Aquí están dos capítulos más, estos no tienen desperdicio (sobre todo el 25).
PD: Espero que alguien esté leyendo el libro.
CAPITULO 24
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Varias horas después del amanecer se despertó Daniel quien, al ver la hora a la que se había despertado, se enfureció con él mismo. Rosjer se acercó a él, notando lo que le ocurría.
- Vamos Daniel. Necesitabas este descanso, te hará bien para las largas jornadas que nos esperan.
Daniel se dijo a si mismo que Rosjer llevaba mucha razón. Los días anteriores lo habían agotado y no podía mantener un ritmo fuerte sin descansar. Sin embargo, no concebía el dormir más de lo imprescindible cuando Shela se encontraba en manos de los mendhires.
- Yo no debería dormir tanto. Muchas cosas dependen de mí.
- ¿Por qué haces todo esto? –le preguntó Rosjer en un tono en el que se apreciaba que comenzaba a haber confianza.
- Es fundamental para el futuro del valle de la luz. Las vidas de muchos están en peligro –le respondió Daniel con la mirada ausente.
- ¿Y la vida de alguien en particular? No te ofendas chico pero nadie se toma tantas molestias por personas a las que no conoce.
- Todas las vidas son preciosas –exclamó Daniel molesto.
Los dos se mantuvieron unos segundos en silencio.
- Y a ti también te vendría bien descansar –dijo Daniel–. ¿Cómo es posible que duermas tan poco? Sólo te he visto dormir una vez.
- No soy un hombre que se complazca en el sueño –respondió Rosjer mirando en otra dirección–. Ese día dormí porque llevaba unos cinco días sin dormir nada; pero nunca he dormido mucho.
- O más bien algo te cambió, de manera que llegaste a repudiar todas las cosas que te recordaran lo que te acaeció –dijo Daniel.
Rosjer seguía dirigiendo la mirada hacia el lado opuesto al que se encontraba Daniel. Era como si se negara a que Daniel percibiera en sus ojos todo el dolor y sufrimiento que había experimentado.
Daniel pareció notarlo.
- ¿Qué ocurrió Rosjer? ¿Por qué perdiste tu lugar? ¿Por qué llegaste a desear la muerte?
- ¿Sabes? –dijo Rosjer, en cuyo rostro comenzaban a aparecer lágrimas–. El amor es algo curioso, es capaz de elevarte hasta lo más alto y de hundirte en lo más profundo.
Viendo que no podía reprimir las lágrimas Rosjer se alejó en dirección a un arroyo cercano que se encontraba debajo de unos árboles.
La frase conmovió a Daniel, que comprendió que Rosjer necesitaba intimidad y no quiso molestarle. Se quedó, sin embargo, reflexionando en esa frase que tan cierta le pareció.
Unos veinte minutos después volvió Rosjer, que había vuelto a su anterior gesto serio.
- ¿Nos vamos? –preguntó.
- Por supuesto –contestó Daniel con tono amable.
Ambos se dirigieron hacia las montañas atravesando las praderas verdes.
[align=center]CAPITULO 25
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Durante tres días anduvieron cruzando bosques, prados y ríos. La vegetación y el alimento era abundante en aquella zona y tampoco faltaban buenos lugares para descansar; aunque sólo paraban para dormir durante unas seis horas y volvían al camino.
Al ocaso del tercer día llegaron al pie de la cordillera montañosa que habían divisado al salir del pantano de la oscuridad y que Daniel estaba resuelto a escalar.
- No será sencillo atravesar esas montañas –comentó Rosjer–. No son como el peñón de Rizpá–Malpá, sino que atesoran una gran altitud.
- Puede que sea mejor buscar otra ruta –respondió indeciso Daniel, que comenzaba a albergar dudas sobre que camino tomar–. Durmamos esta noche aquí y mañana continuaremos la marcha.
Habían transcurrido tres horas desde el anochecer y Daniel permanecía despierto. Rosjer dormía a unos cuantos metros de él. Daniel observó que se había dormido con el arco en una mano y una flecha en la otra. También cayó en la cuenta de que esa era la primera noche desde que partieran del peñón Rizpá–Malpá, que Rosjer se dormía antes que él.
