Sobrevolar los tejados, penetrar en los poros de la piel más densos y suaves, adivinar a vista de pájaro las siluetas de las losas más lejanas. Y brota un sentimiento de plenitud y ligereza, levita el suelo bajo los pies y los brazos gravitan en círculo alrededor del núcleo de La Tierra. Se cruzan susurros ásperos, melodías inaudibles tan sólo percibidas por las gotas de agua que se condensan en las nubes más altas, aromas que creíamos encadenados en el recuerdo.
Y las alas se despliegan, demostrando con plenitud que emiten iridisaciones en todas las direcciones, que rebotan los rayos de luz dorada en su cutícula perfecta. Se levanta la corriente, alza el vuelo el aliento que exhala una sombra detrás de la pared, comienza de nuevo a caminar un tiempo torturado que se había detenido a recoger los trozos que se rompen.
La mariposa cambia de pistilo, el hada recorre un bosque en un instante que para nosotros dura un año. Y la atemporalidad recorre todas las venas de las alas... Perpetuas, inoxidables. Construídas con el material del aura violeta en su esencia, son irrompibles. La cubierta externa se forma gracias al halo que poseemos alrededor de la piel, que no se ve, o que sólo algunos ven. Se enredan en la piel las alas, se anudan a las vértebras y ya no se despegan.
Y te elevan del pavimento, hasta la sima más profunda del monte submarino, hasta el contacto con la medusa, hasta ver el reflejo de una aurora boreal en un espejo veneciano, hasta sentir el abrazo lento de la lava, hasta imaginar sin necesidad de ojos protectores, hasta que cierras los ojos y el equilibrio no es más que un concepto teórico, no es más que un líquido que rebota en el oído. Vacilan los castillos de arena mientras las alas alcanzan majestuosas el vacío, que sólo se puede atravesar de esta forma. Tiembla el campo magnético.
Se regeneran las alas, como la cola seccionada de una lagartija verde brillante. Sólo necesitan tiempo, y reposo. Como los huesos para volver a soldarse, como los sentimientos para dejar de doler. Y, mientras tanto, imaginamos el relieve de los sueños. Sentados, esperando ver aparecer tras nuestros hombros los ribetes azules...