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Invertebrada
La casa era grande y confortable, pero se encontraba al fondo del pueblo, escondida en una depresión del terreno cuyo origen no se sabía si era natural o cavado a conciencia. Los niños siempre habían ido allí y se imaginaban mil historias sobre por qué aquella casa estaba hundida. Algunos de los más viejos del lugar aseguraban que la casa se encontraba al mismo nivel del resto en su infancia y que se tenía que haber hundido de forma casi imperceptible con el paso de los años. Nadie les creía.
Lo que sí era de todos sabido en el pueblo, aunque más por tradición oral que por otra cosa, era que los primeros habitantes de la casa que recuerdan fueron una pareja ya mayor que vino un día del norte. Se decía que venían del norte porque la mañana que llegaron lo hicieron en un lujoso coche desde el carril del cerro Santo Tomás, y de todos era sabido que por allí solo se podía venir si ibas bajando. La verdad es que nunca llegaron a saber de donde eran realmente, porque apenas se relacionaron con los vecinos salvo en lo mínimamente necesario, y cuando lo hicieron nadie se preocupó por preguntarles. Lo que sí se recuerda es que al parecer el marido se había jubilado recientemente y se habían ido al pueblo a buscar una paz que nunca encontraron, ya que el anciano no llegó nunca a habituarse a la vida rural y la casa no le dio más que problemas hasta el día de su muerte. El funeral se celebró en la propia casa sin que fuera invitado ningún vecino, ni siquiera Paco el albañil, que en los corrillos se jactaba de haber pagado los estudios de su hijo en la ciudad gracias al señorito del norte, que era como le llamaban. Por el carril del cerro de Santo Tomás llegaron, sin embargo, numerososos vehículos de esos que se veían muy de cuando en cuando, e incluso alguno de los que solo habían visto en las postales que traía Juan el artista. Estuvieron, solo un día, hacinando sus vehículos al borde de la carretera y alrededor de la casa, y a la mañana siguiente ya se habían llevado al muerto y a la mujer, dejando la casa cerrada a cal y canto con todos sus muebles dentro y a la tierra sin nada que los recordarse. Pascual dice que aquel día el suelo se hundió bastante con el peso de los coches.
La siguiente familia que se mudó era conocida en el lugar, pues venían del pueblo de al lado. El padre era lechero, y todos los días bien temprano cogía un carro que tenía y se le veía bajando por el carril del sur para volver un par de horas más tarde con el carro cargado. Vivía con su mujer y sus hijos, tres hijas y un niño pequeño. La mayor de ellas, ya en edad de merecer, en seguida llamó la atención de los mozos del pueblo, que empezaron a merodear la casa noche sí, noche también. Ella les respondía desde la ventana, riéndose junto a sus hermanas, que seguían sin entender por qué los chicos iban a visitarla. No tardó en extenderse el rumor de que la mayor de la casa del fondo se escapaba por la noche para irse con Pepe al monte a darse las gracias. Cuando ella empezó a engordar la madre insistió en que se mudaran de nuevo, pero al siguiente pueblo en dirección al norte. Doña Encarna dice que, de pueblo en pueblo, llegaron a la capital, y que allí los hermanos montaron una banda que se hizo bastante famosa y que de vez en cuando se pasaba por los pueblos para visitarlos. También dice que la casa se hundió aún un poquito más por vergüenza.
Ya por aquella época no se veían las paredes desde el carril, de forma que el tejado parecía crecer desde el suelo y que la única habitación habitable era el desván. Una pequeña escalera de piedra permitía acceder a la entrada principal de la casa, que solo se veía una vez que pisabas el primer escalón. La casa estuvo deshabitada varios años, hasta que la viuda de Don Pancracio decidió irse a vivir allí.
Don Pancracio había sido desde siempre uno de los vecinos más ricos del pueblo, y cuando murió se lo dejó todo a su mujer, pues no habían tenido hijos. Ella se había quedado viviendo sola en la gran casa pegada al ayuntamiento que había pertenecido desde siempre a la familia del marido. Se mudó porque decía que desde la muerte del marido la casa se le hacía cada día más grande, y que de vez en cuando se tiraba semanas perdida por los pasillos, escuchando los reproches de los antepasados por no haber podido seguido la estirpe. Evidentemente, cuando se la vió atravesando la plaza del pueblo con dos maletas y un reloj de mesa antiquísimo en dirección a su nueva casa, todo el mundo pensaba que se había vuelto loca.
La señora de Don Pancracio no volvió a escuchar las voces que la atosigaban, pero también es cierto que no volvió a escuchar ninguna otra ya que no volvió a salir de la casa. El pueblo entero la olvidó al instante, y la majestuosa casa que había quedado abandonada en el centro del pueblo, pues la vieja ni siquiera se había molestado en intentar venderla, pasó a ser la que despertaba la curiosidad e imaginación de los niños. Cuando la casa terminó de hundirse y quedar completamente cubierta por la vegetación que la rodeaba todos dieron por hecho que se había quedado abandonada, pero la verdad es que había terminado de hundirse por la soledad.