Julián salió corriendo de su casa después de recibir la llamada de Laura contándole lo que había sucedido. Tardó, y porque encontró algo de tráfico por las calles del centro, apenas media hora en llegar. Cuando lo hizo ya era de noche y los últimos coches se encajaban como los bloques de un tetris multicolor en los cuatro carriles repletos de semáforos.
Nada más llegar vio a la madre, preocupada e inquieta, recostada en uno de los sillones de la sala de estar. De repente, percibió el molesto olor a tabaco. Arrugó la nariz. El padre se encontraba de pie a su lado con un cigarrillo en la mano. Julián echó una mirada fugaz al cenicero de la mesilla de centro, estaba colmando de colillas.
—Buenas, vine lo más rápido que pude.
Habló en un tono suficientemente alto para que le dieran réplica, pero no se inmutaron. Él y el padre intercambiaron una mirada distante, y éste asintió con la cabeza. Inmediatamente empezó a andar hacia las escaleras, y al pasar por el lado de María, le acarició levemente el hombro como señal de tranquilidad.
Miró hacia arriba y vio como se erigían los peldaños de roble, junto al pasamanos de color caoba, en un promontorio de madera hecho a medida. A simple vista solo eran diecinueve, sin embargo, le parecieron muchos más. Empezó a subir. Cada paso que daba se sentía más cansado, hasta tal punto que se detuvo en mitad de la escalera. Esa escalera era el conducto para llegar al piso superior. No era fácil llegar y muchas veces se convertía en un objeto de análisis. Al llegar arriba escuchó que Daniel estaba gimoteando. Amagó con llamar con los nudillos cuando su voz lo detuvo en seco.
—¡Vete de aquí!
Pudo percibir la rabia en esas palabras. Lo importante no era el mensaje, sino la intensidad del mismo. Sabía que esta crisis era mucho peor que las otras. Le vinieron a la cabeza los sueños que había tenido la última semana. ¿Serían premonitorios? En ellos, Julián veía morir a Daniel en sus brazos después de que este rompiera el cristal y se tirara por la ventana. Julián sacudió la cabeza. Tenía que alejar los pensamientos negativos lo más rápido posible.
—Hola Daniel —dijo lo más relajado posible—, tus padres me han llamado hace un rato. Me gustaría charlar contigo, ¿qué me dices?
—¡Te he dicho que te vayas!
—¿Ves? No sé por qué me han llamado, si todo va genial.
¿Se había excedido con aquél comentario? Era arriesgado practicar con la psicología de choque en ese estado. Daniel se quedó en silencio. La puerta tenía un bajo relieve con motivos geométricos, el pomo era de acero inoxidable. Lo acarició, estaba muy frío, casi helado. No se molestó en girarlo, suponía que tenía la llave echada. Retiró la mano y esperó cualquier interacción. Por muy negativa que fuera, sería mejor que el silencio.
El pasillo estaba oscuro. Más a la derecha había la habitación de la hermana y del cuarto de juegos. Era una casa bastante grande y lujosa. Se miró los zapatos, una fina cortina de luz se colaba a través de la rendija de la puerta. El suelo era de parqué sintético, mucho más fácil de limpiar que el natural.
—¡Vete ya, vete o…!
«Disyuntiva», sonrió más relajado—. Está bien, ya me voy. Sólo quería asegurarme de que estabas bien. —Julián levantó los pies simulando que se marchaba. La madera crujió, primero fuerte y luego más suavemente.
—¿Te vas, Julián…?
—¿Decías algo?
—¿Te estás yendo de verdad? Mi madre está de los nervios…
—¿No es lo que querías? No quiero obligarte a hacer algo que pudiéramos lamentar todos. Además, me están esperando.
Desapareció la luz y todo quedó a oscuras. Julián dejó de mover los pies. Un escalofrío le recorrió de arriba abajo. No las tenía todas con él. ¿Y si se había excedido y el sueño cobraba sentido? Acarició la puerta con el dedo índice, parecía maciza, y de hecho, lo era. ¿Sería capaz de derribarla tal como había soñado? Se puso nervioso y cuando estaba a punto de hablar y dejar las estrategias a un lado escuchó a Daniel en una modulación muy suave:
—Lo entiendo, perdóname por haberte hecho venir para nada.
—¿Daniel, qué dices?
El corazón de Julián latía a cien por hora. «No, no puede ser. No puede ser…», pensó.
—¡Abre la puerta, Daniel! ¡Daniel, vamos!
—Diles que no es culpa suya.
Se escucharon unos pasos desde el interior, y el sonido del cristal rompiéndose. Luego un gemido y el sonido de un peso que impactó en el jardín. Julián intentaba desesperadamente echar la puerta abajo. No escuchaba los gritos de la madre y las carrerillas por la escalera.
Desapareció la luz y todo quedó a oscuras. Julián dejó de mover los pies. Un escalofrío le recorrió de arriba abajo. No las tenía todas con él. ¿Y si se había excedido y el sueño cobraba sentido? Acarició la puerta con el dedo índice, parecía maciza, y de hecho, lo era. ¿Sería capaz de derribarla tal como había soñado? Se puso nervioso y cuando estaba a punto de hablar y dejar las estrategias a un lado escuchó a Daniel en una modulación muy suave:
—Daniel, ¿sigues ahí?
—Sí, no te vayas, por favor…
Julián suspiró aliviado.
—Está bien. Haré lo que me pidas.
Se escucharon unos pasos desde el interior, y el sonido hueco de Daniel deslizándose de espaldas por la puerta.
—Siéntate apoyado en la puerta, como yo.
—Vale.
Julián se sentó. El relieve se le clavaba en la espalda.
—Y habla conmigo.
—De acuerdo, pero prométeme que luego abrirás la puerta.