Poco a poco el sueño le fue venciendo. Daniel escuchó un ruido, abrió los ojos y vio a una joven que se acercaba a él. Daniel se frotó los ojos pero la seguía viendo. ¡Era Shela! Sin embargo él seguía atónito, no se creía que pudiera estar allí. Finalmente reaccionó y salió corriendo hacia ella.
Daniel se angustió al ver como, por más que corría, no conseguía llegar hasta Shela, que se alejaba de él.
- Por favor no te vayas –le suplicó Daniel.
- No soy dueña de esa decisión, ellos me llevan a donde les place –dijo Shela con su suave tono de voz. Seguidamente unas rejas se interpusieron entre ella y Daniel.
Daniel se lanzó a donde estaba Shela y se agarró a los barrotes que le impedían abrazarla. Los ojos de Shela se veían tristes y desolados.
- Sálvame Daniel, te lo ruego. No me abandones aquí; cada día muero un poco más. Necesito ver el sol, los campos, respirar el aire del valle y, por encima de todo, necesito estar contigo. Desfallezco sin tu compañía, muero sin tu amor, languidezco estando lejos de ti y no sé cuanto tiempo podré aguantar.
- Te encontraré Shela, encontraré la fortaleza de las tinieblas y te rescataré –le respondió Daniel decidido.
- Ellos tratarán de confundirte, querrán detenerte de cualquier forma –le advirtió Shela, en cuyos ojos se apreciaba una gran preocupación.
Daniel miró profundamente a sus ojos y Shela oyó unas palabras en su mente.
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(No hay nada en este mundo que sea capaz de separarme de ti)
Una sombra comenzó a caer sobre Shela, quien fue desapareciendo paulatinamente. Daniel se desesperaba intentando alcanzarla pero los barrotes le impedían llegar hasta ella. De repente los barrotes desaparecieron y Daniel se precipitó hacia delante. Lo siguiente que vio fue a Rosjer durmiendo y se dio cuenta de que había sido un sueño. Todo a su alrededor estaba igual que antes de que cerrara los ojos y no había huellas de pisadas en ninguna parte. Sin embargo Daniel estaba seguro de que no había sido un simple sueño creado por su imaginación y, el hecho de que ahora no tenía ninguna duda con respecto a qué camino tomar, contribuía a su idea de que eso no había sido un sueño como cualquier otro.
Daniel no volvió a dormir aquella noche.
Aún no habían aparecido las primeras luces de la mañana cuando Rosjer se despertó. Este se sobresaltó viendo que Daniel estaba despierto.
- Tranquilo amigo, ¿te encuentras con fuerzas para continuar? Hoy será un día muy largo, subiremos las montañas –le dijo Daniel.
- Claro –contestó Rosjer serio.
Los dos reanudaron el camino, tratando de ver en la oscura noche que pronto acabaría.
Por varias horas atravesaron los bosques que se encontraban al pie de las montañas. La quietud era absoluta en aquellos parajes y Daniel se percató de la presencia de animales que nunca antes había contemplado.
- No me gusta este sitio, aquí uno no sabe con lo que se va a encontrar oculto en la espesura –opinó Rosjer.
Daniel no le respondió, estaba completamente ensimismado por la belleza de aquel lugar.
Los animales fueron desapareciendo conforme ganaban altitud. Tras cuatro horas más de camino hicieron un alto para descansar y comer. Mientras Rosjer devoraba ansiosamente su porción Daniel se alejó; había oído un ruido y tenía curiosidad por ver que animal podía vivir en esa parte alta de la montaña. Anduvo entre la espesura dirigiéndose hacia el lugar del que provenía el ruido. Apartó las ramas de un árbol y lo que vio lo dejo boquiabierto.
Allí en un gran claro del bosque, alrededor de un pequeño lago y bajo un radiante sol, se encontraban los animales que habitaban la alta montaña. Daniel los observó, tenían cierto parecido a los caballos en la forma; pero eran de bastante mayor tamaño y constaban de cuatro alas, así como de abundante pelo. Había allí una gran manada, sus colores brillaban bajo los rayos del sol. Rojo, amarillo, azul, verde, violeta, pastel… La lista era casi interminable, Daniel estaba maravillado ante el espectáculo que le ofrecían esas majestuosas criaturas.
