El Paso del Norte
El gran portón de metal se empezó a abrir lentamente dejando a su paso un haz de luz cada vez más grueso que iba lamiendo cada oscuro rincón del hangar. Fuera la lluvia caía ruidosa y amenazadoramente. Las cinco siluetas vestidas con los trajes de lluvia esperaban cargados con las grandes y pesadas mochilas frente a la salida. Ellos fueron los primeros en cegarse con la luz marmórea que atacaba el interior a medida que la puerta se abría.
Sarah notaba el calor de su propio vaho golpear contra el cristal del casco del traje de lluvia. Ella estaba en el extremo de la izquierda de todos, a su derecha el Doctor Graham terminaba de ajustarse las correas de su traje y miraba el de los demás para asegurarse. De vez en cuando hacía una señal a alguno indicándole que tirara un poco más de alguna correa. El único que no parecía nervioso era Connors. Estaba una posición más allá que Graham, pero miraba al frente con el rostro duro, con la mirada fija, como intentando sujetarse para no lanzarse ya hacia fuera. A su espalda, en un lateral de su increíblemente monstruosa mochila asomaba el fusil pesado que llevaba. Sonó la megafonía:
“Atención Grupo 1 preparados para salir e iniciar la Operación Tierra Seca. En Diez…nueve…ocho…”
Las figuras de los cinco vistas desde tan lejos parecían casi de juguete, con aquellos trajes tan sofisticados y aquellas pesadas mochilas. Al gobernador le vino a la mente la típica imagen antiquísima de los astronautas sobre la superficie de la luna. Alargó el brazo y apretó con fuerza el hombro del General que parecía cansado y nervioso. La megafonía acababa de decir el 3. “Tranquilícese General, por fin en varios días podrá dormir y descansar, ahora todo queda en manos de ellos”. El general asintió.
El teniente Reed miraba de reojo las suntuosas formas del cuerpo de Sarah que se acoplaban a ciertas partes del traje de lluvia. Estuvo largo tiempo mirándola hasta que ésta le cazó. La megafonía concluyó:
“…cuatro…tres…dos…uno…adelante” La puerta terminó de abrirse y los seis avanzaron por el hangar. Ninguno de ellos dijo nada, todos guardaban la respiración, hasta que salieron.
La lluvia golpeaba con fuerza los trajes y la sensación que tenían era extraña. Nunca en su vida habían estado bajo el agua vestidos. “Botón verde” ordenó Reed a una señal del Doctor. Los seis entonces apretaron el botón verde del lateral del casco que abría el cristal. Notaron el agua contra su cara y un escalofrío les recorrió. “En marcha” apuntó el teniente.
Anduvieron por las rocas que rodeaban el complejo exterior de la ciudad que unos metros más atrás se metía bajo tierra y cuyo portón del hangar se cerraba lentamente. Les llegaron mensajes del interior comprobando que todo iba bien. Sarah sentía la mochila increíblemente pesada. Su cuerpo sudaba bajo tanta capa de vestidura plástica pero el sistema de transpiración lo expulsaba al exterior. Las rocas desembocaban el la primera llanura empantanada. Bajaron hasta ella y hundieron allí sus piernas hasta las rodillas. Entonces andar se hizo mucho más difícil. A la cabeza iba Reed, con un aparato no más grande que una caja de cereales. Era mitad metálica y mitad cubierta de plástico, con una pantalla en la que se reflejaba la ruta que debían seguir. Aquel maldito barrizal era un camino que deberían coger durante muchos kilómetros más. Detrás del teniente avanzaban Sarah y Graham, uno al lado del otro, que charlaban acaloradamente sobre ciencia. Sarah iba radiante de felicidad cada vez que el Doctor comentaba la gran capacidad y conocimiento que ella presentaba. Tras ellos avanzaba el padre Tomas y al final, con cara de preocupación y mirando siempre en todas direcciones iba Connors empuñando su pesado fusil.
Así siguieron durantes algunas horas en las que nadie excepto Sarah y Graham hablaban. Cuando el terreno lo permitió se juntaron más y avanzaban ya en grupo. El único que seguía separado era Connors.
-Dígame Padre- Empezó a hablar Reed por primera vez. ¿Cuál es el motivo de que usted haya venido a la expedición?
Hubo un pequeño silencio en el cual también Sarah y el Doctor miraron al sacerdote con curiosidad.
-Así me lo pidieron- Repuso el religioso- Digamos que soy algo así como vuestro guía espiritual.
