Delidia 457

Hola!

He empezado hace poco una nueva aventurita... le llamo foto cuentos, (o photo tales). Son pequeñas historias, de menos de 500 palabras, siempre relacionadas con una fotografía hecha por mí. Normalmente cojo la foto de mi biblioteca reciente y de ahí saco la historia.
Podéis pasaros y echarle un vistazo, llevo 6 escritas, ¡son muy ligeritas de leer!
suelen hablar sobre temas realístico-fantásticos.

http://www.delidia457.com

Iré dejando las historias aquí a medida que las publique en la web. Siempre podéis ir a leerlas todas más cómodamente allí ;)


Spoilers

Señor Mono miró a Don Lagarto sin hablar durante exactamente 4,57 segundos. Parecía enfadado, pero como una madre se enfada con su hijo, con un aire de ternura que no se puede enmascarar.

- No entiendo por qué has tenido que hacer eso.
- ¿Hacer qué?
- No te hagas el sueco, por favor.
- No me hago el nada.
- ¡Pues lo que acabas de hacer, Lagarto!
- ¡Pero si el Sexto Sentido es viejísima!
- Me da lo mismo, sabes que no la he visto.
- Bueno, el artículo 3 de las leyes no escritas del spoiler dice que - y versó, como de memoria - “si una película tiene más de 10 años, el spoiler no puede considerarse como tal”.
-¿Ah, sí? Pues que sepas que en El planeta de los simios es la tierra todo el rato.

Don Lagarto fijó los ojos en Señor Mono sin pestañear, serio, como esperando terminar un proceso que se estaba produciendo en su cabeza. Mono quería una reacción molesta que le hiciera sentirse satisfecho.

- Sabes que la quería ver.
- Bueno, según el artículo 3 de…
- Cállate.

El señor Mono alzó la vista hacia el techo, sonriendo. Cerró los ojos mientras negaba con la cabeza y casi soltó una pequeña risita chimpanceresca.

- Te quiero, Lagarto.

Y le abrazó.

Fotografía:
https://www.googledrive.com/host/0B_nP8 ... /photo.jpg

El otro lado

- ¿Conoces el puente de Delidia?
- ¿Cuál? Creo que no.
- Dicen que es un puente infinito.
- ¿Eso quién te lo ha contado?
- Venga, todo el mundo ha oído hablar de ello.
- Pues yo no.
- Lo peor es que si te das la vuelta para volver, el puente se torna infinito por el otro lado. Por supuesto, nadie sabe lo que hay allá, donde se aprecia el final.
- ¿Nunca se ha visto a nadie a lo lejos?
- No hay vida. Y nadie ha vuelto de allí para contarlo. Dicen que la gente muere de desesperación, y sus almas quedan vagando a lo largo de la pasarela, pidiendo ayuda a quien se atreva a pasar por allí, de forma casi diabólica, enloquecida…
- Para, tío, me estás asustando.
- Lo que no sé es por qué la gente sigue intentando cruzarlo. Se ha tragado ya 457 personas.
- ¿Y tú como sabes todo esto?
- Mi abuelo es el único superviviente…
- ¡Venga ya! ¿Cómo cojones salió de ahí?
- Saltó al lago por la barandilla.

Fotografía:
https://www.googledrive.com/host/0B_nP8 ... /photo.jpg

Fuego y agua

Delidia es un mundo en el que el fuego es agua y el agua, fuego.

Allí no existen los vasos, ni las jarras, ya que a nadie se le ocurriría conservar fuego de esa manera. Eso sí, las chimeneas, bien selladas, se llenan hasta arriba con calderos, y sólo hay que cambiarles el fuego una vez cada par de semanas.

La gente bebe con velas. Suelen ser blancas, cilíndricas, pero no muy grandes, aunque hay mucha gente que tiene velas de colores y sabores entretenidos y juguetones. Allí se encienden con un mechero de agua, se bebe lo que a uno le apetece y se puede dejar el cirio encendido el tiempo que uno quiera, o apagarlo para que no se consuma. Hay gente que lleva velas encendidas durante todo un día, y va bebiendo de a poco.

Las cocinas son como los acuarios de aquí en nuestro lado. Se regulan con la cantidad de fuego que uno le ponga: cuanto más lleno esté, más calor da. Allí no importa dejarse el fuego encendido, es más que seguro.

Deberíais ver las piscinas; en Delidia se convierten en un espectáculo visual de colores rojizos y amarillos donde la gente disfruta de un refrescante baño sin flotación. El suelo está lleno de válvulas de gas ordenadas con formas divertidas en algunas, y con aire sobrio en otras. He llegado a ver recintos con 457 gasificadores.

Y cómo son los bomberos, os preguntaréis.
Bastante simpáticos.

Fotografía:
https://www.googledrive.com/host/0B_nP8 ... /photo.jpg

El maquinista

Todos los días alcanzaba la estación de Delidia a la misma hora: las doce y cuarto del mediodía. Y Todos los días se encontraba con el mismo escenario.

Allí nunca había nadie, ni nada. Parecía un lugar mágico, un sitio en el que el tiempo se había parado y todas y cada una de las partículas de aire se habían quedado completamente congeladas y mantenían su posición por siglos.

