—No se trata de eso, amor…
—¡Que no me llames amor, joder!
Ella se retira unos pasos.
— … sino de haberlo dado todo, habiéndome equivocado, o no; y ahora no disponer de nada que darte.
—No es justo.
—Tienes razón, no lo es. Pero tampoco lo es para mí, que me lo achaques día sí y día también.
—Pues no te preocupes, que no te diré nada más.
—Tampoco se trata de eso. En cualquier caso, siempre tendrán razón.
—¿Quiénes?
—Ya lo sabes. Sabes cuál es mi destino natural. Y todos los acontecimientos que se desarrollen en la vida, no harán sino llevarme directo a él.
—Yo te dije que nunca te dejaría solo.
—Tú no, pero alguna parte de ti, sí.
—¿Hay otra? Hace días que estás raro. ¿Es eso?
—No hay otra… o puede que sí. Pero no quién tú piensas.
—Claro, tú lo sabes todo. Sabes lo que pienso, lo que hago, y lo que dejo de hacer.
—En mayor o menor medida, eres fiel a unos patrones de conducta, como casi todos los seres humanos ordinarios.
—Porque tú eres superior.
—Con ordinario me refería a «normal», aunque ya sabes cuánto odio esa palabra. Y también sabes, cuánto me disgustan los prejuicios.
—Me voy.
—Vale, pero no sufras.
—¿Te das cuenta? Antes me retenías, me decías cosas, ahora no. Ahora sólo me pides algo que es imposible.
—¿Por qué? —exclama fatigado—. ¿Por qué es tan complicado intentar ser feliz? Con esfuerzo, las sonrisas saldrán a diario, y los pensamientos negativos no tendrán cabida en tu vida.
—Ya no sientes nada.
—¿Alguna vez he sentido?
Ella estalla en llanto.
—Sabes cómo hacer daño.
—¿Crees que es mi intención? ¿Sabes lo que es querer? Sabemos dos cosas, que hay quiénes creen y no creen en el amor. Que se trata de un cúmulo de sustancias que libera nuestro cuerpo al encontrar un compañero sexualmente potencial. ¿Por qué el amor siempre tiene que ir acompañado de eso? ¿De sofocos, de dolor, de celos y de necesidad?
Se intensifica el llanto de la joven y se acerca dos pasos exiguos.
—Yo creí haber conocido el amor, y era feliz al pensarlo. Pero todo, todo me ha demostrado que lo que yo creía no era importante. Que el residuo de la pasión no es algo que deba nombrarse, que los recuerdos son espacio útil desaprovechado, y que la felicidad, sólo se consigue…
—¡Basta! No si—gas.
—Libérate de ese dolor.
—Me lo infliges tú a diario.
—Libérate de mí.
—Moriría.
—Y renacerías, pero no quieres intentarlo siquiera.
—¿Cómo tú? Pensaba que los muertos no recordaban su vida anterior sin hacer una regresión.
—¿Quién te dijo que hubiera muerto? Con suerte estoy camino de una final agonizante.
—Yo…
—Pero sonrío. ¿Lo ves? Porque no me importa dar lo poco que me queda. Pero no, claro que no es lo mismo. Ni nunca lo será. Lo tengo asumido, aunque a veces el estado anímico sea tan elevado que me haga admitir como empírico puras ilusiones de adolescente. Tú sí puedes. Aún te queda bastante camino para conocer.
—¿Me estás diciendo adiós?
—Lo que no te digo es que no me guste tu compañía. Te repito que en algún lugar podrías ser más fe… podrías ser feliz de verdad. O al menos, intentarlo.
Ella sigue sollozando.
—No aprendiste a quererte.
—Y nunca seré feliz, según tú.
—¿Y por ello tenemos que compartir nuestra amargura?
—Yo comparto el amor, pero tú ya no tienes, o eso dices.
—El amor… Hablaremos cuando estés más calmada.
—No, dilo ahora. Total…
—Si algo tengo claro es que de lo que antaño renegaba estaba muy equivocado. Si bien la necesidad es la base natural del amor, y proporcionalmente establece relaciones con quiénes interactúan, a pesar de que lo viera como algo sucio, es la forma más pura del mismo. Y me doy cuenta ahora, casi media vida después. La necesidad, aunque débiles, es lo que nos hace humanos, y multiplica nuestros sentimientos… Y amor no es ignorar todo y vivir en un mundo diferente donde todo es perfecto, no. El amor, incluso estando invadido por un Danubio rebosante de endorfinas, es actuar pudiendo distinguir entre lo bueno y lo malo, y lo agradable y lo molesto, hasta el punto… de ser capaz de dar la vida por tu compañero. Ser capaz de sentir miedo y hacerlo. Eso sí es heroico, y no los que van tan colocados que no recuerdan ni su propio nombre.
—Tú no darías la vida por mí.
El hombre niega con la cabeza y esboza una humilde sonrisa.
—No escuchas, amor. Yo no tengo vida que dar a nadie.