Enero
Enero:
Una sorprendente noche calurosa me obligó a saltar. La temida cama ahora esperaba mi dulce pereza. Mas mis pensamientos huían despavoridos de mi persona. Tras dar vueltas y vueltas, llegarían agotados a un lugar de relax, donde, odiadas, las manecillas al fin cesarían su ronroneo gatuno. Ellos, los pensamientos, descansarían indefinidamente bajo la manta de la Estabilidad. Algunos soñadores la denominaban "Tranquilidad", quizá porque ideologías perversas así lo instruyeron. Los pensamientos, ya habiéndose rejuvenecido, comenzaron a investigar dicho entorno. Investigaban, sí pero la manta nunca permitía el exceso. Jamás puso límites (pues no era en absoluto autoritaria), pero por completo protectora. A menudo dejó ver su utilidad al exterior. En su entereza nació generosa. A pesar de ello, necesitaba sentirme amada. Puede que mis pensamientos, egoístas por naturaleza, necesitasen algo de racionalidad y comprensión hacia ella. Quizás fuera la llamada manta "Tranquilidad" únicamente por la insensatez. Aquella que murió en Diciembre y se reencarnó, en papel y lápiz, en Enero.
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Pequeña paranoia
Desesperación y odio bajo una capa de hielo que se esfuma con tu aliento.
Desesperación y odio apalean mi voz, quebrantada, cobarde.
Acusaciones entre el diálogo de la envidia.
Descaro con tu mirada.
Pasividad con las almas.
Impaciencia hacia el acto de querer sostener tu humilde felicidad.
La puta necesidad de dejar descansar mi mente.
Deseo inútil de constancia.
Obsesión aniquilada por palabras, sencillas pero completamente coherentes.
Coherencia dispersa por lágrimas.
Confusión.
Odio.
Desesperación.
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Relato corto
Durante un escueto pero intenso viaje, realizó una llamada a la persona que más amaba y necesitaría para el resto de su vida. Su hija descolgó emocionada e intrigada al unísono. Esa misma mañana ya habían charlado, y por eso mismo se sorprendió. Fue aun peor cuando la madre le comunicó que llevaría un regalo excepcional a su perra. Se despidieron con prisa: una inventando posibles regalos para un animal y otra considerablemente aliviada. La madre pasó el peso directamente a su criatura. Tras cuatro días, sin precisar hora, entró en casa, sin obsequio aparente. Evidentemente la hija preguntó repetidamente por la sorpresa y entre risas contenidas la mandó al portal. En el oscuro fondo vislumbró una caja. Corrió. Gritó. Y el propio reflejo de la alegría, inundó sus vidas... (con viscosas legañas y un rabito incesante).
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Se ha publicado la revista de mi instituto, y mi amiga y compañera
María Aparicio Rubio ha escrito esos tres textos, bastante buenos a mi parecer. Me gustaría que me dieseis vuestra opinión... No sé si será porque tengo mucho cariño a esa chica, pero la verdad es que me encanta su forma de escribir.
Saludos