CAPITULO 38
[align=left]
Tander se hallaba en un cuarto en la parte superior del castillo junto con Ashla.
- Llegó la hora de consultar el último capítulo del libro –indicó él.
Tander se acercó a un rincón de la habitación donde se encontraba el libro sagrado del valle de la luz. Ashla observaba atenta la escena, Tander comenzó a leer:
[align=center]La prueba final
El elegido se enfrentará a una última decisión en su camino, una decisión que marcará el destino del valle de la luz y el suyo propio. Un gran regalo se pondrá ante él. Su corazón determinará que camino seguirá, sólo dos caminos habrá ante él. Muy bella parecerá la dádiva que le será ofrecida pero oscuridad eterna traería sobre el valle si él la aceptara.
Tander miró a Ashla quien le devolvió una mirada expresiva, una mirada en la que reflejaba todo su temor, el temor de que todo el valle de la luz se viera anegado por las sombras eternamente.
- Confiemos en Daniel –dijo Tander.
Tirsé llamó a la puerta de la habitación.
- Puedes pasar, adelante –le instó Tander.
- ¡Los rebeldes han llegado a Somper! –informó Tirsé.
- Que todos los hombres ocupen sus puestos –ordenó Tander.
Tirsé se dispuso a salir pero Tander lo detuvo.
- Ahora depende de ti –le dijo Tander apoyando su mano sobre su hombro como señal de confianza.
- No le decepcionaré alteza –le aseguró Tirsé, tras lo que salió rápidamente de la habitación.
- Debes dirigirte a la parte de arriba, al cuarto más resguardado; llévate a Kimal contigo, si me ocurriera algo dile que la quiero mucho y que llegará a ser una gran mujer –dijo Tander dirigiéndose a Ashla.
- Ten mucho cuidado –le suplicó Ashla a Tander con lágrimas en los ojos mientras se abrazaba a él.
Dos guardias reales hicieron acto de presencia, estos traían consigo a Kimal.
- Acompáñenos alteza –pidieron los guardias a Ashla–, le llevaremos a lugar seguro.
Ashla se marchó con ellos.
Umser observó desde uno de los torreones más bajos del castillo en dirección a Somper. Había multitud de hombres armados con espadas, lanzas y escudos junto a las puertas de castillo, en la parte exterior. Los hombres escuchaban las instrucciones que Tirsé, quien montaba un caballo, les daba. Una gran multitud se aproximaba subiendo por la colina. A Umser le llamó la atención lo que vio en un pequeño montículo que se hallaba frente a la colina del castillo; allí se encontraban tres mendhires contemplando el espectáculo, observando como los habitantes del valle de la luz se disponían a aniquilarse unos a otros.
Tander tomó posición junto a Umser. Eulatar se situó junto al rey, tratando de protegerlo.
- Gozan con esto –exclamó indignado Umser señalando con la mirada a los mendhires.
Tander permaneció en silencio observando a los mendhires que también le observaban a él.
- Si su majestad me otorga la oportunidad desearía decir unas palabras antes de que la batalla comience –confesó Umser.
- Se te concede la oportunidad –le contestó Tander sin dejar de mirar a los mendhires.
Los rebeldes subían por la colina, poco ya faltaba para que se encontraran con los leales al rey. Tander dirigió su mirada hacia Tirsé y le indicó con un gesto que esperara órdenes.
La muchedumbre rebelde se detuvo algunos metros antes de encontrarse con los guerreros comandados por Tirsé.
- Los días del rey del valle de la luz han llegado a su fin –declaró el cabecilla de la muchedumbre rebelde que montaba un caballo marrón–. No habrá compasión para la descendencia real ni para los leales a él.
El silencio se hizo por algunos segundos.
- ¿Por qué conspirar contra el rey? ¿Por qué el volverse contra el hombre que sabiamente gobierna el valle de la luz? ¿Por qué seguir las órdenes de unos extranjeros indeseables? –inquirió Umser con voz fuerte señalando a los mendhires.
- ¡Te arrancaremos la piel a tiras viejo! –gritó el cabecilla de los rebeldes mientras señalaba a Umser–. ¡Atacad!
El grupo de rebeldes se lanzó en carrera hacia los hombres que defendían al rey. Tirsé miró a Tander, quien le hizo un gesto afirmativo.
- ¡Atacad ahora! –gritó Tirsé a la vez que se lanzaba en carrera con su caballo.
Los dos grupos se encontraron y comenzaron a luchar desordenadamente mientras que los arqueros disparaban desde los torreones del castillo tratando de alcanzar a los rebeldes.
Una vez se encontraban inmersos en la lucha, uno de los mendhires abandonó su posición y se adentró en la batalla, pasó junto a Tirsé y volvió al montículo junto con los otros dos.