-¿Guía?- Preguntó entre risas el teniente, pero no siguió la frase por que se encontró con la mirada de censura que el Doctor le enviaba. Tras aquello, siguió un largo silencio solo roto por el ruido de la lluvia chocando contra el barro y las respiraciones entre cortadas de los viajeros. Sarah notaba tremendamente pesada la mochila. Seguro que pesaba alrededor de 15 kilos, y la suya era la más ligera junto con la del Padre Tomas. La de Jim Connors parecía gigantesca, más cuadrada que la de ninguno. “Seguramente debido a la munición que debe de llevar” pensaba Sarah, pero no era así. Connors no solo cargaba con sus propias cosas, también llevaba a su espalda una pesada caja azul dentro de la cual transportaba la comida en comprimidos para todos, eso le confería una tremenda importancia de cara al grupo.
En el cielo las nubes se amontonaban sobre ellos rugiendo con fuerza y soltando todo el agua que podían. Eran muy oscuras, grises, cada vez tornándose más a negras. Empezaron a imaginarse que la noche podría estar viniendo y filtrándose lo más levemente posible entre las nubes, oscureció más todavía el paisaje. Encendieron las luces que tenían en la parte superior de los cascos. Siguieron por aquél barrizal durante toda la noche. Las gotas de lluvia aparecían y desaparecían según entraban en las zonas de aire iluminadas por los focos.
-¿Cuánto más nos queda por andar en este barrizal, teniente?
-No creo que más de mañana, Doctor- Tenían que alzar la voz por encima del ruido del agua para poder entenderse- Nos estamos dirigiendo hacia el paso del norte, si conseguimos atravesarlo iremos por la cuerda de una montaña durante la mayor parte del camino, cerca del cielo, eso sí, pero tocando lo menos posible el agua del suelo.
-¿Cómo es el paso del norte, teniente?- Le gritó la muchacha
-¿Cómo dice?
-¿Qué cómo es el paso del norte, teniente?
-¡Ah!, en primer lugar señorita, llámeme Jack, ¿Puedo yo llamarla Sarah?- Y antes de que ella pudiera contestar él prosiguió- No sé como es el paso del norte, mi zona de vuelo era la contraria a esta. Pero según tengo entendido, va a ser el primero ogro que tengamos en nuestro viaje, según el mapa, no parece un plato fácil. Pero seguro que lo conseguimos, ¿Eh, Jim?
Se giró para mirar a Connors que andaba en último lugar y que no se había enterado de nada, aún así, como todos le miraban, asintió y volvió a su entretenida ocupación de creer que algo malo pasaría y él podría evitarlo con su fusil. Cuando llegaron a saliente de rocas que emergía del fango, apoyaron allí las mochilas y se echaron contra ellas para descansar, solo dos de ellos encontraron suficiente espacio para tumbarse. El Doctor había tirado de una anilla cuyo cordón había atado a la roca y ahora dormía flotando sobre el fango. Todos los demás seguían reacios a seguir su comportamiento. Graham y Sarah, que estaban tumbados ya intentaban coger el sueño, Reed miraba el mapa y Jim estaba subido a una roca mirando, como de costumbre, alrededor. Durmieron cerca de cinco horas, incluso Jim durmió algo hasta que Jack ordenó seguir la marcha.
Y siguieron en línea recta por aquel lodazal durante varias horas hasta que se alzó frente a ellos un cúmulo gigantesco de rocas. Los continuos mensajes con la ciudad trasmitían continuamente preguntas acerca del estado de la misión. “¡Si que dan el coñazo!” Farfullaba Connors. Comenzaron a ascender por una de las montañas. La piedra estaba resbaladiza, las botas no estaban preparadas para aquello y no paraban de caerse.
-Jack, ¡Nos vamos a matar!- Le gritaba Connors- Haz el maldito favor de dar la vuelta
Pero el teniente tenía la obligación de seguir, y seguía. Así subieron, cambiando de montaña según se lo permitía la orografía hasta que llegaron por fin al Paso del Norte: Dos montañas se cruzaban dejando una especie de tobogán de piedra que luego se abría en un ancho camino entre dos grandes paredes rocosas que parecían abrazarlo. Aquél amago de túnel natural avanzaba por entre las montañas cruzando aquel sistema montañoso de lado a lado. Todos se miraron expectantes a ver quién era el primero que se atrevía a pasar. Por supuesto salió un voluntario, Jim Connors.
Hacía dos horas que Connors se había internado en el Paso sin la mochila pero con el fusil. Para aquél entonces ya no se veía nada. Las nubes eran tan negras como el carbón y la espesura de la noche abraza los cuatro cuerpos que estaban apoyados bajo un saliente de roca al resguardo de la lluvia.
