A ver si os gusta...^^

Hola! hace un tiempo escribí esta historia, a ver si os gusta...

Ahí va:

Abrió los ojos de golpe. Había soñado algo aquella noche pero no conseguía recordarlo. Se sintió extraña, como si algo hubiese cambiado. Estaba empapada en sudor y le dolía la cabeza. Se tocó la cara y se sintió distinta. No supo distinguir si la expresión que se forjó en su rostro fue de júbilo o tal vez de espanto. Levantó las sábanas, se irguió y corrió a mirarse al espejo. Nada había cambiado. Se entristeció por un momento, estaba cansada de tanto esperar, le invadió la ira. Intentó controlarse, el tiempo seguía su curso y sus ilusiones se iban quedando por el camino, las perdía, huían de ella. No pudo contener su rabia y golpeó el espejo con toda su fuerza. Los cristales acuchillaron el suelo, tocaron sus pies y su mano empezó a sangrar. Se dejó caer y las lágrimas invadieron sus rosadas mejillas como era ya costumbre. Se sereno al ver su sangre en el suelo, cogió un pañuelo e intentó cortar la hemorragia. Miró aquel lugar, su habitación, su escondite, allí se refugiaba de aquel mundo repleto de ignorancia, de mentiras. Aquel mismo que encendía su odio, en el que no podía dar un paso sin desear estar en otro lugar. Pensaba en el futuro, en un futuro mejor, pero ¡llevaba años pensando en lo mismo! No había día que no se despertara pensando en que su vida iba a cambiar y nunca cambiaba. Se asomó a la ventana, aquella noche había llovido mucho, de hecho el cielo había amanecido gris. De repente una voz y unos golpes detrás de la puerta rompieron el silencio, “¡Despierta de una vez! Maldita niña, ¿porqué tendrá que cerrar la puerta con llave?”

En un callejón oscuro y solitario, situado cerca del centro, un mendigo vestido con una larga gabardina marrón, unos pantalones rotos, zapatos viejos y un gorro que ensombrecía su rostro andaba con paso ágil y balbuceaba frases con voz inteligible. Llegó a una calle llena de gente, ésta se apartaba a su paso, pero no le importaba, sabía lo que su ropa decía de él. Cogido con una correa a su lado llevaba un perro, un pastor alemán silencioso y con paso firme. Apretaba una foto arrugada en su mano derecha. Parecía no ver nada, salvo aquella imagen. Sabía perfectamente donde debía ir y que debía hacer, el problema vendría más tarde.

Se vistió más rápido de lo habitual. No tuvo importancia el como, después de la manera que había empezado el día, ya no podía pensar en nada, solo le apetecía llorar, encerrase, desaparecer. Muy a menudo se preguntaba si su gran desgracia era tener ilusiones irrealizables, utopías, mentiras piadosas sobre una vida imposible. La herida había parado de sangrar. Cogió su mochila y bajo a desayunar, aunque el incidente de la mañana le había quitado el apetito por completo. Escuchó un ruido, algo se había roto en el piso de arriba, pero aquel, no era su problema. Al llegar a la cocina se percató de que había olvidado coger las llaves. Soltó la mochila y subió a su habitación, no las encontró. ¿Las habría perdido? Era imposible. Las había visto el día anterior allí mismo. “¿Mamá has visto mis llaves?”, preguntó al llegar a la cocina, pero su madre no estaba y no obtuvo respuesta. Cogió sus cosas y se fue, salía demasiado pronto para ir al instituto, pero no quería seguir allí y además nadie iba a echarla de menos. De camino pensó en faltar a clase, pero supo que no lo haría, “demasiado responsable para hacer tonterías” pensó para ella misma, “demasiado estúpida por no hacerlo” recapacitó al instante. Sus notas eran impecables, era la mejor y ella lo sabía, y aunque presumía de ello delante de todo el mundo, nunca lo aceptó para ella misma, deseaba más. Era una chica con amigos, con una buena vida, pero le faltaban cosas, fantasías. Era distinta a los demás, sus inquietudes eran diferentes. Solo tenía diecisiete años pero no le motivaba nada que le pudiera interesar a una chica de su edad. A veces, su boca se llenaba de soberbia por el simple hecho de sentirse inferior por ser diferente. Caminaba mirando el suelo por una de las calles más transitadas de la ciudad, pensando en sus desgracias, “jamás seré feliz” se repetía día a día, tan a menudo que había acabado creyéndolo, “Ojala cambiara mi vida” deseó. Algo le rozó la pierna, al girarse se dio cuenta de que había sido un perro. Sin darle más importancia volvió a su mundo. Estaba sola, no era como los demás, nunca lo fue y jamás lo sería. “Eres especial” le dijo una voz en su interior, se sorprendió al haber pensado aquello, supo que no era cierto. No podía serlo. Al pasar la calle un soplo de viento la despeinó.

