Las sensaciones tienen formas. Los sonidos colores. Y juntos forman una serie de burbujas, como pompas de jabón, entre las que desplazarme mientras juego a perseguir mi sombra.
Siempre me ha gustado correr de una burbuja a otra. Atraviesas sus paredes translúcidas y de pronto, como si te engullese, estás dentro de ella. Te embargan las sensaciones, los colores se agolpan en tu mente. Sientes frío, calor, un hormigueo que recorre tus extremidades.
Sonrío. La burbuja es como una mullida cama que me acoge, una caricia, un beso.
Y así voy jugando a saltar de una burbuja a otra, sorprendiéndome con cada nueva sensación, cada sonido, entregando mi ser por completo a la experiencia. Soy una con el mundo. El viento susurra palabras, el sol calienta la arena sobre la que que dibujo sueños. Libero mi alma y dejo que vague libre, inocente, como la primera vez.
A veces, embargada por la emoción del momento, corro demasiado aprisa entre las burbujas. El calor ondulante de la melodía que solo está en mi cabeza me lleva a danzar sin rumbo fijo, hasta perderme entre el laberinto de burbujas.
Entonces me detengo y voy examinándolas con detenimiento, una por una. Algunas son frías, asépticas. De un azul apagado, de un verde deslucido. Silban de un modo casi inapreciable, tarareando el dolor en forma de notas.
En lo azaroso de mi camino, a veces mis pasos erráticos me conducen a burbujas que hacen latir mi corazón con más fuerza. Sus colores son vivos, la música es suave, me arrulla, pero sin perder la viveza que la separa de las tristes baladas. En su interior esconden regalos. Una sonrisa, un abrazo. Un rostro amigo, o quizás el de un desconocido que te tiende la mano.
Este tipo de burbujas me animan a seguir adelante, venciendo el miedo a lo desconocido. Desaparece el temor y puedo volver a jugar de forma despreocupada, como si no existiese el tiempo ni hubiese más mundo que el mío propio.
Sin embargo, a veces mis juegos me hacen adentrarme en burbujas inestables, cuyo color, aroma y sonido, está aún por definir. Las sensaciones se agolpan, haciéndome estremecer. Al principio el arcoiris que leen mis sentidos se me antoja fascinante, misterioso. Ardo en deseos de adentrarme en él, de conocer el secreto que ocultan aquellas burbujas. En ocasiones, hay ráfagas de calor, estallidos luminosos, tambores que laten al mismo ritmo que mi acelerado corazón. Contemplo todo con los ojos muy abiertos, maravillada. ¿He encontrado quizás una burbuja especial?
Entonces de pronto se hace el silencio a mi alrededos. Los pedazos de la burbuja que acaba de estallar caen al suelo lentamente, mecidos por un viento frío que ha comenzado a soplar. En su descenso, rozan mi piel, como lágrimas que toman la forma de tristes notas de piano. Intento recoger lo poco que queda de la burbuja, pétalos de espuma que han perdido todo su color. Pero en mis manos se convierten en agua que se desliza entre mis dedos, recordándome todo lo que he perdido, que hay cosas que el ser humano no puede retener. Hay sueños que se pierden para siempre, sensaciones que se niegan a permanecer junto a nosotros. Quizás nos creen indignos, corruptos.
Pero mi alma no entiende de pecados, no está preparada para el dolor. Y se retuerce en mi interior, temblorosa, suplicando que abandone el lugar, que busque un camino de vuelta a la seguridad del hogar.
No hago caso. No alzaré corazas en torno a mi alma, por abundante que sea la sangre que ahora mana de ella. Eso la convertiría en un alma artificial, contaminada. Perdería la pureza primigenia, la esencia inocente del alma de niño. Lo perdería todo.
Es por ello que ignoro su llanto y vuelvo a jugar entre las burbujas. Cierro los ojos y me dejo llevar, siguiendo los dictados de mi espíritu. Rosa, rojo, amarillo, verde. Blanco ahora en mitad de la burbuja encrucijada. Me envuelvo en mi capa de sueños y tomo un camino cualquiera. Todos llevan a la felicidad, independientemente del tipo de burbujas con los que me tope al recorrerlos. Porque la felicidad, derivada del sueño, es el motor que me mueve, la voz que me guía.
Alzo las manos hacia el cielo, tratando de acariciar un imposible. Comienzo a dar vueltas sobre mí misma, en una danza improvisada, un baile de formas redondeadas y colores cálidos, que hace que mi mente conecte con mis dedos, que dan forma al aire para crear figuras de agua y fuego, tan vivas como mi propio ser.
Y así doy lugar a mi mundo, mi paraíso. El único camino que me depara la vida, la esperanza del sueño que termina por hacerse real. El camino que yo misma he elegido. Mi camino.
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Escritura automática estúpida. Como de costumbre.