La luz de día batallaba con las tinieblas en compañía del murmullo de las farolas que acababan de despertar.
Mi abuelo permanecía sentado en su sillón, con una sonrisa arrugada por la vida que había recorrido, al calor del brasero.
Su frente doblaba los recuerdos que en ella encerraban. Los ojos cristalinos reflejaban la llama de su alma, que, día tras día, se iba apagando más.
- Hoy es mi cumpleaños - Mi abuelo me dijo, con una sonrisa inusitada.
Yo permanecí callado, inmovil, mientras el dirigía de nuevo la mirada hacia el televisor. Una breve lagrima corrió hasta mi barbilla, pereciendo en mi camiseta.
La luz perdía su batalla con las tinieblas, como cada día. Las farolas se alzaban en un coro magestuoso de la ciudad, con los peatones como letra.
El ruido de la calle acompañaba al silencio que se había formado en mi mente.
Mi abuelo tiene cancer.