[align=center]CAPITULO 32
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Durante tres horas sin descanso nadó Daniel en el mar del olvido cuando avistó tierra a lo lejos en el horizonte; Daniel recobró fuerzas y continuó nadando.
Varias horas después Daniel encontró una gran piedra que apenas tendría dos metros cuadrados, consiguió encaramarse a ella y se tumbó sobre ella exhausto. Estaba anocheciendo en esa latitud; los enormes planetas que Daniel divisó desde el lugar donde habló con Sasmalá no se distinguían ya. Lo que sí observó Daniel fue la gran cantidad de estrellas fugaces que surcaban el cielo; la temperatura no era muy baja lo que agradeció Daniel que estaba mojado completamente. El lugar transmitía sensación de paz; sin embargo Daniel percibía la presencia de algo o alguien, por lo que apenas durmió aquella noche.
Daniel contempló el extraño amanecer sobre el mar del olvido. Los rayos del sol se reflejaban en multitud de cuerpos celestes que Daniel ya dudaba de si eran planetas, satélites u otra cosa. Lo único que sabía era que el reflejo del sol sobre ellos creaba una atmósfera mágica. Los reflejos rojizos, azulados, ocres, rosados y tantos otros se reflejaban en el agua dándole una tonalidad diferente a cada parte del mar del olvido. Daniel se lanzó al mar de nuevo, reanudando el camino hacia las tierras abandonadas.
Por cuatro horas Daniel nadó sin detenerse; no había ningún lugar donde descansar, pero el ver tierra en el horizonte le insuflaba fuerzas para continuar. De repente una gran columna de agua se levantó ante él, se hizo un gran estruendo y algo surgió entre el agua. Daniel levantó la mirada y observó como la columna de agua tomaba forma de hombre, gigantesco en tamaño y completamente de color azul. El ser levantó sus dos brazos hacia el cielo, tras lo que otras dos columnas de agua se levantaron uniéndose en forma de un enorme arco que se extendía todo lo que alcanzaba la vista desde la izquierda hasta la derecha.
- Soy el Señor del Agua, nadie ha atravesado este arco desde hace muchísimas generaciones. ¿Por qué deberías hacerlo tú? –inquirió la extraordinaria criatura con una voz atronadora.
- Busco una respuesta –respondió Daniel.
El ser creó un torbellino junto a Daniel que comenzó a absorberlo.
- Morirás por tu osadía –declaró la criatura.
Daniel se hundía cada vez más, sus fuerzas eran escasas y no podía luchar contra la fuerza del agua.
- Los presuntuosos perecen en este mar –exclamó el Señor del Agua–. Muy pronto te encontrarás como tantos otros humanos vanidosos, sepultado en las aguas del mar del olvido donde nadie te recordará, donde nadie te llorará ni te esperará.
Las palabras del Señor del Agua se escuchaban ya confusas entre las aguas del torbellino que enviaba a Daniel al fondo de aquel mar; Daniel tragó mucha agua y comenzó a perder la noción de donde se encontraba. Las aguas acabaron tragándoselo; todos los instantes que había vivido junto a Shela pasaron por delante de sus ojos.
[align=center]CAPITULO 33
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Por tres días completos permaneció la vigilancia sobre los mendhires en el valle de la luz. Se descubrieron algunas cosas; como que se desplazaban tan velozmente que ninguno de los vigilantes era capaz de seguirlos. También se comprobó que nunca se desprendían de sus largas vestimentas oscuras y que tenían ojos diferentes a los de cualquier otro hombre, de color plateado y resplandecientes.
Tander mandó llamar a Tirsé al castillo real. Tirsé llegó a lomos de un caballo, desmontó y fue dirigido por los guardas reales hasta una pequeña habitación en la parte alta del castillo donde se encontraban Tander y Umser. Tirsé observó que en un rincón del cuarto se encontraba el libro sagrado.
- ¿Qué habéis averiguado tú y tu compañía acerca de los mendhires, Tirsé hijo de Meltaré? –inquirió Tander.
- Sabemos que su poder y fuerza es superior a la de cualquier hombre común, allá donde se acercan hay disturbios y violencia, nunca tocan a nadie directamente, su piel siempre está cubierta por sus largas ropas oscuras. No es fácil seguirlos debido a su gran velocidad y su discreción –informó Tirsé.
- Puedes esperar abajo –le indicó Tander.
Tirsé salió de la habitación y se dirigió hacia la planta de abajo. Tander y Umser permanecieron allí meditando.
