Aquí posteo el capítulo 34, el capítulo en el que se desentraña la inmensa mayoría del hilo argumental de mi libro, por lo que os recomiendo que lo leais si no quereis perderos.
CAPITULO 34
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Una inmensa columna de agua se elevó hasta donde alcanzaba la vista en el mar del olvido. El Señor del Agua acostumbraba erigir una gran columna de agua para mostrar su poder tras aniquilar a alguien. Sin embargo, algo diferente ocurría en esta ocasión; Daniel se encontraba sobre la columna de agua, sin conocimiento pero aún vivo.
El Señor del Agua hizo descender la columna de agua hasta que quedó al nivel del mar. Daniel comenzó a sentir luz sobre sus ojos, los abrió y la figura del Señor del Agua se fue haciendo clara.
- Has observado que puedo darte muerte, pero hasta el más ínfimo mortal recibe la oportunidad de decir la palabra y pasar por el arco de los héroes –indicó la extraordinaria criatura mientras volvía a extender el arco de agua.
Daniel permaneció en silencio y comenzó a sentir letras en su mente, pero no lograba distinguirlas. Seguía aturdido por la sensación que había experimentado cuando el torbellino lo absorbió. Había visto los momentos más importantes de su vida pasar delante de sus ojos, tras lo cual un gran silencio se adueñó de todo a su alrededor; sintió que todo había acabado y que el mar del olvido sería el lugar donde yacería, olvidado por todos y con una misión inacabada.
El Señor del Agua comenzó a impacientarse.
- Sólo los héroes conocen la palabra, sólo los hombres valientes. ¿Por qué habrías de saberla tú? –inquirió mientras creaba un torbellino cerca de Daniel.
La fuerza del agua comenzó a arrastrar a Daniel, quien trataba de oponerse a la corriente. De repente, una palabra resonó clara en su mente: ‘Iskimel’.
El torbellino se agrandó, alcanzando a Daniel.
- ¡Iskimel! –clamó Daniel con voz fuerte.
El torbellino desapareció al instante. El Señor del Agua se hundió en las aguas del mar del olvido; sólo el arco de los héroes permanecía ante Daniel.
Daniel lo cruzó y una gran tormenta se desató en el mar. Las olas mecieron a Daniel de un lado a otro hasta llevarlo a tierra firme.
Daniel llegó hasta una pequeña playa. Estaba ya cercano el atardecer y había perdido su alimento, conservaba tan solo la espada y el escudo. Corría fuerte viento y Daniel se adentró en aquella tierra buscando algún lugar para refugiarse.
Daniel continuó por casi una hora andando. En el cielo multitud de cuerpos celestes creaban una atmósfera mágica: la luz de la noche había caído ya sobre la mayor parte del cielo; en el horizonte se divisaba el sol ocultándose en dirección noreste y otro sol en dirección noroeste, y ambos teñían sus respectivas parcelas de cielo de colores anaranjados entre las nubes que se divisaban. Gran cantidad de estrellas y planetas que reflejaban la luz de los soles iluminaban la tierra de tal forma que Daniel podía distinguir fácilmente las figuras a corta y larga distancia. El fuerte viento movía la hierba verde, cuya altura sobrepasaba ligeramente los tobillos de Daniel.
Sobre una colina se divisaban unas grandes columnas de piedra, de dos pilares verticales y uno horizontal que reposaba sobre estos dos. Las estrellas fugaces surcaban el cielo y parecían perderse en esa dirección. Daniel se dirigió hacia la colina; algo le decía que allí se encontraba la respuesta a su pregunta.
Daniel alcanzó la parte más alta de la colina, al instante supo que lo que veían sus ojos nunca se borraría de su mente. Ante él se encontraba un ser con forma de dragón, de poco más de dos metros de altura; su color era entre celeste y plateado. A Daniel le llamó especialmente la atención sus alas, inmensas y bellísimas, terminaban en forma de surcos y guardaban una infinidad de colores desde el azul hasta el color plata. La criatura se sostenía sobre sus dos patas inferiores, mientras que sus dos extremidades superiores eran similares a brazos humanos, no en forma sino en la función que parecían cumplir. Unos pequeños ojos negros atraían la atención hacia ellos. Exceptuando la parte interior de las alas, su piel no era lisa; el resto de su cuerpo estaba lleno de escamas que resplandecían y brillaban al reflejo de los cuerpos celestes.
Daniel se dijo que sin duda era un ser hermoso y enigmático, a la vez que misterioso y quizás peligroso. Él sólo sabía que escapaba a su conocimiento la clase de criatura que era.
