Nunca
he comprado
una agenda.
Jamás he sentido
la necesidad de usarla;
me parecen
torpes, monótonas
y frías.
Yo nunca he tenido
días vacíos
en mi mente, porque
siempre recordaba...
que debía llamarte
por las tardes para
reir contigo,
que nos situaríamos
impasibles
en el carril central
de las autopistas
del deseo
en plena hora punta,
que inventaríamos
concursos para
ver quién de los dos
tenía el centro
de gravedad
más disperso,
que todos
los domingos
dormiríamos
hasta las dos
de la tarde,
que emplearíamos
los mediodías
bebiendo café
y fumando
en los balcones,
que tus ojos
me recordaban
a un jardín
filmado en
cimemascope,
que tu piel
debía ser hidratada
con mi más sincera
saliva,
que cuidaría de tus
manos
para que pudieran
amasar el pan
que nos da la vida,
que encargaría flores
a menudo
para secarlas
y meterlas en tus libros,
junto a tus fotografías,
que diría siempre: sí,
aun sintiéndome
seriamente tentado
de no dudar jamás,
que saldríamos
a la ventana
para oir trinar
a los mismos pájaros,
que vigilaríamos
las puestas de sol
para que no eclipsasen
un amor tan puro,
que asistiríamos
a conferencias sobre
"actos inexplicables",
impartidas por
el Profesor Noséquénosécuántos,
que miraría tus muslos
cuando pisaras
el embrague
para reducir
la marcha del tiempo,
que dormirías
a mi lado
sólo si tu candor
temblara en consonancia
con tu cuerpo,
que recorreríamos
montañas
para encontrar
ese manantial
de agua con que
refrescar tus labios,
que llenaría
el espacio
con el aire
que mueve tus rizos,
que regalaría
todas las lámparas
de mi casa para comprender
mejor la palabra "penumbra",
que conduciría toda
la noche
para besar tus labios
en plena vigilia...
Bienvenidos a la
consecuencia
de vivir la vida
sin un guión establecido.
Si algún día
olvido algo
no será importante
para mí.