Arkadhia: El Séptimo Milenio - La Invasión de la Oscuridad Caps. 0 al 3

Buenas a tod@s,

Os subo al foro los 4 primeros caíitulos de mi libro, y ya me comentáis que os parecen. Muchas gracias a tod@s.

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CAPITULO DE INTRODUCCIÓN
CUESTIONES DE SOBERANÍA
Más allá de las fronteras, más allá de lo visible, más allá de lo que un
mortal pudiera imaginar, acontece la sucesión al trono supremo del dios y
Emperador Phallkronrodd. Este es el último dios miembro, que formará
parte del Consejo Supremo de los dioses. Phallkronrodd ha sido llamado al
Consejo y tiene que delegar su trono a uno de sus dos hijos mellizos:
Splenrodd y Zollkron. Tras una meditada decisión, salomónicamente
concede el título y poderes de Emperador a Splenrodd y de dios supremo a
su hijo favorito Zollkron. Tras la concesión se despide de ambos y se
marcha. Unos instantes después, Zollkron felicita a su hermano por el título
de Emperador pero este interrumpe sus felicitaciones diciendo
sarcásticamente:
- Oh mi dios, no merezco tal honor, más debes ser tu el felicitado por
tan precioso galardón...
- Por todos los dioses no te enfades conmigo. Yo no lo elegí -dijo
Zollkron disculpándose.
- Ah, bueno, no lo elegiste, qué consuelo. El preferido de nuestro
padre no quería realmente ser dios de Arkadhia por la eternidad ¿verdad?
- Bueno yo...
- No hay más que hablar. Todo está dicho. Tomemos posesión de lo
que nos pertenece y punto -dijo Splenrodd con dureza interrumpiendo de
nuevo a Zollkron su hermano.
- Es odioso decir esto pero...
- Pero qué...
- Gobierna bien a esa gente, no me obligues a intervenir. Recuerda
que soy el Dueño y Señor de todos los arkadhianos y eso te incluye
también a ti, hermano.
- Hazme un favor... -dijo con una suavidad dulce a la vez que
misteriosa.
- Bueno, tú dirás...
- ¡A partir de hoy no me llames más hermano! ¡Adiós! -Splenrodd
avivó su voz fuertemente y procedió a marcharse.
- ¡Splenrodd! -gritó en llamada desesperada cuando éste ya le dio la
espalda y enormemente enojado, al fin, se marchó.
Después de esto, los dos hermanos no se volvieron a ver más. Pasaron
mil años y el pueblo clamaba y gemía al nuevo dios Zollkron por ayuda.
Splenrodd trataba al pueblo con brazo de hierro y el mal se apropió de toda
la Región. Splenrodd empezó a expropiar las tierras cultivables de maíz y
trigo, además de toda suerte de otros cereales y hortalizas, que pertenecían
a los nobles señores, cuyos ancestros lucharon dando su sangre por la gloria
y esplendor que ahora es hoy el imperio de Arkadhia. Estos nobles trataban
con bondad a los aldeanos los cuales trabajaban en sus campos, e incluso
en sus castillos, a cambio de dinero y comida para subsistir. Pero Splenrodd
quemó los campos, destruyó los castillos, y, en su lugar, se erigió templos,
verdaderos altares de sacrificios horribles de animales e incluso de
hombres, mujeres, y niños condenados injustamente a morir. Los campos se
convirtieron así en verdadera maquinaria de tortura, terror, desolación y
miedo. Tal era así, que hasta el hedor de los muertos se apreciaba en toda la
Región, desde las Montañas Nevadas al norte, hasta las mismas costas del
sur. La gente pasaba hambre, era salvajemente masacrada y mutilada, los
impuestos eran elevadísimos, y la justicia era la Muerte. Pero un hombre
noble procedente de los mortales, Lord Sirvéin Lothar, se armó de valor y
encabezó la causa rebelde. Splenrodd decidió aplastar la rebelión
concentrando su malvado ejército en las aldeas del norte. Hasta que los
rebeldes reunieron una gran fuerza y decidieron entrar en guerra directa.
Todas las esperanzas cayeron de golpe en la cruel batalla de Tartarel en
donde fueron derrotados, frente a las minas de cristal crisol-plateado de la
cual procedía Safardur, la Espada de la Salvación, la espada de Sirvéin.
Sólo fue Sirvéin, quien por la ayuda de Zollkron y Kator Zurabar, su
amigo, pudo escapar de la aniquilación en ese nefasto día. Tras llegar a las
profundidades oscuras de las minas, Sirvéin clavó su espada en el suelo y
formuló un conjuro: “Shákarat-Ardur, Safardur, Heriter-Libertum-Et-Bour”
que viene a ser: “Sacará la espada, la espada de la Salvación, el heredero de
la Libertad y el Bien”. De pronto, la tierra tembló y la hoja de la espada
empezó a hundirse y cuando al fin paró, se leía en el mango, en runas
arkadhianas, el conjuro antes formulado. Así que de este modo Sirvéin
aseguró que su espada no cayera en manos equivocadas, tras lo cual,
Zollkron se le apareció.
- Valeroso hombre de Arkadhia ¡Levántate! Porque la victoria está
más cerca.
- Debo haber entendido mal mi Señor, pero acabamos de perder la
guerra y toda esperanza con ella -dijo triste Sirvéin.
- Alégrate pues, regocija tu corazón, porque tú y tus hijos llegareis a
ser reyes sobre la mitad de mi Región, y vuestra dinastía será forjada con
un material aún más duro que mi cristal tallado, porque voy a traer juicio
sobre mi propio hermano y verdaderamente lo expulsaré de las tierras de
los nobles que lucharon con mi padre Phallkronrodd.
- No, no me lo puedo creer señor… -dijo Sirvéin titubeando.
- Entonces ve y cree.
Así que Zollkron bajó con gran cólera sobre su hermano y su malvado
imperio, y luchó contra él hasta derrotarlo en Arkantur, La Ciudad del Sur,
antigua capital del imperio arkadhiano y ahora un abismo sin fin al que
nadie se atreve a acercar. Tal es la intensidad de los combates entre dos
dioses, que ésta es capaz de socavar la mismísima tierra. Tras ello, Zollkron
dividió Arkadhia en dos lados: el de la luz y el de la oscuridad. Desterrado
al lado de la oscuridad, Splenrodd junto con ladrones, brujos y asesinos de
toda la Región como sus súbditos, planeaban el momento de la venganza
sobre Zollkron y Phallkronrodd su propio padre. Mientras tanto en el lado
de la luz, Zollkron, proclama la dinastía de los Lothars, los cuales
gobernarían como reyes el lado de la luz.
