Se dice que los escritores tienen delirios de grandeza. Que se consideran Dioses y su soberbia es inmensurable, sin embargo; también se dice que son insignificantes en el mundo donde viven.
Me pregunto si en realidad hay algo de malo en sentirse orgulloso de lo que se hace, y en cualquier caso, ¿por qué tendría que ser negativo quererse a uno mismo? Toda expresión artística requiere de un esfuerzo, talento o inversión: más temporal que capital. El arte no nace; se hace, poco a poco. Entonces, si un Dios es capaz de crear un mundo, ¿Quiénes son el resto de mortales para arrebatárselo? ¿Y con qué derecho se creen, al hacerlo?
Uno puede pasarse un año escribiendo una historia; un año entero con sus días y sus noches, sus bloqueos y sus momentos mágicos de inspiración, en los que cree que sus dedos están poseídos por una especie de ente superior que los controla. Este año, puede ser más o menos llevadero, más o menos intenso, pero; un escritor de verdad, sólo tiene una novia: su pluma.
Es por eso que considerarse un Dios, o un Adán sin costilla, no tiene nada de bueno. La parte más ingrata durante todo el proceso literario, es la soledad que uno siente. Es la necesidad que uno tiene de evadirse de todo, y empezar, a construir partiendo de los cimientos, toda una ciudad. Y haré énfasis en esa parte. En esa sensación que te invade, produciéndote la mayor parte del tiempo una desidia incontrolable. Una sensación de repelencia ante todo y con uno mismo.
«Es muy irónico –dijo el joven- que tú, la fuente de mi inspiración, seas también la causante de mi bloqueo. Si te tengo cerca, me basta con olerte para escribir mil versos de rima amorosa, o una epopeya de sentimientos. Más sabes que, de seguir así menospreciaría lo que por ti siento; y es por ello… Es por ello que tengo que alejarme, si quiero ser un genio. Si quiero complacerte y compensarte con palabras la ausencia de mis abrazos, y con premios, la plenitud de mis besos.»
Se dice que las mejores obras nacen cuando el escritor sufre. Que cuanto mayor es su dolor más relevante será su contenido, sin embargo; también se dice que la gente huye de la tristeza.
Sé del cierto que no compensa vivir de esa forma, pero también sé que ya no queda otra. Es por ello que, cuando uno lo ha perdido todo, y se ha acostumbrado a hablar de sí mismo en tercera persona; habiendo dejado de cuestionarse si está al borde de la locura, lo único que le queda son sus palabras. Y después de todo, que venga alguien que ha leído veinte segundos de un año entero, y diga «Vaya mierda», no tiene perdón. Más, ese Dios de papel no tiene poder para castigarle. No puede cargar contra él toda su ira, es inmune. Es entonces cuando me pregunto si la gente es consciente del valor que tiene ser un Dios en un mundo como en el que vivimos.
Ni mil palabras maestras podrían, ni tan siquiera acercarse, a la calidez de un sincero abrazo. Ni mil párrafos apolíneos serían capaces de producir la intensidad del contacto con unos labios electrizantes.
Dioses torturados viviendo en un olimpo saturadamente disputado. Pero Dioses al fin y al cabo, sobreviviendo en soledad. Eso, los más afortunados…
«No tenéis ni idea –dejó escrito el joven- de lo que es renunciar a todo sin tener la certeza de llegar algún día a algo. De ponerte al servicio del mundo, apelando la buena de fe de las personas, y los sentimientos que las mueven. Abrir lo que queda de tu corazón en un sinfín de espacios en blanco y confiar que un día alguien sonreirá al leerte, o llorará desconsoladamente por haberle llegado dentro. Que musitará un «gracias» al vacío de la habitación por haberse submergido en la historia que le has contado.
No tenéis ni idea, de lo que es vaciarse completamente. Y de dar todo el amor a una probabilidad, y estar solo. Solo y alejado de todo porque no sería justo para ella vivir con las migajas de tu corazón. Dejarla sólo por la inseguridad de que algún día harás feliz a un extraño, a los demás, y que un día será capaz de perdonarte, de entender que era lo que tenías que hacer. Pero la vida en este mundo no es como una la imagina, y después de todo, de renunciar a todo lo que amas, para que un día veas tu libro en la sección de saldos. Vuelvas a casa abatido, con lagrimones rodando por tus mejillas, deshagas el nudo de la corbata; y observes la sombra de tus pies moviéndose desaforadamente, con ágiles y fuertes espasmos, reflejada en la pared. Hasta que se quedan inmóviles.»
Bufones, dispuestos a haceros reír.Cojines, en los que podáis llorar.Dioses, a los que podáis blasfemar.