Una sombra, un golpe de aire frío como la muerte, agitó una oscura calle, había sido tan rápido, imposible de ver a ojo humano. Manchó la pared de sangre, sangre caliente.

El mendigo llegó a su destino, una casa de la antigua zona industrial de la ciudad, era allí. Se dirigió hacia la puerta. Sabía que si llamaba nadie iba a abrirle, pero tampoco quería problemas y aunque era importante lo que debía hacer no iba a entrar a la fuerza en aquel lugar. Llegaba pronto así que esperaría a verla, ella debía salir en algún momento, pero ¿y si se negaba a hablar con él? El perro ladró, por primera vez aquella mañana, Unkas no ladraba jamás sin ninguna razón. El dueño se apoyó en la puerta y esta empezó a ceder. Estaba abierta. ¿Quién demonios podía dejar la puerta de su casa abierta en aquella ciudad? Nadie. Aquello olía a problemas. Entró sigilosamente para no ser escuchado, nada se oía en aquel lugar. Nada en el salón, ni en la cocina. Subió las escaleras e intentó abrir la primera puerta a su alcance, pero estaba cerrada con llave. Miró el final del pasillo y vio un jarrón roto en el suelo. Unkas se soltó y corrió hacia la habitación del fondo. Izban le siguió. Abrió la puerta y su cara cambió por completo, pero ni se inmuto, no era la primera vez que veía un cadáver aunque en aquella ocasión eran dos. Una mujer de unos cuarenta y tantos yacía boca arriba encima de la cama, empapada en sangre, totalmente mutilada. Y una niña de unos diez colgaba de la lámpara del techo. No hacía mucho que las habían matado. Unkas se sentó y aulló. Izban se quitó la gorra y una gran mata de pelo rubio cayó sobre sus hombros. A Izban le conmovió la escena pero no lloró, ya se había olvidado de cómo se hacía aquello. Además ahora ya sabía que ellos también la buscaban, debía encontrarla él primero. Un trueno retumbó en su oído, ya había empezado…

Laura se encontró con sus amigos en la puerta de instituto, la saludaron con la cabeza y siguieron hablando de sus cosas. “Tener amigos para esto” pensó. Volvió a desconectar de la realidad, para seguir sin vacilar el rastro que dejaba aquella gente.
- ¿Vas a venir mañana al local?
- Si no viene nunca, no se porqué te molestas en preguntarlo Inara – respondió Diana.
Laura rió, realmente se sentía ridícula -. Diana tiene razón, no iré nunca, pero gracias por molestarte en preguntarlo -. Se alejó de allí, sin tan solo despedirse.
- ¡Laura! ¿Dónde vas? ¡Nos toca aquí, en la cuarenta y cuatro!- gritó Inara, pero la aludida no respondió.
- No se porqué te esfuerzas, es una paranoica, esta zumbada…- vaciló Sergio.
- No, simplemente tiene problemas – contestó Inara.
- ¿Problemas? Si está forrada, ojala tuviera yo esos millones, es una suerte.
- Sí, gracias a la muerte de su padre, ¿te parece eso una suerte? No sabes lo que dices- le reprochó Inara.
- ¿Podéis dejar de discutir? – pidió Iván-. Entremos en clase.