La región de la luz era rica y alegre, la luz de las siete piedras de cristal
tallado iluminaba un cielo azul y dorado, acompañando al Sol cuando este
se alzaba sobre el cielo de día, o a la luna de noche. De modo que este lado
siempre estaba iluminado por los siete cristales que el mismo Zollkron
talló, dando a su vez una muestra inigualable de su inmenso poder divino.
Éste fenómeno llegó a ser único en este misterioso mundo, cuyo nombre es
Miryal. Compuesto a su vez por veinticuatro Dhias, o Regiones, en cuya
Dhia central se halla el Sakor-Montar, o Monte Sagrado donde descansa la
Sede del Gran Consejo. Los miryalenses -como se les conoce a la gente de
este mundo- son por lo general gente pacífica excepto por el conflicto de
Arkadhia con Trikardhia, su Región vecina, y el autoritarismo de la Liga
del Norte, temible y muy poderosa, formada por tres Regiones: Aluin-dhia,
Región del norte, Mégalon y Ballatón.
Unos días después, Phallkronrodd visitaba personalmente a su hijo
Zollkron:
- ¡Oh Padre, qué sorpresa! ¿Cómo estás? ¿Qué te trae por aquí?
- Tengo malas noticias.
- Parece serio ¿qué sucede?
- Has de comparecer ante el Gran Consejo inmediatamente.
- Pero ¿porque? ¿Qué es lo que he hecho?
- Tu hermano ha presentado una acusación formal contra ti.
- Ya entiendo. Bien vayámonos.
Ambos dejaron el lugar sagrado de Arkadhia, llamado desde la Creación
de las Dhias, o Regiones, Arkaons-kadar, cuyo nombre significa: “Lugar de
los cielos del Sur”. Viajaron cientos de kilómetros. Phallkronrodd mantenía
su semblante serio a la vez que solemne e inmutable; mientras tanto,
Zollkron le miraba de vez en cuando con gesto de preocupación; pero
conforme se acercaban al Sakor-Montar, su rostro se volvía serio y su
mirada, fijada en el glorioso monte, transmitía convicción a la vez que
seguridad y temor reverente. Una vez en el consejo, y tras tomar
Phallkronrodd su dorado asiento, uno de los dioses pasó a decir:
- Tu hermano, aquí presente, nos ha dicho que dividiste tu Región en
dos y le desposeíste de su título de Emperador, sustituyéndole por una
dinastía compuesta por mortales ¿es eso cierto?
- Sí, es cierto -contestó Zollkron.
- ¿No es también cierto que tú lo desterraste sin la orden explícita del
Consejo?
- Él mora en mi Región eso no es destierro.
- ¿¡Y el desapropiamiento!? -gritó Splenrodd-. ¡Sí, se ha atrevido a
cambiar el legítimo gobierno de un dios, por el gobierno de un simple
hombre mortal! -un murmullo empezó a recorrer toda la gran sala, pero
Zollkron no se amedrentó por ello.
- Dioses del Consejo, le desposeí porque sus leyes eran tiránicas y
opresivas, la maldad llenaba toda la Región. Soy un dios de bien y justicia,
según mi ley así actué.
- De acuerdo -dijo Xeradar, dios representante y juez del Gran
Consejo-. Tienes la razón en el desapropiamiento y, también, en el
destierro, al no considerarse este como tal; sin embargo, según el Sagrado
Testamento de los dioses, el cual escribió el mismo Kalom Mirayal, uno de
los tres dioses mayores y padre de Miryal, nadie, ni siquiera nosotros, los
dioses menores, puede alterar el Orden Mundial que él fijó. Por tanto,
Arkadhia debe de volver a ser una y la barrera no puede continuar.
- Pero, ¡Habrá una gran guerra y morirá mucha gente inocente!
¡Padre haz algo!
- Papá, papá y papá. Ya eres mayorcito para estas cosas ¿no crees?
Recuerda que eres todo un dios -decía sarcásticamente Splenrodd.
- Hijo mío, sería mi voto contra los veintitrés restantes del Consejo,
no puedo hacer nada. Además, el Orden Mundial es tan importante que está
incluso por encima de nuestras propias vidas y de nuestra propia existencia.
- ¡Al menos decidme que podré intervenir! -suplicó Zollkron.
- Los dioses no pueden intervenir en este tipo de litigios, al ser este
una guerra de gobiernos, o una guerra civil. Los mortales han de dirimir
entre ellos que gobierno quieren: si el de los Lothars o el de tu hermano.
- Según el Código de la Ley Suprema, tengo derecho a 7000 años
antes de revocar una decisión judicial y derecho a escoger a un ungido que
medie por mis intereses en una guerra ya sea civil, de sucesión, o entre
Regiones, independientemente de que un dios pueda intervenir o no.
- Te recuerdo que ese ungido ha de ser un mortal del mundo paralelo,
que ha de venir por voluntad propia, y en pleno sentido facultativo de lo
que va a emprender -dijo Eizequiel-Kalim uno de los dioses más
influyentes del Consejo, pues era el líder de la Liga del Norte, y estaba
justamente allí sentado sobre su dorado trono al igual que Xeradar,
Phallkronrodd y los demás dioses del Gran Consejo.
- Entonces apelo a esa ley -aseveró Zollkron con firmeza.
- El Gran Consejo ha decidido por unanimidad -dijo Xeradar-, que
después de 7000 años desaparezca tu barrera ipso facto. Sobre tu ungido,
debe cumplir los requisitos de la ley de manera absoluta.
- ¡Yo también apelo a esa ley! -gritó Splenrodd.
- Está bien. Puedes escoger a otro ungido de ese mismo mundo. Pero,
atente a la ley. Queda decretado, como de todos los presentes es sabido,
bajo divino secreto este juicio. Quien ose a revelar a héroes o mortales, que
no sea su propio ungido escogido, total o parcialmente, el contenido de
este juicio, quedará expuesto a la pérdida de todos sus derechos, y, por
tanto, a la pérdida del litigio, en este caso la guerra. Podéis retiraros, la
sesión ha terminado.
