Vuelvo a encontrar mis recuerdos, en el banco donde solíamos sentarnos, donde solía pedir la eternidad, pues nada más me hacía falta, donde el mundo podía pararse, que no me iba a dar cuenta, donde tus labios danzaban con los míos. Cálidos recuerdos invaden mi pensamiento. Los recuerdo con dolor, con angustia, pero sobre todo, no consigo quitarme de la cabeza la felicidad presa y víctima de la efimeridad, con la que todos tenemos que jugar nuestras cartas algún dia.
Porque en bastantes ocasiones, la vida es un juego de azar, donde no somos más que títeres de los dados, los cuales son incapaces de sentirse conmividos por el más mínimo ápice de sentimentalismo, pues de eso se trata. De ser comprendido. En mi breve existencia, jamás he sido cómplice de mis emociones con alguien que realmente sintiera lo que en ese momento rondaba por mi ser.
Ser. Soy y no quiero seguir siendo. ¿Merece realmente la pena? Disgusto tras disgusto, el aburrimiento hace mella dia tras dia. Rutina. Infelicidad que se propaga por mi mente cada minuto, decepción, y, finalmente, asco por la existencia. No me gusta andar dogmatizando por la fría y muerta calle, pero, bajo mi punto de vista, la felicidad no es más que un vals de hormonas enloquecidas por la juventud o por la demencia.
Permanezco quieto, inmóvil en el asiento, esperando una señal que me demuestre que la felicidad pueda cruzar la barrera de un mismo ser, para compartirse con otra persona que, deseosa e inquieta por percibir algo de afecto, la reciba gustosa. Horas pasan, y tanto el frio como el hambre llaman a la puerta. Será mejor irse a casa.
Igual la rutina me depara alguna sorpresa, espero que pronto. No sé cuanto tiempo aguantaré.