Laura se sentó en un parque dos calles mas abajo del instituto, no había nadie, pero se sentía observada. Se abandonó de nuevo a sus pensamientos. Estaba llena de rabia, estaba odiando y no sabía la razón. Quería gritar, desahogarse. No podía llorar. De repente una gota de agua cayó en su mano, dos, tres, empezó a chispear, un relámpago alumbró el horizonte, se acercaba una tormenta. El cielo lloraría en su lugar. Sintió frío. Se refugió en una caseta con tobogán. Le gustaba la lluvia, le hacía sentirse bien. Pero no quería pensar, sabía que aquello lo había creado ella... Sacó un bolígrafo de la mochila, una hoja y encontró un escrito que no recordaba haber puesto en la carpeta. Recordaba perfectamente el día en el que había escrito aquello, había sido una rabieta estúpida, un enfado con su madre que la llevó a ser cruel con ella misma. Empezó a leer la carta:

“La odio más que ha nadie, tal vez es la expresión de su cara, aquellos ojos que me observan a cada paso que doy. Dudo que alguna vez me haya querido. Mi padre era diferente, él me quería, él me cuidaba, hablaba conmigo, me entendía. Pero esta mujer, ojala salga pronto de mi vida, ella y esa estúpida niña. No saben nada de mí, ni les interesa. Tengo que aguantar sus llantos, sus idioteces día a día. No merecen ser más que odio para mí, no derramaría ni una mísera lágrima por ellas, no me conmueven. Sueño cada noche con ellas desde que murió mi padre, siempre de la misma manera, lo hago sin querer, yo no puedo evitarlo... las odio pero no sería capaz de... hacerles daño. ”

No se llevaba bien con su madre, tampoco con su hermana menor. No se preocupaba por ellas, ya que ellas tampoco se preocupaban por Laura. “Mamá se volvió loca cuando murió papá, no es culpa suya” pensó. Se puso a dibujar. La entretenía y la hacía olvidar. Olvidar…

Izban, ya prácticamente sin aliento, corría por las calles. Solo una frase inundaba su mente: “debo llegar antes”. Iba hacia el instituto. Unkas también corría, a unos metros de él. De golpe empezó a llover, la habían encontrado. Corría hacia una casa-tobogán, con una carpeta en la mano y la mochila en la espalda. Vestía íntegramente de negro. La observó desde lejos durante unos minutos, Laura rebuscó en la carpeta, después leyó algo escrito en un folio y a continuación se puso a escribir. “No puedo abordarla así, en plena tormenta, dentro de una casita de un parque, como si nada”, recapacitó Izban en voz alta, “¡Unkas!” dijo de repente.

