Toda la ciudad estaba blanca. La nieve caía lenta y pesada, como si en el cielo hubiera estallado una guerra de almohadas.
La nieve crujía bajo mis pies con cada paso y, de vez en cuando, sentía el tímido beso frío de un copo en la punta de mi nariz. Junto a la parada de tranvía había un hombre sosteniendo un ramo de flores. Se acercaba la noche de San Valentín.
Me senté y miré distraído los coches pasar cubiertos de nieve, las rodaduras del tranvía sobre la calle, como heridas abiertas que no llegaban a cicatrizar de blanco. La figura de aquel hombre permaneció quieta.
Llegó un tranvía que no convenía a mi destino. Tampoco al de aquel hombre. Miré con más atención y comprobé que tenía bastante nieve ya sobre sus hombros y que las flores empezaban a ser apenas ascuas rojas bajo la ceniza invernal. Era de noche, no muy tarde aún.
Como pasatiempo, empecé a imaginar la historia de aquel hombre. Cómo sería la chica a quien iba dirigido aquel ramo de flores, cuánto tiempo llevaban juntos, cual sería la reacción de ella al verlo llegar… me di cuenta de que cada detalle que inventaba para ellos era, cada vez más, parte de la historia que nunca podré contar de ti y de mí. Pero dejé volar mi imaginación igualmente, al ver nuestra historia como parte de la vida de otro también empezaba a sentirte menos.
Estaba enfrascado de tal manera en los detalles, que sólo reaccioné al ver partir el tranvía que debería haber cogido. El hombre no había hecho el más mínimo amago de moverse. Decidí que aprovecharía el tiempo hasta el siguiente tranvía para continuar deshaciéndome de ti y de tus recuerdos volcándolos sobre aquella figura anónima, portadora de flores para su amada anónima.
No obstante, el frío me afectaba. Sentí un tanto entumecidas las piernas y opté por moverme un poco. Distraído, me acerqué al poste informativo para comprobar el horario. De reojo, intenté alcanzar a ver algún detalle más de aquel individuo. Disimulando, caminé en su dirección, mirando a cualquier parte con afán de pasar desapercibido.
Cuando estaba a apenas tres pasos de su lado, comencé a distinguir el sobre entre las flores y la nieve. En lo que tardé en dar el siguiente paso, por mi cabeza ya habían pasado una docena de posibles frases que podrían haber estado escritas en la tarjeta. Sin embargo, el siguiente paso tendría que esperar. Estaba casi a su lado y ya podía leer sin problema el nombre que en aquel sobre estaba escrito.
Lo leí tres veces, sin dar crédito. Tu nombre estaba en aquel sobre y en la cara de aquel hombre, lágrimas congeladas recibían nuevas lágrimas tibias que iban a morir dejando brillantes surcos en aquella cara, lágrimas cargadas con mi dolor, mis penas, tu ausencia. Con el aroma de tu pelo, el roce tu piel, el sonido de tu voz y la música de tu risa; cada momento cogidos de la mano, cada beso, cada mirada… todo aparecía en aquel rostro que murió esa noche de San Valentín.