CAPITULO 44
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Tirsé entró en el cuarto de Kimal. Ella se encontraba jugando sobre el suelo de la habitación con pequeñas piedras.
- Anoche te diste una vuelta por los jardines ¿verdad? –inquirió tratando de conseguir una confesión de ella.
- Sí –respondió Kimal mientras seguía jugando.
- ¿Sabes? Las niñas deben dormir por las noches, si salen de sus cuartos les pueden pasar cosas horribles –exclamó Tirsé mirándole fijamente a los ojos.
El rostro de Kimal reflejaba miedo por las palabras y el gesto de Tirsé.
- Alguien te dijo que fueras a los jardines ¿verdad Kimal? –dijo Tirsé.
- No, fui porque quise –contestó Kimal sin mirarle al rostro.
Tirsé comenzaba a ponerse nervioso. Deseaba golpear a Kimal y conseguir por la fuerza oír lo que quería.
- A las niñas que no cuentan la verdad les pasan cosas malas, recuérdalo –le amenazó Tirsé antes de salir de la habitación.
El vasstor dejó a Shela en el bosque que se encontraba junto al castillo. Ella corrió y entró en el castillo rápidamente. Shela se cruzó con Tirsé en las escaleras.
- ¿Dónde estabas? –inquirió Tirsé sorprendido de encontrarla allí.
- Necesitaba pensar y sentí que debía salir –respondió Shela seria.
- Salir del castillo no es seguro, muchos enemigos acechan más allá de estas murallas –dijo Tirsé.
Shela continuó subiendo las escaleras y se dirigió a su habitación, sus criadas esperaban allí ansiosas para prepararla para la gran boda.
Ya avanzada la tarde, cuando el sol comenzaba a descender partieron dos carrozas desde el castillo real en dirección a Somper. Una de ellas llevaba a Tirsé y Shuré, mientras que en la otra viajaban Shela, Kimal y Ashla, quien permanecía ajena a todo.
Algunos minutos después llegaron a la plaza mayor de Somper; allí, junto al Keshtal una gran multitud esperaba a los novios. Tirsé descendió de la carroza y se dirigió al centro de la plaza, Shuré lo acompañaba en todos sus movimientos. Frente a ellos se hallaba una plataforma, sobre la que el sabio mayor los daría en matrimonio.
La segunda carroza llegó poco después; Shela descendió de ella vestida por un precioso vestido largo de color blanco con encajes florales a la altura del cuello y de las mangas. Su rostro se veía luminoso y hermoso a la vez que tenso y preocupado. Daniel permanecía oculto en el Keshtal observando a Shela a través de una pequeña ventana; difícilmente se podía contener allí; sufría un tortuoso esperar que le parecía que nunca tendría fin. Las multitudes aclamaban a los novios y vitoreaban la unión que iba a tener lugar.
Shela llegó a donde Tirsé la esperaba. Este trató de tomar su mano pero ella se alejó ligeramente de él. Tirsé reprimía su cólera como podía; deseaba que la boda terminara para gobernar sobre todos y especialmente sobre Shela.
El anciano mayor salió del Keshtal y subió a la plataforma.
- Hoy tendrá lugar la unión de esta pareja, Tirsé y Shela quienes con su unión asegurarán la descendencia real en el valle de la luz. Es un día para regocijarnos y alegrarnos por todo lo que este enlace significa para nuestra tierra –declaró el anciano mayor.
Shela miraba nerviosamente en todas direcciones, no veía a Daniel ni a Umser por ningún lado y le aterraba la idea de que la boda tuviera lugar.
- Antes de continuar con la ceremonia un hombre muy sabio nos dirá unas palabras –anunció el sabio mayor bajando de la plataforma.
Umser salió del Kesthal, anduvo hasta la plataforma y subió a ella con mucho trabajo. Tirsé no se esperaba verlo allí, no lo había vuelto a ver después de la batalla, pero de todas maneras no guardaba sospecha alguna de él.
- Ciudadanos del valle –comenzó Umser con voz fuerte–. El hombre que se encuentra ante vosotros no es quien pensáis.
Tirsé se puso nervioso y miró en todas direcciones, la tensión era evidente en el ambiente. Shela se alejó disimuladamente de él.
- Tirsé, hijo de Meltaré conspiró contra el rey y le dio muerte –confesó Umser.
- ¡Cállate viejo mentiroso! –gritó Tirsé interrumpiendo a Umser.
- Yo estaba en el castillo cuando él atravesó a nuestro rey Tander con la espada. Merece la muerte por el hecho infiel que cometió –exclamó Umser con voz fuerte ante el pueblo.
- ¡Derribadlo! –ordenó Tirsé a los arqueros que se encontraban rodeando la plaza.
Ninguno de los arqueros se atrevió a lanzar una flecha contra Umser, todos conocían al hombre que por mucho tiempo había sido el sabio mayor y se había ganado el respeto de todos los habitantes del valle.
Viendo que ninguno tomaba acción Tirsé desenvainó su espada y corrió hacia Umser para matarlo. Daniel salió del Keshtal y se interpuso en el camino de Tirsé.
- ¡Extranjero desterrado has firmado tu sentencia a muerte! –exclamó Tirsé–. ¡Matad al extranjero!
- Es Tirsé quien debe morir. ¡Él asesinó al rey legítimo del valle de la luz! –replicó Umser.
La indecisión se adueñó de todos: ni los arqueros, ni los guardas reales, ni ningún hombre de la muchedumbre se atrevía a tomar acción contra un bando u otro. Finalmente Shuré desenvainó su espada y se dirigió hacia Daniel con la intención de atacar.