La criatura miró a Daniel, se encontraban a unos escasos cuatro metros. Los ojos negros de la criatura eran inexpugnables para Daniel; era incapaz de descubrir algo en esos ojos tan peculiares.
El ser se acercó a Daniel a paso lento, anduvo sobre sus patas traseras hasta quedar junto a él.
- ¿Quién eres tú? –inquirió Daniel, convencido de que ante él se encontraba una criatura inteligente.
- Mi nombre es Iskimel, y procedo de una galaxia llamada Shascir –contestó la criatura con una extraña voz.
- ¿No eres de este mundo? –inquirió Daniel incrédulo.
- No joven Daniel, y tú tampoco lo eres –respondió Iskimel.
Esas palabras desconcertaron a Daniel, cada vez se sentía más perdido. Era como si estuviera en un sueño que se hacía más y más profundo, un sueño del que era imposible despertar. El viento seguía soplando fuertemente, multitud de estrellas fugaces surcaban el cielo y parecían caer en las tierras que se hallaban detrás del majestuoso ser con que Daniel hablaba. Daniel no sentía sueño, ni hambre, ni cansancio, era como si todo su viaje tuviera allí su explicación.
- ¿Dónde me hallo? –preguntó Daniel intrigado.
- Te hallas sobre las tumbas de los guerreros olvidados, en las tierras abandonadas –respondió Iskimel.
- Pero si este no es mi mundo… ¿Qué mundo es este? –inquirió de nuevo Daniel.
- Este es el planeta Lasminar, en la galaxia Trusmerer –le aclaró Iskimel.
- ¿Cómo llegué hasta aquí?
- Poseo muchos datos de ti Daniel; sé que tú procedes de la tierra, en la Vía Láctea. Hubo un momento en que una puerta interdimensional se abrió en un lugar de tu planeta. Esa puerta o agujero interdimensional sólo duró unos segundos, pero tú lo atravesaste en el momento justo y llegaste hasta aquí.
- ¿Cómo es posible? –inquirió Daniel incrédulo.
- Hay muchas fuerzas y poderes que escapan a nuestro control; sin embargo aquí te hallas cumpliendo una antigua profecía que recoge un libro escrito por mi pueblo hace ya muchos años –explicó Iskimel–. Muchos sucesos han acaecido durante la historia de este planeta y no todos han sido gratos para sus habitantes.
Daniel permanecía expectante ante la explicación de Iskimel.
- Siéntate y te relataré como hemos llegado hasta aquí –instó Iskimel a Daniel.
Daniel se sentó sobre la hierba; observó que a su alrededor había multitud de las columnas de piedra que anteriormente había divisado.
- Hace ya muchos años –comenzó Iskimel–, nuestro pueblo viajó a esta galaxia. Vinimos a Lasminar porque era el único planeta que estaba habitado en Trusmerer. Apreciamos que la vida de este planeta era pacífica y sus habitantes eran nobles. Quisimos recompensar a los diez hombres más nobles de este planeta por la gran hospitalidad que mostraron con nosotros regalándoles la piedra plateada, el símbolo de nuestra inmortalidad; les edificamos un gran castillo en la región nororiental bajo el que se encuentra un estanque, que alberga toda la fuerza y poder de la piedra plateada que les otorgamos y, como presente que era, prometimos no arrebatarla de sus manos.
Iskimel hizo una pequeña pausa.
- En Fistenir, nuestro planeta natal, abundan esos minerales. Pensamos que regalarles una de estas piedras en señal de gratitud contribuiría a extender la paz y estrechar los lazos de unión entre nuestros pueblos. Sin embargo nos equivocamos en gran manera –reflexionó Iskimel–. En vez de conducir a todos sus congéneres al estanque de la eternidad, los hombres que en un tiempo fueron nobles se encerraron en su castillo, reforzaron sus murallas, escondieron trampas y vedaron el estanque. Finalmente se encerraron en su fortaleza y decidieron que no necesitaban continuar su vida normal; dejaron atrás el cultivar el campo, el disfrutar del comer, el reunirse con sus familiares, el casarse y tantas otras cosas que los humanos normales anhelan. Se recluyeron con su piedra plateada y su estanque sagrado olvidando la vida y a los demás; una sombra comenzó a extenderse por el monte donde se yergue su fortaleza, aquel lugar que llegó a llamarse el monte de la eterna penumbra.
Iskimel volvió a detenerse. El viento corría ya con menos fuerza sobre las tierras olvidadas.
