Este es el resumen que el Presidente de Cantabria hizo de la boda real. La verdad es que el tío se podría dedicar al humor, porque es digno del Club de la Comedia:
La boda, según Revilla
El presidente del Gobierno de Cantabria contó en el programa 'Desde la grada', de Canal 8 DM, los entresijos del enlace real celebrado el pasado sábado
ÁLVARO MACHÍN/SANTANDER
Se confirmó. Ernesto de Hannover llegó a los postres después de una 'indisposición' que dio mucho que hablar. La más guapa era Laura Ponte. La comida, refinada, pero no muy abundante. El Rey se fumó un puro en el aperitivo. Había muchos cántabros con un papel importante en el enlace. Y lo mejor, pocos lavabos. Tan pocos, que llegar a tener un hueco en el digno urinario suponía competir a carrera limpia con personajes como Felipe González, José María Aznar o Manuel Chaves. Y es que cuando aprieta la necesidad hasta el Rey de Noruega -con espada y todo- tiene que 'vaciar las tuberías'. Es el relato de alguien que vivió la boda desde dentro. Miguel Ángel Revilla, el presidente del Gobierno de Cantabria, estuvo el pasado lunes en el programa 'Desde la grada', de Canal 8 DM, donde contó su particular visión de una jornada histórica.
«Era una comida especial. Yo no comí ningún canapé. Eran variados y estuvieron una hora y media pasándolos. Yo pensaba: como era una boda de tanto postín, aquí te van a pegar una cantidad de platos No voy a gastar el estómago con los canapés y voy directamente a lo importante. Si me descuido, a las seis tengo que ir a por el bocadillo», contaba Revilla. No obstante, el «pastelito» -«tres cucharadas y finito»- y el capón «al no se qué, con no se qué» estaba «bien presentado». «No es que estuviera mal », añadía el presidente del Ejecutivo cántabro, que, justificaba su sorpresa, al comparar este banquete con el habitual en un enlace de los que se celebran en la región. «Será lo que se come en esas bodas, pero como es la primera vez que yo acudo, es un choque », aseguraba.
En La Almudena, sentado en el banco número ocho del ala derecha, Revilla vio «al Príncipe muy enamorado y a Letizia Ortiz emocionada». «Dicen que si los Reyes no estaban contentos -proseguía su relato-. Yo les vi encantados. Tan encantado que a la hora del canapé el Rey se encendió un Cohíba, lo que me dio pie para coger el mío, que siempre voy con munición. Si el Rey está fumando ». No fueron los únicos en 'echar humo': «Allí estaba la Carolina de Mónaco, que iba un cigarro detrás de otro».
Los cántabros y la boda
Lo que más le gustó al presidente en la jornada del sábado fue su 'peripecia' en forma de encuentros con ciudadanos cántabros. «Es que Cantabria es muy grande y allí donde vamos nos gusta hacernos notar», comentaba. No es para menos. La sorpresa inicial de escuchar gritos de Cantabria y Revilla en la puerta del Hotel Palace fue sólo el principio. «Entro a la recepción -prosiguió- y un señor me dice: Aquí se hospeda gente muy importante, pero el más importante es mi presidente». Se trataba del director del hotel, Fernando García, de Reinosa. Sin salir del edificio, otra sorpresa. A las siete de la mañana, la peluquera que tenía que peinar a Aurora Díaz, la esposa del presidente, llamó a la habitación donde se hospedaba la pareja. Cuando el líder del PRC abrió la puerta escuchó un sonado «¿Revilluca!», se llevó dos besos y una frase familiar: «Soy de Soto de la Marina».
Pero lo mejor estaba por llegar. Tras el banquete, los invitados 'desfilaban' por delante de los príncipes y las familias de ambos. Cuatro horas de apretones de manos y pequeños diálogos. «Chaves nos dijo que ya se lo conocía, que había que conseguir una mesa y que cuando faltaran unos veinte en la cola, nos pondríamos», contaba Revilla en el plató de Canal 8 DM. Pero había un pequeño problema: «Allí no había una copa, ni un whisky, ni nada. Con el cava se acabó la historia». El presidente se puso entonces en acción. Sentado a la improvisada mesa con el dirigente andaluz, Alfredo Pérez Rubalcaba y el propietario de la empresa Leche Pascual -luego se incorporó Emilio Botín- , buscó entre pasillos. «Me salió un señor, se me cuadra y me dice: Soy capitán de la Guardia Real, de Torrelavega, para lo que necesite mi presidente», relataba. Era Fernando Pérez-Nicolás, que, según Revilla, les provisionó rápidamente de «una cubitera, un JB de doce años y unos puritos de los de la boda». Viva Cantabria.
Y aún le quedaba otro encuentro autóctono. El boato, el glamour, los actos, ya habían terminado y los dirigentes autonómicos regresaban al hotel sobre las nueve. «Llego y me encuentro toda una boda en el Palace esperándome. El novio era de Laredo y había 150 del pueblo», proseguía. Allí, disfrutó de un banquete más típico y hasta se arrancó a cantar alguna 'montañesa'. El contrayente, Juan Martínez Salomón, hijo de un pintor pejino afincado en París y que acude con frecuencia a la villa.
Un rey en el lavabo
Pero la mejor anécdota de Revilla estaba por llegar. Antes de sentarse a la mesa entre Sophía de Habsburgo -«rubia, muy simpática y muy guapa»- y Esther Koplowitz, el presidente, como otros muchos, tuvo que hacer una parada técnica. En el autobús que les trasladaba al recinto donde se servía el banquete varios invitados comentaban ya la necesidad urgente de acudir al servicio. Pero el número de cuartos de baño no se ajustaba al de invitados. En una sala donde se encontraban setecientas personas comenzó la carrera. Fue una competición en toda regla, aunque el atuendo no fuera el más adecuado. «Yo llegué el primero, detrás Felipe González, detrás José María Aznar y el cuarto, Chaves», narraba Revilla. «Parece el principio de un chiste», comentó entonces uno de los invitados en la grada del programa de la televisión local. «Yo pensé que era el primero -prosiguió el dirigente regionalista-, abrí la puerta y vi un tipo gigantesco, con una espada de metro y medio, cargado de medallas». Llegado a ese punto, el protagonista de la historia reconoce que se le escapó una afirmación: «¿Coño, Harald de Noruega!». «¿Yaaaaa...!», escuchó de la persona del interior. Revilla se giró hacia el ex presidente González y le dijo que estaba el rey de Noruega. «Pues éste va a tardar un rato...», respondió. Y es que los cuartos de baños no entienden de sangre azul.