A una persona que nunca leerá estas líneas:
En ocasiones, las palabras no logran transmitir los sentimientos que se arremolinan en nuestro interior, luchando unos con otros por salir fuera. A veces, simplemente, no conocemos el nombre exacto de dichos sentimientos, llegándonos a preguntar si alguna vez alguien los bautizó.
Nunca fui una novia modelo, tampoco pretendí serlo. Demasiado peculiar, exigente, extraña... en cierto modo, diferente. Con todo lo bueno y lo malo que ello implica. Aun así, intenté hacerte lo más feliz posible. Incluso ahora, cuando se han agotado las páginas de nuestra historia, quiero pensar que logré hacerte la mitad de feliz que tú me hiciste a mí. Sólo eso compensaría el dolor, la herida que he abierto sin pretenderlo, el vínculo de unión que se ha roto para siempre.
Te amé, como nunca antes había amado a nadie. Como algún día amaré a otra persona, como otra mujer te amará a ti. Pero eso no importa, el futuro nunca podrá enterrar completamente el pasado. Es por ello que escribo esta carta. Una despedida en cierto modo amarga, como todo adiós. Porque no hay opción a un “hasta pronto”, no hay nadie esperando al otro lado del camino. Hay personas que únicamente pueden jugar un determinado papel en nuestra vida y, una vez despojados de su rol habitual, no volverán a cruzar palabra con el protagonista de nuestro particular drama. No es bueno, no es malo. Simplemente... es, como toda decisión, como todo legítimo ejercicio de libertad individual.
Ya se secaron las lágrimas de la despedida, ya no tiembla mi pulso al escribir cada noche palabras enterradas. Queda una cicatriz, la división de un solo ser en dos. Una senda que se bifurca, obligándonos a soltar nuestras manos.
Las voces de mis demonios a veces me torturan, culpándome de la muerte de mi corazón, de que todo el cariño que siento hacia el que fuese mi otro yo en el espejo, no haya sido suficiente para retenerlo, para luchar, para reavivar una llama que no quise aceptar que estaba apagada.
Desconozco si mis acciones despertaron su odio, si maldice mi nombre en sueños o si ha olvidado mi nombre y mi rostro. Eso ahora ya poco importa. No quiero ser su condena, no quiero atar su alma a un infierno terrenal. Tampoco yo quiero seguir viviendo en tinieblas, negándome la felicidad que me ofrecen desde el otro lado de la puerta, tras el umbral que tanto me aterraba cruzar.
Es el momento. De dejar todo atrás, susurrando al viento una sincera disculpa, con la esperanza de que algún día te la haga llegar. Quizás no te importe, posiblemente otros brazos rodeen tu cuerpo, entregándote el amor que tanto mereces.
Es el punto final de una hermosa historia que jamás querré olvidar. De un pasado que siempre llevaré conmigo, el recuerdo de una persona que, de un modo u otro, siempre será especial para mí. Porque fue maravilloso, porque me sentí tan llena de vida y de ilusión...
Todo queda atrás, superado, pero no olvidado. Es algo que aquel que ocupe su lugar tendrá que entender. No quiero negar mi pasado, no quiero negar que lo amé con locura. Un amor que se consumió en su propia pasión, pero que no por ello deja de ser real.
Es mi derecho, mi regalo, mi dulce recuerdo. Nadie me arrebatará esos instantes. Del mismo modo que, aunque ese profundo sentimiento forme parte del ayer, no pienso consentir que también borren la huella que ha dejado en el hoy, el cariño que siempre despertará en mí su recuerdo.
Y ahora sí... es hora de que concluya este capítulo de nuestras vidas.
Déjame que en lugar de decirte adiós, cierre esta carta otra palabra.
Gracias...