Todo estaba oscuro, cuando de repente, apareció una luz.
—Hola.
—Hola. ¿Hace mucho que esperas?
—Sí, no. Bueno, bastante; un rato. Pensé que ya no vendrías.
—He estado ocupada, ya sabes.
—¿Con qué? Ehm, nada.
—Ya sabes. Cada vez irá a menos hasta que finalmente…
—No—no lo digas.
—Está bien, pero tú lo sabes. Lo sabes.
—Ahora escucha a Debussy. ¿Te lo puedes creer?
—Querrá relajar las neuronas, aunque le pega más Chopin.
—Te he echado de menos.
—¿Seguro?
—Sí.
—¿Y cómo es eso? Si ya no sabes cómo soy. Es como si tuvieras la versión desactualizada de un programa.
—Tienes razón.
—No hace falta que te engañes. Está bien, está bien así. No importa —sonríe.
—¿Sabes cuándo ocurrirá?
—No. Tengo una ligera idea, pero no. Supongo que simplemente, un día, no haré acto de presencia. Algo o alguien borrará el letrero de mi puerta y, y puede que… Y sea como si nada hubiera ocurrido, nunca. ¿Es un poco triste, no?
—Lo es. No sólo un poco, es muy triste. Si te sirve de algo…
—No. Te he dicho que no lo hagas. Ya no.
—Está bien.
—¿Sientes algo?
—Sí.
—¿Cómo antes?
—Ni por asomo.
—¿Lo buscas?
—No lo sé. A veces, quizá... Un poco. Supongo que sí, el día es muy largo, y él muy idiota.
—¿Y él lo busca?
—Creo que busca algo, pero no sabe muy bien qué. Pero sí, estuvo esperando.
—Vaya.
—Sí, vaya…
—Mola este lugar.
—No está mal.
—¿Quieres ir a otro sitio?
—Me da igual.
—¿Te pasa algo?
—La historia. La historia se repite siempre, una y otra vez: ¿Has pensando que cuando tú te vayas, yo seguiré aquí?
—Lo he hecho. Claro que lo he pensado.
—¿Y te da igual?
—¿Te cuento un secreto? Lo sabes.
—¡No!
—Sí. Es así. La historia se repite, él me olvidó, y tú también lo harás. Claro que sí. ¿De qué serviría negarlo?
—¿Y resignarse de qué sirve?
—De lo mismo.
— Luchar, se tiene que luchar hasta el final.
—¡Ja! ¿Luchar? ¿Qué sabes tú de batallas o de guerras? Vives protegido, bajo tierra. En un búnker, que dicen inexpugnable. ¿Qué luchas?
—Lucho conmigo mismo a diario. Me río de la primera guerra mundial: de la guerra de trincheras, de la de desgaste. ¿Qué son cuatro años comparados con UNA VIDA?
—No son nada.
—No.
—Nosotros tampoco lo somos.
—De momento sí.
—No te quitaré la ilusión de pensarlo.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por haber venido.
—Tenía que hacerlo. Cada vez me cuesta más encontrar el camino. El nombre de mi puerta está casi borrado, y, el lazo rojo descolorido, perdido, roto, enterrado bajo el lodo. Suerte que, de haberlo recorrido tantas veces me lo sé de memoria. ¿Fui buena novia?
—La mejor, sin duda —Asiente.
—¿Quién habla?
—Yo, él. Los dos.
—Creo que me tengo que ir.
—¿Por qué?
—Te dije que no lo hicieras. A ti te…
—Lo siento.
—… duele vivir encerrado bajo llave. ¿Sabes cómo sienta la condescendencia a estas alturas?
—Lo siento. NO te vayas. No puedo evitarlo.
—YO tampoco. Adiós. Adiós. Adiós. Adiós…