Algunos pacían, otros corrían, otros pocos bebían del agua del lago. Algunos comenzaron a volar. Algo captó la atención de Daniel; no muy lejos de él, también protegido por la espesura, Rosjer observaba a estos animales con fines muy distintos. Daniel pudo ver como sacaba una flecha y apuntaba con el arco en dirección a uno. Daniel salió de entre la maleza y corrió, acortando camino por medio del claro, hacia donde se encontraba Rosjer. Algunos de los animales se asustaron y emprendieron vuelo, otros permanecían ajenos a lo que ocurría.
Daniel se lanzó sobre Rosjer en el mismo momento que este lanzaba la flecha, consiguiendo desviarla. Aunque no fue lo suficiente para evitar que alcanzara a uno de estos en la pata. El animal herido emitió un ruido de dolor, lo que provocó que el resto de la manada huyera, volando despavorida. El herido trató de ponerse en pie para emprender el vuelo pero no lo consiguió. Su herida sangraba profusamente y tenía la flecha clavada a la altura de la mitad de la pata.
Daniel se incorporó rápidamente y se dirigió hacia el animal. Este trataba de huir pero le era imposible debido a su herida. Daniel llegó hasta él, trató de tranquilizarlo acariciando su inmaculado pelo blanco. Consiguió que el animal se calmara; entonces se agachó y observó la herida. Tiró de la flecha hacia fuera, lo que provocó un nuevo gemido de dolor. Daniel volvió a tranquilizarlo, Rosjer se acercó, el animal volvió a ponerse nervioso al ver a su cazador.
- ¿Qué pretendías? –le preguntó Daniel furioso.
- La carne de los vasstors es deliciosa –argumentó Rosjer señalando al animal.
- No hemos venido a cazar animales, si tu corazón es bueno para con todos los seres el de ellos también lo será para contigo –le respondió Daniel mirando con preocupación la herida–. ¿Conoces alguna planta cicatrizante?
- Sí, la hierba de Sirel, pero no sé si crecerá a estas alturas.
- Búscala por favor –le pidió Daniel.
Rosjer regresó un par de minutos después con una planta en la mano.
- La encontré –dijo alzando la planta.
Daniel había rasgado un trozo de tela que llevaba de su anterior ropa. Le puso la planta sobre la herida y se la vendó. Durante un rato permaneció al lado del vasstor, acariciando su brillante pelo blanco hasta que el animal se durmió.
Daniel dirigió su vista hacia el cielo; no había rastro de los otros vasstors, le apenaba mucho que su primer encuentro con estos majestuosos animales hubiera acabado así. Rosjer se le acercó.
- ¿Qué piensas hacer con él? –le preguntó señalando al animal.
- Debo cuidarlo, sé que no debo retrasarme en mi misión; pero el corazón me dice que no puedo dejarlo aquí –contestó Daniel.
- Aquí no le pasará nada, pero como desees. Tú estás al mando –concluyó Rosjer dándose cuenta de que no lograría convencerlo.
- Confío en que mañana pueda volver a andar, hay una gran fuerza en esta criatura –afirmó Daniel.
Ambos pasaron toda la tarde en ese pequeño llano, encuadrado entre majestuosas montañas nevadas.
Al anochecer Daniel le quitó el vendaje al vasstor, le puso otra hierba de Sirel y le aplicó un nuevo vendaje. Observó que la herida había mejorado bastante, aunque el animal seguía sin levantarse.
«Te llamaré Ismael» dijo Daniel acariciando al vasstor. Rosjer observaba la escena.
- Deberíamos buscar un lugar donde refugiarnos; comienza a hacer frío –opinó Rosjer.
- Sí, y tú deberías protegerte esos pies, hay nieve ahí arriba –dijo Daniel observando los pies descalzos de Rosjer.