- Adiós padre -dijo Zollkron cariñosamente.
- ¡Qué bonito! -dijo Splenrodd con ironía.
- Y tú hijo mío no te despides de tu padre -dijo Phallkronrodd.
- Lo siento padre, pero tengo cosas más importantes que hacer.
- Hijo mío... -suspiró Phallkronrodd mientras su hijo le daba la
espalda y se marchaba.
Con esto, Splenrodd se fue rebosante de odio y maldad pero con el sabor
dulce de una victoria judicial a su favor. Ahora solo ha de esperar 7000
años para su momento. Mientras tanto, Zollkron se debate en sí mismo con
gran angustia interior, pues no puede revelar ni a los Lothars ni al pueblo la
decisión del Gran Consejo, y si lo hiciera podría arriesgarse a perder el
litigio de forma directa, y no tener más remedio que reconocer el gobierno
de Splenrodd por toda la eternidad. Sin embargo, si no dice nada, cuando
llegue el momento, el pueblo no estará lo suficientemente preparado y
caerá fácilmente al filo de las espadas de los marginados. La solución,
según Zollkron, es escoger no sólo a alguien que reúna los requisitos de la
ley sino que sea valiente y también capaz de llevar a un pueblo no
preparado a la victoria.
Han pasado seis mil novecientos noventa y nueve años, reina Kursadoff
VI Lothar. Ignorante de lo que ha de ocurrir prontamente, sigue gobernando
al pueblo con bondad y justicia. Su hijo Heisen Lothar, el príncipe
heredero, entrenado en las artes de la guerra por su propia petición, se ha
convertido en todo un caballero. Un hombre de unos veintiocho años de
edad, fuerte y apuesto, bastante alto, de ojos azules oscuros y de cabello
moreno, el cual le llegaba alisadamente hasta los hombros.
El tiempo transcurre incesante hacia el séptimo milenio. Es día 31 de
Diciembre, los habitantes del lado de la luz hacen los preparativos para
recibir el nuevo milenio, y celebrar el septuagésimo centenario del fin de la
tiranía imperial de Splenrodd y el principio de la paz y la prosperidad para
el pueblo fiel, al lado de la barrera luminosa, símbolo de la paz y seguridad.
Unas cuantas horas después, un gran grupo de gente se congrega junto a
la barrera. Dan las once y media de la noche, y un hecho, que se repite cada
cierto año, vuelve a surgir más allá de la barrera. A través de su textura
transparente y verdosa barrera se puede ver a lo lejos, en la densa
oscuridad, miles y miles de antorchas y carros de guerra. Los marginados
intentaban romperla, al no saber tampoco ellos, que ésta algún día iba a
desaparecer. La gente, en general, ríe por la inutilidad de sus intentos, y
toman los estallidos de las bolas de fuego catapultadas, que chocan contra
ella, como perfectos fuegos artificiales para la ocasión. Son las doce en
punto, ya es media noche, suenan las campanas de un viejo reloj: una, dos,
tres, cuatro, cinco, seis... y a la séptima, la barrera desaparece ipso facto, y
una de las bolas ardientes cae entre las muchedumbres, el pánico se
apodera de la gente, suenan los cuernos de guerra del Oscuur-Ekerquitum,
el Ejercito de la Oscuridad, el ruido de los carros y las espadas llenan un
ambiente agitado, ensordecedor. Se suceden los gritos y gemidos de la
gente que va cayendo cruelmente. Tras unas horas, un silencio desolador es
todo lo que queda, y unas veinticinco mil personas entre hombres, mujeres,
e incluso niños, cayeron a filo de las espadas a lo largo de una barrera cuya
longitud llegó a alcanzar más de cuatrocientos kilómetros y que ya había
dejado de existir. Arkadhia de nuevo es una y la guerra ha comenzado…
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CAPITULO I
COMIENZA LA GUERRA
Tras la cruenta batalla de la ya extinta barrera y sin apenas encontrar
resistencia, el Oscuur-Ekerquitum avanza fiero y veloz por tres grandes
frentes, a saber, el Aluin-Frontem o Frente del Norte, el Arka-Frontem o
Frente del Sur, y el Centrum-Frontem o Frente Central.
Los campesinos de la región norteña son diezmados atrozmente como si
de un puñado de ratas despavoridas se tratara. Sus perseguidores no tienen
ninguna compasión y van quemando todo lo que encuentran a su paso. Las
casas son saqueadas, para posteriormente ser destruidas y consumidas por
el incandescente fuego provocado por las antorchas de los soldados de la
Oscuridad. Las mujeres son sacadas a la fuerza de sus hogares y llevadas a
la plaza de un pueblo ya rodeado en llamas. Algunas de las casadas son
llevadas cautivas en los carros de los guerreros para servir al Emperador y
su Corte, mientras que algunas de las vírgenes serán sacrificadas en su
honor. Entre los hombres, mujeres y niños que sobrevivieron a la matanza,
se contaron tres mil cautivos que servirían para trabajar los campos y servir
a los soldados de la oscuridad. Los que lograron huir de la destrucción y la
muerte, los cuales fueron apenas unos setecientos, se refugiaron en el
bosque junto a las Montañas Nevadas, éstas estaban, aun, más al norte,
colindando con la Región de Sargón, y era un paraje inhóspito y helado.
El terreno es duro y escabroso, perfecto para hallar un escondite seguro.