- Nosotros sabíamos que su avaricia acabaría despertando; su egoísmo se hizo manifiesto cuando decidieron no compartir el gran don que les habíamos otorgado. Por un lado no podíamos faltar a nuestra palabra y arrebatarles la piedra plateada y por otro lado tampoco podíamos dejar en ignorancia a las gentes del valle de la luz acerca del peligro que les aguardaba. Por ese motivo escribimos ese libro, para que las gentes del valle no estuvieran en ignorancia y se lo hicimos llegar mediante una gran demostración de fuerza y energía, para que creyeran en él –explicó Iskimel ante un Daniel pensativo–. El tiempo nos dio la razón. Los hombres inmortales o mendhires, como los llamáis vosotros, comenzaron a dar rienda suelta a sus ansias de poder y dominación y comenzaron a influir en el pueblo de Rizpá–Malpá, incitándoles a crear sufrimiento entre ellos para su disfrute personal.
- ¿Y qué tengo que ver yo con todo esto? –interrumpió Daniel.
- Como no podíamos faltar a la palabra y arrebatarles la piedra plateada decidimos traer a alguien para que el pueblo del valle de la luz tuviera la oportunidad de ser liberado de estos maléficos seres.
- ¿Por qué traer a alguien de otra galaxia? –inquirió Daniel.
- Hubo ya un intento de destruir a los mendhires –relató Iskimel–. Hace ya muchos años los habitantes del valle fueron informados de que la sombra de estos hombres poderosos se extendía inexorablemente. Muchos hombres del valle, grandes en valentía y fuerza decidieron hacer frente a los mendhires. Formaron una gran compañía encabezada por Tosmer, quien era rey del valle de la luz.
- ¿Qué ocurrió? ¿Por qué su descendencia no continuó con su reinado? –preguntó Daniel.
- Los mendhires no deseaban que los habitantes del valle obedecieran a nadie excepto a ellos. Los hombres valientes del valle combatieron contra los mendhires en esta tierra en la que te encuentras; hubo una feroz lucha pero los mortales no prevalecieron contra el poder de la piedra plateada. Los mendhires aniquilaron a todos los hombres excepto al rey, a quien llevaron a un oscuro calabozo construido por ellos en su fortaleza, dejándolo allí hasta morir –contó Iskimel–. Ellos se encargaron de que la familia real fuera olvidada enviando al valle de la luz un escrito haciéndose pasar por el rey en el que renunciaba a la corona, imposibilitaba para que continuara con ella su descendencia y, como última ley, prohibía la sola mención de la corona. Los habitantes del valle creyeron este comunicado como legítimo del rey y bastantes generaciones después nadie recordaba la anterior existencia de la corona. Nuestro pueblo enterró a estos grandes hombres y construyó estos grandes monumentos conmemorativos para que, al menos aquí se les recordara. Sin embargo su recuerdo se borró tras estas tierras, son los guerreros olvidados, fueron grandes hombres que dieron su vida tratando de defender la tierra del valle de la luz y sólo consiguieron olvido de parte de las gentes del valle.
Daniel se quitó el gorro en señal de respeto mientras observaba los monumentos conmemorativos de los guerreros olvidados.
- En realidad tampoco considerábamos correcto comisionar a un habitante de este planeta para destruir a esos hombres inmortales que, en definitiva, son sus parientes lejanos –continuó Iskimel–. Así que nos dirigimos a tu galaxia y a tu planeta, te dimos una fuerza superior para que te adelantaras a tu amigo Alejandro; sabíamos que explorarías la montaña hasta llegar a la sima en la que creamos el agujero interdimensional. Siento decirte que nosotros provocamos tu caída en la sima para que vinieras a este mundo y cumplieras tu papel predicho como liberador del valle de la luz frente a las sombras de los mendhires.
Daniel meditó en las palabras de Iskimel.
- ¡Jugasteis con mi destino! –exclamó Daniel indignado mientras se incorporaba–. No me preguntasteis si deseaba venir o quedarme.
Iskimel observó a Daniel sin exaltarse.
- Os equivocasteis conmigo, yo soy un simple chico que nunca ha sido capaz de hacer nada importante. Mi compañía nunca ha sido deseada por nadie –dijo Daniel bajando la voz y con gesto triste–. Nunca podría acometer tarea tan gigante; sólo me lancé a esta aventura porque mi conciencia me atormentaba por abandonar a Shela aquella noche. Yo no soy ningún héroe.
- Un héroe no es aquel que da rienda suelta a su fuerza, sino quien refrena su poder hasta el momento indicado –contestó Iskimel–. El héroe nunca cederá en su afán de que el bien venza al mal, de que la luz brille sobre la oscuridad. Tu humildad es señal de tu buen corazón. Has hecho muchos esfuerzos desde que llegaste a este mundo; has antepuesto los intereses de los demás a los tuyos propios. Sin embargo, me siento en la obligación de poner una decisión ante ti.