Se refugiaron junto a un saliente de la montaña; la temperatura era bastante baja y ni la ropa de Daniel, ni las desgastadas pieles que vestía Rosjer eran suficientes para no experimentar frío con la temperatura a la que estaban.
Rosjer se despertó temprano a la mañana siguiente, la noche anterior se había dormido pronto a pesar del frío. Observó, entre las sombras de la noche, unos rudimentarios zapatos, hechos de madera. Se los probó, estaban hechos a su medida y una tela azul en su interior suavizaba el tacto, haciendo más cómodos los zapatos de lo que cabía esperar.
Unos cuarenta minutos después se despertó Daniel.
- ¿Tú me has hecho estos zapatos? –preguntó Rosjer dirigiéndose a Daniel.
- No creo que hubieras podido atravesar esas montañas descalzo –le respondió Daniel mientras miraba a las cumbres nevadas donde se reflejaban las primeras luces de la mañana.
Rosjer reflexionó en ese hecho, Daniel había debido de pasar horas en la noche haciendo esos zapatos; sin duda había cortado varias ramas de los árboles y se había dedicado a pulirla con una navaja que llevaba encima desde la garganta de Rizpá–Malpá. El acabado no era demasiado bueno, lo que evidenciaba que Daniel no se dedicaba a hacer zapatos; sin embargo, se había esmerado para que él pudiera tener los pies calzados, de seguro sacrificando muchas horas de sueño.
Rosjer observó a Daniel quien, ajeno a sus pensamientos, retiraba la venda al vasstor. La herida ya había cicatrizado y solo quedaba una pequeña marca en la pata. Rosjer se dijo que Daniel era un joven de gran corazón, alguien que no deseaba el mal a nadie y que estaba dispuesto a hacer sacrificios por los demás. A partir de aquel día Rosjer comenzó a sentir un gran respeto por Daniel.
Rosjer se aproximó a Daniel.
- ¡Mira! ¡La herida de Ismael se ha sanado! –exclamó Daniel con alegría.
Rosjer se detuvo a contemplarlo.
- Es un animal muy bello –admitió él.
- ¡Vamos ahora Ismael! –dijo Daniel dirigiéndose al Vasstor–. ¡Corre! ¡Puedes hacerlo!
El animal pareció entender las palabras de Daniel; se incorporó y comenzó a andar, poco a poco comenzó a acelerar el paso, cabalgó veloz por el claro hasta que comenzó a mover las alas y emprendió vuelo. Daniel y Rosjer lo siguieron con la mirada, observando como su rastro se perdía tras las cumbres de las montañas.
Rosjer se dio media vuelta, preparado para continuar con el camino. Daniel permaneció por un minuto, contemplando la difícil subida que les quedaba y pensando lo mucho que echaría de menos al vasstor.
Ambos reanudaron el camino, en el que poco a poco encontraron cada vez más dificultades. Después de dos horas andando llegaron a la parte en donde se encontraba la nieve. Rosjer no se sentía del todo cómodo con los zapatos que Daniel le había hecho, pero comprendía que era normal teniendo en cuenta que en toda su vida nunca había usado zapatos.
La pendiente comenzó a incrementarse y la dificultad del caminó aumentó, debido a que se encontraron con paredes verticales de gran altura.
Daniel subió a una de estas, de unos veinte metros. No fue fácil, ya que en esa parte apenas había huecos donde apoyar los pies o agarrarse con las manos. Rosjer le seguía con mucha cautela, pero, casi llegando al final resbaló y se quedó colgado, agarrado únicamente por una pequeña ramita que sobresalía en la piedra. Daniel se percató de lo que ocurría y se asomó al barranco.
- ¡Socorro! –clamó Rosjer asustado.
- ¡Aguanta! –gritó Daniel nervioso.
Daniel miró a su alrededor buscando algo que le pudiera servir, no encontraba nada. Un viento gélido corría en la montaña y contribuía a complicar la situación de Rosjer, quien empezaba a sentir falta de sensibilidad en sus dedos, que se mantenían débilmente agarrados a la pequeña ramita.
- No aguantaré mucho más –gritó Rosjer.