En él nace el Redorat, el Río Dorado, serpeando a lo largo de todo el
bosque. En una de sus partes se puede pescar truchas bastante grandes y de
un sabor muy exquisito, con lo que no será difícil encontrar comida,
aunque sólo sea buen pescado para comer todos los días. Se cuenta,
además, que en lo profundo del bosque vive un extraño hombre que se
comunica con las bestias. Casi nadie lo conoce. Sólo algunos saben que su
nombre es Zarkons y que no le gustan precisamente las visitas; aquellos
que se atrevieron a “visitarle” relatan que tiene extraños poderes y que
guarda un extraño objeto circular del cual se despide una gran luz que
ilumina todo el bosque y su cielo. Zarkons advirtió la presencia de los
“visitantes” y los despidió con su habitual “cortesía” la cual consistía en
despacharlos “amablemente” con un par de osos pardos y fieros pisándoles
los talones. No obstante, tras la mediación de Zollabar, el sacerdote de
Zollkron, Zarkons accede a acoger y a proteger a los refugiados en el
bosque usando su gran poder para repeler las posibles incursiones de los
invasores. Dadas las circunstancias, Zarkons tuvo que ocultar la piedra que
custodiaba, de modo que su luz no fuera visible y atrajera a más enemigos
de la cuenta hacia el bosque, el cual se había convertido en un lugar de
refugio para todos aquellos que iban llegando provenientes de las aldeas del
norte y otros lugares de Arkadhia que estaban siendo también atacados
ferozmente. Zarkons incluso trataba de animarlos y consolarlos en la
medida de lo posible para que estos pudieran seguir adelante con sus almas
abatidas debido a la tragedia de la guerra.
Mientras en el sur, los pescadores corrieron la misma suerte o incluso
peor. Su gran puerto ultramarino fue completamente destruido, sus barcos,
sus redes, sus casas y sus propias vidas. Del pueblo no queda más que el
humo y un montón de ruinas. Los que escaparon no tuvieron un lugar
seguro a donde ir, pues, el Bosque de Cristal, lejos de dar seguridad, dicen
de él que quien se ha atrevido a adentrarse no ha vuelto jamás. De él,
también resplandece otra gran luz iluminando el cielo. De modo que, sin un
lugar claro donde refugiarse, vagan errantes hacia las montañas del oeste y
hacia el norte en busca de otro hogar en el exilio, en busca de un hogar que
les ha sido vilmente arrebatado. Pero los montañeses que habitan en el
oeste son gente aislada del resto del reino de la luz y no son hospitalarios ni
siquiera con los de su propio pueblo, por lo que obligan a la mayoría de los
refugiados a marcharse o a acampar en las laderas donde son un blanco
fácil no solo para el Oscuur-Ekerquitum sino para los animales salvajes que
moran por aquella zona. Los que deciden marchar hacia el norte para cruzar
la frontera con Sargón por el paso del Aluin-Forestem, el bosque del norte,
son interceptados a tiempo por Zarkons para que se queden en el refugio
establecido allí para tal efecto. Sin embargo, no todos optan por tomar el
paso del bosque por temor a ser interceptados por el Oscuur-Ekerquitum
durante el trayecto, por lo que muchos se dirigen desesperadamente hacia
el peligroso e inhóspito paso de las Montañas Nevadas, o aún peor, hacia
los escarpados acantilados que las bordeaban, donde el viento era muy
fuerte e incesante. Por suerte, muchos de ellos lograron alcanzar la región
de Sargón, la cual les garantizó asilo en sus tierras durante un tiempo aún
no definido.
Una vez conquistados el norte y el sur de la Región arkadhiana de la luz,
sólo queda conquistar la capital Luuntur, o Ciudad de la Luz, que se sitúa
en la parte central de la misma. El Centrum-Frontem tarda apenas unas
pocas horas en derrotar a la débil resistencia que se cruza en su camino y
pone cerco a la ciudad. Empieza el sitio el 12 de Enero del séptimo
milenio, siglo cero, año cero; así es como en la Región se dice la fecha. Los
pocos arqueros con los que cuenta la ciudad provocan innumerables bajas
en el ejército enemigo pero finalmente todos caen en el día 14, dando vía
libre al Oscuur-Ekerquitum para acercarse a los muros y hacer una o varias
brechas para penetrar al interior de la ciudad.
Es en la tarde-noche del mismo día 14 cuando, por fin, logran entrar en
la ciudad sitiada, comienza la última batalla entre el ejército oscuro y la
guardia real de Kursadoff VI, muy bien entrenada pero notablemente
inferior en número. Aun así, logran contener al ejercito oscuro por un día
más, tiempo que el rey podía haber aprovechado para huir de la ciudad
mediante los pasadizos subterráneos, pero se negó a hacerlo y junto a él
quiso permanecer toda la corte real hasta el último momento, hasta el final.
Mientras tanto, llegaron los refuerzos desde el norte para apoyar la
ofensiva. De modo que en el día 15 es cuando, por fin, toman la ciudad y su
castillo. Zork, cuyo nombre significa “Derramador de Sangre”,
Comandante de todos los ejércitos de la oscuridad, entra triunfante en la
ciudad y avanza hasta alcanzar el castillo. Tras parar un instante y revisar a
sus tropas apostadas sobre la entrada, entra con su guardia personal al
interior, con talante orgulloso y maléfico. Después de subir unas cuantas
escaleras llega a la sala del trono e irrumpe en ella destruyendo las puertas
que le obstruían el paso -usando, como es habitual en él, su gran poder.
- Así que es aquí donde se esconde el bastardo usurpador del trono
del legitimo Emperador Splenrodd -dijo con una mirada malvada al rey
Kursadoff VI Lothar.
- Es a mí a quien queréis ¿no es así? Dejad a los demás marchar en
paz -replicó el rey.
- ¡No tan rápido, usurpador! ¡Mirad a vuestro alrededor! ¡No estáis
en condiciones de negociar! -gritó Zork con autoridad. Entonces Zork se
giró, miró a todos y después de sonreír, se volvió de nuevo al rey- ¿Cuál es
vuestro nombre? -preguntó con indiferencia.
- Kursadoff VI Lothar, descendiente de Sirvéin, de la dinastía de los
Lothars, mi padre -contestó Heisen Lothar, el príncipe, con severidad.
- Oh ¿Qué tenemos aquí? Un muchacho estúpido e insolente que
desea morir aún antes de que lo haga su propio progenitor.
- ¡No! ¡Él no! Él es joven e impulsivo. Tomadme a mí y dejad
marchar a todos de una vez, por favor -suplicó el rey.
- ¡Guardias! Traedme al rey -ordenó Zork.
De modo que los guardias, los cuales estaban detrás de Zork, rodearon
al rey y se lo trajeron a él. Éste lo cogió del pecho y lo arrojó contra el
suelo.
- ¡No! ¡Padre! -gritó Heisen mientras dos guardias lo sujetaban.
