Sucedió hace tiempo...
Yo era un noble caballero que vestía una gran armadura, que tenía una dureza mayor a la del diamante, una dureza dada por el amor no correspondido.
Cuando te conocí, yo poseía un castillo con mil puertas y, dentro de él, un laboratorio... el de mi vida, en el cual se llevaron cientos de miles de experimentos que me dieron la experiencia.
Una tarde, te invité a mi castillo. Fuimos a la sala del laboratorio y, hablando un poco de todo, me acostaste sobre la camilla... la del deseo. Con tu dulzura, cogiste un bisturí... el del amor y rasgaste mi gran armadura hasta destrozarla... desnudo, enseñando todas mis cicatrices, e inseguro, me deje llevar por la sensación de libertad, de ligereza, de querer aprender todo lo que me enseñabas... creí ser feliz. Tú seguías aún vestida, con el bisturí hiciste un nuevo corte, esta vez sobre mi pecho, de cuello a estómago, soltaste el bisturí... me arrancaste los pulmones pero seguía vivo... ¿por qué? Sentí un gran dolor... me di cuenta de que respiraba a tu ritmo, con tus pulmones, eras mi vida... A la vista sólo quedaba mi corazón que, desprotegido, seguía latiendo muy rápido, - siempre que estabas cerca, ocurría esto - lo cogiste con tus manos ensagrentadas... mirándolo fijamente y, sin mediar palabra, lo posaste de nuevo en mi cuerpo y con cuatro clavos... los de la verdad, crucificaste mi corazón... con este último gesto, el dolor poco a poco se desvanecía y con él, mi vida. Te vi marchar... abandonado a mi suerte y sin guardarte rencor, por la felicidad que me habías hecho sentir, sólo pude decir, en mi última bocanada de aire, un "te quiero" justo antes de que se cerrase la puerta del laboratorio y con ello despareciese, cual ceniza que se lleva el viento, del mundo...
Sabía que volvería a recuperar mi armadura, todavía más dura aún, en otra tierra muy muy lejana...