Los vapores etílicos, me llevan a perderme en el rojo del cual la garnacha tinta mi copa de vino. La cara botella exprime sus últimas gotas mientras mis ojos recuperan las perdidas. Son las diez de la noche y aún espero su llegada. El almuerzo hace horas que se enfrió, intacto, sobre ese caro mantel de lino que siempre había guardado para una ocasión especial, como esperaba que hubiera sido hoy.
La conocí en el trabajo. Yo estaba recién llegada y ella era ya una veterana en el negocio, toda una "señora". Nada más verme, me dijo:
- Tienes un cuerpo... parfait- en un francés sacado de los mismos Campos Elíseos-. Creo que tú y yo haremos grandes cosas juntas. Seguro que aprendes rápido y bien. Tienes cara de lista. Suerte.
Los primeros días fueron duros. No porque tuviera reparos en hacer ciertas cosas, sino por el hecho de estar día sí y día también con gente desconocida, algunos maleducados, otros sucios y malolientes, y otros, los peores, creyéndose que te hacían un favor mientras se desahogaban contigo.
Sin embargo, cuando peor me encontraba, en esos bajones,siempre venía ella, dándome ánimos y su mejor sonrisa.
- Venga, vamos a restaurarnos un poquito, que hay que estar radiantes para esta noche. Mientras más guapa te vean, más querrán irse contigo.
Además, siempre estaba dispuesta a ofrecerte consejo y ayuda.
- Tú piensa una cosa siempre. Aunque fuere el tipo más asqueroso, piensa que muchos sólo vienen aquí por no estar solos y, sobre todo, piensa en lo que te dejan en la mesita cuando se van. Ese es el aliciente de nuestro trabajo.
La quise. No se ni cuándo, pero empecé a amarla. Ya no la veía como una compañera. Me veía compartiendo la cama con ella, uniendo nuestros cuerpos sin esperar nada a cambio, solo un abrazo, una caricia, un beso.
Había pasado el tiempo y me decidí a invitarla a almorzar.
- Claro- dijo ella-. Me encantaría.
Hoy era el día. Lo tenía todo preparado para sorprenderla, para conversar de nosotras... y aquí estoy. A las diez de la noche, apurando la botella, cuando en mi cabeza resuenan las palabras que me dijo aquel día, que hoy resultan premonitorias.
- Recuerda. Este es tu trabajo. Aquí no tienes amigos y por supuesto, jamás esperes enamorarte de nadie que pulule por aquí. Es tu problema, pero si lo haces, ten por seguro que sufrirás porque aquí nadie sabe lo que es el amor.
Nadie lo sabía, eso parece. Nadie excepto yo.