Breves sentimientos (I)
Es temprano.
El sol se mece en el horizonte, bostezándole al nuevo día, y saludando a los coches tempraneros que circulan por la autovía que pasa detrás de mi casa, una ligera brisa que atraviesa la ventana acaricia mis párpados, invitándome a despertarme.
La cama desecha ha quedado atrás, y ahora tan solo un cúmulo de lágrimas resecas, pelo alborotado y sudor es lo que queda del sueño. Los rayos de luz atraviesan las líneas que dibujan la persiana entreabierta, flotando en la cortina blanca como manchas doradas del oro fundido de Dios.
Abro la persiana, y, ante mi, toda la ciudad, despertando. Y, al fondo ese sol, que tan acostumbrado estoy de ver.
Una pequeña sonrisa atraviesa mi cara, y un leve escalofrió eriza los pelos de mis brazos. Me arqueo y bostezo con todas mis fuerzas.
Ha empezado otro día.