no fue problema.
-No se lo planteó… -Repitió Álbert en tono dubitativo mientras miraba pensativamente a sus hermanos. -…o eso era precisamente lo que quería y no dar la alarma.
-¿Qué insinúas?. –Preguntó esta vez su hermana mirándolo preocupada.
-Jonathan puede notar dónde están si usan su magia, eso era todo lo que necesitaba para saber que se acercaban y fue precisamente por eso por lo que salimos aquí. –Explicó Álbert. –Son demasiadas coincidencias.
-No puede ser. –Titubeó Atasha mirando con temor a los demás. -¿Creéis que…
Sarah ya no la dejaría terminar. Antes de que Atasha terminase de hablar para expresar los temores de todo el grupo, la joven de cabellos de fuego se giró de golpe hacia el palacio cómo si hubiese visto algo y Jonathan se apresuró a hacer lo mismo visiblemente preocupado. No sabía que sucedía, pero si ella reaccionaba así era porque probablemente habría notado algo que a ellos se les escapaba y cuando vio que sus ojos miraban a la ventana abierta sobre los grandes ventanales del salón principal su preocupación aumentó aún más.
-¿Qué sucede?.
-Está ahí. –Respondió su esposa clavando su mirada en aquella ventana. –Es la misma sensación que en Tírem, la misma magia.
-¿El cristal verde?. –Preguntó desconcertada Jessica totalmente perdida en todo aquello. –No puede ser, eso significaría qué quien destruyó Tírem está ahí dentro.
-Lo está… -Afirmó Sarah. –Y ya es tarde para detenerle.
Justo en el instante en que la joven decía estas últimas palabras, la fachada del palacio centelleó con el poder de varios relámpagos que rodearon aquella ventana y un estallido hizo temblar el edificio volando por los aires parte de la propia pared. El grupo al completo lo observó todo atónito, incapaces de hacer o decir nada mientras los escombros caían al suelo abandonando la humareda de la explosión y las llamas que lamían la fachada. Solo la gente a su alrededor reaccionó de nuevo, gritando una vez más mientras las voces de los guardias corriendo desesperados hacia el palacio se oían por todas partes.
-La habitación de los príncipes. –Comprendió Jonathan incapaz de creer lo que sus propios ojos le estaban mostrando. –No puede ser… todo era una trampa.
-Por eso precisamente estábamos nosotros aquí. –Señaló Néstor con voz ahora sí apesadumbrada al ver que su misión había fracasado por completo. –Después de lo de Tírem nos dimos cuenta de que alguien lo intentaría para culpar a Lusus. Y por desgracia parece que va a conseguirlo.
Jonathan giró la cabeza un segundo hacia su viejo amigo consciente de que tenía parte de razón. Sabía que a Lusus no le beneficiaba una guerra como aquella, su ejército no podía hacer frente al de los dos reinos unidos sin la ayuda de la orden y aún así la batalla sería una carnicería. Pero tampoco les convenía a Tarman y a Acares, mucho menos teniendo que matar a sus herederos en el proceso.
-Sarah, ¿Puedes subirme hasta allí?. –Pidió de pronto girándose hacia su esposa.
-Por supuesto.
Sin dudar un segundo, Sarah rodeó la cintura de su esposo para sostenerlo y los dos ascendieron al instante hacia la ventana ignorando la sorpresa de la gente y la humareda que brotaba de la parte superior de esta. Pero no llegarían a alcanzarla, antes de que pudiesen hacerlo, una silueta familiar salió del humo a lo que quedaba del balcón y los miró a los dos con una mezcla de seriedad y tristeza que contrastaba por completo con la rabia que apareció en las miradas de los dos jóvenes.
Agatha estaba allí, de pie en medio del humo cómo si nada la afectase y sosteniendo todavía en su mano derecha el centelleante cristal verde que probaba sin ninguna duda su papel en todo aquello. Pero sus ojos no mostraban orgullo, ni alegría a pesar de que todo parecía haber salido según sus planes, solo la misma melancolía extraña de siempre.
-¿Por qué?. –Preguntó Jonathan desde el aire, sin la menor intención ya de seguir acercándose.
La general pareció querer responderle por un instante, pero sus labios no llegaron a formar ninguna palabra y esta cerró un instante los ojos mientras guardaba el cristal bajo la manga de su vestido y se llevaba la otra mano al cuello. Con la suavidad y elegancia que caracterizaba todos sus movimientos, soltó una cadena que colgaba de este y sacó de debajo de su vestido un pequeño medallón que arrojó hacia los dos jóvenes.
