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En mi desfiladero, Piaff era niebla y humedad, donde no más centímetros de polvo se acumulaban por culpa de los tomos en doble fila. Aún dormido, o más bien, descentrado en la tarea constructiva desde hace meses, deseaba, como este olor a pólvora que tal vez soñaba, me aplicase una dosis de metal fundido donde mi zona gris vital, estaba indispuesta a continuar.
Deseaba retomar la idea que perdí, cuando Northon, personaje al que tanto me asemejaba, de improviso, decidió acabar con su vida sin mi permiso, y un estanco de ideas que se agolparon, me dejaron sucumbir, dejando atrás el colosal final que mi obra llevaba esperando durante los últimos seis años.
Siempre, la avalancha de formas generadas por los silencios en la aguja, fueron suficiente maná para excesos de generosidad en la pluma. Ahora, con la madera dormida sobre la frente sólida, la condensa bruma del aire, ignora la obligación de alzarse con el retráctil final de su propio giro a conciencia.
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