- Ahora decid vuestro último deseo pues, yo, Zork, gusto dar ese
privilegio a personas de importancia ¡Antes de arrancarles la cabeza! -alzó
su espada grande y larga, curva y dentada por uno de sus lados. En ese
instante, un brillo resplandeció a lo largo de todo el filo, y mirando
fijamente a los ojos del rey le dijo: “¿Vais a decir algo, sí o no?”.
- No matéis a mi hijo -estas fueron las últimas palabras que el reino
de Arkadhia oyó de tan noble rey.
- Está bien, oh rey usurpador, prometo cumplir vuestro último deseo.
Así que Zork, sin ninguna compasión, cortó de un solo tajo la cabeza del
monarca matándole en el acto. Zork no podía ocultar su cara de satisfacción
tras consumar el magnicidio.
- ¡Padre! ¡No! ¡No! -gritó Heisen con desesperación. Acto seguido
miró a los ojos del asesino de su padre. Zork sonríe y vuelve su mirada
hacia el cuerpo yaciente del rey-. ¡Zork, yo Heisen Lothar, juro por
Zollkron que yo mismo os arrancaré la cabeza como vos lo acabáis de
hacer con mi padre, el rey! ¡Os lo juro!
- He sido compasivo dándoos una muerte rápida e indolora “su
querida majestad” -dijo Zork con voz solemne dirigiéndose a su victima-.
¡Y tú! No seas estúpido -esta vez dirigiéndose al príncipe-. Prometí a tu
padre que yo no te mataría, pero no dije nada sobre un pequeño viajecito
sin retorno a las Montañas Nevadas -una carcajada fría y sonora le salió de
lo más profundo del alma aludiendo sin duda a un plan malvado y astuto-.
Irás sin más abrigo que lo que llevas puesto y ese andrajoso y viejo mantón
real de tu padre -el mantón dice la leyenda fue hecho o mandado a hacer
por el mismo Zollkron para el nuevo rey, Sirvéin I Lothar, hace ya más de
siete milenios. Fue pasando de padres a hijos, de generación en generación.
Se dice también que éste tiene poderosas propiedades a las que sólo un
Lothar puede acceder. Ni que decir tiene que Zork no sabía nada de esto
pues sólo lo veía como un harapo mugriento y miserable-. Es gracioso
¿no?, yo mismo te nombro rey tras la muerte de tu padre y te concedo las
Montañas Nevadas como reino -Zork mismo recoge la corona
ensangrentada del suelo y se la pone a Heisen en la cabeza en señal de
burla-. Que bien os queda la corona. Lástima que solo tengas nieve y más
nieve como súbditos para tan magnífico “rey”. También será una lastima
que muráis congelado y la ridícula dinastía de los Lothars sea borrada de la
faz de este mundo ¡Qué pena me da! -dijo sarcásticamente, claro está,
terminado con otra sonora y terrible carcajada.
- ¡Escuchadme bien, Zork! ¡No habrá cielos ni tierra ni mundos, ni
dioses ni héroes ni hombres, ni vida ni muerte que me impidan llevar a
cabo este juramento! ¡Te perseguiré en la vida, si vivo, y en la muerte, si
muero! ¡Maldito sea si no cumplo este juramento! -un aura de color rojo
muy intenso rodeó al príncipe por unos momentos, la corona que se
sustentaba sobre su cabeza también comenzó a brillar. Los guardias que lo
sujetaban vacilaron un instante, pero volvieron a agarrarlo de inmediato
con aún mayor fuerza.
- ¡Lleváoslo de una vez! Ya he aguantado demasiadas tonterías por
hoy. Espero que la nieve le enfrié la sangre y esos estúpidos ánimos de
venganza. Aunque seguramente le enfriará algo más que solamente eso.
Así que Heisen Lothar, príncipe heredero al trono perdido de Arkadhia,
es llevado al exilio a estas frías cumbres, junto a la frontera con Sargón,
una de las regiones vecinas de Arkadhia. Después del viaje que duró unos
dos días, y tras una demoledora paliza, los guardias de Zork lo dejan medio
muerto en la fría y blanca nieve sangrando por su nariz, junto a su dorada
corona. Heisen cae inconsciente, y los guardias ríen y se van.
- Hemos hecho bien el trabajito, espero que Zork nos de unas cuantas
noches libres y así podamos tomarnos algún que otro trago, por supuesto, te
invitaré a uno -dijo uno de los guardias.
- Deberíamos de habernos quedado con la corona -dijo el otro
guardia.
- Ni hablar. Zork mismo se la colocó en la cabeza con sus propias
manos ¿Acaso no recuerdas como ésta comenzó a brillar después de eso?
Sólo Zork mismo sabrá que clase de maleficio tendrá las cosas que él toca.
No sé tú, pero yo no pienso tocar nada que antes haya tocado Zork.
- Tienes toda la razón. Mejor dejémosla donde está.
- Será lo mejor sin duda. Y ahora, volvámonos. Me hielo de frío y
realmente me apetece beber un buen trago de vino. Por supuesto, la
invitación sigue en pie.
- Sí, la verdad es que no te voy a rechazar ese trago; pero que sea de
un buen vino y que me caliente las venas, estoy helado hasta los huesos con
este condenado frío -cuando hubo dicho esto, se estaba poniendo el Sol y
levantando, a su vez, una ventisca. Así que no tardaron en coger sus
caballos y volver.
Y ahí tirado en la nieve, ensangrentado, medio muerto y herido,
aguantando el frío y la tempestad, está ahora Heisen, el noble príncipe,
envuelto únicamente, y gracias al cielo, por el manto real de su recién
fallecido padre.
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CAPITULO II
UN ECO EN LAS MONTAÑAS
- Príncipe Heisen, hijo mío, despierta. Hay que darse prisa. ¡Ahora!
¡Despierta! -dijo una voz extraña.
- Padre ¿Eres tú, padre? -preguntó enseguida Heisen aunque un tanto
aturdido por los golpes y también, claro está, por el incesante frío.
- En cierto modo soy tu padre y Padre de todos tus padres, tus
antepasados.
- No sé entonces quien podéis ser, a no ser que vos seáis… -un
escalofrío aún más helado que la nieve que lo tocaba le atravesó el corazón.
Tras coger aliento preguntó: “¿Sirvéin?”.