Jonathan lo cogió al vuelo y lo miró un instante mostrándoselo a su esposa, pero lo único que pudo ver en él fue una vez más el sello de la general y sus ojos volvieron a mirarla para hacer más preguntas, aunque ya demasiado tarde. En ese mismo instante, Kalar llegaba con un par de guardias al balcón y las voces de estos anunciando las muertes de los príncipes hicieron que adivinase que pasaría a continuación antes incluso de oírlo.
-Ahí están. –Señaló Kalar con voz autoritaria deteniéndose frente a la general y mirando a los dos jóvenes. –Esos son los hechiceros de Lusus que han atacado a los príncipes. ¡Dad la alarma!, Hay que detenerlos antes de que puedan huir.
Los guardias ni siquiera parecieron dudar de estas palabras, los miraron con furia cómo a los asesinos que creían que eran y se marcharon corriendo hacia la puerta para poner en alerta a todo el palacio mientras ambos generales los miraban desde el balcón. En ese instante Jonathan notó algo raro a su lado, cómo un débil cosquilleó al tiempo que los ojos de su esposa centelleaban visiblemente furiosos y adivinó lo que esta intentaba hacer, pero trató de detenerla tan deprisa cómo pudo.
-No… -Dijo sacudiendo la cabeza y mirándola con tristeza. –Volvamos, ya no podemos hacer nada.
-¿Vas a dejar que se salga con la suya de esa forma?. –Pareció sorprenderse Sarah.
-Atacarla ahora solo empeoraría las cosas. –Le advirtió Jonathan. –No sabemos cuantos cristales tiene ni el poder que es capaz de usar.
Sarah asintió con la cabeza no de muy buena gana a pesar de comprender que tenía razón y los dos descendieron para regresar junto a sus compañeros. Las primeras palabras del grupo al recibirlos fueron de incredulidad ante la traición de la general, sobretodo por parte de Jessica que la consideraba ya una amiga, pero no había ninguna duda y solo les quedaba una cosa por hacer.
-Si queréis salir de aquí con vida será mejor que me sigáis. –Sugirió Néstor aparentemente mucho más tranquilo que ellos en aquel instante. –Tenemos que salir de la ciudad cuanto antes y las murallas ya estarán vigiladas.
-¿Ahora vas a ayudarnos?. –Se sorprendió Jessica mirándolo de reojo.
-Mi misión ha terminado. –Respondió este. –Por lo que a mi respecta ahora estamos en el mismo bando. De todas formas solo sigo el mismo camino que ya pensaba tomar, haced lo que queráis.
Dicho esto, Néstor echó a correr por la calle dirigiéndose hacia el borde de la torre por la ruta que consideraba menos vigilada y los demás no tardaron en seguirle tras mirarse entre ellos por un momento. Ninguno confiaba demasiado en él salvo el propio Jonathan, pero esto era más que suficiente y su situación no les permitía tampoco tomarse mucho tiempo para pensar.
De esta forma, los seis consiguieron evitar a las patrullas salvo por algún que otro guardia del que el propio Néstor se deshizo sin demasiados miramientos con sus hechizos y el grupo llegó a la base de la torre antes de que la alarma se extendiese por toda la periferia. Una vez allí, sin embargo, en lugar de dirigirse hacia esta Néstor los llevó hacia el punto en que el río se unía al lago y se lanzó al agua para sorpresa de estos.
Cómo el mismo había dicho las puertas de la ciudad ya estaban demasiado vigiladas y sus murallas eran verdaderos fuertes por si solas, por lo que solo había una forma salir de allí y esta era bajo ellas usando la caverna por la que el río abandonaba aquella depresión. Algo que Atasha no encontró demasiado agradable dadas sus dificultades con el agua, pero que Álbert se ocuparía de solucionar llevándola con él cómo la última vez.
La caverna estaba protegida por pesadas rejas de metal para evitar precisamente que alguien entrase o saliese por ella, pero varios de sus barrotes habían sido convenientemente cortados y el grupo no tuvo problemas para pasar. Los seis atravesaron la caverna subiendo solo de vez en cuando para respirar en las pequeñas bolsas de aire que Néstor parecía conocer perfectamente y en unos minutos se encontraban ya fuera de la ciudad a una distancia suficiente además cómo para que ya no los descubriesen desde las murallas.
Una vez fuera del río, el grupo se detuvo junto a su orilla un momento para recuperar el aliento después del trayecto y las miradas de los cinco jóvenes se volvieron hacia Ramat por un instante. Ninguno de ellos podía creer todavía todo lo que había pasado y el cambio que esto acababa de dar a sus vidas, pero las luces que se veían por toda la muralla mientras los guardias patrullaban los alrededores les probaban que no era ningún sueño y sus miradas no eran precisamente alegres.