-¿Creéis que ha podido morir?- Preguntó ansioso el Doctor Graham. El sacerdote le lanzó una mirada inquisitiva en muestra de rechazo hacia un comentario semejante.
-Con esta maldita poca luz no se le ve- Jack apuntaba cada dos por tres hacia el camino entre las dos grandes montañas. Los truenos de la constante tormenta resonaban dentro de aquel semitúnel con gran estruendo debido al eco. A veces eran tan fuertes que hacía daño en los oídos. Tras uno especialmente potente el Teniente aclaró- Se trata del Mal del Paso. Lo catalogaron dos pilotos que bajaron a explorar en una ocasión. Una vez dentro de ahí los truenos suenan tan fuerte que te idiotizan y en ocasiones te hacen perder el equilibrio. Pero Connors lo sabe, y se tapará los oídos.
-¿Dos pilotos?- Inquirió Tomas- ¿Dice usted que se puede venir hasta aquí en nave y nos hemos pasado casi dos días caminando?
-No hay naves de carga, padre- Respondió Jack- Le aseguro que yo manejo la más grande de todas y solo vamos dos personas dentro, y los dos en la cabina, y ambos somos piloto. No hay espacio para pasajeros. Las salidas al exterior son muy costosas económicamente y nos suelen reportar pocos beneficios. El plano que tenemos termina solo en el Paso del Norte, bueno, algunos kilómetros detrás de él, hasta donde llega la autonomía de las naves. Después es todo suposiciones debido a planos antiguos encontrados en la Red y las exploraciones de otras ciudades. Cielo santo lo que debe de haber allí sin descubrir todavía.
Y miró hacia el camino por el que había desaparecido su amigo, no tan preocupado por el mapa como lo estaba por Connors, que no regresaba.
-Voy por él- Añadió, los demás hicieron ademán de decir algo pero no encontraron qué, hasta que el padre Tomas exclamó:
-¡Ahí viene!
Todos miraron con nerviosismo. Efectivamente, un rayo destelló en el cielo iluminando el interior y la figura de un gran hombre daba tumbos hasta ellos. Bajaron a recogerle entre los cuatro y lo arrastraron hasta donde estaban. Al cabo de un rato, y después de beber un poco Jim les gritó debido a la sordera:
-¡EL RUIDO ES PEOR DE LO PREVISTO!-Voceaba al no oírse-¡NO HAN SERVIDO DE NADA LOS TAPONES!, HACIA EL CENTRO HAY UNA ABERTURA, NO SE PUEDE SEGUIR Y HAY QUE METERSE DENTRO DE UNA DE LAS MONTAÑAS. DENTRO HAY UN MALDITO LABERINTO JACK, Y EN EL INTERIOR LOS TRUENOS SUENAN COMO MALDITAS GRANADAS EN EL OÍDO. ¡ES IMPOSIBLE JACK! ¿ME OYES? ¡ES IMPOSIBLE!
Obviamente Jack le oía, y la furia afloró en sus ojos en forma de lágrimas que no derramó de milagro. Sarah lo notó y le puso la mano en el hombro. “Seguiremos” anunció Jack
-Aunque nos pasemos un mes dentro de ese laberinto, seguiremos
-¿Pretendes que todos acabemos así de sordos Teniente?, ya lo ha oído, es imposible.
Hubo un silencio. Tras el cual el rostro de Sarah se iluminó y gritó por encima del estruendo.
-¡Las velas!
-¿Qué?- Le preguntaron los otros
-Podemos utilizar las velas
-Nos es problema de visión lo que tenemos, señorita Millers- Exclamó el padre Tomas, pero el Doctor Graham vio a donde quería llegar Sarah y la hizo un gesto interrogativo llevándose el índice a la oreja. Ella asintió
-Sarah sugiere que nos tapemos el oído con la cera de las velas, es uno de los mejores insonorizadores que hay.
Todos se quedaron pensando un momento. De repente un rayo bajó del suelo y golpeó en el saliente de la roca produciendo un estallido de piedras y que todos cayeran al suelo bajo una nube de polvo. Cuando todo hubo pasado uno a uno empezaron a levantarse. El padre Tomas estaba mareado, seguramente, por efecto del trueno en sus oídos. Sarah escuchaba un pitido dentro de su cabeza y los ojos perdían la visión tras un flash que aparecía debido al estallido de luz. Cuando se la hubo pasado avanzó hasta el grupo. Estaban todos en torno a una figura del suelo, el padre Tomas, que estaba más recuperado, hacía la señal de la cruz. Sarah, una vez que llegó vio al Doctor Graham con un brazo quemado y un charco de sangre bajo su cabeza.