Os dejo un capítulo más, el final se está acercando.
CAPITULO 39
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Daniel subió por el camino a paso ligero durante unos diez minutos. Poco después comenzó a ver una luz entre la oscuridad del lugar. Daniel anduvo todo lo sigilosamente que pudo; la luz se iba incrementando y él se preguntaba cuál podía ser su procedencia. Finalmente llegó a un lugar donde el camino quedaba a la derecha; a la izquierda subía otro camino que transcurría entre árboles cubiertos por enredaderas. La luz era abundante en este otro camino, una luz de color entre plateada y celeste que atraía la atención hacia él.
Daniel tomó el camino de la izquierda, pasando entre los resplandecientes árboles y las bellas enredaderas que cubrían estos. La hierba fresca abundaba bajo el pisar de sus pasos y el terreno parecía estar preparado a conciencia, aunque era hierba lo que pisaba la forma de esta era como de escalones. La luz lo inundaba todo, bajo aquella luz hasta la más insignificante piedra era algo que anhelar.
Tras subir por aquel camino durante unos cinco minutos Daniel llegó a un pequeño llano encerrado entre árboles inmensos. Al final del llano se hallaba un pequeño estanque enclavado entre piedras y árboles. Todo a su alrededor tenía apariencia esplendorosa; el estanque parecía contagiar a todo de una especie de luz color plateada. Una mujer, vestida de un delicado vestido color marfil, se hallaba sentada en una gran piedra junto al agua; Daniel la observó, su apariencia era de juventud, como de unos veinte años; la mujer lo miraba curiosa, sus ojos plateados daban una sensación de melancolía y tristeza. La belleza de su fino y pálido rostro se acentuaba con los suaves reflejos blancos y plateados que desprendía el estanque.
Daniel se acercó a la mujer y observó detenidamente sus ojos plateados.
- Bienvenido al estanque de la eternidad –dijo la, en apariencia, joven con una voz angelical. Su voz era como un susurro que penetraba suavemente por el oído y cuyo eco resonaba por largo rato en el interior de la mente.
- ¿Quién eres tú? –inquirió Daniel sobrecogido por todo lo que le rodeaba.
- Mi nombre es Visdala. ¿Quién eres tú y hacia donde te diriges? –inquirió la mujer.
- Mi nombre es Daniel y el destino de mis pasos solo me pertenece a mí –respondió Daniel quien no se terminaba de fiar de la mujer que se encontraba a su lado.
- Todos tratan de llegar hasta aquí, pero ellos se lo impiden. Muchos hombres acudieron a estas tierras en busca de la gran esperanza: la inmortalidad. Pero los hombres inmortales acabaron con su esperanza, dieron muerte a todos excepto a mí –relató Visdala con la mirada perdida.
- ¿Cómo llegaste hasta aquí? –le preguntó Daniel mirándole a los ojos, esos ojos plateados que cada vez atraían más su atención.
- Hace muchos años un hombre noble, un hombre de palabra que pertenecía a una buena familia le confesó a una joven que la amaba y que deseaba casarse con ella. Ella estaba enamorada de él y su corazón deseaba el amor de aquel hombre sobre todo lo demás –contó Visdala mirando en dirección al agua–. El hombre marchó hacia tierras lejanas para tomar un regalo que se le había concedido, él aseguró a su prometida que volvería al cabo de un mes.
Visdala hizo un alto en el camino. Sus preciosos ojos comenzaron a derramar lágrimas.
- Pasaron dos meses pero él no volvió, ella lo esperaba todos los días junto a la entrada de su ciudad. Estaba convencida de que su prometido no la dejaría, estaba segura de que él la quería demasiado para abandonarla, por lo que se lanzó en su búsqueda temiendo que le hubiera pasado algo. Todos pensaban que la locura se había adueñado de la cabeza de esa joven de diecinueve años; no comprendían el pacto sagrado que había hecho con su prometido de guardarse fidelidad y acompañarlo durante toda su vida –exclamó Visdala con ojos repletos de lágrimas mientras buscaba la mirada de Daniel–. Finalmente llegó al monte de la eterna penumbra mientras buscaba a su prometido; por error tomó el camino que conduce al estanque de la eternidad y se sumergió en él sin conocer los extraordinarios efectos que causaba esa agua.
