[align=center]CAPITULO 36
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Los dos hombres enviados por Eulatar para que frenaran el avance de los rebeldes lograron confundir a las muchedumbres. Unos tres mil hombres estaban preparados ya para partir de Tudmin cuando llegaron ellos. Se infiltraron en el grupo y comenzaron a atraer la atención hacia los mendhires; esparcieron la idea de que los mendhires los destruirían una vez que ellos mataran al rey. Por varios días hubo una gran división en el grupo; algunos comenzaban a dudar de lo acertado de la sublevación que tramaban, otros permanecían resueltos a continuar con su plan. Al tercer día los mendhires alentaron a algunos rebeldes a que mataran a los dos guardias del castillo venidos desde Somper que habían sembrado la confusión. Una vez muertos el grupo volvió a reafirmarse en su idea de acabar con el rey, excepto unos pocos que abandonaron y volvieron a sus casas.
Al alba del cuarto día partió el grupo de Tudmin en dirección a Somper. Allí se habían preparado para el ataque unos mil quinientos hombres que, comandados por Tirsé, esperaban la orden a la que se colocarían en la colina del castillo para esperar allí a los rebeldes. Los que manejaban el arco se situarían dentro del castillo, en los torreones del mismo para lanzar sus flechas desde allí. Los que llevaban espada tendrían que luchar en campo abierto contra una muchedumbre cuyo número era más del doble que el suyo.
Tander se encontraba en la habitación del trono junto con Umser, Tirsé y Eulatar.
- Debemos tratar de evitar el derramamiento innecesario de sangre –indicó Tander–. Sigue siendo nuestro pueblo.
- En mi opinión no podemos vacilar o nos aniquilarán sin piedad –opinó Tirsé.
Tander miró a Umser con gesto preocupado. No veía clara la situación pero no se le ocurría ninguna otra idea.
- Mientras haya vida en mí protegeré a su majestad el rey –declaró Eulatar que había percibido la preocupación en la mirada de Tander.
- Y yo no permitiré que el castillo real sea profanado por esos desleales –afirmó Tirsé–. Necesitaré arqueros en los dos torreones más cercanos a la puerta; deberán ser hombres hábiles con el arco, ya que los rebeldes son muy altos en número.
Mientras Tirsé aún hablaba un guardia del castillo informó a Tander de que un niño pedía audiencia urgente argumentando que tenía algo muy importante que decirle al rey. Tander lo hizo pasar y un niño de unos once años entró en la sala; su respiración era agitada y la inmensidad de la habitación pareció distraerlo.
- Hijo, ¿qué era esa cosa tan importante que tenías que informarme? –inquirió Tander paciente.
- Mi señor el rey, los dos siervos suyos que estaban en Tudmin entreteniendo a los rebeldes han muerto y la muchedumbre debe de haber partido esta mañana desde allí –informó el niño.
- ¿Cómo conoces esos detalles? –le preguntó Tander.
- Mi padre era uno de ellos, él me llevó con él a Tudmin pero me dejó en una posada. Me dijo que si le pasaba algo montara a un potro que nos llevamos y que se lo informara a su majestad –relató el niño nervioso.
Tander se apenó mucho por lo que oyó. Hombres sin culpa, cuyo único “mal” había sido cumplir con su servicio habían muerto, dejando incluso huérfanos. Reflexionó en las muchas pérdidas injustificadas que habría a partir de ese momento.
- Dejadme solo –ordenó Tander.
Todos los demás salieron de la habitación, dejando a Tander solo con sus pensamientos.
Tras un rato meditando Tander mandó llamar a Ashla.
- Querida, los rebeldes ya deben haber partido de Tudmin. Mataron a los dos guardias que fueron enviados para crear confusión en el grupo.
Ashla lo miró con gesto preocupado. Tander tomó su mano y reflexionó en lo poco que había valorado hasta entonces el amor de su mujer.
- Si me ocurre algo quiero que sepas lo mucho que te amo –dijo Tander.
Ashla le miraba directamente, el gesto de su rostro pasó de mostrar preocupación a reflejar su miedo.
- Sé que no he valorado tu compañía ni tu amor todo lo que debería, si volviera a dárseme la oportunidad pasaría mucho más tiempo a tu lado. El unir nuestros caminos ha sido lo mejor que me ha ocurrido en toda mi vida –dijo Tander con voz triste, con un tono que sonaba a despedida.
- Aún hay tiempo, superaremos esto juntos –respondió Ashla con lágrimas en los ojos.
- Ahora sólo sé que quiero pasar todo el tiempo que pueda a tu lado antes de que lleguen los rebeldes –confesó Tander.
Eulatar y Tirsé conversaban en el pasillo principal del castillo. Umser los escuchaba atento.
- Como jefe de los guardias reales mi comisión primordial es proteger al rey, así que necesitaré a todos mis hombres. No puedo dejar ninguno a tu cargo –dijo Eulatar.
- Si los rebeldes consiguen entrar en el castillo no habrá forma de proteger al rey ni a los suyos –objetó Tirsé–. Es mejor plantarles cara desde fuera con el mayor número de hombres con los que podamos contar.
- Lo siento pero no dejaré desguarnecido al rey del valle de la luz –indicó de nuevo Eulatar.
- ¿Qué le podría ocurrir en su propio castillo? –inquirió Tirsé–. Esos hombres no son tan necesarios aquí como lo son fuera.
- No siempre la mayor amenaza es la más aparente –respondió Eulatar mirándole seriamente a los ojos.
Tirsé se marchó enfadado afuera del castillo. Dio la orden de que cuatro hombres montaran guardia en la entrada a Somper.
La hora de la comida había pasado ya, oscuros nubarrones comenzaron a descargar lluvia sobre el valle de la luz.