- Detente Shuré –le ordenó Umser cuando ya se encontraba cerca de Daniel–. Sé que eres un hombre fiel, pero has servido al hombre equivocado. Tira la espada a tierra y no se hallará mal sobre ti.
Shuré se detuvo y, tras algunos segundos de indecisión, arrojó la espada al suelo.
- ¡Traidor! –gritó Tirsé mientras clavaba su espada en la espalda de Shuré.
Se formó un gran revuelo, Tirsé se dio a la fuga en un caballo, Daniel fue tras él en otro y los guardias reales acudieron en la ayuda de Shuré.
Por largo rato galoparon los caballos de Tirsé y Daniel, pasaron incluso la casa de Jesré–aser. Poco después de entrar en el bosque el caballo de Daniel cayó al suelo, agotado por el esfuerzo. Daniel se bajó y trato de seguir corriendo a Tirsé, a pesar de que el caballo de este se encontraba también muy cansado logró dejar atrás a Daniel, quien vio como Tirsé se alejaba en dirección a lo profundo del bosque.
Daniel no se dio por vencido y continuó corriendo durante varias horas más. La oscuridad de la noche había caído ya con todo su peso sobre el valle de la luz. Sólo las luz de la luna y de algunas estrellas penetraba débilmente entre las ramas de los árboles.
Poco después Daniel llegó hasta un pequeño ascenso; el caballo de Tirsé se hallaba dormido sobre la hierba. Una pared vertical de unos tres metros de altura se hallaba ante él; Daniel consiguió encaramarse a ella sin muchos problemas y observó el lugar que se abría ante él: Multitud de pequeñas cuevas se encontraban en una especie de llano que, sin apenas árboles quedaba resguardado de la visión general que se tenía desde el bosque. La luz de la luna iluminaba una pequeña extensión circular en la que se encontraba Tirsé tirado en el suelo, malherido e inconsciente. Alrededor de él multitud de orcires emitían sus peculiares sonidos, algunos bailaban alrededor del hombre, otros parecían pelearse por él, otros cuantos torturaban a Tirsé clavándole pequeños cristales a la altura de las piernas, los brazos y la cara.
«Nadie se merece semejante castigo» se dijo Daniel mientras la indignación se hacía patente en su corazón. Sabía que Tirsé merecía la muerte pero la inimaginable crueldad de los orcires escapaba a su comprensión. Después de destruir la piedra plateada y acabar con los mendhires Daniel se entristecía al ver que la maldad aún habitaba en aquel mundo.
Tirsé volvió al conocimiento, desgarradores gritos de dolor, provocados por las torturas de los orcires salían de su boca. Le arrancaban el pelo, le quemaban la piel y le cortaban la carne con piedras afiladas. Daniel no pudo soportar más la situación y se dirigió hacia donde se encontraban esas malévolas criaturas. Al verlo los orcires se volvieron hacia donde se encontraba Daniel y quedaron paralizados, mirándolo fijamente mientras emitían sus ruidos. Uno de ellos se le acercó y comenzó a hablarle con una extraña voz.
- ¿Quién piensas que eres para profanar la ciudad orcir? –inquirió el ser con su peculiar acento.
- Vuestra maldad es muy grande, no hay lugar en este mundo ya para seres como vosotros –afirmó Daniel.
El orcir comenzó a reírse, una risa cuyo sonido daba escalofríos hasta al hombre más valiente; una risa en la que se sentía toda la maldad de esas criaturas.
- El sufrimiento de él –declaró el orcir señalando a Tirsé–, será ínfimo en comparación con el que tú experimentarás.
Tras decir esto los orcires se abalanzaron sobre Daniel, quien sintió una sensación muy similar a cuando combatió con los mendhires en la fortaleza de las tinieblas; cada vez que un orcir lo tocaba una gran fuerza salía él.
Varios minutos después Daniel observó a su alrededor, todos los orcires se hallaban muertos sobre el suelo. Daniel acudió donde yacía Tirsé quien estaba ya moribundo.
- Yo podía haber sido alguien, habría gobernado sobre el valle –exclamó Tirsé casi sin voz. Daniel lo escuchaba en silencio.
- Pero por ti… por ti todo se acabó. Si tan solo hubiera visto la piedra plateada una vez… Él me contó cuan esplendorosa era su apariencia, pero ya nunca la veré, ni siquiera una vez –se lamentó Tirsé justo antes de expirar.
[align=center]CAPITULO 45
[align=left]Habían pasado varias semanas desde la muerte de Tirsé. El alba despuntaba en el valle de la luz, la luz del sol comenzaba a iluminar el castillo real, donde Ashla, asomada por una ventana, miraba hacia Somper. En los jardines de palacio algunas personas visitaban un monumento en recuerdo de los guerreros olvidados. Pocos andaban por las calles de las poblaciones del valle a hora tan temprana.
Jesré–aser cortaba la leña para algunos hombres que habían acudido a su casa para comprarla.
Los arroyos corrían pacíficos por todo el valle; la vida fluía alrededor de ellos. La paz volvía a estar sobre el valle de la luz.
En la llanura de Misbaral, bajo la cumbre nevada de Kirsel, se encontraba una casa. Junto a su puerta Daniel y Shela contemplaban el bello amanecer que se divisaba en el horizonte.
- Te amo –susurró Shela en el oído de Daniel.
Daniel miró a los ojos azules de Shela, una lágrima corrió por su mejilla.
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Aquí termina mi libro, espero que todos los que lo habeis seguido escribais buestra opinión, sea buena o mala.
Saludos.