El colmo de la estupidez es aprender algo que luego hay que olvidar
Los potentes focos iluminaban el escenario en el que se iba a dar lugar una batalla verbal. Los sillones eran azules, cómodos y aterciopelados. En el centro estaba la mesa del moderador con un par de monitores incrustados en su superficie y con cierto ángulo. Las cámaras de grabación se encontraban en ambos lados del escenario y había algunas en el anfiteatro.
La gente ya comenzaba a tomar asiento en las graderías y comenzó un murmullo de personas hablando. Los cámaras y directores ocupaban sus respectivos lugares y el presentador se organiza en la mesa presidencial. Los implicados en el debate dejaban su asiento de la estancia de descanso y circulaban por el pasillo de acceso hasta el escenario. Iban trajeados, maquillados y con el micrófono en la solapa de la camisa. Iba a ser todo un espectáculo.
No estaba nerviosa, pero no dejaba de pensar en todo el mundo que me iba a mirar. Cada palabra que lanzara iba a ser escuchada por millones de personas que después opinarían y que se pondrían en contra o a favor de mi pensamiento. Era un gran poder y por eso no había dejado escapar la oportunidad. No sabía muy bien cómo funcionaba el programa, pues me lo habían explicado muy por encima y no sabía cómo comenzar, si con una entrada muy fuerte o suavemente. Claro, eso dependía de mis interlocutores y sus respectivos temperamentos.
Salí la última y tome asiento en la parte izquierda del plató en una esquina del sillón. Estaba rodeada de unos cuatro individuos de aspecto maduro que presentaban un rostro serio y distante.
El programa comenzó y el moderador hizo una breve introducción presentando a los presentes que, al parecer, eran cotidianos en aquel escenario.
- Y como invitada de hoy tenemos a Sileney Roduo, experta en sistemas avanzados de inteligencia artificial y programación – con esa frase me presentó y todos los presentes me miraron con desinterés, como si no les importase.
Me daba la sensación de que esas miradas de indiferencia eran provocadas por dos posibles causas: mi profesión o mi sexo. Seguramente creían que me había acostado con alguien para llegar hasta aquí y que iba a resultar una estúpida sin “cultura” y muy científica (algo que no consideraban cultura).
- Hoy nos ocupa un tema que ha levantado expectación estos últimos días. Hemos visto como hace tan sólo un par de días se daba a conocer a los medios de comunicación la inquietante noticia de un conjunto de algoritmos que son capaces de emular la capacidad única del ser humano, el pensamiento. Claro está es sólo un comienzo, pero la pregunta es ¿a dónde nos llevará? Si nos angustiaba la simple idea que mostraban películas como Terminator o The Matrix, ahora cómo debemos reaccionar si, prácticamente, nos han dicho que podremos ser remplazados por máquinas. Muchas otras preguntas se han lanzado al aire y la sociedad se ha dividido en tres vertientes: los que opinan negativamente, los que lo hacen positivamente y los que dicen que no van ha vivir para verlo. Ahora la cuestión está en nuestras manos. Empecemos señores.
- Ante todo, me gustaría presentar mi oposición a tan demente proposición: la creación de máquinas con pensamiento racional – empezó Juel. Las máquinas han sido creadas para obedecer nuestras órdenes no para cuestionarlas – dijo apasionadamente y el público aplaudió.
- Eso es muy bonito – dijo sarcásticamente Pelkel. Pero estamos ante una grave equivocación. Lo único que se ha hecho es un algoritmo, no una máquina que te conteste, ni siquiera saben que resultados puede dar. Hará falta más de dos décadas para sacar algo en claro.
- ¿Qué quieres decir Pelkel? – interrumpió Mélveret – ¿Qué nos estamos preocupando demasiado? Creo que no, sólo nos anticipamos a los hechos que se ven venir, como la clonación, que nos cogió de sorpresa y que casi acaba en desgracia. No, me niego a dejar pasar el tiempo, debemos detener ese proyecto si no queremos acabar muertos por nuestra propia creación o por jugar a ser dioses.
- No lo entiendes Mélveret – respondió Pelkel –, no puedes detener una investigación porque creas que es peligroso...
- Esto es igual que la bomba atómica amigo – interrumpió Hiel –, si le das rienda suelta algo tan peligroso, no tardará mucho en caer en malas manos y que te explote en la cara. No se pueden permitir ese tipo de propósitos, nadie ha pedido una cafetera parlante o un espejo que te diga si estás bien o mal arreglado. No queremos más seres inteligentes, si ni siquiera nos aguantamos los unos de los otros y le tenemos un miedo atroz a lo que pueda venir del espacio exterior. Cómo puedes pensar que es positivo crear algo que después no vas a saber cómo reaccionará. Es beneficioso la mejora de máquinas para nuestro mejor confort en esta dura vida, pero existe un claro límite.