Pero era lo que debía hacer.

Su trabajo, entre otras cosas, consistía en llevar allí la máquina a la misma hora de siempre, parar, apearse de allí y esperar 5 minutos a que la gente más tardona pudiera subirse al tren a tiempo.

Pero allí jamás apareció nadie. Ni un alma.

Lo cierto es que el tren no tenía nunca pasajeros. El maquinista no había visto a nadie montarse en aquella bestia eléctrica en su vida. No vio nunca una sola persona en ninguna estación. Nunca un hombre, ni mujer, ni niño o niña en los 457 kilómetros que el maquinista recorría cada día en total.

Pero era su empleo. Era lo que debía hacer.

a él le llegaba su salario mensual el día 20, sin retrasos ni adelantos, con la única carta que recibía en su correo postal cada mes.

Lo cierto es que el maquinista vivía solo y no acostumbraba a pasear ni a tomar desayuno en una cafetería, ni a comer en un bar, ni a cenar en un restaurante. Pero aunque quisiera hacerlo, jamás vio a nadie, nunca. En ningún sitio.

Pero él no tenía por qué hacerse preguntas.

Con su compra mensual por teléfono tenía suficiente. Aquella voz robótica que le contestaba al otro lado, escuchando su lista de consumibles, no le suponía ningún cambio de humor notable.

La verdad es que nunca había llegado a pensar por qué no existía nadie más. Por qué solamente estaba él allí, en ese mundo. ¿Su mundo?

La última vez, le costaba recordar, fue tras aquel accidente de ferrocarril en el que todo el mundo murió menos él. Tras aquellos 3 días en coma.

Fotografía:
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Adultos

Después de toda una tarde haciendo rebeldías por las calles de la zona más central de la ciudad, Ganges y Alaknanda se sentaron en el borde de la gran fuente de los deseos, mirando al infinito a través de ella, casi jadeando de agotamiento. Así podían recibir ese polvo de agua que les refrescaría durante al menos unos minutos, y, de hecho, tras un buen rato sin hablar, les despejaba de la modorra del potente sol de julio. Si alguien les hubiera preguntado en aquel momento, habrían dicho que había 457 grados debido al ambiente cargado y húmedo.

Entonces Knan decidió abrir una conversación que llevaba en su cabeza mucho tiempo, desde hacía años.

– No me quiero hacer mayor, Ganges.
– Tienes 11 años, por Dios. Eres muy, muy joven para pensar en esas cosas.
– ¡Pero es que los mayores son horribles! Mira, fíjate en aquél. Andando recto y estirado, mirando al suelo, pero no, más allá del suelo, ¡mirando a la nada!. Llega de un trabajo que no le gusta, va a una casa con la que se conformó en su día, y le dará un beso a su mujer para decirle hola. Pero no porque le quiere, sino porque si no lo hace sería raro.
– Bueno, pero hay muchos tipos de gente mayor, Knan. Papá no es así.
– ¿Seguro? ¿Seguro que quieres tener un trabajo para poder vivir, y que te den vacaciones algunos días al año, haciéndote pensar que “te lo has ganado”? ¿Hay otros tipos de gente mayor aparte de éstos? ¿Quieres “tener” – dijo, enfatizando el verbo usado – que formar una familia y deber ir a encuentros formales, como bodas de amigos o funerales de gente que no te interesa, sólo porque si no sería raro? ¿Llevar ropa, porque si no sería raro? ¿Ser social, agradable y responsable con tus compañeros, porque si no sería raro? ¿No sonreír demasiado, porque si no sería raro?

No hubo respuesta. Ganges cogió una pequeña piedra que estaba a su lado y la lanzó contra el chorro más grande de la fuente, el que formaba un abanico muy parecido al que se produce cuando un niño, divertido, coloca el dedo delante de la boca de una manguera que está soltando agua a presión para mojar a sus amigos. Se formó un arcoíris por milisegundos tras crear un agujero justo en el momento en que el guijarro atravesaba la cortina de agua, al romper las gotas en minúsculas partículas que refractaron la luz en colores.

Y entonces se acordó.

– Bueno… esta es la fuente más importante de toda Delidia, y cumple deseos, ¿lo sabías?
– ¿Deseos?
– ¡Claro que sí! Las fuentes suelen cumplir deseos cuando echas monedas, pero ésta es especial. Sólo funciona con niños, los seres con el corazón más limpio.
– ¡Nosotros somos niños, Gan! – Alaknanda se empezó a emocionar pensando en lo que iba a desear en un momento.
– Sí. Sólo tienes que pensar con muchísima decisión lo que deseas. Si eres suficientemente puro, se cumplirá.

Ahora era Ganges el que sonreía. Por un lado, él mismo sabía que las fuentes mágicas no existen; pero por el otro, casi tuvo que contener las lágrimas de emoción al ver a su hermano tan inquieto y vibrante.

– ¡Voy a decirlo!
– Adelante, Knan.
– ¡No quiero que nos hagamos adultos nunca, nunca!

Y los dos se convirtieron en piedra.