- Sin duda alguna eres un Lothar. La sangre que llevas por tus venas
no se hiela tan fácilmente. Sí, soy Sirvéin I Lothar, primer regente de este
lado de Arkadhia. Antes de que fuera a morir, justo cuando ya me hallaba
en el ocaso de mi vida, Zollkron me vivificó para siempre en esta forma
que no puedes ver pero que sí puedes percibir. Estoy a su diestra, aunque él
ahora no está pero eso ahora no es lo que importa. ¡Tu vida corre peligro!
¡Coge tu corona y sálvate hijo mío! -la voz de Sirvéin era la más solemne
que nunca otra voz hubiera existido, al menos así era en opinión de Heisen
justo en ese preciso momento.
- ¡Pero no sé a donde ir! ¡Todo está helado! Mi cuerpo está
magullado por los golpes y engarrotado por el frío ¡Ayudadme, por piedad!
- ¿Ves esa colina frente a ti? ¡Corre! ¡Deprisa!
De modo que Heisen cogió la corona, la cual estaba tirada en mitad de
la nieve y corrió tanto como pudo a pesar de su lamentable estado. Alcanzó
la cima de la montaña a duras penas pues la ventisca lo golpeaba sin
piedad.
- Ahora ¡Mira! -Heisen volvió la cabeza y miró sin muchas
esperanzas-. Y dime ¿Qué ves? -dijo Sirvéin.
- No veo nada, la tormenta no me deja ver y las fuerzas me
abandonan y con ellas las esperanzas.
- Siempre hay luz donde hay oscuridad, y siempre hay un claro en
una tormenta. Aún en el frío de la tempestad hay un refugio donde aguarda
el calor -dijo Sirvéin.
- ¡No entiendo nada! ¡No veo nada! Solo la muerte venir hacia mí
¡Esto es el fin! ¿No lo comprendes? -bajó la cabeza y se agachó
apoyándose sobre su rodilla izquierda-. Si al menos hubiera una salida, una
maldita salida ¡Espera! -levantó de pronto la cabeza- ¡Ya lo tengo! “Un
claro en la tormenta” es la “luz en la oscuridad”: ¡Las minas de cristal
crisol-plateado! ¡Sí! ¡Su luz legendaria atravesaría hasta la tormenta más
densa! ¡He de buscar la “luz”!
- Cierto, hijo mío. No te demores. Te esperaré abajo en las minas
-dijo por último Sirvéin y se marchó.
- ¿Porqué no podríais ayudarme directamente y llevarme a salvo?
¿Por qué os vais y me dejáis solo?
Pronto el ánimo de Heisen decayó de nuevo cuando Sirvéin se fue, y no
se explicaba todavía porqué no lo ayudaba realmente guiándolo a las
puertas de las minas. Pero apremiaba buscar la “luz” que lo guiara a la
posible entrada de las minas, mas no la encontraba. Cerró los ojos y pensó
que nunca jamás los volvería a abrir cuando de pronto sintió como la
tormenta cambiaba de dirección. Así que Heisen volvió de nuevo a abrir los
ojos y un pequeño, tal vez minúsculo, punto creyó ver que centelleaba en el
horizonte. Sin más dilación, corrió con las únicas fuerzas que le quedaban
hacia ese punto. “Esta es la “luz” seguro” se decía. Y efectivamente, el
resplandor se fue haciendo más grande y brillante pero el camino hasta él,
le pareció a Heisen un camino eterno, hasta que al fin llegó. Ante él se
levantaba un poste alto de madera, tal vez de roble, de unos tres metros de
altura con el extraño cristal puesto en lo más elevado. Pero no había ningún
tipo de rastro que indicara la entrada, excepto dicho poste. Así que Heisen
volvió a agacharse y a encogerse como un ovillo de lana. Mientras
intentaba recordar las pistas que Sirvéin había mencionado.
Si hubiera tardado cinco minutos más se hubiera quedado
completamente helado, hecho un bloque de hielo; pero pronto se le vino a
la cabeza las siguientes palabras: “Aún en el frío de la tempestad hay un
refugio donde aguarda el calor”.
- ¿¡Un punto de calor!? ¿¡Aquí!? No, esto no puede ser, es imposible
¡Maldita sea! -dijo otra vez desesperado.
Siguió maldiciendo su suerte hasta que se levantó con lo poco que le
quedaba de fuerzas y se puso a caminar de un lado a otro buscando el
susodicho punto pero no lo hallaba. De pronto cayó en la cuenta de lo que
realmente querían decir esas palabras: “¡El punto está en la nieve! -exclamó
Heisen-. El punto es el reflejo de la luz del cristal en la nieve -aunque la
nieve es clara, ciertamente, ya era de noche y estaba oscuro. Además,
aunque hubiese sido de día, la gran tormenta que ahora se cernía sobre las
montañas no hubiera dejado pasar los cálidos y brillantes rayos del Sol-
¡Sí! Abajo espera el “refugio” donde aguarda el calor ¡Maldita sea! ¿Porqué
no me habré dado cuenta antes?”. De modo que con energías renovadas fue
al punto donde la luz incidía sobre la nieve y empezó a escarbar aún con las
manos desnudas. Siguió por un tiempo pero la nieve era muy profunda y
empezaba ya a cubrirle hasta la cabeza cuando, de pronto, empezó a
hundirse poco a poco y no podía hacer ya nada por salir. La situación era
angustiosa por momentos, y la nieve ya lo había cubierto por completo.
Gritando en desesperación, pues de veras Heisen creía que este era, y de
forma irremisible, su final, de repente, cayó de golpe y no recordó nada
más.
Al fin despertó y se echó mano a la cabeza que la tenía muy dolorida por
el golpe. Cuando pudo abrir los ojos, no podía creer lo que veía. No sabía
como, pero lo había conseguido. Estaba en la entrada de las minas, eran
oscuras pero con un resplandor dorado y plateado a la vez, gracias a los
cristales que sobresalían por ambos lados del camino y también del techo.
Su resplandor era tenue e invitaba al descanso pero a pesar del pobre estado
de Heisen, este presentía que no tenía tiempo para descansar en estos
momentos, y debía darse prisa en atravesar las minas.
Así empezó el descenso de Heisen a las minas donde aguardaba Sirvéin,
sólo Zollkron sabe donde; pero también sólo Zollkron podría saber que
otras cosas podrían esperarle en unas minas abandonadas hace ya siete mil
años.