Tirsé se encontraba en un largo pasillo anterior a la habitación del trono; fijó su mirada en una ventana que daba a los jardines y vio una figura pasar. Tirsé miró a su alrededor, dos guardias se encontraban al final del pasillo custodiando la entrada a la habitación del trono. Tirsé se dijo que no lo verían si salía a los jardines; se dirigió sigilosamente a la ventana, que se encontraba abierta y saltó por ella hacia el jardín. Kimal, quien se encontraba jugando sobre la hierba se asustó al verlo.
- No temas –la tranquilizó Tirsé acercándose a ella–, sólo quería ver los jardines. ¿Quién eres tú?
- Me llamo Kimal y mi padre es Tander –respondió ella.
- Siento haberla asustado princesa Kimal –dijo Tirsé inclinándose ante ella.
- No te preocupes joven, pero no deberías estar aquí –comentó Ashla que había observado la escena tras los árboles.
- Discúlpeme majestad, solo quería ver los jardines del castillo pero sé que no actúe sabiamente –se disculpó Tirsé.
- En ese caso Kimal te los mostrará –le dijo finalmente Ashla.
Kimal se levantó y le pidió a Tirsé que la acompañara. Tirsé agradeció a Ashla su bondad, sabía que allanar los lugares del castillo reservados para la familia real era motivo de gran castigo y, a pesar de ello Ashla no solo no le había reprendido fuertemente sino que también le permitía verlos. Tirsé notó también el gesto de tristeza y melancolía que transmitía el rostro de Ashla.
Kimal llevó a Tirsé por todos los rincones de los jardines del castillo; finalmente llegaron a los muros del castillo, donde terminaban los jardines y comenzaba el bosque.
- Son muy bonitos vuestros jardines, supongo que te lo pasarás muy bien jugando por aquí –comentó Tirsé.
- Sí, pero echo de menos a mi hermana –respondió Kimal mirando hacia el bosque que se extendía más allá del castillo.
- ¿Qué le ocurrió? –preguntó Tirsé.
- Los hombres malos se la llevaron –confesó Kimal con voz triste y bajando la mirada.
- No te preocupes –dijo Tirsé tratando de consolarla–, nosotros acabaremos con los hombres malos.
Un hombre alcanzó el castillo real corriendo y cayó exhausto ante los guardias de la entrada.
- Debo ver al rey, es un asunto de suma importancia –exclamó con voz ahogada.
Tander fue informado y recibió al hombre en la habitación del trono. Ashla también se dirigió hacia allí, ambos ocuparon sus respectivos tronos. Umser permaneció en el cuarto de la parte alta del castillo.
- ¿Qué nuevas traes? –inquirió Tander, quien recordó que el hombre era uno de los que tenían asignada la tarea de vigilar a los mendhires.
- Mi señor el rey, Omisré se encontraba junto con tu siervo vigilando a los mendhires cuando uno de ellos trató de entrar en la plaza del mercado de Jedmen. Omisré pasó por alto las órdenes que teníamos de no actuar y trató de detenerlo. El ser descubrió su mano derecha y lo tocó durante un momento. Omisré cayó muerto al instante sobre el suelo. Se formó un gran revuelo, el mendhir se volvió a cubrir completamente y entró en la plaza, los hombres comenzaron a volverse unos contra otros hasta que el mendhir gritó una consigna contra su majestad. Sus palabras fueron ‘dad muerte al rey y podréis hacer lo que os plazca’; todos acabaron gritando al unísono y ahora se dirigen hacia aquí armados con palos y piedras. Yo corrí todo lo que pude y me adelanté para informárselo a mi señor el rey.
- ¿Conoces donde se encuentran ahora? – dijo Tander con gesto preocupado.
- Su paso no era muy veloz, deben de estar cerca de Tudmin ahora –opinó el hombre.
- Gracias por tu fidelidad –dijo Tander dirigiéndose al hombre–, puedes salir y esperar fuera.
El hombre salió de la habitación.
- ¿Qué vamos a hacer? –preguntó Ashla aterrada.
- Dudo mucho que podamos hacer al pueblo entrar en razón, así que creo que debemos prepararnos para pelear –reflexionó Tander.
- ¿Luchar contra nuestro propio pueblo? Quizás eso sea lo que quieren esos seres malvados –opinó Ashla.
- Puede que tengas razón –le contestó Tander meditativo–, pero tampoco podemos dejar que nos den muerte.
Tander mandó llamar a Umser y le contó lo que el mensajero le había comunicado.
- ¿Qué piensas que debería hacer? –inquirió Tander.
