Visto que alguien lo lee me animo a seguir colgando capitulos
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“Cuando vengas yo no voy a estar” “Cuando vengas yo no voy a estar” “Cuando vengas yo no voy a estar”, hasta mil cuatrocientas quince veces esta escrito en el cuaderno azul, en el amarillo treinta y ocho mas, en el naranja catorce menos que en el primero, con trazos groseros, negros, indefinidos.
En la pared norte esta treinta y ocho veces, dos mas que en la sur, tanto la este como la oeste son enormes ventanales, y Carlos prefirió no ensuciarlos con el rotulador negro con el que ya ha pintarraqueado el pequeño cuarto al que llama casa.
La cubierta del cubo es de vidrio, una casa tan luminosa le permite a sus hojas que sean grandes, muy verdes, robustas.
Para que las raíces brotantes de sus pies tuvieran donde asirse dispuso que el suelo fuera terroso pero firme, para caminar con comodidad, no había mobiliario, excepto un grifo que ha estado goteando durante cuarenta y ocho párrafos, inundando la pagina… hace aguas, la tinta donde se describen los frutales que rodean la construcción se ha disuelto, ya no conoceremos a los vegetales, quedarán olvidados, Carlos no volverá a llamarlos hermanos.
Sin embargo si quieres ver un árbol te basta con mirar al señorito Cortaran, con sus 33 años es casi un olivo, su torso esta retorcido y áspero, sus manos verdes por las capas de hojas, su pelo perdido entre la maraña de flores que hacen las veces de corona, camina ahora muy lento por tu cabeza, las raíces van arrastrándose y fuertemente hacen un movimiento casi hidráulico para atarse a la tierra y condenar a su amo a la inmovilidad, a levantar los brazos y dar fruto.
Su voz es verde, “Cuando vengas yo no voy a estar”, “te has muerto”, “Cuando vengas no voy a estar”
, repite una y otra vez.
Mientras repetía la cantinela camina sobre el camino que llega hasta el cubo, en torno a él una alfombra verde de césped comienza a invadir el cuadrado y casi llega ya hasta el grifo.
Por las noches no caminaba, sino que se sentaba en la puerta, y escuchaba, tanto había repetido la frase por el día, que cuando el sol caía el mundo le repetía “Cuando venga no vas a estar”, eso le llenaba de felicidad.
A las 11 de la mañana de hoy, después de haber hundido los pies en un barreño a rebosar de agua fría, bebiendo a través de sus raíces, no ha salido al patio y dicho cincuenta y nueve veces “ Cuando vengas no voy a estar” alrededor de casa. Ella no iba a ir, estaba muerta.
Sí intentó salir 7 horas después, aunque lo consiguió a la novena, tras vencer el ritual que suponía ponerse la ropa de una persona, forzar a las raíces a entrar en los zapatos, torcer sus propias ramas para que no rompiese la camiseta amarilla que tampoco usaba, con un cepillo, que todas las hojas y flores estuvieran bien alineadas…
Estos cuidados aunque son muy dolorosos al principio, después, se dulcifican, la presión que genera la ropa le hace sentirse cómodo, robusto, no es por lo tanto el sentido del tacto el que consigue que Carlos esté frunciendo el ceño, se levante y rompa uno de los pequeños cristales cuadrangulares que forman el ventanal oeste, es el sentido de la vista el que le atormenta, desde la última gran depresión, cuando al olmo de la colina le cayó un rayo, su retina esta verdeada con clorofila, mirar para Carlos es un dialogo desagradable, cada pregunta que hacen sus ojos tiene como respuesta: “eres un árbol”.
¿Qué camino tomará para encontrarse con ese hombre que tanto se parece a Woody Allen?, debéis saber que desde su cubo hasta al bar donde quedaron hay dos posibles caminos, campo a través o cruzando la plaza mayor, los que penséis que tomara la primera ruta sabed que llegará tarde, irá diciendo a cada planta, tomándola, Sí… Cuando venga ya no estaré…Ella ya no va a venir, te comprendo, dice el vegetal, sin embargo, si prefieres que tome el otro camino va a llegar a tiempo, pero la corteza que cubre su cara estará magullada, una acera demasiado resbaladiza para algo que no sabe bien si es persona o vegetal.