Daniel buscaba a su alrededor algo; el nerviosismo no le dejaba pensar ni siquiera lo que estaba buscando. «Tengo que encontrar algo». «Necesito tiempo», se decía nerviosamente a sí mismo. Más miradas hacia todos lados sin encontrar nada; Daniel se desesperaba. Finalmente concluyó que solo podía hacer una cosa.
Sin pensárselo dos veces comenzó a bajar por la pared vertical de piedra hasta llegar a la altura de Rosjer.
- Agárrate a mí –le pidió Daniel señalándole la espalda.
- No podrás escalar esto conmigo a la espalda –objetó Rosjer.
- Ya hice una vez algo parecido –respondió Daniel mientras recordaba la ocasión en la que Alejandro se partió una pierna en la parte más baja de una garganta y él tuvo que llevarlo; entonces contaban ambos con dieciséis años de edad. Aunque Daniel pronto comprobaría que el peso de Rosjer no era algo de poca importancia.
Rosjer consiguió asirse a la espalda de Daniel, quien tuvo que hacer un gran esfuerzo para no caer. Daniel miró hacia arriba y hacia abajo, unos cinco metros le separaban de el siguiente rellano y quince metros de caída le esperaban hacia abajo.
Daniel tomó aire y comenzó a escalar. No era tarea fácil con Rosjer a la espalda y sin apenas huecos o rendijas en los que apoyarse. Subió poco a poco, tratando de no arriesgar. A falta de un metro para el rellano se encontraba ya agotado, le parecía que Rosjer pesaba varias veces más que cuando estaban unos metros más abajo. Daniel observó que esa última parte no tenía ninguna rendija a la cual se pudiera agarrar; tampoco tenía nada a su alcance que le pudiera servir de sujeción. Antes lo había superado dando un pequeño salto y sujetándose fuertemente a una gran piedra que se encontraba en el borde del pequeño llano, pero ahora no se veía capaz de hacerlo llevando el peso que llevaba.
- ¿Podrías aguantar aquí tan solo unos segundos? –preguntó Daniel a Rosjer.
Rosjer no respondió; estaba pálido como la nieve y parecía no escuchar las palabras de Daniel. Sus ojos estaban fijos pero ausentes, como si fijara su mirada en algo lejano, algo que no estaba allí. Rosjer comenzó a respirar agitadamente y a presionar con fuerza con sus manos sobre el cuello de Daniel.
- Rosjer, me estás asfixiando –le dijo Daniel.
Para desesperación de Daniel, Rosjer seguía presionando fuertemente su cuello. Además su respiración era cada vez más fuerte y parecía que el corazón se le iba a salir del pecho. Daniel pensó que solo tenía una oportunidad antes de que Rosjer le terminara de asfixiar, así que, decidido, saltó con todas sus fuerzas.
Daniel consiguió agarrarse a la piedra con la mano derecha. Rosjer dejó de hacer fuerza en el cuello y Daniel notó como se caía. Rápidamente agarró la muñeca derecha de Rosjer con su mano izquierda; observó que Rosjer se había desmayado.
Poco a poco Daniel consiguió ir encaramándose al rellano sin soltar a Rosjer. Al terminar de subirlo Daniel dejó a Rosjer tendido sobre la hierba y cayó él también, completamente agotado.
Bastantes minutos después Daniel se incorporó, ya recuperado. Se acercó a Rosjer, quien yacía en el suelo aún sin consciencia.
- ¿Te encuentras bien? –le preguntó Daniel hincando las rodillas en tierra, quedando así a su altura.
Rosjer se levantó rápidamente, sobresaltado y con una respiración agitada. Agarró a Daniel de los cuellos de su ropa y le miró a los ojos. Daniel percibió una mirada de desesperación y terror. Rápidamente Rosjer volvió en sí y soltó a Daniel, se dio la vuelta y se dirigió al lado más lejano del rellano.
Durante algunos minutos permaneció Rosjer allí solo, Daniel se le acercó.
- Todavía es temprano, pero ¿te apetece algo de comida? –le preguntó Daniel.
Rosjer negó con la cabeza.
- ¿Y hablar?
