El Plan

El título aún es provisional, y el texto seguramente es mejorable, pero espero que os guste al menos:

«La empresa de montaje cerraba después de 17 años de trabajo a pleno rendimiento y él solo tenía una pequeña placa con su nombre para recordar años de leal servicio: "Kazuo Yami, Responsable de Marketing y Publicidad" rezaba la placa. Aún recordaba con una sonrisa cuando, entre las carcajadas de sus compañeros, tuvo que deletrear su nombre muy lentamente varias veces hasta que el dependiente del taller de grabación lo copió perfectamente.

Por lo visto había quiénes harían el mismo trabajo, sino más, por un salario más reducido y jornadas de trabajo más largas. Malditos chinos, pensó amargamente, aunque en realidad no les culpaba a ellos, sino a la filosofía de la empresa; dejar tirados a más de 20.000 trabajadores en toda Europa de la noche a la mañana, a quién se le ocurre. De nada habían servido las manifestaciones de protesta o los comités con el grupo ejecutivo y los mayores accionistas, la empresa sabía a lo que jugaba y envió las indemnizaciones correspondientes a cada trabajador lo más rápido que le fue posible.

Ahora todo eso era agua pasada, ya no había nada que hacer, la decisión estaba tomada y todos los proyectos de traslado estaban ya en marcha. Incluso parte de la maquinaria estaba en ese momento de camino hacia Beijin, desde donde sería transportada a su ubicación final en algún macrocomplejo industrial de algún rincón de aquel enorme país comunista.

Recogió tristemente el poco material de oficina que los mozos que desmantelaron la oficina no habían querido y lo reunió en una bolsa con el logotipo de la empresa impreso, antes de dirigirse en silencio hacia el ascensor.

Sus pasos resonaban en la gran sala, que antes era una colmena de paredes postizas que dividían el espacio en pequeños habitáculos desde donde cada cual pasaba el tiempo haciendo llamadas a cualquier rincón del mundo para comprobar que todo funcionaba a la perfección o para ver porqué no era así, amén de infinidad de maneras menos "profesionales" de pasar el tiempo sin llamar demasiado la atención.

No pudo evitar echar una última ojeada, imaginándose como era todo antes y como ahora solo quedaba su mesa, sobre la que descansaba la pequeña placa dorada y su sombra proyectada por el sol de la tarde; la mesa la recogerían por la mañana, para envalarla tal cual y enviarla de inmediato, con el resto del material, a China, dónde la colocarían de tal manera que Kazuo pudiera proseguir con su trabajo exactamente por dónde lo había dejado lo más rápidamente posible.

Al parecer alguien de arriba pensaba que él les sería de gran ayuda en el nuevo emplazamiento, y ya le habían asignado una residencia, además de compensar económicamente y de forma muy generosa, las molestias que le pudieran ocasionar tales trastornos. Tal vez esa decisión se debiera a que el era asiático, quizá pensaban que manejaría el idioma, o las costumbres locales; o tal vez fuese simple casualidad que los dos miembros de origen oriental del equipo estuvieran en la misma situación.

La verdad es que en momentos como esos se alegraba de no tener una vida social muy activa, y aunque la idea de dejar un país en el que llevaba más de 20 años y unas costumbres occidentales que le agradaban bastante, y más aún teniendo en cuenta que se dirigía a un pais comunista; la verdad es que ya antes del inicio del traslado estaba pensando en cambiar de aires y esta era la oportunidad adecuada para hacerlo sin poner en peligro su estabilidad laboral. Además, aunque Madrid era un sitio perfecto para vivir, no se sentía a gusto en una ciudad donde la mayor parte de la gente de su raza se dedicaba a negocios normalmente honrados, pero mal vistos por el resto de habitantes.

Unos días más tarde, y bajo la mirada de nadie (pues nadie quedaba ya aquí para él) se dirigió a la puerta de embarque de su vuelo y desapareció de la vida de la ciudad, solo recordado vagamente por algún vecino en alguna conversación trivial, mientras alguien en un despacho tachaba su nombre de una pequeña lista escrita a mano.

El pan comenzaba a cobrar forma después de tanto tiempo y dinero invertidos y aquél "alguien" no pudo contener una ligera sonrisa de satisfacción.»

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