Ya tome el primero o el segundo el resultado es el mismo, el placer que siente al entrar , cuando el aroma a café penetra todo en él, no puede beberlo, sin embargo le gusta y es que definitivamente ese local le hace sentir bien, adora ver como sus hojillas son de color similar a las barandas que rodean el patio, una, dos, cinco, siete mesas, sobre un suelo de piedra negra, bastante gastada, muchos pisotones. Ahora mismo del desgaste del suelo se encarga un grupo de camareras, la que causa más curiosidad al espectador se llama Vicky, es Soriana, y fue a parar a esta historia buscando un poco de aventuras, encontró por el contrario 79 centímetros cuadrados de tatuaje que adornan su cuello y mejillas, impuestos por necesidades del guión…
Sería de gran gusto decorativo por parte del dueño hacer que sus empleadas ejercitaran su fuerza y resistencia física, ocupando el lugar que ahora toman las columnas verdes, son seis, que largas, suaves, unen la planta volcánica con la claraboya que hay por techo, maravillosas cariátides serían.
Bastó que Carlos se sentase en la mesa 7 para que rápidamente la Soriana fuera a llevarle la botella de agua mineral fría, que era una constante cada tarde, no no , hoy tráeme café, Vicky mira muy extrañada: Alfredo, Caracorteza quiere café ¿ Se lo pongo?, allá él dice, con cara de curiosidad.
Pocos lo saben, pero lo beben a diario, y es que la espumosa corona del café no es más que caramelo.
A cierta Presión y Temperatura el azúcar del café por procesos Físico-Químicos llega a esa textura, curioso, ¿verdad?
Hablemos de un café en concreto, se lo acaban de llevar a el hombre árbol y es el tercer ocupante de la mesa 7, está caliente, me quemo las neuronas solo de imaginarlo y ese vaporcillo que le sale me empaña las gafas, contenido dentro de un vasito que tiene forma de seno femenino sin pezón, sobre un plato blanco de porcelana lacada, que se apoya en una mesa de mármol veteada, sin embargo esa esencia amarga no sabe que tantos objetos se han puesto de acuerdo para que el exista cómodamente. Solo puede sacar los ojillos que son las pompas en la espuma y ver a su derecha un hombre raro y verde y por otro a Álvaro Fanjul , Psiquiatra, pequeño, descompensado, medio calvo, atiende a Carlos desde su último intento de suicidio, tragó pesticida.
-Al fin –Dijo el enfermo.
-Tráfico.
-Vivimos en un pueblo Alvaro…
-Vengo de la ciudad, del psiquiátrico.
-Odio ese sitio.
-Yo ya me acostumbré hace tiempo, quiero ayudar a los internos.
-Es más fácil para el doctor que para el interno.
-Sí, pero es menos necesario para el sano que para el enfermo. ¿Cómo estás?
-Mi padre era un árbol que sabía escalar paredes, mi madre vivía en un primero, ecuación sencilla…, además, ella me lo confeso, estoy mejor.
-Bromeas -una sonrisa llena la cara redonda del doctor- hace mucho que no te oía, me alegro de que sigas la medicación.
-Bueno, en parte quiero hablarle de eso.
-Cuéntamelo de tú, Carlos.
-Está bien, hablarte… He dejado la medicación, mira la sorprendida cara de su interlocutor, y no voy a volver a tomarla nunca mas, sonríe.
-¿Y cómo te sientes?
-Bien…, Pasó algo hace dos semanas, ¿Quieres un café?
-Sí, ¿Qué pasó hace dos semanas?.
-Bueno…antes de contarlo me gustaría decirle… decirte algo, sabe que aunque Santiago me visita y me llama estoy bastante solo, quizás lo haya oído muchas veces, pero, mas allá de ser solo un terapeuta se porta tan bien conmigo…
-¡Ya, ya!, Carlos, soy tu médico aunque tome café esta tarde contigo.