[align=center]CAPITULO 37
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Daniel y Rosjer caminaron por largo rato. Una sombra envolvía aquellas tierras, una sombra que aumentaba conforme avanzaban; no veían nada y no tenían noción de la hora del día que era. Finalmente decidieron hacer un alto en el camino para dormir y esperar que la luz aumentara.
Unas seis horas después reanudaron su camino. Daniel no había dormido nada, era incapaz de hacerlo. Una niebla oscura se encontraba sobre las tierras que pisaban, una niebla que al menos dejaba distinguir las siluetas en la lejanía.
Después de una hora andando Daniel observó una elevación del terreno.
- Es el monte de la eterna penumbra –afirmó Daniel.
Rosjer lo miró indeciso.
- Vamos, ya no falta mucho –lo alentó Daniel.
Daniel y Rosjer alcanzaron el monte y comenzaron a subirlo; la pendiente no era demasiado pronunciada, lo que facilitó que pudieran caminar a buen ritmo.
Daniel comenzó a ver unas figuras entre la oscuridad del lugar.
- Ahí está la fortaleza de las tinieblas. Ahí se encuentra el motivo de mi viaje, la razón principal por la que he venido –confesó Daniel en voz baja.
- Una mujer ¿verdad? –preguntó Rosjer.
- La mujer más maravillosa que existe y jamás existirá –le respondió Daniel–. No concibo mi vida sin ella.
Rosjer escuchaba atento a Daniel.
- Su rubio pelo es mi sol, su blanca piel es mi luna y sus azules ojos son el inmenso océano que me conduce a la locura –dijo Daniel con un tono melancólico.
Rosjer guardaba silencio; una lágrima corrió por su mejilla recordando su historia de desamor con Salrimat.
Daniel observó el efecto que tuvieron sus palabras en Rosjer, lo miró compasivamente y puso su mano sobre su hombro.
- Continuemos –sugirió Daniel tras varios minutos en los que los pensamientos de Rosjer habían transcurrido por los momentos más tristes de su vida.
Los dos llegaron hasta la gran puerta negra de la fortaleza de las tinieblas. Fueron muy sigilosos por el camino para evitar llamar la atención de los mendhires. Ocultos tras los arbustos observaron el lugar: unos grandes muros de piedra oscura se alzaban a gran altura sobre ellos, cinco grandes torres que terminaban en forma picuda se erguían en él. La torre más alta llamó la atención de Daniel; medía más del doble que las otras y cierta luz parecía brillar en su interior. Daniel se fijó en que había un camino que bordeaba la fortaleza; la torre más alta estaba en el lado opuesto de la fortaleza del que se encontraban Daniel y Rosjer.
- Quizás sea más fácil tratar de entrar por el otro lado –opinó Daniel.
- ¿Esperan los habitantes de este lugar tu venida? –inquirió Rosjer.
- Sin duda –respondió Daniel.
- En ese caso te será mucho más fácil entrar si distraemos su atención; déjame que me haga pasar por ti –pidió Rosjer–. Llamaré la atención hacia mí y tú dispondrás de más posibilidades de entrar sin ser visto.
- Seres muy poderosos habitan esta fortaleza –confesó Daniel–. El solo contacto de su piel con la tuya es suficiente para que mueras. Es muy arriesgado.
- Tú arriesgaste tu vida para ayudarme, ahora yo arriesgaré la mía para ayudarte. He venido hasta aquí porque me has enseñado que se debe ayudar a los demás. Así que ve y busca la oportunidad de entrar, yo te proporcionaré todo el tiempo que pueda –dijo Rosjer convencido.
- De acuerdo. Muchas gracias, ten mucho cuidado con esos hombres poderosos, sobre todo evita que te toquen. Eres un buen hombre y un gran amigo –dijo Daniel ofreciéndole la mano a Rosjer.
Rosjer estrechó la mano de Daniel con una sonrisa.
- Ve, lo conseguirás –le animó el hombre de Rizpá–Malpá.
Daniel se dirigió hacia el camino que bordeaba la fortaleza de las tinieblas. Rosjer se cubrió con una prenda que le dio el hada Silmirar, cubrió su cabeza y comenzó a tratar de llamar la atención hacia sí haciendo ver que trataba de escalar los muros de la fortaleza.
Poco tiempo después se abrió la gran puerta negra. Cinco mendhires, ataviados con largas vestiduras oscuras, salieron de ella a paso lento. La apariencia de estos era similar a la de Rensir, el mendhir que habitaba en el pantano de la oscuridad.
Rosjer los observó detenidamente, sus ojos no conseguían asimilar toda la luz que desprendían esos seres.
- ¿Eres el hombre predicho? Dicen de ti que tu propósito es el de traer la muerte sobre nosotros –dijo uno de ellos, su voz sonaba poderosa a la vez que sarcástica.
- Quien habla contigo es ése –respondió Rosjer serio.
- Antes de que te hagamos pagar con la muerte tu osadía queremos que veas algo, algo que te aterrorizará, algo que tu mente no habría alcanzado a imaginar en tus peores pesadillas, algo que hará que desees no haber amado nunca a la joven que has venido a buscar –dijo el mendhir.
Rosjer salió corriendo mientras los mendhires lo observaban en silencio. Se dirigió en dirección a un pequeño bosque que se encontraba junto a la fortaleza por su parte suroeste. La mayoría de los árboles del bosque eran simples troncos secos, la vida no florecía fácilmente en el monte de la eterna penumbra. Rosjer halló escondite en un pequeño agujero bajo unos matorrales.
- Hallémoslo y mostrémosle el sufrimiento que se le puede infligir a una persona; no habrá compasión para la joven –afirmó el mendhir.
Los mendhires se adentraron en el bosque a paso tranquilo.
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