—Te voy a dar todo lo que tengo —dijo convencido de sí mismo.
—¿Ah sí? ¿Y eso por qué?
—Sabes que me encantaría compartirlo contigo.
—Pero no tienes porque entregar nada, ¿verdad?
—Lo mismo da, mientras sea para ti…
—¿Pero luego, qué tendrás tú?
—El gran honor de verte feliz.
—¿Y con eso te conformarías?
—Sería lo más grande del mundo.
—¿Por qué…? ¿Por qué siempre me sueltas lo mismo? ¿Cuándo vas a aprender?
—¿Es que tiene algo de malo el querer a alguien? —Si se le quiere más que a uno mismo, sí —pensó ella—. Porque si te doy todo lo que tengo y me hace feliz hacerlo, al dártelo tendrás más que nadie y tú lo serás mucho más…
—No lo seré.
—… y yo también lo seré entonces.
La chica denegó con la cabeza y bajó la mirada hasta las baldosas de la calle: que seguían húmedas.
—¿Cómo puedes saberlo? Entonces…
—Me lo imagino.
—Pero en teoría tendrías que serlo mucho.
—¡Basta! No sigas —gritó su corazón exasperado—. ¿No ves que lo que estás diciendo son estupideces? ¿No te das cuenta de que no tienes que darme nada?
—Pero te quiero —dijo él—, mucho…
—No, no, y no. Dime amor, ¿Cuántos dedos tengo aquí? —dijo, enseñándole tres dedos de la mano.
—Los que tú quieras mi amor… ¿No ves que te di mis ojos para que pudieras ver mejor?
—Pe—pero… ¡Yo no los quiero! Yo quiero que puedas ver tan bien como yo. Y que nos podamos mirar el uno al otro. Tómalos, son tuyos.
—¿Seguro? Pero yo te quiero…
—Ya lo sé, y yo también. No tiene nada que ver… Ahora dime: ¿Cuántos dedos tengo aquí?
—Tres. Tienes tres dedos —dijo él.
—Muy bien —sonrió—. Toma tus manos también. ¿Para qué querría hacer cuatro cosas a la vez si ya me es complicado realizar una sola?
—Pero yo te quiero… —dijo él.
—Y yo también — respondió ella—. Y por eso quiero que tengas lo que es tuyo.
—Pero yo…
—Y…
—¿Sí…?
—¿Qué te hizo pensar que me gustaría tanto tocarte? ¿Acaso no sabes que lo mejor del mundo es cuando me rozas con tus dedos, y me despiertas por la mañana?
—No… no lo sabía.
—Pues así es. ¿Cómo lo harás sin manos?
—No lo sé. Lo cierto es que me gustaría poder dejarte dormir, sin embargo, tengo la necesidad de que abras los ojos. Quiero saber que sigues viva… Lo necesito con tantas ganas… cada día…
—Pues que sepas que a mí también me gusta tocarte, ¡y mucho! Y sin un corazón que lata dentro de tu pecho tu piel está muy fría, tanto como el mármol… No me gusta el frío. ¿Para qué querría yo dos corazones y vivir dos vidas, sin ti? ¡Cómo puedes, si quiera…
—Lo siento, lo siento... Yo sólo quería demostrarte mi amor. Entregándote lo más preciado. Porque… porque es imposible que te regale a ti misma.
—¿Por qué no haber empezado por un espejo? —se rió.
El joven empezó a reír junto a ella. Luego se cercó recompuesto y renacido. En apenas unos minutos su cuerpo y mente experimentaron un cambio total y absoluto.
— Me has devuelto los ojos, que son para observarte y cuidarte; las manos, que sirven para viajar por tu cuerpo y ayudarte; y el corazón, que además de amarte, los latidos del cual siempre ayudan a dormirte.
—Sí, y ahora todo es perfecto —dijo.
—¿Lo es?
—¡Claro! Porque estás completo. Porque… porque… podemos compartir las miradas, durante horas. Y puedes volver a acariciarme. Y también, cuando me rodees con tus brazos, sentiremos el cuerpo caliente del otro, y tengo, tengo tantas ganas de fundirme contigo...
El chico se acercó con los brazos extendidos para abrazarla.
—¿Entonces, eres feliz?
La chica asintió.
—Sí, lo soy… aunque no lo sepa, lo soy —dijo sonriendo.
—No sabes cuánto me agrada oír eso.
—Suerte que no me diste las orejas, entonces.
—Suerte…
—Venga, arreando para casa, que hace frío…
Y se perdieron al doblar la esquina.