Hace –tanto- tiempo que no estoy solo que se me olvidó la sensación. Estar acompañado te inhibe del efecto vacío. Llevar el depósito lleno es agradable. No recuerdo la última vez que mi cama estaba fría, en silencio, inerte, sin otra vida que la mía.
Hace –tanto- tiempo que juego a engañarme. Sé que estoy cavando mi propia tumba pues cuando consiga esa anhelada libertad, no tendré lugar donde ir. No logro recordar el pesar. Será muy intenso volver a los orígenes de lo humano. Gimotear como un niño en busca de una voz que no sea la tuya, que te ayude a encontrar el rumbo.
Hace tanto tiempo que decidí guardar mi escudo. Ese que te protege de los elementos externos y agresivos. El que resguarda tu corazón del frío, los golpes y las voces impersonales que manchan tu nombre. Mi coraza es cada vez más pesada, está cogiendo polvo debajo la cama. No quiero verla, no la necesito.
«No lo hagas, no te mientas»
No quiero depender otra vez de un elemento para sobrevivir. Para seguir malviviendo en los callejones, buscando hogueras de noche para mantenerme templado y huir de la gente durante el día para evitar ser humillado.
«No te mientas, úsala»
No la encuentro, no sé dónde está. Está sucia, ya no me gusta. ¡No la quiero llevar más! ¿Por qué ha desaparecido? ¿Dónde esta, mi compañera? ¿Dónde ha ido con tanta urgencia?
Estoy en la misma habitación, la que antes parecía un cubículo enano ahora me ha transportado a la estepa. Un yermo desolado casi tan helado como mi corazón, casi tan vacío como mi lecho. Sólo me falta esperar a que un viajero me encuentre inconsciente y se apiade de mí. Todo ha cambiado, ahora empieza mi viaje. Me voy a perder en la inmensidad de la nada.