Desde hace un tiempo la televisión se ha superado en quebrantar la ética moral emitiendo programas que, aparte de no aportar nada interesante, no son más que un vehículo para denigrar la dignidad humana. Un claro ejemplo de ello son los formatos testimonio: un ‘cuéntame tu miserable vida en cinco minutos que el tiempo de la televisión vale oro y tú no vales nada’, echa cuatro lagrimitas y vuelve para tu casa. Habrás hecho historia y darás vergüenza ajena, pero te salvará haber actuado sin ánimo de lucro, porque razones mil podrías haber tenido para recurrir a un programa de televisión que aunque se alimenta de sufrimiento para luego desecharlo, presentándolo como el trabajo en serie de una fábrica, uniendo minuciosamente todas las partes para culminar en una estridente carcajada o la más grande indiferencia, pero oye, ¡es que no echan nada más a esa hora!
Hay otro programa – y se avecinan más – que explotan una técnica similar, si bien se escudan en que forman parte de una terapia psicológica, y su único fin se basa en ayudar a los espectadores que recurren. Hablo de esas cajas rojas –que no son precisamente las de Nestle-, una sala de 5 x 5 x 5 metros de pantalla plana que no paran de mostrarte tus mayores temores para provocarte una muerte en vida y unas cataratas para que la audiencia, sádica ella buscando placer, se regocije al ver como se resienten tus cimientos a la vez que te critican por estar allí haciendo el pánfilo.
Pero el programa estrella es en el que vas pura y duramente a contar tu insignificante vida con la excusa de que se premia la sinceridad de los concursantes, compartiendo los detalles más íntimos y escabrosos de una mortalidad anónima, en la que durante la emisión del programa – y durante los sucesivos zappings con los mejores momentos- rozas el estado de famoso casposo. Una actuación que pasará a la historia sin pena ni gloria, y una cara –muy dura, eso sí- que olvidarás una vez dejes de verla. Lo más importante – para ponerle nombre- y lo que posiblemente se comente sean las aventuras o más bien desventuras de tu triste existencia. Porque si ya es lamentable ir a la televisión a compartir vergüenza, a demostrar que no tienes morro, sino trompa, que vayas con la intención de cobrar por ello, es indignante. Y ya no lo que digas en dicho programa (que confieso he visto alguna vez) sino el simple hecho de ir.
Porque si pones precio a tu intimidad, si pierdes el respeto a tu familia y a ti mismo, si pierdes a tu mejor amistad por aspirar a llevarte 100.000 euros con la opción de que te vayas sin nada, incluso peor de cómo fuiste – porque probablemente vuelvas solo- , no se lo debe pensar mucho la gente.