Barriendo un pozo lleno de colores. Oscuros, cargados, imposibles... Nada puede ya impedir que todo se precipite, y que ese pozo ahora tan pesado, tan profundo, se mueva. Y se mueve, claro, porque por muy impregnados que se encuentren esos colores, a veces tan opacos ¿verdad?, todo acaba brillando tarde o temprano. O más o menos. O eso pensamos. Y puede parecer una locura, pero el viento acaba barriendo el pozo lleno de colores, y puede volver a llenarse, sin buscarlo, sin reglas. Más viejo, marcado por el paso de la lluvia, peinado por el mar. No está más limpio, no rebosará con tonos rojizos y verdes, pero puede permanecer su esencia. ¿Por qué no? Verdes y rojos, quizá también azules. Cálidos donde antes hacia frio, y en su nuevo lugar no hará si no más que moverse otra vez. Siempre hay que volver a partir. Es nuestro, imposible, nuestro. Puedes caminar por un rayo de luz, puedes escuchar susurrar a las flores más bellas, puedes soñar con el fondo de un oceáno particular. O también puedes aprender a deleitarte con un escalón, y con ese gesto final, tan íntimo y delicado, que lo supera para volver a encontrarte con toda una escalera frente a tus pies, cansados pero más resistentes. Como siempre. El pozo podrá moverse, podrá bailar al compás de un látido, podrá gritar con los colores más vivos de aquellos ojos. Por supuesto, adelante. Pero no puedes esconder ese paso, ese movimiento que aprender para salvar un muro tan elevado como personal. Porque si no, soldadito reservado y luchador, es posible que el pozo en verdad no vuelva a moverse... Y si dudas, recuerda que no es el cómo, es el por qué. Adelante.