Rosjer permaneció algunos segundos en silencio, con la mirada dirigida al tramo que acababan de escalar. Luego fijó sus ojos en los de Daniel con una mirada triste.
- ¿Qué me ocurrió ahí abajo? No recuerdo nada –expresó Rosjer.
- Tu respiración se agitó, pareció que una gran ansiedad se encontraba en tu corazón; algo tan inquietante que no eras capaz de mantener la serenidad. Casi me estrangulaste y después perdiste el conocimiento.
Rosjer no se lo terminaba de creer.
- ¿Qué pensamientos ocupaban tu mente? ¿Qué sombra anegaba tu corazón? ¿Qué recuerdos te acechan ahora? –inquirió Daniel con gesto preocupado.
- Ella se llama Salrimat –comenzó Rosjer con aire ausente–. ¿Sabías que a veces la mayor belleza puede esconder la mayor maldad?
Daniel le miraba intrigado.
- ¿Conoces el medio por el que se elige en mi pueblo a los que van a ser sacrificados? –prosiguió Rosjer.
Daniel negó con la cabeza.
- Hace mucho ya, cuando mis antepasados vivían se puso una norma para que se mantuviera cierta paz y no se levantaran unos contra otros en busca de comida. Cuando la necesidad acechaba y el alimento no era suficiente, algunos hacían grandes sacrificios para garantizar la supervivencia de nuestro pueblo y, quizás también para conseguir gloria personal. El único requisito para ofrecer a alguien como alimento al pueblo era este: que la persona que fuera a ser entregada como alimento declarara públicamente su amor por la persona que la entregaba. Por lo tanto, siempre que alguien quiera ofrecer a algún otro tiene que demostrar el fuerte vínculo que le une con esa persona.
Daniel no daba crédito a lo que oía. No solo se alimentaban de personas, sino que quienes entregaban a las personas eran sus propios seres queridos.
- Desde pequeño amé a Salrimat –continuó Rosjer–, siempre jugábamos juntos alrededor de las montañas de nuestra tierra. Al hacernos mayores la estrecha relación que teníamos desapareció y llegamos a ser simples conocidos. Sin embargo, desde hacía unos cuantos meses ella comenzó a mostrarse más cercana y simpática conmigo. Me llamaba para pasear, la verdad es que su compañía era muy grata. Los sentimientos que tenía para con ella desde mi juventud comenzaron a aflorar otra vez en mí; ella es la más bella de todas las mujeres que he conocido. Su sonrisa iluminaba mi vida; no dudaba que quería pasar el resto de mi vida con ella. Finalmente le declaré mis sentimientos y ella me dijo que también me amaba y quería que nos uniéramos para siempre. Según la tradición en mi pueblo, el hombre debe hacer una segunda declaración pública, para que todos sepan que esas personas están comprometidas.
Rosjer se detuvo. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
- Ella aprovechó la declaración pública de mi amor hacia ella para entregarme como alimento a ella y al pueblo. A ella se le hubiera dado una gran parte, y el resto se hubiera repartido entre los demás –concluyó Rosjer, quien casi no era ya capaz de articular palabra.
Daniel reflexionó sobre lo que había oído. Se preguntaba hasta qué extremos podían llegar las personas. Cada vez lo dudaba más, pero donde no albergaba ninguna era en que los mendhires habían debido de influir en esas personas durante mucho tiempo; para él no había otra forma de explicar la forma de actuar que tenían.
Rosjer miró a Daniel con sus ojos llenos de lágrimas.
- Siempre soñaba con ella; ahora sueño que me persiguen, que finalmente me dan caza en el peñón de Rizpá–Malpá, que Salrimat me ridiculiza ante todo el pueblo y que finalmente me devoran.
- Y, excepto la última parte, fue precisamente lo que te ocurrió ¿verdad? –intuyó Daniel.
- Sí, por eso mi dormir es tan efímero y fugaz. Trae tantos recuerdos dolorosos a mi mente que en ocasiones prefiero caer desfallecido antes que dormir –confesó Rosjer.
Ambos permanecieron conversando un rato, después de lo cual reanudaron el camino hacia la cima de las montañas.
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