***
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CAPITULO III
ALGUIEN AL OTRO LADO
En el mundo paralelo a Miryal, es decir, en La Tierra, en un lugar de la
vega media del Segura, Zollkron cree haber encontrado a un joven que
cumple con las aptitudes y actitudes que andaba buscando. Es un joven de
unos veinticinco años, de ojos azules profundos y persuasivos, no muy alto,
castaño y con una gran afición a la literatura fantástica. Según dice él
mismo: “daría todo por vivir una aventura como esta, o como esa otra que
leí aquella vez”.
- ¿Arriesgarías incluso tu propia vida por una “aventura” mucho
mayor de lo que hayas imaginado? -dijo una extraña voz.
- ¿¡Quien está ahí!? No, no puede ser nadie. Son imaginaciones mías.
Debería de leer menos libros de estos, pues, ya estoy hasta empezando a
escuchar voces extrañas o tal vez me esté empezando a volver loco -se dijo
así mismo el joven.
- No -dijo otra vez la voz-, no son imaginaciones tuyas, ni tampoco
estás loco. Además, es muy bueno leer esta clase de libros, pues enseña el
valor de la amistad, la valentía, el coraje y otras cosas buenas que he creído
observar en ti.
- ¿Quién…? ¿Quién eres tú? ¿Por qué me observas? ¿Qué quieres de
mí? -dijo el joven temblando por el miedo pero tal vez más aún por la
emoción.
- Vayamos por partes. Mi nombre es Zollkron, Dios y Señor de todos
los arkadhianos. Arkadhia es una bonita Región de Miryal, el mundo de
donde procedo, y te observo porque necesito ungir a alguien valeroso que
pueda llevar a un pueblo, mi pueblo, hacia la victoria. Quiero que vengas,
pero no puedo obligarte. Si has de venir, lo has de hacer por propia
voluntad.
- Te has equivocado de hombre, Zollk. No soy tan valiente como tú
crees. Tal vez me gusten las aventuras, pero no tengo dotes de liderazgo. La
empresa es muy arriesgada ciertamente y…
- No sigas ¿Cuál es tu nombre?
- Oh perdón. Es cierto que no me he presentado. Mi nombre es
Moisés, “salvado de las aguas” significa, y, la verdad, no me gustaría que
me tuvieran que salvar de nuevo -dijo con ironía.
- Moisés, no intentes reírte de la situación. Mi pueblo sufre por culpa
de mi hermano Splenrodd y no puedo intervenir. Por eso he de escoger a
alguien que vele por mis intereses. Miles de vidas dependen del éxito de mi
misión aquí, pero sobre todo, de la tuya allí. Aún con todo eres para mí
digno de mi confianza porque puedo ver más allá de las apariencias y tu
corazón es noble. Sí, lo es ¿No es cierto, Moisés?
- ¿Porqué me atormentas? Por un lado me gustaría ir y poder ayudar
a esa gente pero por otro… -Moisés mira por un segundo a su alrededor-, ni
siquiera sé si podré manejar una espada, caería a las primeras de cambio, y
mi vida no habría servido de nada -replicó Moisés.
- Con fe, sabiduría y un buen entrenamiento, aprenderás pronto el
arte de guerrear como ningún soldado de élite de mi hermano sabe ni sabrá,
yo me encargaré personalmente de que así sea. No obstante, aún con un
buen entrenamiento como este, deberás tener especial cuidado con algunos
de nuestros enemigos, entre ellos Zork, Comandante de los ejércitos de la
oscuridad y asesino del rey. Si lo ves, ándate con ojo, o más bien, con oído,
pues, las estocadas de su lengua son aún más letales que las de su gran
espada.
- Espera un momento, Zollk. No vayas tan rápido. He de pensarlo.
Una decisión apresurada nunca es sabia, tal vez pueda ser acertada, pero
nunca meditada.
- Ciertamente. Pero la demora puede acarrear males peores. Mañana
y a la misma hora vendré a buscarte. Piénsalo bien, Moisés, tras el
comienzo no hay vuelta atrás, sólo se puede mirar hacia una sola dirección,
y esta siempre es y será hacia delante -con esto Zollkron dejó de hablar y se
fue.
De modo, que ahora Moisés se acostó y meditó sobre el asunto pero
todo le parecía, aún, una ilusión, una vaga fantasía. Así que llegó la noche
pero Zollkron no anduvo muy lejos, pues, observaba a Moisés
continuamente. Hasta que, al fin, Moisés se acostó para dormir y Zollkron
pensó en aquella premisa, célebre entre todos, que dice: “una imagen vale
más que mil palabras”. De manera que a Zollkron se le ocurrió la magnífica
idea de interpretar la situación arkadhiana mediante un sueño; un sueño que
terminaba con las siguientes palabras:
“Como sueño de sueños es Arkadhia.
Sueño de paz y felicidad para todos los arkadhianos.
Sueño que sólo tú podrás hacer realidad.
Sueño del que podrás despertar sin recordar nada,
o del que quedarás inmerso para siempre”.
Tras estas palabras, Moisés despierta muy agitado, a la vez, que triste. El
sueño había sido muy intenso y emotivo. Pues se vieron los momentos en
el que la barrera desaparecía, Luuntur era tomada, el rey asesinado y su hijo
exiliado a las Montañas Nevadas, viendo, además, su brutal paliza y la
enorme ventisca que contra él se cernía. Moisés ahora sentía la necesidad
real de saber el final de ese sueño. Por fin, tenia ese fuerte deseo de
embarcarse en una aventura donde no sabía si algún día podría volver.
Zollkron ha tenido éxito y espera satisfecho su próximo encuentro con
Moisés a la mañana siguiente. Hasta entonces, Moisés podrá dormir, de
nuevo, plácida y tranquilamente, aunque no del todo.
Era como la hora tercera -tres horas después del alba- de un día
grisáceo, cuando Moisés, se fue a su habitación para leer aquellos libros
fantásticos, repletos de aventuras, como el tenía por costumbre hacer
después de desayunar. Sin recordar su reunión con el “extraño amigo” -
según él decía-, buscó entre sus libros hallando un extraño nuevo libro.
