Se divisaban cientos de hadas en lontananza. Revoloteaban batiendo rápidamente sus alas, moviéndose al ritmo de la melodía de la Sinfonía número cinco en do menor de Beethoven en una atmósfera solemne. El césped donde yacía estaba húmedo y pinchaba mi cuerpo por millones de sitios, pero no sentía dolor. Flautas, oboes, fagots, trompetas, violoncellos, ¡timbales! Ta-ta-ta taaaaaan. Levanté la vista y el cielo asalmonado reflejaba mi cara sonriente. Notaba el cosquilleo de millones de enanitos paseando por mi piel y solté una carcajada sonora que los espantó. Ni hadas, ni gnomos, estoy jodidamente solo ahora, salvo por el unicornio rosado.
Las endorfinas me mantienen en un estado de bienestar y siento que estoy en el edén, Mi cuerpo se alza eufórico sobre el pastizal y noto cómo floto sobre la ciudad. Soy ingrávido y etéreo y vagabundeo dejándome llevar por la brisa como una nube. Desde arriba puedo ver todo. ¡Violines! Ta-ta-ta taaan. El humo de las chimeneas me envuelve y noto un suave hormigueo por mis brazos, por mi cuello, por mi pecho, por mi p... ¡será cabrón! Doy manotazos enérgicamente al aire, apartando violentamente aquel pegajoso tufo y mi cuerpo cae en picado. Intento gritar, pero me cuesta vocalizar y tras un par de intentos finalmente me rindo. ¡Ta-ta-ta taan! Y la música se detiene bruscamente.
En uno coma tres segundos estoy de nuevo en la repulsiva tierra, cubierto de barro hasta las orejas y dolorido por el golpe. Huelo mal y el corazón me late rápidamente. Tembloroso, me intento levantar despacio y noto descargas eléctricas sobre mis piernas. Me siento desorientado, las fuerzas me fallan y los párpados me pesan. No nos dejan hacerlo, nos quieren estúpidos y airados para que luchemos entre nosotros. Para que votemos, compremos, invertamos, procreemos y el ciclo se complete. Maldita sea... Todo me da vueltas. Creo que es momento de otro chute de mi triptamina favorita... ¡Hola de nuevo, pequeñas!