
Tic-tac, tic-tac. Un frasco de perfume brilla a lo lejos, mientras los pensamientos comienzan a construir el muro. De nuevo. Simplemente observa.
Las injusticias consiguen elevar el énfasis al máximo exponente. ¿Por qué sueña con canciones que serían grandes éxitos? Le vienen a la mente los momentos felices de la vida, y en ninguno de ellos aparece ya. Mientras escucha la banda sonora de acontecimientos que le atormentan no sabe a que dedicar el tiempo que le queda. Padece de indefinición total y falta de identidad en un entorno hostil.
Ella es así, tan complicadamente simple como simplemente complicada. Adaptable como un ávido camaleón, e inteligente como la hipotética evolución del constantemente involucionado ser humano que hoy por hoy conocemos.
Melancólica. Melancolía como placer. Así es. Anclada en el recuerdo. Su mirada fija, ensimismada, en una fotografía, durante horas, volviendo a levantar el muro. El recuerdo le hace sentirse viva, y sólo él consigue que su cuerpo angustiado se exprese, aunque sólo sea sintiendo. Esa presión en el pecho y notar como la sangre fluye, y poder entender que sus ojos abiertos significan que está viva. Vaya terapia tan simplemente complicada, y viceversa.
Ella es fuerte, y es su elección, porque puede ser débil cuando quiera, o cuando le convenga. La fortaleza es una de las cartas de su baraja, siempre boca arriba, excepto cuando no quiere mirar, y coge una al azar. Uno de esos días de sábado noche, de locura con sus amigas, por ejemplo.
A veces prefiere estar sola. Allí donde manda y nada le interrumpe. Donde el silencio es su aliado y el atardecer comparte sensaciones. Y gratis. Quizás debiera (el atardecer) empezar a cobrar para reclamar la atención de la gente, y poder ser así utilizado como un arma más de ostentación. Atardecer en la playa, tres euros. Porqué no.
Cuando tiene que adaptarse a realizar actividades colectivas acaba siendo una más, y cae bien al que nadie le cae bien, y consigue transmitir cualquier sensación, si se lo propone, porque para camuflarse sabe que debe cambiar de color, y de eso maneja, y mucho.
Al llegar a casa vuelve a ser ella. Y vuelve a encontrarse. Y a ser feliz en su melancolía. En sus notas grises. Noche tras noche. En el mismo fotograma tras rutinarios atardeceres. “Free”. Y el muro vuelve a cegarle. Y se cobija a su vera, allí, donde siempre hace fresco. Donde acaba la agonía. Donde él está. Donde nace la aventura de sentir. Un viaje sin destino en el mejor de los transportes. Dejándose llevar, a la deriva. Nada más necesita para estar en paz. Sólo eso. O todo eso.