-No puedo creer que Agatha nos hiciese eso. –Dijo Jessica sacudiendo la cabeza visiblemente apenada.
-Me temo que no nos queda más remedio que hacerlo. –Suspiró Álbert mirando con resignación a las murallas. –Parece que lo tenía todo perfectamente planeado desde el principio. Desde conseguir el cristal hasta esto, y ahora que somos unos asesinos a los ojos de ambos reinos ya no podemos hacer nada en su contra.
-¿A dónde iremos?. –Preguntó Atasha a su lado. –Si creen que hemos matado a los príncipes no pararán hasta encontrarnos, nos buscarán por todas partes.
-Solo os queda un sitio al que ir. –Respondió Néstor por ellos. –Lusus es el único reino en el que todavía podéis buscar refugio.
Nada más oír esto, las miradas de los cuatro jóvenes se volvieron hacia Jonathan y vieron como este bajaba con resignación la cabeza tan apenado como ellos, aunque consciente de que su viejo compañero estaba en lo cierto.
-Parece que hay cosas que no pueden evitarse. –Murmuró volviendo sus ojos hacia Néstor. -Empiezo a pensar que todo esto ha sido un gran error, si me hubiese quedado allí no habría sucedido nada y por lo que veo yo estaría en el mismo lugar.
-Pero nosotros no estaríamos contigo. –Lo contrarió Jessica tratando de sonreír. –Ni Sarah, ¿También renunciarías a ella?.
-Claro que no, ni a ella ni a vosotros. –Negó Jonathan esbozando una pequeña sonrisa mientras la miraba. –Supongo que ni siquiera ahora vas a dejar que me deprima, ¿Verdad?.
-Si lo hiciese no sería yo misma. –Admitió su hermana devolviéndole la sonrisa. –Ya lloré una vez por Tírem, no pienso hacerlo otra vez por una ciudad que casi no llegué a conocer ni dejar que vosotros lo hagáis.
-Entonces creo que ya está todo decidido. –Dijo Álbert intentando alejar por un momento la preocupación de su mirada como les pedía su hermana. –Por ahora será mejor que nos alejemos de aquí, tarde o temprano enviarán alguna patrulla a comprobar este lugar.
-Si vais hacia Lusus podéis acompañarme. –Sugirió Néstor con el mismo tono altivo de siempre. -Mi grupo tenía un campamento escondido entre las praderas al sur de aquí, allí podremos esperar a que todo esto se tranquilice sin que nos descubran.
Aparentemente de acuerdo con su sugerencia, los cinco asintieron y Néstor comenzó a caminar hacia el sur entre la alta hierba de las praderas alejándose al fin de la gran Ramat junto a sus nuevos compañeros de viaje. La única que pareció dudar un momento a la hora de continuar fue Sarah que se quedó mirando a las lejanas murallas de la ciudad por unos segundos, aunque Jonathan pronto se daría cuenta e iría a buscarla.
-¿Vamos?. –Preguntó Jonathan mirando a su esposa al ver que sus ojos observaban de forma extraña la ciudad.
-Es extraño… siento cómo si acabasen de quitarme algo. –Respondió Sarah sin apartar los ojos de Ramat. -¿Era mi hogar?. ¿Crees que es eso?.
-Es posible, aunque fuese solo por unos días el tiempo que pasamos en esa casa fue muy agradable. –Dijo Jonathan sorprendido ante las palabras de esta y mirándola todavía con tristeza. –Pero no te preocupes, encontraremos otro. Nuestro hogar es nuestra familia, no un lugar o una ciudad, eso es algo que aprendimos al perder Tírem.
-Entonces el mío está siempre conmigo. -Pareció entender Sarah girándose hacia él para devolverle la sonrisa. –Y lo seguirá estando, por su propio bien.
-¿Vuelves a amenazarme?. –Se burló Jonathan consiguiendo esbozar una pequeña sonrisa ante sus palabras y cruzando ambos brazos mientras la miraba..
-Estoy furiosa y eres a quien tengo más a mano. –Replicó ella haciendo chisporrotear sus dedos bajo la lluvia, visiblemente aliviada al ver aquella sonrisa. –No me ha hecho mucha gracia tener que marcharme así, no me gusta huir y me habría gustado poder devolverle el favor a Agatha.
-La venganza no suele arreglar las cosas, eso nos habría hecho parecer aún más culpables. –Respondió Jonathan acercándose a ella y rodeándola con los brazos por un momento sorprendiéndola ligeramente. –Y amenazarme a mí tampoco hará que te sientas mejor.
