Escrito en USA
Te llamo, Virgilio, desde muy lejos.
Han pasado más de dos mil años
desde que anunciaste la llegada
de la Edad de Oro, del Niño
que traería un nuevo Comienzo;
Acuérdate de lo que nos dijiste:
después de los pequeños dones,
tras la tierra pródiga en frutos
y la destrucción de la serpiente,
llegará el gran regalo: el Miedo
que aprisiona desaparecerá.
Viajo, Virgilio, por el norte de un lugar
que ahora llamamos América.
Los rumores que corrían en el puerto
de Brindisi llevaban la verdad,
no era Thule la postrera tierra;
más allá había bosques, ríos,
llanuras, praderas, islas, desiertos;
había seres humanos que decían
Milwaukee, Mississippi, Saskatchewan;
muchos repitieron aquí tus palabras,
Arcadia, Vida Nueva, Paraíso.
Si vinieras aquí, te asombrarías.
La vida que tú y yo conocimos,
y que, como infatigable sastre,
tantos años, tantos siglos, cosió,
ha desaparecido para siempre.
Los hilos, la tela, no resultaron
más fuertes que los que la araña
teje entre una hierba y otra.
Estuve en Kansas, estuve en Tejas,
estuve en Oklahoma y Colorado:
no vi un solo pastor solitario.
Estuve en San Diego, Denver, Elko;
tampoco allí observan la luna
y las estrellas antes de la siembra;
las hojas de los árboles susurran
en el vacío, la lluvia cae sola,
los pajaritos escriben en el aire
mensajes que nadie sabe descifrar.
En cuanto a los niños, no los verás
jugando al marro o a las tabas;
no los verás caminar abrazados.
Esta es otra vida, quizás mejor.
¿Y el Miedo?, preguntas. No, Virgilio,
el Miedo no ha desaparecido.
Sigue aquí sin dejar que nadie
duerma feliz junto a las fuentes
o los ríos, bajo la blanda sombra.
Estuve en Atlanta, Washington, Durham,
¡Cuidado!, me dijeron, no vaya allí,
no cruce la calle, no salga de noche.
¡Cuántos policías, juicios,cárceles,
sillas eléctricas, cámaras de gas!
Las cifras, Virgilio, impresionan.
Estuve en Alabama, en Virginia,
por los Apalaches llegué a Vermont
siguiendo los pasos de García Lorca
que lloró allí, junto al lago Edem,
amargamente, por su mal amor
y porque la Muerte lo buscaba.
¿Sabes, Virgilio? En los bombardeos
se metía debajo de la cama,
con sus sobrinos, como un niño más.
No hay más Edén que ese lago,
esas aguas grises, esos abetos.
¡Esto es América!, suelen gritar,
¡Este es el mejor país del mundo!
Pero tienen miedo, Virgilio.
Si vinieras aquí podrías verles
escondidos debajo de la cama,
llorando en la orilla de los lagos,
abrazándose a los abetos para
no caer, como García Lorca,
o como yo mismo, que no sé,
que no acabo de acostumbrarme
a vivir fuera del paraíso.
Estuve en Boston, en Northampton,
En Hanover busqué un teléfono:
las voces de mis hijas recorrieron
siete mil kilómetros y sonaron
como dos campanillas de cristal.
Jone dijo: quiero chocolate.
Elisabet gritó: ¡Es terrible!
Pinocho se ha metido dentro
de la ballena, no sé cómo saldrá.
Tres días más tarde, en Grantham
un pájaro repitió sus palabras.
Virgilio, es la vida tan frágil.
Pájaros, campanillas, palabras.
¿Qué pueden hacer en esta nueva
Edad de Hierro, cómo lucharán?
Si te creyera santo, si no supiera
que serviste a un emperador
y a veces te faltó la piedad,
imploraría tu amparo, te rezaría.
Pero no podemos pedírtelo todo,
es suficiente con el consuelo
que tus lejanos versos aún nos da.
Extraido de El Correo edicion Digital.
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