Los pasos se hacían eco en las silenciosas y oscuras calles. Las luces de neón de diversos establecimientos alumbraban con luz tenue su silueta. Su larga gabardina de oscuro color negro acentuaba su sombra en la noche como fantasma sin rumbo y sin fin. Su larga y lisa melena negra caía sobre su espalda con naturalidad, sin rebeldía. Sus ojos eran luminosos y llenos de fuego en una mezcla de colores, entre el castaño y el verde. Nadie podía reparar en su mirada, estaba saturada de rabia y violencia. Sus labios eran geométricamente perfectos y con un grosor apropiado, con fondo blanco y bien distribuido. La nariz era de medidas justas, bien situada y sin deformidades. La tez era suave, tersa y algo blanquecina. Las cejas se adaptaban a la superficie de la frente siguiendo las curvaturas de los ojos que poseían fuertes pestañas. Su barbilla era redondeada y a juego, no podía fallar. Todo estaba coordinado y con rasgos de perfección, hasta en sus movimientos, naturales y desenvueltos.
Avanzaba por la calle con seguridad, aunque no sabía bien a dónde se dirigía. No obstante conocía qué tendría que hacer llegado el momento. Esta no era la primera vez que le pasaba y se había acostumbrado. Lo único a lo que le costó adaptarse fue a levantarse por las mañanas de su cama sin acordarse de haber llegado hasta allí. Era como si desde un determinado momento de la noche hasta que se despertase hubiera un bucle en el tiempo inaccesible para su memoria. Por un tiempo, sus temores englobaron desde el sonambulismo hasta las posesiones espirituales. Pero fue corta la estancia de aquellos pensamientos en su mente. Sabía que era algo innato y natural en su persona, había nacido con un don. Era lo más sorprendente: no sabía que le ocurría pero era capaz de darle solución con la palabra “don”. Sin duda era una persona especial.
Su carácter era frío y distante. Su forma de actuar era impulsiva y violenta. Se guiaba por el instinto y tenía un gran poder manipulando las mentes con palabras. Sentía la necesidad de controlarlo todo, como si fuera la única persona capaz de hacerlo. Provocación, una palabra indispensable en su vocabulario. Involucrarse en debates que provocaba era su mayor diversión. Era entonces cuando se hallaba en un púlpito, por encima de los demás, malversando palabras de otros, adecuando frases a su gusto y dándole la vuelta a los conceptos, devolviéndolos con fuerza y sin salida para que no se pudiese negar nada. En realidad, no deseaba mal a los demás, era una buena persona, pensaba más en los demás de lo que la gente creía y veía. No perdona, siente pero no llora, observa y calla. Sabe el momento preciso para actuar y lo hace con las manos limpias. Recuerda cada instante de su vida de la que es consciente y no omite detalle por pequeño que sea. Su proceso de recuerdos se acumula en su memoria con imágenes, sonidos, orientación, sentimientos y pensamiento. Todos los recuerdos acumulados los utiliza con neutralidad, como todas sus acciones, sin opiniones y sin influencias. Con este método es capaz de controlar pensamientos de otras personas, desmontarlos y detectar su causa y finalidad. Su mente es complicada y a la vez sencilla y clara, pero sólo una mente como la suya puede verla así.