- Vivimos bien, tal y como estamos – reanudó Mélveret –, tenemos toda clase de comodidades y el mundo no necesita nada más, sólo perfeccionar lo que tiene. Si proponemos un sistema de máquinas inteligentes – dijo con retintín –, pronto comenzarán los fallos de programación que conllevará a un estado de gasto económico que podría ser utilizado en otros sectores como la mejora de la sanidad pública y la seguridad laboral.
- Por no mencionar el posible aumento desmesurado de las listas de paro a causa de la incorporación de máquinas en puestos de trabajo – dijo Juel y el público contestó con murmullo.
- Por favor señores, no sean tan ridículos, – dijo nerviosamente Pelkel – todavía no cabe la posibilidad de que una máquina pueda ser tan capacitada como una persona adulta, estamos hablando de máquinas de sobremesa, como cualquier ordenador, no de androides...
- ¿Y usted qué sabrá? – interrumpió Hiel. Los ordenadores no tardaron mucho en pasar de ocupar una habitación a ocupar un reloj. Igual sucede con la creación de androides, a saber cómo de desarrollada estará esa tecnología. Dentro de cinco años nos podrían presentar el primer androide con razonamiento lógico y capaz de aprender. Después serán los asesinos perfectos, capaces de desenvolverse en cualquier situación con frialdad y anteponiendo su objetivo a su propia vida.
- Eso era evidente, al menos para el ejército – dijo Juel –, que estará preparando su propio proyecto con fondos públicos destinados a los ciudadanos y no en contra de ellos – el público aplaudió.
- Bien, hasta aquí ha llegado nuestro primer asalto, después de la publicidad continuaremos con fuerzas renovadas y su oportunidad de participación mediante la llamada telefónica.
Las luces de las gradas se encendieron y la gente comenzó a abandonar el plató para comer algo en el exterior. Pelkel se levantó con cierto enfado y se dirigió al área de reposo para picar algo. El resto lo hizo más paulatinamente y hablando de la subida de precios en el combustible. El moderador se acercó a mí.
- Señorita Roduo, le agradecería que participase de alguna forma en el programa, para algo le pagamos.
Aquello me sentó como un tiro.
- Lo siento, quería cogerle el hilo a la mecánica del programa.
- Bueno, de todas formas sólo queremos que dé una opinión científica, breve y fría, ya sabe, una frase científica.
- Sí, por supuesto – contesté teatralmente.
Debía haber caído en la cuenta mucho antes. Me habían llamado para acribillarme con respuestas fáciles, de esas que son de agrado del público, como las de Juel, que habían puesto en evidencia al pobre Pelkel, al que tendrían atormentado todos los programas.
Me adelanté a los todavía rezagados “grandes sabios de la televisión” con la intención de hablar a solas con Pelkel. Llegué a la sala de pausa y lo vi sentado en un sillón dándole bocados rabiosos a un bocadillo de vete a saber qué. Me arrimé a él y me senté en un sillón próximo al suyo.
- Parece que lo saben todo, ¿eh? – dije amistosamente
- Son unos cerdos chupatintas que sólo piensan en su bolsillo y dicen lo que la gente quiere oír.
- Vaya, por lo que veo no es la primera vez que te pasa.
- Tranquila, que tú lo vas a comprobar. Te interrumpirán, dirán cosas que no tienen valor ni aceptación en el tema y te dejarán como a una gilipollas sin conocimiento.
- ¿Qué quieres decir? – le pregunté mientras daba otro feroz bocado.
- Pues que te han traído para utilizarte de diana. Lo tienen planeado de antemano para quedar como los reyes de la comunicación y la sabiduría. Son unos manipuladores de masas.
- ¿De dónde habrán sacado semejante opinión de mí? – dije con ironía.
- Nada más hay que verte: mujer y guapa, lo que implica estupidez, científica, que entraña poca labia y has demostrado ser callada en el primer asalto. Yo que tú no hablaba, quedarás mejor, incluso me iría antes de que volviésemos a esos diabólicos sillones.
Por lo que parecía, me querían ridiculizar delante de las cámaras. No subestimaba la capacidad de los oponentes para clasificarme como incompetente ante los medios de comunicación.