-Si, déjeme acabar, no es mi amigo. Es mi doctor, el que me atiende, pero es la única persona que me escucha, los niños en vez de tirar piedras me huyen, ríe, se acaricia nervioso una rama que tiene en el pulgar.
-Un segundo, camarera, ¿Me trae un café?, cortado por favor- Vicky se dirige a la máquina y compacta el polvo negro, el café está en el aire, Ernesto lo huele.-Sigue, Sigue.
-Pues eso, que me ha pasado algo maravilloso que necesito contar pero me hace sentir culpable.
-No es la primera vez que te sientes culpable, le mira fijamente esperando que continue mientras recibe el café, gracias. Vierte el azúcar sobre la crema, la cuchara metálica tintinea en el vidrio.
-Ya… pero me siento culpable porque estoy mejor, eso es lo raro.-Álvaro calla y mira las ramas.
-Mira… escucharé todo lo que me quieras decir a condición de que vuelvas a tomar la medicación.
-Me estoy curando.
-Que rías no es que te estés curando.
-No…es que… me está saliendo nueva piel y tengo menos ramas.
-¿Sí?, ¿Seguro?, aunque el doctor intentaba sonar convincente sólo llegaba a conveniente.
-Sí, el corcho de sus pómulos se resquebrajaba, era la sonrisa mas plena que se veía a Carlos… la boca llena de contento, y me apetece contarlo, pero…
Carlos calla un instante, suficiente para que Álvaro se trasladara mentalmente al número 6 de la calle Nómada. Su amante le espera ahí, y aunque la historia de Carlos le intriga prefiere las piernas de Patricia, en realidad, aún no se ha creído su mejoría, aún es temprano, podré llegar a tiempo.
-Doctor…¿está bien alegrarse de una muerte?.
-Dudando, los científicos no discutimos sobre bien y mal, para, bebe, si se lo preguntas a tu psiquiatra, si es una pregunta personal te diré que depende.
-¿De qué?.
-Carlos… ¿A quién has matado?, ríen juntos.
-¡A nadie aún¡…en serio ¿está muy mal?, es decir, puede tener relación con la enfermedad
-Alegrarse por eso…depende, por ejemplo de si se ha participado o no en el acto, o si se saca beneficio o es solo por puro morbo… no lo sé, no soy filósofo. Además lo tuyo es un trastorno de tipo depresivo, no tienes que ser un psicópata para que intente curarte.
-Habría que fusilarlos a todos.
-¿A los filósofos?
-¡Claro!, solo complican la vida.
Álvaro Fanjul es un feo sin encanto… Ahora mismo os está engañando, como suele engañar a su mujer.
Aunque se ríe no se divierte con Carlos, está asustado, ¿Había hecho una locura?, Debería tomar la medicación, ¿Por qué no puedo ayudarlo?
-Bueno, cuéntame ya que te pasó, ¿no?.
-Me dieron una noticia, alguien ha muerto, y me produjo alegría, liberación. ¡Me estoy curando!
-¿Quién murió?.
-Carlos cierra los ojos y aprieta los dientes, lleva la vida y ni muerta y fría va a entrar en mi casa, Ríe, “yo ya no estoy”.
-Carlos ¿Qué has hecho?.
-Se murió, grita, todos los clientes le miran, se jodio, la jodida Anita Mateus, se ha muerto, ya no tendrás mi cubito, ríe a carcajadas, no se asusten ustedes, sólo hablo con mi amigo, sonríe nervioso
Aunque lo que dice no tiene sentido, y grita, y se pone en pie para decirlo y todas sus ramas están en tensión, las hojillas encrespadas, los ojos rojos, inyectados, los puños apretados, las uñas casi haciendo sangran las palmas, las piernas bien clavada con las rodillas duras. Aún todo lo anterior, es frío cada vez que repite que se joda, bajando su tono, acercándole al Psiquiatra, me curo, le dice bajando su tono de voz, ella se muere y yo me curo, cuando sonríe lascas de madera saltan de sus mejillas.
-Cálmate Carlos, me estás asustando.
-¿Calmarme?, llevo la vida calmado.