Prólogo
El hombre miraba el encendedor con aire distraidos. Detrás Marie se paseaba por la habitación envuelta en sus tareas, ajustando tal candil, o tal otro. Bajaba las perisianas cuando encendía una luz, y apagaba las luces cuando abrían las ventanas. El silencio de fuera era casi espectral. Sobre la mesa el encendedor lamía el reflejo de la pequeña llama de la lámpara de la mesa y el hombre hacía girar las gafas por la patilla mientras ensimismaba sus pensamientos en acontecimientos lejanos sobre los que no podía intervenir, pero que podrían marcar el rumbo de su vida de forma inequívoca. Marie regresó de la cocina y sirvió sobre los platos las patatas fritas con aceite. El hombre las comió sin mirar a su esposa y apuró hasta la última miga que encontró. Después mientras su mujer recogía apagó de nuevo las luces y abrió la ventana. Encendió el último cigarrillo que le quedaba y fumó con la otra mano dentro del bolsillo, con el chaleco desabrochado. Veía pasar parejas de soldados, otras veces camionetas o el sordo ruido de los aviones sobrevolando las calles. Se volvió dentro y fue a la habitación. Se desvistió, dejó el encendedor sobre la mesilla y se deslizó bajo las pesadas sábanas hundiéndose en el viejo colchón. Así pasó esa noche, y la siguiente, y muchas más hasta que llegara el poema. Pero cuando llegara...cuando llegara sabría que todo habría empezado, y Francia podría de nuevo respirar bajo su propia libertad...