Laura tenía ganas de irse a casa, pero llovía demasiado. Escuchó ruidos de pisadas. Miró a su alrededor, un pastor alemán corría por el parque, y un mendigo detrás de él. Consiguió atarlo enseguida. La verdad es que a Laura le pareció que el dueño no tenía buena pinta, no solía juzgar a la gente por su forma de vestir, pero tampoco se fiaba de nadie. El hombre se acercaba a la casita rápidamente, al llegar miró a Laura asombrado, como si no esperara encontrar nadie allí. “Perdona si molesto, pero te importaría que...” Izban se quitó el gorro y señaló la caseta. Laura se quedó muda, no esperaba encontrar a un chico tan joven detrás de aquel gorro. Unkas empezó a ladrar a Laura con todas sus fuerzas. “¡ Unkas calla!” exclamó Izban y miró a Laura.“No hay ningún problema, pasa” dijo ella. A Laura se le atrabancaban las palabras, no pudo evitar fijarse en el largo pelo rubio que caía por sus hombros, ni en sus grandes ojos azules. “¡Vaya tormenta!” exclamo el vagabundo acomodándose en la casa de madera. Laura sonrió, pero no dijo nada, “¿Cómo te llamas?” insistió. “Laura” fue su respuesta. “Yo soy Izban.” El rostro de Laura se volvió pensativo, había oído antes aquel nombre... pero no conseguía recordar cuando ni dónde. “Debería dejar de llover” dijo el chico. Laura le miró, pero no dijo nada. “Noto odio en cada gota, la fuerza con la que golpean su destino, sus gritos, su llanto, su rabia. No se puede odiar tanto, después siempre te arrepientes...” La lluvia empezó a cesar. Un frío capaz de congelar los corazones atravesó la caseta de principio a fin. “Esta aquí” susurró Izban. “¿Quién?” preguntó Laura. “Te esta buscando... debemos escapar.” Laura le miró con desconfianza. “Por favor, Laura, confía en mi.” “No te conozco” fue la fría respuesta de la chica. “Tú has provocado esta lluvia”, la respuesta del muchacho sorprendió a Laura, la cual después de unos breves segundos de reflexión, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, dispuesta a seguir a Izban.

Abandonaron la caseta e Izban agarró el brazo de Laura para conducirla hacía su destino, Unkas les seguía. Corrieron hasta la calle principal. Se abrieron paso entre la leve llovizna, las calles estaban vacías, el cielo oscuro, era una mañana bochornosa, y el sudor les empapaba la frente. Llevaban corriendo sin parar un buen rato. Laura no podía pensar, le sonaba el camino que habían tomado: el de vuelta a casa, pero pese a todo estaba agotada. “Ya llegamos Laura, un último esfuerzo...” Laura siguió adelante. ¿Por qué se había fiado de un tío que no conocía de nada solo al oír esa maldita frase?

Estaban delante de su propia casa, la puerta estaba abierta: entraron. “¿Mamá?” preguntó Laura, “¿Mamá estás en casa?” insistió, caminó hasta el fondo de la cocina. “Bien, ahora explícame que está pasando” exigió apoyándose en el mármol. Había hecho esto para agarrar un cuchillo del cajón entreabierto de debajo del mismo mármol, que en principio había pasado desapercibido a los ojos del vagabundo. Lo ocultó en su espalda, su manó se humedeció.
- ¿Quién me busca?
- No quién, qué...- insistió Izban, sabía que Laura no iba a creerle.
- ¿Estas intentando tomarme el pelo? ¿Por qué me has traído aquí, a mi casa, como sabias que...? – preguntó la chica.
- Quieren hacerte daño, llevo mucho tiempo buscándote – interrumpió el vagabundo- supongo que es difícil creerme, llevo tanto tiempo con esta historia... no puedes imaginar lo difícil que fue para mi cuando lo supe. Solo te he hecho venir aquí con una finalidad, saber que no dejas nada atrás, luego nos iremos. Aquí estamos peor que en cualquier sitio, es donde nos buscarán primero. Acabemos rápido con esto, vamos al piso de arriba...
- ¿A-al piso de a-arriba?- tartamudeo.
- Tu madre y tu hermana están en casa... – Izban se adelantó. Laura empezó a temblar, se le cayó el cuchillo de las manos y golpeó el suelo, pero Izban no se giró para ver que había provocado aquel sonido.
- Mi sueño – susurró Laura con la mirada puesta en Izban, que se había parado. Se notó la mano resbaladiza, mojada.
- Vamos Laura, debes verlo – Izban tenía el rostro tenso y la mirada distante. Laura se secó la mano en el pantalón sin dejar de mirar al vagabundo y como si un hilo tirara de ella siguió los pasos de Izban.