Necesitaba contraatacar antes de que comenzara el espectáculo. Corrí hasta la mesa donde estaba dispuesta la comida y agité todas las bebidas gaseosas con fuerza. Cogí las especias que había en una de las estanterías y las esparcí por todo lo que veía. Pelkel no me observó, estaba absorto en sus cavilaciones. Pronto escuché como se entraban a la sala los “genios” con sus estúpidas risas y con las protuberantes barrigas por delante
- ¿Cómo va eso Pelkel? – preguntó sonriendo Hiel. Parece que hoy tampoco vas a tener mucho éxito.
Pelkel se levantó con furia contenida. Miró con ira al trío y se marchó. Se rieron suavemente y se acercaron al banquete
- A mí me da lo mismo, mientras no se cague en el sillón de vergüenza no me importa su presencia – dijo Mélveret completamente convencido de lo que decía y los otros dos se reían.
- Pues que no se queje, que le pagan por hacer el ridículo – expresó Juel mientras cogía una fresca gaseosa.
Me aparté disimuladamente y me senté en un sofá de tres plazas para ver la función. Cogió la anilla que sellaba el envase y tiró de ella con fuerza. Aquello parecía una catarata inversa. Un chorro de líquido transparente y burbujeante salió a presión e impactó sobre su cara. Como acto reflejo, apartó el bote de su cuerpo y lo único que hizo fue empaparse entero, desde los zapatos hasta el micrófono. Lo mejor fue la cara que puso cuando se dio cuenta de lo que pasaba.
- ¡Hijos de la madre que los parió! – gritó Hiel mientras Mélveret y Juel se reían a carcajadas - Esto lo han hecho los del sindicato de la mierda. Serán cabrones, me han empapado. Cuando los pille les voy a lanzar una piedra dos veces más grande que el culo de su presidente. ¡Vestuario! – grito mientras corría furioso a su camerino.
- Hay que joderse, esta es la cuarta vez que lo putean en lo que llevamos de año – dijo Mélveret sin poder contener la risa.
- ¿Y que le ha hecho él a ese sindicato? – pregunté como quien no quiere la cosa.
- Tuvo una disputa con su presidente acerca de unos fondos económicos o algo así – me respondió Hiel apaciguando sus carcajadas.
Más calmado, Mélveret cogió un pequeño bocadillo de tortilla infectado con especias. Le dio un mordisco y enseguida notó el dulce sabor. Se extrañó, pero el hambre le pudo y siguió. No tardaría mucho en tener alguna reacción intestinal, a no ser que tuviera un estómago de acero imperforable. Juel fue el único que se salvó, sólo bebió agua mineral. Después nos llamaron para que acudiésemos para la puesta en escena.
- Debido a causas imprevistas, nuestro compañero Hiel se retrasará unos instantes, pero nosotros continuaremos comenzado por la opinión de la señorita Roduo.
- Quisiera comentar que no estoy vinculada directamente al proyecto Algoritmo Mental Humano, pero con mi experiencia en el campo de las computadoras y las redes neuronales, puedo decir que es un gran avance en el conocimiento del comportamiento humano el que se haya hecho una aproximación tan eficiente como la que se ha realizado. Ello no indica que sea algo que pueda perjudicar al ser humano en un principio, sino todo lo contrario. Lo único que existe perjudicial es la esencia de la maldad en el individuo, que orienta sus descubrimientos y experiencias hacia la obtención del poder y no del bien colectivo.
- Muy interesante, – enunció Mélveret – pero no estamos discutiendo las intenciones que tiene el hombre, sino los posibles caminos que puede tomar este nuevo descubrimiento.
- Perdone, pero el hombre no puede saltar fuera de su sombra. Todos los descubrimientos carecen de sentido hasta que el propio ser humano se lo da.
- Por eso queremos detener el proceso – dijo Juel –, no queremos que caiga en malas manos. ¿Qué pasaría si cayese en manos terroristas?
- Un terrorista haría terrorismo con cualquier cosa que le diese y un asesino lo podría matar con una cuchara, pero no por eso vamos a dejar de comer con ella. ¿O sí? – pregunté.
- No diga tonterías, simplemente le estamos restando eficacia a aquel que quiera hacer mal – insistió Juel.
- Es más – continuó Mélveret –, los fondos económicos que quitásemos a ese proyecto podrían ser enfocados a otros proyectos más humanitarios. ¿O no lo cree así? – me devolvió la pelota.
- Ya lo creo que sí – Mélveret sonrió –, pero si hiciéramos eso tendríamos que suspender los fondos empleados a la astronomía y las armas nucleares.
