—Llegará el día, ¿Verdad?
—¿Cuál?
Sacude la cabeza—. N—no es nada. Es que —dice a media voz— he tenido un mal sueño.
—No di, ¿Qué te preocupa?
—El día... en que reniegues de todo, y prefieras...
—¿Qué? ¿Qué voy a preferir?
—Alegar esquizofrenia antes que recordarme; que aceptar que fui real.
—Vale, otra vez con lo mismo —repone molesta.
—Sí... Me da mucha pena. Ahora al menos estamos juntos, y puedo tocarte y sentir que estas aquí, conmigo. Pero el día en que no sea así, el sentimiendo será más duro. Y vacío, si sé que no piensas en mí.
Lo aprieta contra ella—. ¿Y si así fuera, qué? — la mirada del joven resulta inquietante, su semblante está helado, al percatarse ella agrega—: Me refiero, a que, si eso pasa, ¿cambiará quizá lo que sientes ahora? Hablas de un posible, de una suposición. ¿Acaso crees que el odio tiene el poder de viajar al futuro?
—No lo sé. Pero si existe esa posibilidad, también la hay de que me sienta solo cuando tú no estés.
—Pero si al menos tú puedes recordar esto, siempre estaremos vivos. Aunque sólo sea en tu cabeza.
—No creo, no creo que tenga que ser tan bonito como lo dices. No obvies la soledad. Quizá luego sería yo el enfermo. ¿Sabes? Creo que sale mal porque no entendemos bien las reglas del juego. Las personas nunca cambian, es cierto, pero sus vidas sí lo hacen. Y ello es suficiente para que se piensen que el presente es mejor.
—Siempre habrá algún guiño al pasado.
—Sí... cuando todo vaya mal, ¿no?
—Me hace gracia. Te quejas del futuro y no aprovechas el tiempo que tienes conmigo...
—¡Sí lo hago!
—Bésame.
—Me dijiste que eso queda feo pedirlo.
—Qué más da, mientras sea un beso sincero y tierno.
—¿Y el día en que tenga que besarte las mejillas?
—¿Como en la estación?
—No, peor. Como el día de tu boda.
—¡Ah, ese día! Pues no sé si voy a casarme, pero seguirán siendo mis mejillas. Seguirán gustándote, digo yo.
—Pero dejarán de ser mis labios, y eso no creo que me guste mucho.
—Bueno, tu boca siempre rozaba mis comisuras, tienes un concepto de mejilla muy amplio —se ríe.
—Lo tengo. Perdona. No importa, seguramente tengas razón. Y cuando piense en ti sonría, a pesar de la congoja y de la nostalgia, al pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
—¿Y si te digo que lo fue, qué?
El chico despierta de un mal sueño. Se queda mirando el hueco que dejó en su cama, y susurra: «que tienes razón».