- No puedo seguir contemplando esta desgarradora escena –dijo Tander, tras lo que se dirigió a la habitación del trono seguido por Eulatar.
Tirsé corrió hacia el castillo y pidió que le abrieran la puerta. Logró entrar y se dirigió hacia la habitación del trono.
- ¿Qué deseas? –inquirió Tander con gesto cansado.
- Majestad, la batalla es cruenta y los rebeldes son muchos en número, te solicito que me otorgues potestad sobre los guardias reales –pidió Tirsé.
- Los guardias reales son necesarios aquí para proteger a su majestad –objetó Eulatar.
- Si mi señor lo considera apropiado con la ayuda de los guardias reales impediremos que esa muchedumbre entre aquí, será mucho más seguro así –afirmó Tirsé mientras Eulatar lo miraba con una mirada de desconfianza.
- Los tienes a tu servicio –resolvió Tander.
- Gracias majestad –dijo Tirsé, seguidamente salió de la habitación y envió fuera a todos los guardias reales.
- Si su majestad lo considera oportuno yo haré el trabajo de los dos guardias reales que custodiaban esta habitación e impediré que entre nadie –sugirió Eulatar.
- Ve –se limitó a responder Tander.
Eulatar salió de la habitación y observó al final del pasillo a Tirsé quien, espada en mano, enviaba a sus hombres a luchar fuera del castillo. Tirsé se dirigió de nuevo hacia la puerta de la habitación del trono donde Eulatar montaba guardia.
- ¿Qué pretendes? –preguntó Eulatar dirigiéndose a Tirsé.
- Ganar la batalla –respondió Tirsé con gesto serio.
- No tienes experiencia, no sabes nada –exclamó enfadado Eulatar que no comprendía que le hubieran asignado sus hombres a un hombre casi veinte años menor que él.
- ¿Y qué pretendes tú? –inquirió Tirsé.
- Proteger al rey del valle de la luz –respondió Eulatar con gesto serio.
Tirsé asestó un rápido golpe con la espada en el abdomen de Eulatar, lo atravesó completamente.
- Deberías protegerte a ti mismo –dijo Tirsé mientras Eulatar agonizaba.
Tirsé sacó la espada de Eulatar, quien cayó al suelo. Seguidamente Tirsé entró en la habitación del trono.
- ¿Qué deseas esta vez? –inquirió Tander con una voz en la que se denotaba hastío por tantas comparecencias.
- ¿Sabe? Hasta ahora estaba convencido de que podíamos ganar esta batalla, que defendería al rey sobre todo lo demás –dijo Tirsé mientras se aproximaba a Tander.
El rey no prestaba mucha atención a Tirsé.
- Pero entonces algo ocurrió, pensé que yo también podía ser alguien. No un simple muerto en una batalla absurda, sino un hombre poderoso, que tuviera sometido a los demás bajo mi poder –continuó Tirsé.
Tander elevó la mirada hacia Tirsé.
- Entonces me dije que solo había un obstáculo; si quieres subir a la cima más alta debes hacer descender de ella a quien ya se encuentra allí –afirmó Tirsé mientras miraba al rey con ojos maliciosos.
- Tirsé hijo de Meltaré, súbdito del rey del valle de la luz, te ordeno que te retires de aquí y tomes tu puesto en la batalla –ordenó Tander que comenzaba a sospechar de las intenciones de Tirsé.
- No más órdenes –respondió Tirsé–. Ahora yo subiré a la cima más alta y tu hija me acompañará.
Tander intentó levantarse y lanzarse sobre Tirsé, pero este fue más rápido y clavó su espada en el corazón del rey. Tander cayó al suelo mientras sangraba profusamente.
- Al final la luz brillará sobre la oscuridad –exclamó Tander en su último suspiro, tras lo que expiró.
Tirsé salió al pasillo, Eulatar yacía muerto sobre el suelo. La oscuridad de la noche caía ya sobre el valle de la luz. Tirsé se acercó a la puerta y, mirando desde dentro hacia fuera, observó la batalla que se libraba. Una idea vino a la mente de Tirsé, tomó un arco y dos flechas y abrió la puerta que daba al exterior de tal forma que él quedara oculto.
Un hombre entró corriendo por el pasillo, estaba armado de un palo con filo puntiagudo. Tirsé esperó que llegara hasta la puerta que conducía a la habitación del trono. Una vez que el rebelde se había adentrado en ella Tirsé cerró la puerta que daba al exterior, el hombre miró hacia atrás al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría se encontró con dos flechas que atravesaban sus pulmones. El hombre cayó muerto al instante cerca de Tander.
[/align][/align]