Un estruendoso viento comenzó a soplar, una estrella fugaz vino a caer justo detrás de Iskimel formando una especie de espejo blanco. Iskimel se retiró e indicó a Daniel que se acercara a esa luz. Daniel se acercó a la luz y se vio reflejado en ella; su rostro denotaba el gran esfuerzo que había efectuado para llegar hasta allí. Su pelo se movía con el fuerte viento y en sus ojos se apreciaba una gran curiosidad. De repente la superficie resplandeciente se hizo mayor y comenzó a dejar de reflejar la imagen de Daniel.
Daniel comenzó a ver en ella árboles, arbustos y otros elementos típicos del paisaje de montaña. Al instante reconoció el lugar, era el llano en el que se encontraba la sima por la que él cayó hacía ya algún tiempo llevándolo al valle de la luz. Daniel vio a Alejandro buscándolo, llamándolo en aquel lugar.
-¿Qué significa esto? –inquirió Daniel volviéndose hacia Iskimel.
- Puedes volver a tu mundo ahora si lo deseas, he vuelto a abrir el agujero interdimensional y permanecerá abierto por un minuto –le informó Iskimel–. Después de cerrarse todo habrá quedado atrás y no podrás volver a tu planeta nunca jamás. Ahora debes decidir qué harás con tu vida.
Daniel observó en la puerta interdimensional como Alejandro lo buscaba y llamaba. Recordó las muchas comodidades que ofrecía su anterior vida: agua corriente, electricidad, medios de transporte rápidos… Daniel se acercó a ese extraordinario agujero entre dimensiones; se dijo que todo había terminado. Que no tenía por qué continuar perdido en aquel extraño mundo en el que la muerte lo acechaba en cada nuevo paso. Volvería con Alejandro y sería como si nada hubiera ocurrido.
Sin embargo algo vino al recuerdo de Daniel; el rostro de Shela apareció claro en su mente, tras lo que recordó los momentos que habían pasado juntos.
- Adiós –dijo Daniel mirando a Alejandro a través de la puerta interdimensional.
Daniel se volvió hacia Iskimel que lo observaba cuidadosamente.
- Tengo demasiado por lo que luchar aquí como para abandonar ahora –confesó Daniel.
El agujero interdimensional comenzó a girar en espiral, fue poco a poco empequeñeciéndose hasta que desapareció. El viento remitió, las estrellas fugaces dejaron de surcar el cielo y el resplandor de las luces de los planetas pareció apagarse un poco, el lugar quedó en una gran calma.
- Puedo ver en tu corazón que tu amor por ella es mayor de lo que cualquier persona podría amar su propia alma –comentó Iskimel.
- Nunca la abandonaré –afirmó Daniel.
- Para destruir a los mendhires debes arrojar la piedra plateada al estanque de la eternidad; si lo haces los mendhires serán similares a hombres normales de la edad con la que cuentan. Como todos ellos cuentan muchos años morirán al instante en que la piedra plateada de disuelva –explicó Iskimel.
Daniel asintió con la cabeza.
- No será sencillo –le advirtió Iskimel–. Son hombres poderosos y tratarán de impedir que alcances la última habitación de su fortaleza donde la piedra plateada reside. Te tendrás que encarar a una gran prueba o decisión, dependiendo de cómo decidas así le ocurrirá al futuro del valle de la luz, al de los mendhires e incluso al tuyo mismo. La prueba final dictará qué es lo que tu corazón de verdad anhela.
Daniel permanecía pensativo ante lo que el futuro le deparaba.
- Dirígete al noreste, tendrás ayuda para cruzar el mar del olvido. Yo ahora me marcharé a mi mundo natal, he sido el último de mi especie que ha permanecido aquí, esperando al héroe que acudiera aquí antes de continuar su camino. Tú eres el último gran hombre, el último de los guerreros que combatieron con los mendhires, el héroe del valle de la luz. Nunca olvides que tienes la oportunidad de cambiar el destino de todo un mundo, te deseo mucha suerte amigo –dijo Iskimel ofreciéndole su extraña mano a Daniel.
Daniel estrechó su mano con la del extraterrestre, al hacer esto sintió como si un gran poder entrara en él.
- Gracias por todo –dijo Daniel.
La criatura agitó las alas, su aleteo desprendía grandes haces de luz, que hacía que resplandecieran los monumentos dedicados a los guerreros olvidados. Iskimel comenzó a elevarse ante los ojos de Daniel, su vuelo adquirió más velocidad y finalmente desapareció entre las estrellas.
Daniel bajó la colina y se refugió debajo de unos árboles para dormir; había acumulado muchas horas sin descanso y el cansancio había hecho mella en él.
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