- Si esos hombres poderosos insuflan fuerzas a los rebeldes estamos perdidos. No creo que haya humano capaz de presentar batalla contra ellos –opinó Umser.
- De todas maneras trataremos de detenerlos –concluyó Tander decidido–. Debemos tratar de ganar tiempo hasta que el joven Daniel alcance la fortaleza de las tinieblas y logre cumplir su misión.
- ¿Y si no lo logra? –Inquirió Ashla–. ¿Qué hay si Daniel perece en su viaje?
- Entonces que los dioses se apiaden de nosotros –respondió Tander.
Ashla salió de la habitación entre lágrimas, comenzaba a perder la esperanza de volver a ver a su hija y no podía evitar pensar que quizás muy pronto todos ellos morirían, ya fuera a manos de sus propios vecinos o por el poder de los mendhires, esos seres poderosos cuyo poder ya había experimentado en su propio cuerpo. Ashla se dirigió a los jardines del castillo, bajo un gran árbol trató de ahogar su llanto.
Kimal y Tirsé se dirigían hacia la puerta que daba al castillo cuando Tirsé oyó el llanto ahogado de Ashla.
- Ve tú, ahora iré yo –instó Tirsé a Kimal.
Kimal entró en el castillo, Tirsé se dirigió hacia el árbol detrás del cual estaba Ashla. Tirsé se sobresaltó cuando vio que quien lloraba tristemente oculta tras un árbol era la propia reina del valle de la luz.
- Lo siento mucho majestad, no pretendía invadir su intimidad –se disculpó Tirsé.
- No te preocupes –respondió Ashla entre sollozos–, son tiempos difíciles para todos.
- ¿Qué inquieta a mi señora? ¿Podría yo hacer algo por ella? –le preguntó Tirsé.
- Un grupo de rebeldes venidos de Jedmen se dirigen hacia aquí con propósito de atentar contra el rey –confesó Ashla–. Pronto alcanzarán Tudmin y puede que otros se les unan allí; los mendhires promueven esa rebelión y muy probablemente insuflen fuerzas a los rebeldes. Si no ocurre nada vendrán y nos darán muerte.
Tirsé miró con preocupación el rostro de Ashla. Ambos permanecieron pensativos por varios minutos.
- Si algún hombre los detuviera… –continuó Ashla–. Estaría dispuesta incluso a darle mi hija en matrimonio siempre que la recuperáramos. Ella es muy hermosa de apariencia y corazón.
- Majestad, si es voluntad del rey yo mismo encabezaré la lucha contra esos rebeldes faltos de lealtad –exclamó Tirsé arrodillándose ante Ashla.
- Comparece ante el rey y preséntale tu servicio –le ordenó Ashla.
Tirsé se dirigió hacia la habitación del trono, una vez llegó a la puerta solicitó la comparecencia ante el rey. Tander aceptó su solicitud y Tirsé se presentó ante él.
- Se presenta tu siervo Tirsé, hijo de Meltaré.
- ¿Cuál es el motivo de tu petición de audiencia real? –inquirió Tander.
- Una noticia inquietante ha llegado a mi oído –comenzó Tirsé–. Soy consciente de que una muchedumbre de hombres rebeldes se dirige hacia aquí para atentar contra el rey. No conozco la voluntad del rey al respecto, pero si la voluntad de mi señor fuera luchar debe conocer que su siervo está dispuesto a luchar para defender a su majestad y su familia.
Tander miró con gesto incrédulo a Umser, al instante comprendió que Ashla se lo tenía que haber contado.
Tras unos instantes de meditar Tander llegó a una conclusión.
- De acuerdo, encabezarás a nuestro ejército –indicó Tander, tras lo que mandó a llamar a Eulatar, el jefe de sus guardias reales.
- Ve a Somper y manda a todos los herreros a que construyan lanzas, espadas, escudos y algunas armaduras lo más rápido que puedan –le ordenó Tander–. Comunica a todo hombre mayor de veinte años que debe estar dispuesto para defender a su rey en batalla. Lleva contigo a dos hombres y encárgales la misión de tratar de frenar el avance de los rebeldes, que traten de confundirlos o lo que consideren oportuno; pero que, sobre todo, sean cautelosos. Los mendhires guardan un gran conocimiento y poder que pueden usar en cualquier momento.
Eulatar tomó a dos guardias y salió rápidamente hacia Somper. Tirsé permaneció en la habitación del trono junto a Tander y Umser planificando su defensa ante el ataque que les aguardaba.
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