Fotografía:
http://www.delidia457.com/wp-content/up ... wn-ups.jpg

El túnel

Elipse pasaba todos los días por aquel túnel, cerca del río, ya que era la única forma de ir al colegio desde su casa. Siempre se juntaba con Área por el camino, antes de llegar al húmedo corredor. Estaba enamorado secretamente de esos ojos negros y profundos como el mismo universo. Área era la niña de sus sueños, y ella lo sabía muy bien, pero intentaba dejarlo pasar, ya que no sentía lo mismo. Pero él no se rendiría.

No había día que no se cruzaran con aquel anciano que no se movía ni un centímetro, mirando al río, pensando en algo. Y daba la sensación de que aquello que cavilaba era un problema sin solución. Parecía que se castigaba dentro de un bucle del que no quería salir, por alguna razón.

Le llamaban el hombre de las memorias. Padecía un Alzheimer intermitente que le obligaba a escribir lo que había vivido dentro de sus momentos lúcidos en pequeños trozos de papel que podría leer en los siguientes periodos de sensatez. Solía caminar alrededor del río, y lo hacía a la misma hora siempre, la hora a la que su esposa llegaba del trabajo para salir a pasear bajo la luz del sol, y hablaban de cómo les había ido el día a uno y a otro.
Pero ella había muerto 4 años atrás, después de 57 compartiendo juntos cada momento.

Era sábado. Elipse quería conocer a Área fuera del devenir escolar. Decidió invitarla a un helado, y ella sonrió encantada. Algo comenzaba a enraizar en su pequeño corazón adolescente, y sentía curiosidad, o eso creía. Fueron al que empezó a ser su lugar favorito poco a poco: el túnel de Delidia.

Tras algunas conversaciones que cada vez eran más redundantes, se hizo el silencio.
Elipse miró a Área.
Área sonrió.
Élipse se acercó a sus labios de fresa.
Y se fundieron en un beso que se repetiría durante años.

Siguieron caminando, ahora cogidos de la mano, bajo la luz de un sol que les bañaría juntos para siempre.

Como entre semana, aquel hombre estaba allí. Elipse no pudo aguantar ese rostro que denotaba una tristeza absoluta, y tuvo que acercarse a preguntarle si se encontraba bien. Pero no hubo respuesta.
Insistió.
Nada.
Quizá padecía de sordera. Elipse decidió tocarle el hombro para aumentar el grado de interacción, pero no pudo. Su mano atravesó el cuerpo como si fuera una nube, como si ese hombre fuera sólo una sombra, un ente. Elipse dio dos pasos hacia atrás y esperó dos segundos, boquiabierto. Después corrió.

Lo que nadie sabía es que el hombre de las memorias iba todos los días al mismo lugar porque fue allí donde más tiempo pasaba con ella.
Fue allí donde empezó a conocerla.
Fue allí donde besó por primera vez a la mujer de su vida.
Y no podía soportar haberla perdido.

Fotografía:
http://www.delidia457.com/wp-content/up ... tunnel.jpg

Post original:
http://www.delidia457.com/es/cuentos/el-tunel/

Vermis

Vermis tiene una mancha de nacimiento en el pecho que le da seguridad, porque le hace sentir único. Está orgulloso de ella.

Vermis no tiene un hogar. Es un vagabundo, un indigente. Un “homeless”, como ahora se dice, como si nuestra lengua no fuera suficientemente rica. Su trabajo es pedir, y su salario, triste: sobras. Sobras de aquellos cuyos problemas en la vida hacen reír a Vermis. A veces no hay nada que comer en días. Pero esto no le permite dejar de ser feliz.

Vermis no descansa.

Vermis ha estado en muchas peleas por necesidad. Contra 4, 5, hasta contra otros 7, por una ínfima recompensa. Por nada, ya, por pelear. Se ha visto varias veces al borde de la muerte. Y ha pasado mucho miedo. Cuando uno vive en la calle no le queda otra. Pero esto tampoco le pone triste.

Porque Vermis tiene un superpoder. Vermis puede hacer algo con lo que los demás sólo podemos soñar.

Vermis puede volar.

Vermis es capaz de elevarse muchos metros, incluso ha aprendido poco a poco a moverse con cierta velocidad.

Vermis ha visto bellos paisajes por toda Delidia, desde alturas imposibles para el resto de los mortales. Sólo él es capaz de sentir el viento acariciar su cuerpo sintiendo una increíble sensación de libertad.

Porque eso es precisamente lo que es Vermis. Libre. Y eso es lo que le hace feliz, sin importar el resto.

Quizás es esta rara condición la que le apartó de la sociedad y le convirtió en una pieza suelta, sobrante, del juego. A la gente normal no le gusta lo desconocido.

Pero Vermis es feliz, vuela a todas partes y se dedica a adquirir nuevas experiencias todos los días.

Eso sí; Vermis es capaz de volar con una sola condición.

Necesita estar completamente desnudo.

Fotografía:
http://www.delidia457.com/wp-content/up ... ermis2.jpg

Post original:
http://www.delidia457.com/es/cuentos/vermis-2/
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El maquinista

Adultos

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Vermis

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