-¿Tú crees?. –Dudó Sarah mientras su mirada se volvía juguetona y traviesa de nuevo al sentir cómo Jonathan la inclinaba suavemente hacia atrás entre sus brazos.
-No lo creo. –La contrarió él sonriendo de forma ligeramente sombría de pronto para sorpresa de su esposa. –Estoy seguro, dudo que esto te haga sentir mejor.
Nada más terminar aquellas palabras, Jonathan abrió los brazos de golpe soltándola por completo y Sarah apenas pudo hacer nada antes de caer de espaldas sobre el río hundiéndose una vez más en él. Algo que, por otro lado, no suponía un gran problema ya que seguía lloviendo y todavía estaban empapados, pero no le hacía la menor gracia.
-¡Otra vez!. –Protestó sacando la cabeza del agua y mirándolo furiosa desde el río mientras este sonreía burlonamente. –Muy bien, ¡Cómo quieras!.
Jonathan no necesitó esperar para saber qué estaba a punto de pasar, aunque esta vez su sonrisa no desaparecería del todo ni siquiera entonces. Sabía por qué ella actuaba así de pronto, se había dado cuenta incluso antes de que lo amenazase al ver la preocupación con que observaba la tristeza de sus ojos y sonreír era la única forma en que podía intentar aliviarla.. Lo que no significaba en absoluto que ella fuese a conformarse con eso pese a ser lo que pretendía. Apenas un segundo más tarde, un relámpago azulado rompió la noche con su luz y sus cuatro compañeros se detuvieron al instante girándose hacia atrás al ver el estallido.
-¿Qué ha sido eso?. –Preguntó Néstor mirando con prudencia en aquella dirección mientras un nuevo rayo brotaba entre la hierba.
-Creo que es la forma que esos dos tienen de animarse el uno al otro. –Explicó Jessica mirando todavía con tristeza en aquella dirección pero sonriendo al comprender sus reacciones mejor que nadie. –Vamos, nos alcanzarán enseguida. Eso si Sarah no vuelve sola volando y lo deja atrás, me gustaría saber qué le ha hecho esta vez.
-Esta no es forma de pasar desapercibidos. –Se quejó Néstor. –Podrían descubrirnos.
-Si te molesta solo tienes que ir y decírselo a Sarah. –Sugirió Jess. –Estoy seguro de que estará encantada de escucharte.
-Si trata así a su marido prefiero no acercarme a ella cuando está de mal humor. –Aseguró el caballero dándose la vuelta una vez más. –Sigamos, cuanto antes nos alejemos mejor.
Terminada aquella frase, Néstor reanudó la marcha y el grupo continuó alejándose de la ciudad entre las praderas preguntándose todavía que futuro les aguardaba ahora que todo lo que conocían parecía estar en su contra. Y mientras tanto, en el interior de Ramat, a solas sobre los restos del mismo balcón desde el que los habían visto por última vez, los dos generales observaban el bullicio de los guardias y los soldados que debían perseguirlos con la certeza de que, hiciesen lo que hiciesen, ya no los encontrarían.
-Una guerra para detener otra… -Murmuró Kalar entre las sombras que los rodeaban. –Suena irónico ¿No crees?. Una batalla para poner fin a todas las batallas… de alguna forma parece una contradicción imposible.
-Ahora ya es un poco tarde para dudar. –Respondió Agatha cerrando los ojos por un instante. –No podemos dar marcha atrás.
-Jamás he dudado. –Aclaró este. –Eres tú la que me preocupa.
-¿Dudas de mí?. –Preguntó Agatha girando su cabeza hacia él por un instante para posar sus ojos sobre las sombras que perfilaban su rostro bajo la lluvia.
-Preocuparse no es dudar. –Le respondió Kalar totalmente serio. –En mi mente ya no hay sitio para esa posibilidad, la borré el día que decidí que estaría a tu lado en este mismo momento… y hasta el final.
-Entonces vuelve con los demás y no te preocupes. –Pidió Agatha. –Yo necesito estar sola un momento.
-¿Es por él?. –Volvió a preguntar el general dándose la vuelta pero todavía sin irse.
-Si fuese así ahora sería él quien estaría a mi lado. –Sentenció Agatha volviendo a hablar con aquella extraña melancolía. –Pero lamento que hayan tenido que ser ellos… no me gusta perder a gente así.
-Entiendo.
Aparentemente convencido por estas palabras, Kalar se alejó al fin de la general y esta continuó en su lugar observando la centelleante noche de Ramat mientras sus labios susurraban algo en el viento que en aquel momento la rodeaba, algo que solo ella escucharía pero de alguna forma necesitaba decir en aquel instante.
-Lo siento…