En la era de los LCDs y las fibras ópticas, yo decido desenfundar un viejo casette. Hacía tanto que no escribía esta palabra... La última vez que la mencioné fue en una carta, escrita a mano; una de las tantas que mandé a Laura. Esas, encabezadas por la fecha y la hora, firmadas con un garabato y algún que otro dibujo... ¿Qué han sido de esas cartas, llenas de borrones por olvidadas faltas ortográficas, a falta de ordenador?
Desenfundo el casette, y resuena en los altavoces, con sus característicos chasquidos, una canción que me revive los primeros desengaños, las historias que mi padre me contaba sobre Serrat y la censura. Revive aquel deseo ardiente de probar el sabor de unos labios aún inexplorados, el deseo de reencarnar los personajes de los libros y convertirme en Martina, de Púpila de Águila... Revive el sabor de las mañanas cansadas, en los últimos días de colegio o el vaho asomando por las sonrisas, cuando nos escapábamos a escondidas en un autobús sin rumbo...
Resuena, monofónica, la música en los altavoces. Y yo siento como si me dejara unos años atrás, cuando grabábamos canciones de la radio, a falta de internet; como si volviera a pisar los charcos con fuerza; como si volviera a pensar en mi compañero de clase, que me regalaba un dibujo todos los viernes...
Como si renacieran los días del teatro después de clase. O las tardes perezosas, hojeando algún libro en la biblioteca, o las mañanas sin colegio, dando vueltas con la bici alrededor de un sueño...
Y, con un chasquido seco que detiene la música. Despierto de mis tardos recuerdos... La cinta me informa de que se ha acabado la cara A. Doy la vuelta al casette. Espero. La cara B está en blanco. ¿Será la cara B como esta cara de mi vida, de la cual todo es incierto?