Cap. 35 "Las Sombras del Valle de la Luz"

Daniel se despertó tras casi siete horas de sueño; había recuperado las fuerzas y estaba decidido a llegar lo más pronto posible a su destino. Además Iskimel le había suministrado la información que le faltaba. Daniel anduvo hasta llegar a la playa a la que había llegado el día anterior. Se lanzó al agua y comenzó a nadar lo más rápido que pudo.

Después de dos horas nadando Daniel escuchó un sonido detrás de él, a lo lejos. El sonido fue incrementando hasta que Daniel percibió que algo andaba muy cerca de él. Miró en todas direcciones hasta que divisó a sus espaldas varias aletas de color oscuro que se acercaban rápidamente, Daniel sabía que no podría huir por lo que permaneció inmóvil. Las aletas le dieron alcance y nadaron en círculos rodeándolo; los animales asomaron por encima del agua y Daniel pudo ver que eran delfines, unos extraños delfines, oscuros en su parte superior y grises en su parte inferior. Los delfines emitían ruidos ante la mirada curiosa de Daniel; finalmente uno de ellos se sumergió en el agua y emergió justo debajo de Daniel. El delfín nadó llevando a Daniel sobre sus espaldas durante largo rato seguido por los otros.

Un rato después alcanzaron tierra firme. Daniel se bajó del delfín y lo acarició. El tacto del delfín era una sensación nueva para él; el animal tenía una piel muy tersa y brillante.
- Gracias amigo –dijo Daniel en voz alta mientras lo acariciaba.
Daniel observó que la extraña estructura bajo la que habló con Sasmalá había quedado bastante lejos ya, en dirección suroeste, por lo que apreció el mucho tiempo que había ganado gracias a los delfines. Daniel se dio la vuelta y continuó su camino rumbo al noreste.

Durante todo el día anduvo Daniel sin comida ni agua. La vegetación menguaba conforme avanzaba y apenas había ya arroyos en los que saciar la sed; los pocos árboles que quedaban ya parecían secos y muertos; la luz del sol iluminaba débilmente aquellas tierras.
Cercano ya el atardecer Daniel se detuvo a descansar tras todo el día caminando a paso ligero sin detenerse. Daniel miró hacia atrás y reflexionó en lo que había dejado en las tierras olvidadas; la oportunidad de volver a su mundo había estado ante él. Sin embargo no se arrepentía de la decisión que había tomado; tenía cada vez más claro que deseaba continuar con su misión, deseaba sobre todas las cosas volver a ver a Shela y estaba seguro de que su vida carecería de felicidad sin ella.
Daniel comenzó a distinguir una figura en el horizonte; pronto supo de quien se trataba.
- ¡Rosjer! –gritó Daniel mientras echaba a correr hacia él.
Rosjer también corrió hacia Daniel, ambos se encontraron y se fundieron en un abrazo.
- Estaba muy preocupado por ti, pero comprendí que debía continuar mi camino, muchas cosas dependen ahora de mí –le explicó Daniel a Rosjer.
- Hiciste lo que debías amigo –respondió Rosjer dándole una palmada en el hombro.
Daniel observó a Rosjer detenidamente, no vio ningún rastro de las quemaduras causadas por el tumyar.
- Me dijeron que esa criatura que nos atacó te causó quemaduras graves, ¿por qué te marchaste sin avisar estando enfermo? –inquirió Daniel.
Rosjer bajó la cabeza y se mantuvo en silencio.
- ¿Qué ocurrió Rosjer? ¿Por qué te marchaste de aquel lugar así? ¿Por qué no me lo quieres contar? –preguntó Daniel intrigado.
- Merezco la muerte por los hechos de mi pasado, si te relatara la razón de mi marcha traerías la muerte sobre mí –respondió Rosjer sin levantar la cabeza.
- Te juro sobre mi propia vida que no haré tal cosa –afirmó Daniel.
- Esas jóvenes vivían en la garganta de Rizpá–Malpá –comenzó a relatar Rosjer manteniendo la mirada baja–. Hubo una gran riada, muchas personas y animales murieron, los padres de esas niñas también perdieron la vida en aquella ocasión. Los árboles y arbustos frutales se vieron arrancados por la fuerza del agua, apenas sobrevivieron animales, no había nada para comer.
Rosjer hizo un alto y levantó su vista, miró a los ojos de Daniel quien ya conocía el desenlace pero permanecía ignorante respecto a la participación de Rosjer en aquella decisión.
- La cuestión es que, en nuestra desesperación, hicimos algo de lo que ahora me avergüenzo profundamente. Decidimos que el futuro de esas niñas sería servir de alimento a nuestro pueblo –confesó Rosjer con voz entrecortada.
Daniel no daba crédito a lo que oía, miró incrédulo a Rosjer que permanecía con la mirada baja. Daniel no podía asimilar que quien había estado viajando con él era uno de los que sentenció a muerte a un grupo de niñas indefensas por el sólo hecho de ser huérfanas. Rosjer dirigió su mirada hacia la de Daniel, quien percibió en su rostro el arrepentimiento por aquellos actos de su pasado. Daniel recordó lo que Iskimel le contó sobre la influencia que por tanto tiempo habían ejercido los mendhires sobre el pueblo de Rizpá–Malpá. Daniel dejó de ver a Rosjer como un verdugo y comenzó a verlo como una víctima.

- No podía soportar la idea de que me cuidaran las mismas jóvenes con las que tan mal actué, así que me fui –explicó Rosjer–. Quería morir en paz, dejar atrás mi miserable existencia. Pero recordé que tenía una deuda contigo que tenía que saldar, así es que volví y Silmirar me sanó cuando mi corazón se había parado. Debes de odiarme por lo que hice.
Daniel miró fijamente a los ojos de Rosjer.
- Odio la conducta que tuvo tu pueblo, pero no te odio a ti como persona. Marchemos hacia el monte de la eterna penumbra y acabemos con los causantes de toda la maldad de este mundo –exclamó Daniel dándole una palmada en la espalda.
Rosjer no comprendió totalmente aquellas palabras de Daniel pero estaba dispuesto a seguirlo allá donde fuera.

Ambos reanudaron el paso en dirección noreste.
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