- No creo recordar haber comprado este libro -se dijo-. Es más,
juraría no haberlo visto nunca. Pero que más da. Echémosle un vistazo.
Moisés lo sacó cuidadosamente de la estantería y vio sorprendido que
no tenía título. Abrió el libro y sólo pudo ver como había unas
inscripciones en lenguaje rúnico que no sabía interpretar, pues nunca había
contemplado lenguaje parecido. Pero lo más sorprendente, fue que después
de unas veinticinco páginas, el libro no continuaba pues “¡las páginas están
en blanco!” -dijo estremecido, como si de algún modo presintiera que este
no era un simple libro o un mero cuento inacabado.
- Veo que has visto tu nuevo diario de viaje -rió Zollkron
cariñosamente-. Evidentemente, hay muchas “páginas en blanco” que tú
mismo escribirás para bien o para mal.
- Todavía no has tenido mi respuesta y ya estás preparando mi partida
¡No me lo puedo creer!
- No hace falta que me des tu respuesta, Moisés -dijo Zollkron
sonriendo-. Tus mismos ojos me lo dicen. Quieres venir porque anhelas
saber como acabará tu extraño sueño. Aunque, verdaderamente, sabes
como acabaría si te negaras a venir ¿No es verdad?
- Así que fuiste tú. Debería de haberlo imaginado. No obstante tienes
toda la razón y quiero ir. Sí, quiero ayudar al príncipe y esa pobre gente que
está sufriendo a causa de la sin razón y la barbarie de Zork y sus tropas -
dijo Moisés, al fin, resuelto.
- Una sabia, acertada y, por fin, meditada decisión, aunque no sea
fácil llevarla a cabo. Si quieres despedirte de tu familia ahora sería el
momento. Pero no reveles a donde vas. Sólo di que te ausentarás un
tiempo. Di que estarás con un buen amigo y de esta forma no tendrás que
mentir -dijo Zollkron con un tono más serio, dada la importancia.
- Mentiré sino vuelvo -replicó Moisés.
- Ciertamente. Pero que digas la verdad o mientas únicamente
depende de ti y de tu suerte.
- Necesitaré algo más que la suerte si quiero vencer.
- Seguro. Pero ve y no pierdas más tiempo. Los gemidos de la gente
inocente me llegan aún desde Miryal hasta mis oídos en este preciso
momento, y en este mundo paralelo que pronto habremos de dejar.
- Dame tan solo unos segundos. Voy a despedirme de mis padres. Tal
vez no los vuelva a ver, ni los vuelva a oír, ni en tu mundo ni el mío. Y
quiero llevarlos conmigo, en mi corazón, como seguro que tú llevas a tu
pueblo y a toda esa buena gente, que ahora necesita nuestra ayuda, contigo.
- Estate tranquilo. Tómate tu tiempo. Yo te estaré esperando hasta
que estés preparado -dijo por último Zollkron.
De modo que Moisés procedió a marcharse escaleras abajo cuando dio
media vuelta y dijo: “Muchas Gracias. Zollk. De verdad”. Zollkron sonrió
un momento y Moisés descendió las escaleras al fin. Tras despedirse de sus
padres, un tanto extrañados por la repentina invitación de un amigo para
irse de viaje una temporada, Moisés volvió a su habitación donde esperaba
pacientemente Zollkron.
- ¿Estás ya preparado para esta inolvidable aventura? -dijo Zollkron.
- Tú lo sabes mejor que yo. Pero de veras deseo emprenderla.
Marchémonos. Aquella gente nos necesita y según tú, andamos escasos de
tiempo.
- Tú mismo lo dijiste. Cierra lo ojos y confía en mí. El viaje a Miryal
te parecerá más corto si lo haces durmiendo.
- ¡Espera! Se me olvida lo más importante.
- ¿Qué es? -preguntó Zollkron por primera vez desconcertado.
- Esta pluma con la que, por Dios y por el cielo, espero terminar el
libro que me has entregado.
- No es necesario amigo mío. El libro que te he entregado tiene el
poder de escribir por sí mismo lo que acontece en Arkadhia desde la
desaparición de la barrera en adelante. Ábrelo de nuevo y compruébalo tu
mismo.
- ¡Esto es increíble! ¡Hay dos nuevas páginas escritas! -dijo Mois
atónito.
- ¿Dos páginas dijiste? Están sucediendo demasiadas cosas mientras
hablamos. No es de extrañar, allí pasa el tiempo más deprisa, lo que aquí es
un día allí es una semana aproximadamente.
- Ahora comprendo porque tienes tanta prisa.
- El tiempo es un bien escaso, un bien del que realmente poco
disponemos ¿Estás listo para partir?
- Por curiosidad quisiera hacerte una pregunta antes de partir.
- Tú dirás.
- ¿Realmente voy a salir en ese libro si voy?
- Sí, Moisés, tú escribirás buena parte de ese libro, pero no con una
pluma, ni con manos, ni con ningún otro utensilio de escritura, sino con tus
acciones y hechos. No obstante, puedes llevarte la pluma si así lo deseas, te
será de gran utilidad y podrás tomar tus notas personales durante tu viaje. Y
ahora sin más dilación vayámonos a Miryal. Arkadhia nos espera. Arkadhia
te espera.
Después de haber dicho Zollkron estas palabras, Moisés cerró los ojos y
empezó a sentir como le inundaba una sensación de somnolencia, tal vez
provocada por el mismo dios, que lo empezaba a coger cariñosamente en su
regazo como si de un hijo se tratara. Y así, procedió a abrir un portal
interdimensional que les llevaría a Miryal. Pero Moisés no supo nada más,
pues, dormía profundamente. Mientras tanto, sus padres se extrañaron al no
verlo salir.
- ¿Has visto salir a Moisés? -preguntó su madre un tanto extrañada a
su padre.
- No me he dado cuenta, además, se le veía con mucha prisa.
- Es que no sé si se ha llevado el chaquetón.
- Tranquila seguramente se lo habrá echado en la mochila o lo
llevaría puesto, pues, hoy refresca el tiempo -en verdad, lo llevaba puesto-.
¡Ya tiene veinticinco años!
- Sí, pero es muy despistado. Bueno a ver si nos llama pronto.
- A ver, a ver…
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Espero que os hayan gustado los capítulos, muchas gracias si has leido hasta aquí.

Saludos.
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