Llevaba mucho tiempo sin postear un escrito mío por aquí, pero hoy me he sentido inspirada nuevamente por la melancolía y he aquí el fruto.
Autobús
Digo adiós a las luces de la ciudad, recorro las calles con el pensamiento y descubro momentos arrinconados en mi mente de sitios que ahora quedan lejos, un borroso punto en mi retina que me deja ésta máquina de metal, que ahora huye del ajetreo imparable que día tras día arrastra ésta parte del mapa casi sin querer.
Mi emoción imprime una lágrima. Yo te quiero, te quise en ésta ciudad, y aquí, abandono la esperanza de reencuentros venideros.
Veo la luna correr en el techo y las estrellas girar sobre sí mismas, la gente parece feliz, mas no intento ocultarlo, yo no lo soy.
Sentada al fondo, intimando con la ventanilla, observo el mar revolverse una y otra vez y mi corazón se revuelve con él.
Distraigo de la melodía que el murmullo de la gente consigue apagar y escucho mi balada interior, amedrantándome, destrozándome de amor las venas, como a un yonkee que busca destrozar las suyas con la heroína como amante primordial.
Vuelvo a encontrarme con la sociedad en ése viejo y feo tapizado verde oscuro. Un bebé llora, su madre frustrada patea el asiento delantero sin saber qué hacer. Dos amantes juegan a quererse escondidos entre los dos estrechos sillones y otros tantos desconocidos, tal vez como yo, dialogan con su sombra en momentos tan poco necesitados de soledad.
Ahora mi destino está cerca y pienso: “la vida da vueltas, la vida es un viaje de autobús, y me falta que tú llenes la plaza que a mi lado sobra”.