Cruzaron el salón, subieron las escaleras, continuaron con el pasillo, hasta encontrar un jarrón roto en e suelo. La puerta de la habitación de la hermana de Laura esperaba impaciente ser abierta.
- No quiero – dijo Laura con lágrimas en los ojos- no quiero verlo, no quiero entrar ahí, déjame despertar.
- Laura- Izban la cogió por los hombros- debes afrontar lo que esta pasando.
- No puedo.
- Tal vez, una mísera parte de la eterna ficción sea paralela a la propia realidad...
- Izban yo no lo he hecho, lo juro – dijo sollozando.
- Lo sé, sé que tú no lo has hecho, eso no debe preocuparte. Tienes que escapar o harán lo mismo contigo.
Izban abrió la puerta de la habitación y tendió su mano a la chica. Parecía tan real, Laura lo sentía todo, el frío que le provocaba su propio miedo, cada gota de sudor...
- Ya no puedes hacer nada- dijo.
Laura asomó la cabeza, hasta observar por completo el cruel decorado. Se dejó caer al suelo y se llevó las manos a la cabeza. Se horrorizó al observar que tenía las manos llenas de sangre.
- Izban, quiero despertar, ¡déjame despertar!- gritó horrorizada- yo no he sido – no dejaba de repetir- quiero despertar, volver a despertar como cada mañana.
- Tranquila Laura, sé que tú no has sido. Tenemos que irnos.
- ¡No, no! ¡Mamá, María! – gimoteaba. Izban la agarró de la cintura e intentó llevarla hasta la puerta sin éxito. Laura se resistía. De golpe, dejó de llorar, su cara cambió por completo y se secó las lágrimas con las manos, cosa que hizo que se le llenase la cara de sangre. Se serenó y se irguió -. Vamos-. Fue la corta respuesta de la chica. El inesperado cambio dejo a Izban sin habla, el cual simplemente se limitó a seguirla.
¡¡¡Pero qué bueno!!! Por dios, tienes que terminarla, me ha encantado, está narrado de una forma genial, te engancha desde el primer momento. Muchos misterios, muchas cosas sin resolver, espero que la termines y nos des oportunidad de leerla aquí.

Mis más sinceras felicitaciones, me ha parecido tre-men-do.
Algunas cosillas así por encima: "inteligible" quiere decir que se puede entender, por el contexto me parece que lo que querías decir es "ininteligible" // cogió su mochila y bajó // La odio más que a nadie // Pero esta mujer, ojalá // conducirla hacia // un jarrón roto en el suelo //

Es posible que hayan más, revísalo un poco.



Por lo demás, el texto me ha encantado, es muy muy bueno. Felicidades.

Parece el primer capítulo de una novela, ¡a ver si acabas el libro!


PD: Lástima que sea tan largo y poca gente vaya a leerlo...
Vale, mersi Gerim! Revisaré el texto ^^
Muy bueno. Es un principio prometedor, muy interesante, si hubiese aparecido en por ahi Hettie la loca ni siquiera me habria extrañado :o
Muy visual, de hecho esta historia la veo mas en comic q en novela

A ver si pones pronto la continuacion


Quiza en un futuro de la hisotria tenga relevancia, pero de primeras me jode q el mendigo sea rubio y con ojos azules XD
nafai escribió:Muy bueno. Es un principio prometedor, muy interesante, si hubiese aparecido en por ahi Hettie la loca ni siquiera me habria extrañado :o
Muy visual, de hecho esta historia la veo mas en comic q en novela

A ver si pones pronto la continuacion


Quiza en un futuro de la hisotria tenga relevancia, pero de primeras me jode q el mendigo sea rubio y con ojos azules XD



xD... Pobre Izban... tal vez pueda aclararte eso en próximos capítulos...^^
o:_"Aliena"_:0 escribió:

xD... Pobre Izban... tal vez pueda aclararte eso en próximos capítulos...^^


Eso espero :o
6 respuestas