- No diga estupideces – empezó Juel –, la astronomía sirve por ejemplo para localizar posibles astros que se acercasen peligrosamente a la Tierra y el mantenimiento de armas nucleares es para mantenernos defendidos de ataques de otras naciones.
- Por eso mismo sería positivo la creación de computadoras de razonamiento lógico independiente. Se podría tener vigilado el espacio durante todo el tiempo y en lugares donde la vida orgánica es imposible. Y en cuanto a las armas nucleares ya va siendo hora que las dejemos a parte porque nadie quiere recordar el dramático suceso en Hiroshima – el público aplaudió.
Los estaba sacando de sus casillas y el moderador no sabía que hacer. El único que se divertía el Pelkel que sonreía por ver su sueño hecho realidad.
- Creo que tenemos una llamada... ¿Sí? Buenas noches.
- Buenas noches – dijo una voz por los altavoces – soy Sansy Fole, presidente de la empresa automovilística Selvérot. Me gustaría mostrar mi oposición frente a tal proyecto que contiene implicaciones que van más allá del sentido común. Dios nos creo para vivir la vida no para crearla
- Y yo también lo creo así – dije cortando su discurso religioso –, pero nosotros no estamos creando vida como la que existe sobre la faz de la Tierra...
- ¿A no? – me interrumpió Mélveret en cuyo rostro empezaban a notarse los primeros síntomas de indigestión – Creo que estamos hablando de inteligencia capaz de razonar como nosotros, así que no diga usted que no son emulación perfecta de nosotros mismo dejando a un lado algunos detalles biológicos sin importancia.
- Oh, claro – dije irónicamente – por lo que veo usted es una persona muy bien educada, no habla con la boca llena, pero no le importa hacerlo con la cabeza hueca – Pelkel soltó una disimulada risita. Si se hubiese documentado un poco hubiese llegado a la conclusión de que una máquina no podrá llegar a ser igual que una persona a causa de su falta de sentimientos, que es por lo que nos identificamos: la compasión, la humildad y la naturalidad. Pero claro, eso estará fuera de su entendimiento – Mélveret dio un ligero espasmo, se cogió el estómago y salió del escenario a toda prisa.
Todo el mundo se quedó sorprendido y no supo el por qué de aquella reacción. Hubo un ligero murmullo y Pelkel se había quedado atónito. El moderador no sabía qué decir y Juel no encontraba argumentos a causa de sus nervios.
De repente y desde el otro lado del escenario, subió Hiel que ahora vestía otro traje.
- Ya veo – dije graciosamente –, esto va por turnos
Hiel, que no sabía qué había ocurrido en su ausencia, no dijo nada y se sentó al lado de su compañero Juel mientras la gente reía.
La noche fue divertida y fui yo la que llevó las riendas del programa. Cuando finalizó el espectáculo, Pelkel me felicitó, Hiel y Juel me dieron la espalda, el moderador me dijo que me había ganado la paga y al pobre de Mélveret no lo pude ver a causa de un problema intestinal que le ocupó el resto de la noche.
Salí de los abarrotados estudios de grabación y vagué por las calles bajo la resplandeciente luz de la Luna. Hacía algo de frío por lo que me abroché mi gabardina de cuero, metí las manos en sus bolsillos y seguí mi indefinido camino, pensando en nada y mil cosas.
Sabía que resulta peligroso andar sola por aquellas calles a la hora que era, pero no pensaba dejar de disfrutar de un poco de paz por tener miedo a un borracho o delincuente de poca monta.
Seguí bajando por una gran vía de la ciudad y decidí ponerle destino a mi rumbo girando a la derecha. A tres pasos de la esquina había un bar todavía abierto con poca gente en su interior. En la baldosa había cristales de botellas de cerveza rotas y líquido de cualquier clase. Me apresuré por dejar aquel fétido olor y cambié de acera.
De pronto, sin saber de dónde, apareció un individuo que se encaró conmigo. Llevaba unos vaqueros azules gastados, una chaqueta marrón y llevaba algunos días sin afeitarse. Intenté evitarlo pero él se negó.
- ¿Adónde vas nena? – me preguntó mirándome de arriba a bajo.
- ¿No tienes nada mejor que hacer?
- Ya lo creo que sí, pero contigo guapa – empezaba a darme ganas de vomitar
Hice oídos sordos e intenté abrirme pasó, pero me lo volvió a negar.
- Todavía no – me dijo.
Le miré a los ojos con mirada fulminante, sin embargo él no me miraba, estaba observando algo que tenía detrás. Giré la cabeza hacia atrás y de repente algo golpeó mi sien. Se me nubló la vista, se oscureció todo y perdí el conocimiento.
Fin De Capítulo