Durante la conversación más triste de mi vida, mis ojos no se apartaban de su verde mirada.
Hubo palabras. Palabras equivocadas y, tal vez, palabras certeras. Hubo sinceridad pero también pensamientos que murieron antes de llegar a ser formulados.
Hubo silencios apretados en abrazos, que dijeron tal vez más de lo esperado y siempre menos de lo deseado.
Fueron besos teñidos de lágrimas. Besos contradictorios. Besos que decían "te deseo" eran seguidos por besos que decían "nunca te olvidaré". Besos pidiendo una oportunidad cedían el paso a besos resignados a la derrota final.
Eran besos y eran lágrimas.
Fue una despedida sin serlo. Fue la manera de dejarnos libres sabiendo que siempre estaremos unidos.
Durante la conversación más triste de mi vida, te dije en cada beso que te estaba queriendo, que te había querido, que no aceptaba tu ida y que, al mismo tiempo, no había nada mejor entre lo que yo ofrecía.
Fueron besos bañados en lágrimas, salpicados de sonrisas inevitables que reflejaban lo que en nuestras palabras no tenía cabida: la resignación, la aceptación de una realidad que, inevitablemente, sabíamos que era la correcta pero que, al mismo tiempo, sentíamos que no era la mejor.