Daniel escuchaba paralizado el relato de Visdala mientras que su mirada se centraba en los ojos de ella.
- Si hubiera sabido que el hombre que me aseguró que me amaba se había convertido en un asesino sanguinario y perverso hubiera elegido la muerte en lugar de toda una vida inmortal de soledad –confesó Visdala.
Daniel continuaba con su mirada fija en los ojos de Visdala, quien se dio cuenta de ese hecho.
- El color plateado de mis ojos se debe al estanque de la eternidad –le explicó ella–. Todo el que se sumerge en él recibe vida inmortal, lleva luz y poder dentro de él, lo que se ve reflejado en sus ojos.
La mirada de Daniel permanecía imbuida en los ojos de Visdala, sabía que debía continuar su camino pero era incapaz de moverse de allí.
Visdala miró en lo profundo de los ojos de Daniel.
- Sumérgete en el estanque –le animó Visdala tomándolo de la mano–. Vivamos una eternidad juntos.
Daniel sintió un escalofrío con el tacto de esa piel suave y delicada, una piel que tenía algo que le impedía retirar la mano.
- Si te sumerges en él serás invulnerable al ataque de los hombres inmortales, cuando te descubran ya será tarde, ya no podrán hacerte nada –dijo Visdala.
Daniel finalmente sacó fuerzas y se levantó, retirando su mano de la de Visdala. Se dirigió hacia delante y se dio la vuelta tras unos cuantos pasos. A la derecha quedaba Visdala junto al estanque de la eternidad mientras que a la izquierda se encontraba el camino que le llevaba de vuelta por donde había venido. Daniel no lograba pensar con claridad; sabía que algo importante se hallaba ante él pero no conseguía enfocar con claridad sus pensamientos.
- Serás muy feliz –exclamó Visdala interrumpiendo el meditar de Daniel–. Tus ojos dicen que tu corazón es bueno y te aseguro que yo nunca te dejaré si decides permanecer conmigo. Seré tuya para siempre si así lo deseas.
Daniel miró hacia Visadla; la cabeza le daba vueltas; en ella recordaba a Tander, Alejandro, Rosjer, Iskimel, Ashla, Sanyar, Umser, Yirsal, Sasmalá y tantos otros. Finalmente el rostro de Shela apareció claro ante sus ojos.
- ¿Cuál era el destino de tus pasos? –inquirió Visdala ante el silencio de Daniel.
- La fortaleza de las tinieblas, mi deber es destruir la piedra plateada y rescatar a la prisionera –confesó Daniel, en cuya mente permanecía claro el rostro de Shela.
- Si lo haces perderás la esperanza de la inmortalidad –le advirtió Visdala tratando de hacerle cambiar de parecer.
Daniel observó la inmaculada presencia del estanque de la eternidad. El sueño de todo mortal estaba ante él. Solo tenía que sumergirse en él y todo temor se acabaría; no habría ya nada capaz de herirlo ni nadie a quien temer. Daniel miró fijamente el agua, su rostro se veía reflejado en ella. Daniel no reconoció felicidad en ese rostro, sino pena y desesperación.
- Hazlo ahora y nunca te arrepentirás –le susurró Visdala al oído.
Daniel se subió a las piedras que rodeaban el estanque y comenzó a andar por ellas, bordeándolo.
- Un minuto junto a ella es algo mucho mayor que todas las eternidades, un solo instante a su lado hace que merezca la pena un viaje lleno de dificultades, peligros y heridas –dijo finalmente Daniel volviéndose hacia Visdala.
Daniel se bajó de las piedras.
- Debo continuar mi camino –afirmó él.
Visdala comprendió que Daniel no se sumergiría en el estanque de la eternidad.
- Haces lo correcto, espero que consigas rescatarla y destruyas la piedra plateada. Yo ya sólo anhelo la muerte, hace mucho que perdí mi lugar en este mundo –afirmó Visdala.
Daniel se alejó a paso lento, echó un último vistazo atrás y observó a Visdala pensativa junto al agua. Daniel se entristeció al pensar que la destrucción de la piedra plateada implicaría también que ella muriera.
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